Por Óscar Lovera Vera, periodista

Zeneida Núñez se dirigió por la mañana al Registro Civil para inscribir a su hija, pero nunca llegó. Más tarde su cuerpo apareció a varios kilómetros. El asesino sería alguien inesperado y obsesionado.

Viernes 16 de marzo. 16.00. Al costado del cauce del arroyo Amambay, en Itacurubí de la Cordillera.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

–Cuidado, doc, baje despacio, mire que está resbaladizo el fango y lo podría llevar hasta el agua.

–Tranquilo muchacho, no es la primera vez que hago esto –contestó el médico forense Nelson Fernández al policía.

Los agentes de Barrero Grande fueron los primeros en llegar a la escena del crimen luego de la llamada que recibieron de un pescador que descubrió el cuerpo mientras buscaba un sitio para lanzar una carnada.

El cuerpo ya llevaba unas horas en el lugar y a simple vista se podía confirmar que esa no era la escena del crimen; el cadáver lo arrojaron en ese sitio. Estaba cubierto en parte por malezas. El doctor identificó rápidamente a una mujer.

El médico sacó de su maletín un par de guantes de látex y en lo que le demoraba colocárselos examinaba detenidamente la posición del cuerpo y algunas lesiones visibles. “Tome nota de esto, oficial: ‘la causa del fallecimiento es un fuerte golpe en la cabeza y una fractura cervical, es decir en el cuello. Presumiblemente producido durante la caída desde la ruta hacia este barranco, donde encontramos el cadáver. Sospecho que la víctima recibió un golpe con un objeto puntiagudo en la cabeza, lo que le produjo un severo traumatismo de cráneo’. Estaba con vida cuando fue arrojada a la zanja y falleció luego de cinco horas de una larga agonía”, concluyó Fernández mientras se tomaba de las rodillas para erguir su cuerpo en ese difícil terreno.

–Eso es todo, ya pueden levantar el cadáver y llevárselo al hospital regional aquí de la zona. Luego verifiquen si podemos llevarlo al hospital de Caacupé –ordenó la fiscal Gladys Torales a los policías y paramédicos.

El lugar estaba atestado de curiosos que miraban detenidamente todo lo que hacían los investigadores, en tanto las luces de sirenas pintaban sus perturbados rostros de azul y rojo.

La fiscal miraba detenidamente cada acción que tomaban los agentes en el transcurso de ese tiempo, intentaba encontrar un detalle que –quizás– en ese momento estaba pasando desapercibido. Gladys Torales ya llevaba años como funcionaria del Ministerio Público y un par en esa zona de Cordillera. No era común encontrarse con un cuerpo y menos con esos rastros de violencia. El forense también mencionó golpes y moretones en algunas partes del cuerpo.

Esto fue producto de una pelea, se dijo a sí misma. Una venganza, tal vez. Llamó al agente de policía y le pidió un reporte de las mujeres desaparecidas y que tengan esa característica física. Debían identificar a la mujer lo más rápido posible. El cuerpo fue abandonado hace 24 horas y el asesino no debía estar muy lejos.

UN DÍA ANTES...

Pasaron pocos minutos de las diez de la mañana del jueves 15 de marzo. Zeneida Núñez Colher, una joven de 29 años, marcó el número de teléfono de su hermana. Necesitaba una dirección y qué mejor que ella para decírselo, era más amigable con su memoria. “¡Hermana! ¿qué tal? Necesito la dirección del Registro Civil aquí en Fernando de la Mora. Quiero ir con Omar para inscribir a la beba y retirar el certificado de nacimiento, así ya terminamos con ese proceso, ¿sí?”. Unos segundos después Zeneida presionó la pantalla y culminó el diálogo con su hermana. Tomó sus cosas y llamó a su esposo. A las 10:30 salieron de la casa en las calles Santa Cecilia y Colón del barrio San Miguel, en la ciudad de San Lorenzo. Desde ese lugar hasta el Registro Civil solo serían veinte minutos.

Las horas transcurrieron normalmente. Omar Vera y Zeneida tenían actividades particulares, cada uno por su lado y quedaron en verse por la tarde. Pero eso no ocurrió.

Omar llamó a la casa de su suegra y Zeneida no estaba. Eso despertó la desesperación de la familia. Desde ese momento el tormento y los pensamientos perturbadores comenzarían a desgastar la paciencia. Las noticias de esos días, los comentarios, la inseguridad a diario sumaban para generar pánico.

Los padres, hermanos y Omar cada uno pensaba para sí qué mal le pudo ocurrir; por eso no encontraban rastros de ella.

¡No hay caso, acá no vamos a conseguir nada! –dijo Omar y se levantó cortando el aire y el silencio. Todos estaban reunidos alrededor del teléfono en la sala de la casa materna. “Iré a la comisaría a radicar la denuncia y ver que la busquen”, dijo mirando a la madre de su esposa.

LA DENUNCIA Y UN EFECTO CONTRARIO

Omar llegó a la Comisaría 53 en el barrio San Miguel, en la ciudad de San Lorenzo. El lugar –esa noche– estaba tranquilo luego de una jornada sin muchos sobresaltos, como gustaba reportar –siempre que podía– el oficial de guardia.

Un joven que excedía notablemente la estatura promedio. Omar apenas llegaba a la altura del tórax, lo cual se mostraba intimidante. Tuvo que hacer un esfuerzo para sostener la mirada mientras le explicaba sobre su presencia. Su amabilidad era proporcional a su longitud. Opuesta a la imagen que proyectaba.

“Adelante, señor, tome asiento, iré por el libro de denuncias. Aguárdeme aquí, por favor”, dijo con tono cordial el agente, señalándole una silla de plástico ubicada a un costado de la recepción. Luego de relatar el minuto a minuto de ese día, Omar se retiró, pero más tarde volvería pidiendo una copia de la denuncia que realizó. Esto despertó la curiosidad de los agentes. Para ellos era común que familiares de una persona extraviada se concentren en buscarla, no en volver a la dependencia para pedir una copia del parte de desaparecido. Algo ocultaba, se decían los agentes de ese turno.

Algunas horas después las noticias retumbaban en los informativos nocturnos. Los presentadores relataban el hallazgo del cuerpo de una mujer al este de la ciudad de San Lorenzo, a unos 75 kilómetros. Era Zeneida…

La familia de la joven se quebró. No podían entender cómo pasó. Hasta hace unas horas ella estaba con la idea fija de inscribir a su pequeña en los registros del Estado para darle una identidad. Hoy estaba huérfana.

La conmoción fue tal que todos tardaron en reaccionar con el pulular de un teléfono a disco –que repicaba sobre un roído mueble de cedro– ubicado en un pasillo de la casa paterna. En la llamada les esperaba la confirmación sobre la muerte de Zeneida, algo que preferían no creer, pero necesitaban presentarse para reconocer el cadáver.

Todos fueron hasta la ciudad, necesitaban cerciorarse de que era ella. Al llegar un funcionario de la Fiscalía y un policía los esperaban. Por aquí, señora, le dijo uno de ellos mientras le indicaba la puerta que conducía a la morgue del hospital local.

Sobre las camillas de frío acero yacían varios de sueños truncados. Entre ellos, Zeneida, el reconocimiento fue inmediato. Las lágrimas no tardaron en brotar y los alaridos convulsionantes iban de compañía a ese dolor intangible.

Las especulaciones en la investigación llegaron tan pronto como el vertiginoso ritmo del crimen. El primer sospechoso barajado por la policía de Homicidios fue justamente su esposo, Omar Vera.

–Señor, usted queda detenido por orden fiscal. Se sospecha que podría estar involucrado en el asesinato de Zeneida Núñez Colher…

La mirada fija de Omar al agente de policía, tras esa frase, buscaba explicación lógica. No encontraba la forma rápida de demostrar que él no pudo matar a su esposa, a la madre de su hija.

En la primera indagatoria, la fiscal le exhibió un testimonio por escrito. “Un hombre que estuvo caminando al mismo instante en que arrojaron el cuerpo de su esposa al barranco, lo reconoce como el que lo hizo. Qué puede decir a eso, señor Vera”, le interpeló la investigadora.

Omar la miraba fijamente y luego liberó una carga de aire que le presionaba el pecho, estaba en pánico y la angustia no lo dejaba reaccionar con rapidez.

Hasta que finalmente dijo: “Doctora, ese día…”.

–Espere un segundo, señor, y piense bien lo que dirá, mire que hay varios testigos que mencionan lo mismo. Usted llegó conduciendo un automóvil y la ventanilla del lado derecho estaba abajo, eso permitió que lo pudieran ver, y lo tengo aquí como anticipo de pruebas, esto tiene peso en un juicio, interrumpió la agente de manera de ejercer algo de presión a Omar y ver si esto servía para hacerlo confesar.

Para la Fiscalía no existían dudas. Omar era un sospechoso relevante. Rápidamente la fiscal firmó un pedido para que lo lleven al penal de varones en el barrio Tacumbú de la capital. Ahí podría estar bajo custodia hasta encontrar todas las pruebas que lo vinculan al crimen de su mujer.

La familia de Omar y la propia familia de Zeneida protestaron contra la decisión y presentaron una serie de testimonios que respaldaban a Omar. “Ese día él estuvo en el trabajo, durante todo el tiempo en que ella desapareció. Es imposible que Omar la matara…”, clamaban sus amigos. Pero la Fiscalía tenía un parecer diferente.

LA FAMILIA RECORDÓ UN CABO SUELTO

Las horas transcurrían y la policía solo sostenía la prisión de Omar con versiones basadas en características físicas del homicida, muy parecidas a él. Algo más faltaba y no tenía del todo sentido. Mientras más escarbaban en la vida de la pareja, menos motivos encontraban para establecer un disgusto, una venganza.

El fin de semana se presentaba largo para Omar. Estaba imputado por el asesinato cruel de su esposa y el agravante de arrojar el cuerpo lejos de la ciudad. Ya pasaron 72 horas, pero para él eran los primeros años de una larga condena que imaginaba le iban a curtir en sus espaldas.

Los familiares recrudecieron sus reclamos, no iban a permitir más tiempo de lo que ellos llamaban un error en la investigación.

Pidieron hablar con la fiscal Gladys Torales. “Doctora, por favor. Solo escuche esto y prometa que al menos averiguará si es cierto. Mire, hay un joven que estaba obsesionado con Zeneida, que no la dejaba en paz. Pese a que sabía de su relación matrimonial. Ese hombre es Hugo Ricardo Campuzano Benítez, de 27 años, que hostigaba frecuentemente a nuestra hija”, dijo acongojada la madre de Zeneida.

La mujer estaba derrumbada. Su mirada estaba anclada al suelo y las lágrimas que bañaban su rostro conmovieron a la fiscal. “Está bien, señora, veré quién es este hombre y si podría estar conectado al asesinato. Hasta tanto continuaremos con nuestro único sospechoso, Omar”.

Al poco tiempo, los datos comenzaron a tomar forma. La policía pudo armar un rompecabezas con mucha lógica. Uno de los policías se acercó a la fiscal. Bajo el brazo llevaba una carpeta y en ella una serie de fotografías y anotaciones. La bajó en la mesa, abrió el expediente y como esperando una conexión directa con la agente la miró fijamente esperando lo más próximo a una reacción telepática, pero la fiscal no lograba comprender. “¿Qué pasa, oficial, qué me quiere decir con esto?”, preguntó la agente bastante confundida.

–”Doctora, escuche bien. Todo esto es lo que conseguí de este muchacho Hugo y le parecerá interesante. Mire, él fue amigo de la pareja. Es chofer de larga distancia, trabajó con el marido de la víctima. Con el tiempo logró ganarse la confianza de ambos, de Zeneida y Omar, y se instaló en la casa en los días en que descansaba. Pero con el tiempo él se enamoró de la mujer, la comenzó a perseguir, presionar y quería obligarle a escaparse con él. Zeneida no aceptó y él la amenazó de muerte. Finalmente se fue de la casa y desde ahí no supieron de él en un tiempo”.

Tiene sentido, oficial, ¿pues entonces qué esperan? Vayan a traerlo y vemos qué dice al respecto.

Los agentes indagaron sobre el paradero de Hugo. No era un hombre fácil de encontrar por su trabajo, un camionero tiene poca vida en un lugar fijo. Pero esta vez tuvieron suerte. A las 21:00 del lunes 16 de julio lo encontraron en el barrio Las Américas en la ciudad de Hernandarias, al este de la capital.

Hugo sintió la presión. Pensó que su plan quedó al descubierto e inmediatamente asumió que era el asesino. Pocos minutos después, en lo que duró el viaje a la oficina de la fiscal, los agentes ya contaban con el nombre del cómplice: Luis Gilberto Morínigo, un hombre de 37 años. Él recibió la orden de Hugo de vender lo más pronto que pudiera el vehículo de la víctima. Un Kia Rio. La idea era cruzar el puente de la Amistad y deshacerse del automóvil a bajo costo en la ciudad de Foz de Yguazú. Pero las noticias interrumpieron la estrategia. Las imágenes de Zeneida, la del auto desaparecido y otros detalles pusieron en alerta a los controladores de frontera. Estaban encajonados.

En la sede del Departamento de Homicidios Hugo confesó nuevamente que mató a la mujer. Sujetando su puño con firmeza y –en algunas ocasiones– mordiéndose los labios contaba por momentos su coartada.

El hombre mencionó que nunca tuvo una relación con Zeneida, pero ella lo buscaba en los momentos en que se sentía triste. Sin mucho sentido continuó relatando que el día del crimen la mujer lo citó en un motel de la ciudad de San Lorenzo para abonarle un dinero que él le prestó, pero eso no ocurrió y eso lo descontroló. “En ese momento tomé una de las almohadas de la cama y la presioné contra su cara, no la dejaba respirar. Ella se sacudía mucho. Me arañó intentando zafarse. Pero yo hundía más y más mis manos en la almohada, hasta que dejó de moverse. En ese momento me di cuenta que murió”.

Martes 17 de julio. Mediodía. Omar Vera cargó lo poco de ropa que tenía en un bolso y con su resolución de liberación comenzó a cruzar los diferentes portones hasta recuperar nuevamente su libertad. Estaba desvinculado del asesinato.

Los investigadores ahora centrarían su atención en probar lo mencionado por Hugo. Cuando comenzaron a repasar cada línea de su declaración, el joven pidió hablar con la fiscal nuevamente.

OTRO GIRO DE TUERCA

Cuando creían que el caso estaba cerrado, Hugo se sentó nuevamente en la silla de madera, de frente a la fiscal y esta vez la miraría directamente a los ojos. “Doctora, yo no maté a esa mujer. Todo lo que dije fue porque un grupo de personas me presionaron y amenazaron para que diga eso, yo soy inocente”. Sus explicaciones y otro giro gravitante… esta vez fueron nueve horas de “confesar que no confesó”, al menos siendo honesto.

Con esta declaración de Hugo la confusión se apoderó de todos, pero existía una carta más que la Fiscalía debía jugar. Hugo dijo que él la mató con una almohada, pero el cuerpo presentaba varios golpes, algo no cerraba. La fiscal Torales pidió una necropsia, necesitaba una nueva inspección del cadáver.

Esta vez fue el forense Pablo Lemir. 21 de abril, 35 días después.

Bueno, doc, ¿qué pudiste encontrar? –consultó la fiscal al médico, un hombre de estatura baja, algo calvo y de vasta experiencia en la medicina forense.

Lemir la miraba fijamente y no sabía por dónde comenzar. “Doctora, seré directo. La inspección que se hizo en aquella oportunidad, por el terreno puede presentar algunas inconsistencias y falsos positivos. Con esta nueva revisión pudimos determinar que la mujer fue asesinada por asfixia y no por traumatismo punzante en el cráneo. No había lesión cervical y los moretones son pre mortem antes de la muerte. Estos son de aproximadamente 5,5 centímetros en el antebrazo derecho y el rostro, cerca de la nariz. También noté que los pulmones estaban dañados y esto es producto de la asfixia. Ah, y algo más… Entre las uñas de Zeneida encontré restos epiteliales, esto es producto de la defensa que ella ejerció, peleó con el asesino antes de morir”. Gracias, doc, esto que me dijo es fundamental para cerrar mi caso.

Torales comenzó a unir cabos mientras conducía nuevamente hasta su oficina en la ciudad de Caacupé, eran 60 kilómetros. Tenía mucho para pensar…

DOS AÑOS DESPUÉS. 12 DE SETIEMBRE DEL 2014

¡Y este tribunal condena a 20 años de cárcel al señor Hugo Ricardo Campuzzano al encontrar suficientes elementos para vincularlo al asesinato de la señora Zeneida Núñez y a dos años de prisión a Luis Alberto Morínigo por reducción al intentar vender el automóvil de la víctima. Notifíquese! El martillo golpeó la mesa y la familia respiró justicia. Finalmente encontraron culpable al hombre que se había ganado la confianza del matrimonio y se obsesionó con Zeneida. Para la Fiscalía fue determinante encontrar la prueba forense en la nueva revisión del cuerpo y vincular a la declaración de Hugo, que luego la negó. La piel bajo las uñas de la víctima sirvieron para involucrarlo con una prueba de ADN y con ello el caso quedó cerrado.

Dejanos tu comentario