Por Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas

Algunos años atrás, no muchos, con Cristina –”mi amor, mi cómplice y todo”, diría Benedetti– conocimos Costa Rica. Hermosa tierra, por cierto, bañada por dos océanos. Habitada por gentes cálidas, amables, alegres, pero por momentos emergen de ellas dramáticos gestos o palabras nostalgiosas. Recuerdo que, en un mes de mayo, caminamos con nuestras curiosidades sus calles, atravesamos algunas de sus zonas selváticas, hicimos snorkel en el Pacífico, almorzamos en una isla que soñamos deshabitada y hasta nos aventuramos hasta la boca misma del volcán Poás, en actividad, a 2.574 metros sobre el mar. Capturé imágenes de sus fumarolas, nos empaparon tres chubascos que precipitaron aguas cálidas, transitamos una selva inesperada rodeados de mariposas enormes de hermosos colores y sostuvimos papagayos y tucanes en nuestros antebrazos. ¡Increíble! En la noche de un largo día de aventuras, casi de madrugada, con una vista panorámica de San José desde un morro imponente, nos integramos a una comunidad caribeña y multiétnica con mayoría de afrodescendientes.

“GARGANTA, CORAZÓN Y SENTIMIENTOS”

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En aquel silencio abrumador una tica recitaba. Garganta, corazón y sufrimientos ancestrales se unieron en su voz. “Lo protegió la muerte / contra tanta infamia / y el misterio de su suerte. / Sin saber por qué, nunca el Himno Nacional, / llegó a cantar con la mano en la frente. / Su sudor germinó / un pedacito de esa tierra / inhóspita y fértil del trópico, / que no será nunca tierra patria / pues cedularse jamás pudo, mi primo jamaiquino. / Rodeos y más rodeos tuvo / de blancos papeles de blancas manos: / ‘Soy negro del campo, / del Valle La Estrella. / Soy una estrella negra / En el flamante blanco, azul, rojo / de nuestra bandera’”. Aprobación y tristeza impulsaron un tenue aplauso que emergió de las almas de los allí congregados. “Réquiem a mi primo jamaiquino”, dijo la sentida intérprete, que solo agregó, con respetuosa solemnidad: “Eulalia Bernard Little”. Busqué ese nombre y su obra con denuedo. Un texto gigante, “Poetas Siglo XXI – Antología Mundial + 20.000 Poetas”, editado por Fernando Sabido Sánchez, me dio más de su pluma. Eulalia nació en 1935, en Puerto Limón. Sus ancestros son inmigrantes de Jamaica. Escribe en español, inglés y en mecatelio (mek-a-tel-yu, dialecto de Limon). Es la primera mujer afrocostarricense que publicó en su país. Escucharla –como aquella madrugada– y leerla transforman esas prácticas en dos dispositivos válidos –muy válidos– a la vez que valiosos para comprender y registrar con precisión de qué se trata el sufrimiento humano debajo del poder de una cultura dominante. Supe qué es –como concepto y práctica abominable– la voluntad de desaparecer la herencia cultural de las y los aplastados por el poder. La repugnante idea de erradicar que, desde siempre, acometen las y los apropiadores de culturas. Daños permanentes que emergen desde los incomprensibles deseos de operación que están en todas partes y no se rinden.

Mohammed Farah, correr para la liberación.

HUSSEIN ABDI KAHINI

¿Cómo entender las esclavitudes y a quienes esclavizan? Allí están mis pensamientos en esta noche avanzadísima de viernes. Atrapado mi cuerpo en la vieja mecedora junto a los leños crepitantes para combatir este invierno impío en el sur del sur, con el cristalino vaso cargado con un Ron Zapaca Xo Centenario, criado a 2.300 metros de altura en el suroeste de Guatemala, que en cada trago me revela el acompasado ritmo sistólico y diastólico de la nación maya, busco respuestas. Tengo certeza de que el nombre de Hussein Abdi Kahin, como nunca antes, quedará para siempre grabado en la historia porque escribió una página grandiosa en el libro de las civilizaciones que, de ninguna manera, debieran chocar nunca jamás. Por estos días la aldea global supo de un vencedor suma cum laude. Hussein Abdi Kahin alcanzó la liberación que se propuso. Probablemente, con vocación individual, pero su batalla tiene, sin embargo, perfiles épicos con efectos colectivos atemporales que permiten sustentar que somos lo que somos desde que fuimos, aunque ese destino pretenda ser negado por inescrupulosas personas con vocaciones hegemónicas. Es de tanta relevancia el logro de Hussein que –aunque quizás nunca se lo propuso o, ni siquiera lo imaginó– alcanza en el tiempo y lo reivindica a Mohammed Abdul Karim (1863-1909), al que algunas y algunos alternativamente aluden –desconozco si con precisión interpretativa o no– como “hafiz” o como “munshi”. Hussein Abdi Kahin y Mohammed Abdul Karim son víctimas a las que sus victimarios, no muy atrás en el tiempo, avasallaron, ignoraron y les negaron herencia y patrimonio ancestrales. Incompresibles por estos tiempos aquellas prácticas imperiales tan inaceptables como despreciables por las que era común constituir a la persona en vasallo, palabra que, etimológicamente, deviene “vassus” que, en latín clásico, se aplica a quien categoriza como “sirviente”. Con el paso del tiempo los llamaron y llaman súbditos. Rémoras imperiales. Tentativas vanas parar acabar con las diferencias. Afortunadamente, las luchas por la recuperación de las identidades y de los patrimonios culturales no cesan.

Victoria y Abdul. La presencia del indio en la Corte la sintieron como “un ultraje” en el seno de la familia real.

LA REINA Y EL SIERVO

En tiempos de regia clandestinidad relativa, Mohammed Abdul Karim, nacido en las inmediaciones de Jhansi, en la India sometida colonialmente por el Reino Unido de la Gran Bretaña y oculto por la reina Victoria en el Palacio de Buckingham, desde 1887, fue uno de los dos “siervos indios” que la monarca designó cuando su jubileo en aquel año. La tierra natal, Abdul, su cultura, su heritage, por aquella decisión real, fueron abolidas fácticamente durante un tiempo. Debió aceptar. A cambio de ello, Victoria lo llevó a vivir en sus cercanías y, hasta en sus viajes –que no eran pocos– exigía que fuera parte de su comitiva. Perturbación en la familia real. Escándalo en el seno de la sociedad británica cuando aquello se supo. Sin que nadie nunca pudiera comprobarlo, incluso, son muchos los relatos que vinculan a la reina y al sirviente como amantes. ¿Cómo verificarlo y asegurar saberlo? Aquella historia oculta, además, fue censurada por décadas y hasta después de la muerte de la monarca hasta nuestros días, sin éxito. La revista Vanity Fair y el cine, luego, hicieron lo necesario para visibilizar aquella particular y conflictiva situación que es también un fragmento notable de la historia misma de la dominación. “La relación entre la reina Victoria y su joven y atractivo asistente Abdul Karim fue considerada tan controvertida y escandalosa por los miembros de su familia que, tras la muerte de la monarca en 1901, lo borraron de la historia real. Según el diario The Telegraph, el hijo de Victoria, Edward, exigió inmediatamente que se quemase cualquier carta enviada entre los dos que se encontrase en las dependencias reales”. Precisa que “la familia (real) desalojó a Karim de la casa que le había dado la reina y lo deportó de vuelta a la India” y sostiene que “la hija de Victoria, Beatrice, borró toda referencia a Karim de los diarios de la reina”. Con fuerte destaque en letras negras, Vanity Fair revela que “según los historiadores, la familia de Victoria y el personal mostraban prejuicios raciales y sociales, que se agravaron con los celos a medida que Victoria se acercaba más a Karim y le permitía privilegios como viajar con ella por Europa, (al tiempo que) concedía títulos y honores, daba asientos de primera en óperas y banquetes, un carruaje privado y regalos personales”. ¿La sumisión de Mohammed Abdul sería tal o era una forma de resistencia pacífica para avergonzar a los Windsor? Tal vez. ¿Cómo afirmarlo o negarlo? ¿Racismo, xenofobia, discriminación en el seno de la Casa Real? Nada nuevo ni sorprendente.

PREOCUPACIÓN POR EL COLOR

En marzo del 2021, Meghan Markle, duquesa de Sussex, junto con su esposo, el príncipe Harry Charles Albert David, duque de Sussex, conde de Dumbarton, barón Kilkeel y caballero de la real orden victoriana, sexto en la línea de sucesión al trono británico, reveló que durante la gestación de Archie, hijo del matrimonio, la familia real les informó que el niño por nacer “no” sería noble porque Meghan es hija de una mujer afroamericana y un hombre blanco. “En los meses en los que yo estaba embarazada hubo preocupaciones y conversaciones sobre lo oscura que podría ser su piel cuando naciera”, dijo a la periodista Oprah Winfrey, de la cadena CBS. Harry, el duque, nunca negó a la duquesa. Vanity Fair cuenta que “la historiadora Carolly Erickson, en ‘La vida privada de la reina Victoria’” sostiene que “poner a un indio de piel oscura muy cerca del nivel de los sirvientes blancos de la reina era casi intolerable, (y) que comiese en la misma mesa que ellos, que participase en sus vidas cotidianas, era visto como un ultraje”. Millones de personas, un puñado de años atrás, vimos “Victoria & Abdul: La verdadera historia del confidente más cercano de la reina”. Por aquella película conocemos el fin del vínculo cuando la muerte los separó y sus consecuencias. Cartas quemadas, honores negados y deportaciones a la India de Karim y su familia. Ni un minuto más allí después del funeral. ¿Racismo, xenofobia, discriminación en el seno de la Casa Real?

“No me llamo Mohammed Farah. Soy Hussein Abdi Kahim”. A los 9 años fue secuestrado y luego esclavizado en el Reino Unido.

DE HUSSEIN A MOHAMMED

Hussein Abdi Kahin llegó a UK en 1992, desde Yibuti, un país vecino a Somalia, en África Oriental. Tenía poco menos de 10 años. Contó a la BBC que una mujer desconocida lo sacó de la casa donde vivía con su familia con la promesa de que en Europa habría de vivir con varios parientes. Comentó que antes de viajar “estaba emocionado” porque “nunca antes había estado en un avión”. Aquella desconocida que lo transportó comenzó a llamarlo Mohammed desde el mismo instante en que dejó atrás la casa familiar. Sorprendido y temeroso, se aferró con fuerza de un trozo de papel en el que su familia escribió en él los pocos datos que contaba de sus parientes en Londres. Luego, cuando fue el momento de pasar los controles en el aeropuerto de Yibuti para salir de su país, supo que algo raro sucedía. Aquella exhibió documentación falsa con su foto, pero decía que era “Mohammed Farah”. Horas más tarde, en un apartamento en Hounslow, en la zona oeste londinense, su corazón de cautivo se aceleró. La secuestradora le quitó el papel donde sus familiares le anotaron los contactos a los que debía buscar, “lo rompió y lo tiró a la basura justo frente a mí. En ese momento, supe que estaba en problemas”, contó frente a la cámara de la BBC. Su vida cambió por muchos años. Aquel pequeño fue obligado a hacer tareas domésticas y cuidar a otros niños “si quería tener comida en la boca” porque aquella mujer, además, lo amenazó: “Si alguna vez quieres volver a ver a tu familia, no digas nada”.

Lo obligó al silencio. “A menudo me encerraba en el baño y lloraba”, relató. Recién tres años más tarde pudo matricularse en la escuela. Privado de su libertad, de recibir educación y obligado a trabajar, finalmente fue aceptado en el séptimo año del Feltham Community College, a donde llegó “despeinado y descuidado”, según Sarah Rennie, su tutora escolar. Fue registrado como refugiado de Somalia. La docente lo describió como “emocional y culturalmente alienado”. Era 1995. Muy cerca de que finalizara el milenio cuando concluía el siglo XX. Medio siglo antes, la Asamblea General de las Naciones Unidas, reunida en París, el 10 de diciembre de 1948, aprobó la Declaración Universal de los Derechos Humanos que el Reino Unido de la Gran Bretaña votó y celebró. “Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros”, prescribe el primero de los artículos de ese documento sustancial que Inglaterra aprobó y aplaudió. “Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas”, dice el cuarto, que también Inglaterra aprobó y aplaudió.

“SIR MOHAMED FARAH”

Pese a ello, Hussein Abdi Kahin, privado de su nombre, anulada su identidad por una impiadosa delincuente que decidió llamarlo Mohammed Farah –el niño secuestrado en Yibuti– era esclavo para alimentar a otros niños; para bañarlos; antes de que fueran a la escuela y cuando regresaran de ella mientras a él no le permitían estudiar. Su escasa libertad la ejercía para llorar encerrado en un baño. Y para correr. En la escuela y en la vida. Resistir corriendo. Correr para resistir. Para recuperar su vida. Resiliencia, para la liberación. Llamado como nunca se llamó, Mohammed Farah, corrió para su liberación, en representación de UK, el Estado de aquella secuestradora impía. Alcanzó méritos deportivos increíbles y honores sociales. Y en ese contexto, gravemente violatorio de los derechos humanos y victimizado, en la media mañana del 14 de noviembre de 2017, se arrodilló delante de la reina Isabel II. Apenas levantó sus ojos. La monarca con un sable lo tocó en sus hombros y, con ese ritual, lo ungió caballero del Imperio. Sir Mohammed Farah momentos después dijo: “Hoy es un día muy especial para mí y mi esposa y la familia Farah. No es tan frecuente que conozcas a la Reina y, particularmente, viniendo aquí, al Palacio de Buckingham. Fue increíble. Ella sabía cómo era yo, quién soy…”. Cinco años más continuó Mohammed su anormal vida normal.

LA FARSA TERMINÓ

Esta semana la farsa terminó. Hussein Abdi Kahin, que sí existe, ofreció su palabra para que todos y todas supieran su verdad. De él, la Reina no sabía ni supo nada hasta ahora. Quedó claro qué parte de la vida de sir Mohammed Farah fue un invento montado sobre una mentira construida para encubrir la grave y permanente violación de los derechos humanos de un niño que con nueve años fue secuestrado, privado de su identidad y esclavizado. Hussein nunca fue Mohammed. Muchas y muchos incomprenden esta historia trágica y su desenlace. Hay quienes creen que la esclavitud quedó muy atrás en la historia. No es así. La esclavitud es una forma de muerte lenta y cruel.

No es simple de entender y es difícil de comprender. Es traumática. Eulalia Bernard Little, alma rebelde de miles de esclavas y esclavos, me permitió saber: “Nosotros los que añoramos otros mares / nosotros los que soñamos otros bosques / Nosotros los que sentimos otros dioses / Nosotros aquí somos otros / Nosotros allá somos otros / Nosotros somos otros. / Nosotros que vemos otros mares / Nosotros que veneramos otros dioses / Nosotros que vivimos en otros bosques / Nosotros que aquí estamos solos / Nosotros que allá estamos solos / Nosotros somos soledad. / Nosotros que respiramos otros aires / Nosotros que entonamos otros cantares / Nosotros que invocamos otros dioses / Nosotros aquí vivimos muertos / Nosotros allá morimos vivos / Nosotros somos muertos”. La esclavitud es y se siente así. Hussein Abdi Kahin resucitó. El esclavo Mohammed Farah dio su vida para que así fuera.

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