Por Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas

Punta del Este, en Uruguay, cuando los veranos quedan atrás, es una ciudad cadenciosa que disfruta de disfrutarse entre pocos y pocas que son felices –muy felices– de vivir allí cuando nadie los ve, los mira, los arrolla o los ignora.

Las voces de quejas –que las hay– en general provienen de los taxistas que, con muy poco trabajo en estas épocas, suelen destacar a las y los viajeros ocasionales que ese lugar “es muy lindo pero, los que vivimos acá, siempre pagamos precios de turistas y, durante nueve meses, trabajamos muy poco”. Con el Atlántico lamiendo sus playas y excelente gastronomía, ese paisaje invita a buscar algún lugar adecuado para la tertulia, para compartir un café, una copa o, simplemente, mirar ese horizonte que, como describe Eduardo Galeano, cuando uno se acerca un paso, siempre se aleja un paso. Allí estuvimos, un par de semanas atrás, poco más de un millar de personas para celebrar el Día Mundial de la Libertad de Prensa.

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Así lo hacemos cada año, el 3 de mayo, desde 1993, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas proclamó esa efeméride propuesta por la Unesco. También es una excelente oportunidad para dialogar con amigos y amigas que –pandemia de por medio– no vemos desde muchos meses. Con Mauricio Weibel Barahona, periodista, escritor y docente universitario de Chile; Pepe Costa, periodista, abogado e integrante del Poder Judicial de Paraguay; Javier Bernabé Fraguas, académico en la Universidad Complutense de Madrid, España; Pablo Medina, diplomático de la República Dominicana; Alejandra Negrete, de México, especialista en violencias contra las mujeres y cuestiones de género que se desempeña profesionalmente en la Organización de Estados Americanos (OEA), a poco de llegar, nos constituimos en grupo. Casi cofrades tanto para reírnos como para preocuparnos. Aunque cada uno de nosotros y nosotras, a la vez, somos parte de otros encuentros de los que coparticipan, entre muchas personas, Guilherme Canela, de Brasil; Rosa María González, catalana, ambos de Unesco; Ricardo Pérez Manrique, uruguayo, presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos; Víctor Moriñigo, de Argentina, académico, rector de la Universidad Nacional de San Luis y presidente de Enlaces, ese espacio latinoamericano y caribeño para la educación superior con quienes los pareceres, las opiniones y los debates son interminables. Muy enriquecedor.

Ricardo Pérez Manrique, presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos: “Tarde o temprano la Corte tendrá que atender lo que tiene que ver con Internet, con las redes sociales, con la neutralidad en la red, con los grandes operadores. Estas cuestiones tienen incidencia en el desarrollo de los países”.

TIEMPOS DE POSVERDAD

En una de esas tenidas cafeteras y dialogales que desarrollamos un mediodía soleado en Muelle 3, un lugar encantador y playero, puse en común con Javier y Pepe que el escritor español Javier Cercas –uno de los grandes que participó de la más reciente Feria Internacional del Libro en Buenos Aires– sostiene que “hoy el periodismo tiene más responsabilidad que nunca, porque la capacidad de difusión de la mentira es mayor que nunca”. No resultó disonante ni sorprendente.

Recordé que muy pocos años atrás, en un estudio amplísimo que desarrolló el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por su sigla en inglés), se pudo establecer que las fake news circulan con mayor rapidez cuando quienes las hacen circular son las personas, aun cuando saben que son noticias falsas. ¿Sorprendente? No lo creo. Vivimos y sobrevivimos en tiempos de posverdad –categorización presuntuosa para mencionar a las putas mentiras– y de modernidad y sociedades líquidas, como las definiera allá por los años ‘90, en el siglo pasado, el maestro Zygmunt Bauman con quien también coincide Cercas en la mirada crítica cuando, entrevistado a fondo por el colega periodista Luciano Román, sostiene que las redes sociales, en su opinión, “están fuera de control” porque “no hay quien le ponga reglas” y “deben estar sometidas a las reglas democráticas, exactamente igual que los demás”. Bauman, al suplemento Babelia de diario El País, no trepidó en señalar que “las redes sociales no enseñan a dialogar porque (…) mucha gente usa las redes sociales no para unir, no para ampliar sus horizontes, sino al contrario, para encerrarse en lo que llamo zonas de confort, donde el único sonido que oyen es el eco de su voz, donde lo único que ven son los reflejos de su propia cara” y, desde esa perspectiva, sentencia que “las redes son muy útiles, dan servicios muy placenteros, pero son una trampa”. Era en enero del 2016, cuando así lo dijo el viejo profe. Shoshana Zuboff, socióloga, filósofa y profesora emérita de la Harvard Business School, también fue mencionada por Javier Cercas. La autora de “La Era del Capitalismo de Vigilancia”, según el escritor, propone que los gobiernos democráticos puedan acordar reglas de funcionamiento (para las redes sociales) como las que tienen todos los medios de comunicación”.

UN PROYECTO DE LEY MODELO

La extendida sobremesa con Pepe y Javier llegó a su fin. Era preciso prepararnos para abrir la Cumbre Global por la Libertad de Prensa horas más tarde. Nuestro objetivo, presentar nuestro “Proyecto de Ley Modelo para la Seguridad de Periodistas, Trabajadoras y Trabajadores de Medios”, ante una nutrida audiencia de expertas, expertos, juristas, policy makers y colegas. Pero la reflexión sobre lo dialogado continúa. ¿Qué pasa con las redes? ¿Qué pasa con la Internet? ¿Es un tema relevante para el desarrollo de los estados democráticos de derecho? Según el reporte anual de la Unión Internacional de Telecomunicaciones (UIT, por su sigla en francés), organismo especializado de las Naciones Unidas, en el inicio del 2022, unos 4.950 millones de personas tienen acceso a la Internet lo que representa el 62,5% de la población mundial, estimada en 7.910 millones.

El reporte advierte, además, que 2.900 millones –37% de la población planetaria– “jamás se ha conectado a la red”. En ese contexto estadístico, claramente es un tema de relevancia. En forma efectiva o en ciernes, pero lo es. De allí que Pérez Manrique, el ya mencionado presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), sostiene que el máximo tribunal de justicia en las Américas “tarde o temprano la Corte tendrá que atender todo lo que tiene que ver con la Internet, con las redes sociales, con la neutralidad en la red, con los grandes operadores dada la incidencia que estas cuestiones tienen en el desarrollo de la vida interna de los países”.

Conferencia global por el Día Mundial de la Libertad de Prensa 2022, Punta del Este, Uruguay: “Periodismo bajo asedio digital”.

INTERNET ACCESIBLE

En Latinoamérica, sobre una población estimada en 667 millones de personas, casi 456 millones tienen acceso a la que se conoce como red de redes. Claramente, el tema tiene incidencia. “Es importante que haya una Internet accesible a todos y todas para superar la brecha digital”, reflexiona Pérez Manrique durante el transcurso de una conversación que sostuvimos horas más tarde durante un momento de descanso en la Conferencia Global. Claramente, la preocupación que tanto el escritor Cercas, como la académica Zuboff y el magistrado interamericano Pérez Manrique manifiestan por la incidencia que las redes sociales en particular y la Internet en general tienen para el desarrollo democrático da cuenta de una coincidencia relevante. Y mucho más si a esa perspectiva situada se le agrega que la Internet y las redes, en lo que corre de la segunda década del siglo, se presentan sobre el escenario global como una herramienta preferente para vigilarnos, controlarnos o, simple y peligrosamente, espiarnos con multiplicidad de fines. Créanlo o no, la sociedad civil en general y el periodismo en particular nos encontramos bajo asedio digital.

El panorama sobre las acciones en contra de la privacidad de las personas que se ejecutan a través de múltiples dispositivos de uso cotidiano es alarmante. Nos vigilan. No quedan dudas, aunque muchas y muchos lo duden o lo minimicen. “A mí, no me importa”, dicen millones de personas que, además, sostienen enfáticamente: “Yo, no tengo nada que ocultar”. Zuboff lo explicó con claridad en el Centro de Convenciones esteño. “Hace apenas dos décadas 25% de la información era digital, pero ahora nada escapa a internet”, espetó. ¿Es grave? Sí, lo es. Nuestras intimidades, están seriamente expuestas. Hasta tal punto que la Organización de las Naciones Unidas (ONU), desde el 2015 tiene una Relatora Especial Sobre el Derecho a la Privacidad que conduce la jurista uruguaya Ana Brian Nougreres, que monitorea y procura la protección de ese bien social en donde fuere que ocurra. Todos y todas estamos expuestos. Incluso niños y niñas porque la idea, el concepto mismo de “capitalismo de vigilancia”, como Zuboff lo define, señala y puntualiza, “es extractivo” porque “le quita cosas (datos, información) a la gente a través de mecanismos de vigilancia debidamente ocultos de los que quienes como blancos de esas prácticas desconocen o no advierten”.

La académica, explicó tiempo atrás al colega periodista Hugo Alconada Mon, que “esa extracción (de información) es esencialmente ilegítima”, destacó que “crea una brecha creciente entre lo que nosotros podemos saber y lo que otros pueden saber sobre nosotros”, remarcó que esos datos “se convierten en poder a través de lo que se conoce como targeting” y preciso que, luego, “con toda esa información dan forma a un mensaje que te influirá y cautivará”. Añade que los “gigantes” de la Internet “toman sin pedir los datos humanos a escala global para la publicidad dirigida, predicen el comportamiento de las personas y, con esas prácticas, procuran mejorar las ventas”. Pero la complejidad de lo que describe es aún mayor porque de los datos digital e indiscriminadamente recolectados, si son ciertos o no “carece de importancia” porque “incluso la información corrupta ha demostrado ser muy buena para los negocios”. ¿Miénteme que me gusta? Vale puntualizar que esas prácticas para la sustracción de datos solo son posibles si se dispone de desarrollos tecnológicos de enorme precisión que tanto pueden ser utilizados en el mundo de la mercadotécnica como en multiplicidad de asuntos públicos.

Shoshana Zuboff, académica: La autora de “La Era del Capitalismo de Vigilancia” destaca que “hace apenas dos décadas 25% de la información era digital, pero ahora nada escapa a Internet”.

VIGILADOS

Las y los periodistas somos objetivos preferentes en esos ecosistemas agobiantes susceptibles de producir anoxia democrática. Autócratas, anócratas, dictadores disponen de esas tecnologías y las aplican. Pegasus, un software para espionaje que solo puede ser adquirido por gobiernos, es una de esas herramientas violatorias de los derechos humanos que, en El Salvador, se aplica a opositores, periodistas, comunicadoras, comunicadores y líderes de la sociedad civil. El asedio digital se extiende. Lo mismo sucede –aunque se desconoce si con ese software o con otros– en varios otros países en Latinoamérica y el Caribe. También en Punta del Este, Irene Khan, relatora especial sobre la promoción y protección del derecho a la libertad de opinión y de expresión del sistema de Naciones Unidas, “es muy peligroso lo que está ocurriendo”.

Así categorizó las acciones constantes con las que los gigantes de la Internet roban datos personales a los usuarios de redes sociales y a las operaciones ilegales de vigilancia y control que tienen como blancos preferentes a periodistas, comunicadoras, comunicadores, defensoras, defensores y promotores de los derechos humanos que con spywares son vulnerados cotidianamente. Khan revela que “las empresas que venden estas herramientas nos dicen que solo las venden a los Estados, y los Estados nos dicen que solo las usan contra el terrorismo”. La colega periodista de Colombia, Claudia Julieta Duque, quien desde casi 25 años es espiada –después de precisar que en su país 110 periodistas están “bajo protección del Estado”, como ella misma lo estaba hasta pocas semanas atrás dijo, describió y preguntó con claridad: “Yo no soy guerrillera, narco o terrorista, ¿para qué el Estado vigila a los periodistas?”.

Javier Cerca, escritor: “Las redes sociales están fuera de control”.

Luego, agrego: “En seis meses recolectaron más de 25 mil datos de mis movimientos” y reflexionó: “Hace 17 años necesitaban poner varias personas para recolectar 3000 páginas, hoy solo con unos dispositivos pequeñísimos lo saben todo de mí”. Gravísimo. Khan fue hasta el hueso para referirse a las empresas que venden desarrollos tecnológicos para el espionaje: “Debería ser obligatorio cancelar la cláusula de confidencialidad, no puede ser que no sepamos quiénes compran esta tecnología para atacar a periodistas y con qué fines lo hacen”. Duque insistió en que “la tecnología hace que el Estado nos vigile de forma más solapada. Los jueces de la República nos dicen que debemos agradecer que estamos vigilados y protegidos, como si esto fuera un favor que nos hacen y ni siquiera tenemos acceso a esos datos”. Khan fue por más en procura de la responsabilidad gubernamental y destacó que “hay reglas y pautas en las que los gobiernos pueden establecer prácticas de vigilancia, pero también deben ser monitoreados y regulados”. ¿Quién vigila al que dice vigilar? Con todas las letras Duque puso blanco sobre negro sobre lo denunciado por Cercas, Zuboff, Khan, Bauman y muchas otras personas: “Son la violación de derechos humanos más masiva que sufrimos los ciudadanos”, en la historia de la humanidad. Ser víctimas de espionaje, con el fin que fuere, siempre es grave. Aunque “no tengas nada que ocultar”.


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