• Por Ricardo Rivas
  • Periodista Twitter: @RtrivasRivas

“La guerra es la continuación de la televisión por otros medios, diría Karl von Clausewitz, si el general resucitara, un siglo y medio después (de perder su última batalla), y se pusiera a prac­ticar el zapping”, escribió antes de finalizar el siglo XX el colega periodista y escritor Eduardo Galeano, quien también me regaló enriquecedoras charlas de café en el Brasilero, ese ver­dadero templo de la amis­tad, en el 1447 de la calle Ituzaingó, en la cadenciosa Montevideo. “Curso inten­sivo de incomunicación”, tituló Galeano a sus pensa­mientos sobre estos temas que, a su vez, forman parte de “Pedagogía de la sole­dad”, un texto magnífico de 1998, en el que también aboga por una “Comunica­ción para la paz”. Visionario como pocos sostiene que “la realidad real imita la rea­lidad virtual que imita la realidad real, en un mundo que transpira violencia por todos los poros. La violencia engendra violencia, como se sabe; pero también engen­dra ganancias para la indus­tria de la violencia, que la vende como espectáculo y la convierte en objeto de con­sumo”. ¿Cómo rebatirlo, con qué argumento? “Ahora los medios, los medios masivos de comunicación, justifican las multas de un sistema de poder que impone sus valo­res en escala planetaria. El Ministerio de Educación del gobierno mundial está en pocas manos. Nunca tan­tos habían sido incomunica­dos por tan pocos”.

Byung-Chul Han: “Hoy ya no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la nube”.

UN GRAN TEMA

Violencias y comunica­ción. ¡Temazo! Y mucho más cuando los sistemas comunicacionales, desde algún tiempo, permiten dis­poner de redes para decir lo que le venga en ganas a quien quiera y pueda sobre lo que sea. La realidad real de nuestras vidas digita­les enredadas se constituye como verdaderos ecosiste­mas construidos sobre la realidad virtual que, junto con la realidad real –por llamarla de alguna manera comprensible para todos y todas– da lugar a una rea­lidad mixta en la que trans­humanos en busca de certe­zas. Realidad y virtualidad, a no dudarlo, producen sen­tido. “Hoy ya no habita­mos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la nube. La información domina nues­tro entorno de vida. Nos embriaga la comunicación”, sostiene Byung-Chul Han (63) en su libro “No-cosas” (Tusquets, 2021). Tal vez esa frase haya sido sobre la que más reflexiono desde muchos meses. Caló profun­damente en mí y, en conse­cuencia, no consigo que me abandone. Esas 26 palabras, esos 92 caracteres pueden operar como llave maestra para cada una de nuestras incomprensiones cotidia­nas en lo que tiene que ver con los sistemas de comuni­cación y las prácticas socia­les. Claramente influenciado por Michel Foucault, en no pocas oportunidades ima­gino que Han una y otra vez leyó y releyó “El orden del discurso”, un tan enorme como breve texto foucaul­tiano que allá por los ‘70 del siglo pasado publicó la misma editorial. “Llamamos ‘régimen de información’ a la forma de dominio en la que la información y su proce­samiento mediante algo­ritmos e inteligencia arti­ficial determinan de modo decisivo los procesos socia­les, económicos y políti­cos”, sostiene Byung-Chul. Luego, aborda la cuestión del poder, que es otra de las pre­ocupaciones y ocupaciones de Foucault, por cierto. “El factor decisivo para obtener el poder no es ahora la pose­sión de medios de produc­ción, sino el acceso a la infor­mación, que se utiliza para la vigilancia psicopolítica y el control y el pronóstico del comportamiento” porque “el régimen de la informa­ción está acoplado al capi­talismo de la información, que hoy deviene en un capi­talismo de la vigilancia que degrada a las personas a la condición de datos y ganado consumidor”. Vigilar es una palabra que, desde siem­pre, me atrajo y me atrae. Información y comunica­ción –como herramientas del poder– suelen ser parte de los sistemas de vigilancia y control social. En su más reciente obra –“Infocracia”– el filósofo coreano va más allá. Analiza críticamente el régimen de la información y vincula “la digitalización” con “la crisis de la democra­cia”. Y, desde esa perspec­tiva, sentencia que “hoy ya no habitamos la tierra y el cielo, sino Google Earth y la nube. La información domina nuestro entorno de vida. Nos embriaga la comu­nicación”.

COMUNICACIÓN VIOLENTA

¡Joder! Por allí van mis pen­samientos en esta noche de viernes cuando pocas horas separan a este día del ini­cio del sábado. El móvil me advirtió que, en pocas horas más, habrá de finalizar el hot sale. La “gran venta”. Miles de personas compra­rán ahora con la convicción de que se benefician. Disci­plinadamente. Permanecí en silencio. Otro mensaje, ahora por Whatsapp, vol­vió a indicarme que es el momento de comprar. En este caso, pasajes para via­jar a todas partes. No tienen suerte, esta vez, conmigo. Comunicación. Incomuni­cación. Violencias. ¿Lo de siempre? Tal vez. “Hoy en día vivimos una comunicación violenta”, sostiene el profe­sor Óscar Casillas, con quien el jueves pasado, junto con su compatriota mexicana Glo­ria María Domínguez; Con­suelo Wynter Sarmiento y Juan Pablo Calixto, de Colombia; Javier Bernabé Fraguas y Mabel Gonzá­lez Bustello, de España –un formidable grupo de acadé­micas y académicos– par­ticipé de una actividad que organizaron las universida­des Uninpahu, de Bogotá, y la Complutense (UCM) de Madrid. “No me refiero a sis­temas de comunicación que dan salida a la violencia, a actos violentos, no. Digo que la comunicación por estos días tiene una connotación de violencia, aunque creo que la palabra correcta es violenta”, reiteró como una forma dialéctica para que el concepto quede claro.

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LA GRAN VENTA

Con el celu silenciado la novedad de la “gran venta”, ahora llegó por mail. Un cuadro de diálogo desde el ordenador me indicó que es el momento para comprar, “a precios únicos”, todo tipo de artefactos en un centro de compras cercano. Solo caminar un par de cuadras para tener lo que deseara. Dos algoritmos conver­gentes: el del hot sale –vin­culado con mis hábitos de consumo que emergen de la interpretación de mis compras con tarjetas– y el que habilita la geolocali­zación para no solo saber dónde estoy, sino cuál es el punto de ventas más cer­cano. “Vivimos un sistema de comunicación que es, como todo sistema apegado a las demás formas de rela­ción, de producción y de vida que tenemos en sociedad que tiende a generar gran­des grupos para que sean factibles económicamente y socialmente”, agrega Casi­lla. “El factor decisivo para obtener el poder no es ahora la posesión de medios de producción, sino el acceso a la información, que se uti­liza para la vigilancia psi­copolítica y el control y el pronóstico del comporta­miento”, destaca Byung- Chul Han quien, además, asegura que “el régimen de la información está acom­pañando al capitalismo de la información, que hoy deviene en un capitalismo de vigilancia que degrada a las personas a la condición de datos y ganado consu­midor”. ¿Y qué dice Casi­lla? “Nuestros sistemas de comunicación tienden a masificarse”, enfatiza, y explica: “No a segmentarse. Aunque lo que importa es lo individual”, aclara. “Son sis­temas de producción para que la sociedad toda sea igual y que participe en la misma plataforma, pero (ese objetivo, deseo, para alcan­zarlo) construye un men­saje único” que dirige a “un gran grupo de gente” y ese modelo para la circulación de información se replica y, por si algo faltara, como todo mensaje, algunos sectores sociales se apropian de ese tipo de comunicación. Ejem­plifica Óscar: “Queremos ser influencers y para ello inten­tamos construir un sistema de comunicación con un mensaje único que –al sis­tema– lo desata para obte­ner atención”.

CONSTRUIR DISCURSOS

Violencia sin límites. Como una forma práctica para consolidar lo expresado y facilitar su comprensión, el profe Casilla, precisa: “En ese contexto, nuestros sistemas de comunicación tienden a separar, tienden a disgregar, a buscar ese mensaje único, al mismo tiempo, que tienden o pro­curan que grandes cantida­des de personas se unifiquen en él. Disociamos nuestras sociedades en torno de la comunicación. Pero, aten­ción porque esa contradic­ción, finalmente, habrá de chocar”. Lo escuchamos en profundísimo silencio. “No podemos seguir así”, señala y sugiere: “Deberíamos comenzar a construir dis­cursos para intentar generar nuevos consensos sociales”. A comunicación, incomu­nicación, virtualidad, vio­lencias, se añade -también como palabra clave- vigi­lancia. “El capitalismo de vigilancia es una mutación del capitalismo moderno. Su materia prima son los datos que obtiene a partir de la vigilancia del com­portamiento de las perso­nas. Luego, transforma esos datos, como actúa una per­sona concreta, en pronós­ticos de cómo actuará en el futuro. A continuación, estos pronósticos son pues­tos a la venta en una moda­lidad nueva de mercado. Ha alcanzado esa posición dominante gracias a que abrió el primero de los cami­nos eficientes para la mone­tización del mundo online”, explica Shoshana Zuboff, filósofa, profesora emérita de la Universidad de Har­vard, a quien el pasado 3 de mayo escuché en Punta del Este, Uruguay, durante la Cumbre Global por el Día Mundial de la Libertad de Prensa que la Unesco orga­niza cada año desde 1993. La lucha por el poder parecería carecer de límites de ningún tipo. Mucho menos éticos. “El capitalismo de la infor­mación, que se basa en la comunicación y la creación de redes, hace que técnicas de disciplina como el aisla­miento espacial, la estricta reglamentación del trabajo o el adiestramiento físico que­den obsoletas”, puntualiza Byung-Chul Han.

Óscar Casillas: “Hoy en día vivimos una comunicación violenta”.

DEBATES EN EL TIEMPO

Preocupante, por cierto. Las personas somos sistemas de comunicación. Pienso y siento que si la comunica­ción es violenta –o tiende a ello– es imprescindible un cambio profundo. Así, tal vez, no vayamos hacia nin­guna parte, ni alcancemos la paz. Las poblaciones de Latinoamérica, el Caribe, la América anglófona y francó­fona, África, Europa, Ocea­nía están atravesadas por múltiples violencias sociales y multiplicidad de comuni­caciones que dan cuenta de ellas o, por qué no decirlo, las generan, aún sin proponér­selo Se incomprende tanta crueldad. Millones de per­sonas observan azoradas. ¡Carajo! Hay debates que se mantienen en el tiempo. Decía Galeano allá por el ‘98: “Alrededor de la tierra gira un anillo de satélites llenos de millones y millo­nes de palabras y de imáge­nes, que de la tierra vienen y a la tierra vuelven. Artilu­gios del tamaño de una uña reciben, procesan y emiten, a la velocidad de la luz, men­sajes que hace medio siglo requerían treinta tonela­das de maquinaria. Mila­gros de la tecnociencia en estos tecnotiempos: los más afortunados miembros de la sociedad mediática pueden disfrutar sus vacaciones en la playa atendiendo el telé­fono celular, recibiendo el e-mail, contestando el bíper, leyendo faxes, devolviendo las llamadas del contestador automático a otro contesta­dor automático, haciendo compras por computadora y distrayendo el ocio con los videojuegos y la televisión portátil. Vuelo y vértigo de la tecnología de la comu­nicación, que parece cosa de Mandinga (nombre con el que se representa al dia­blo, con forma humana, en algunas regiones de Suda­mérica): a la medianoche, una computadora besa la frente de Bill Gates, que al amanecer despierta con­vertido en el hombre más rico del mundo. Ya está en el mercado el primer micró­fono incorporado a la com­putadora, para dialogar a viva voz con ella. En el cibe­respacio, ciudad celeste, se celebra el matrimonio de la computadora con el teléfono y la televisión, y se invita a la humanidad al bautismo de sus hijos asombrosos”. Por si algo nos faltara en este gran­dioso ecosistema de comuni­cación incomunicada, la tec­nología –como el Mandinga de Galeano– ofrece recur­sos para tentarnos a no aten­der a quien nos llama; a no recibir más que “mensajes de audio, porque no tengo tiempo para leer” el What­sApp; o tantas otras excusas vanas que dicen más de quie­nes así se comportan que de los que llaman. Es necesario cambiar y, mucho más nece­sario, hacerlo.

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