Por Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas

Abril, desde muchos años, lo asumo como un mes poco común. O, para ser más exacto, muy especial. Quizás, singular y misterioso. Esta noche de viernes, estoy tanguero. ¿Por qué no? Finalmente, mi pueblo natal es el Bajo Belgrano, en Buenos Aires, unos 1160 Km al sur de mi querida Asunción.

No es noche para copón. Un vaso generoso cargado con un Carlón largamente añejado en la cava, me acompañaba instalado en la vieja mecedora. ¡Vinazo histórico y hasta, si se quiere, familiar! Muchas veces lo compartí con don Ricardo, nuestro querido viejo, durante alguna de aquellas salidas con las que evocaba sus épocas de periodista activo en Crítica, aquel diario mítico que cambió – cuando finalizaban los ‘20– para siempre el periodismo gráfico que se hacía hasta entonces. Brindé por su recuerdo y los recuerdos que compartíamos en cada una de aquellas noches. Con el primero de los sorbos supe que era necesario añadir un poco de soda bien fría. ¡Sí, con soda! Guarden las críticas para otro día.

Reivindico al Gato Dumas –buen amigo que se extraña– quien sostenía que “el vino con soda es la bebida nacional, en la Argentina”. Edmundo Rivero no hizo esperar en la noche nostalgiosa. “Con veinte abriles me vine para el centro, / mi debut fue en Corrientes y Maipú; / del brazo de hombres jugados y con vento [plata, dinero], / allí quise, quemar mi juventud…” Sonreí con los ojos entrecerrados. “Cabaret… ‘Tropezón’…, / era la eterna rutina. / Pucherito de gallina, / con viejo vino carlón”. Pero, más allá del Tropezón, aquel histórico restaurante en el 248 de la avenida Callao –que aún se mantiene en pie, con reformas– donde por décadas se cenaba en cualquiera de las horas de largas trasnochadas, los “veinte abriles”, que añoraba en su cantar Don Edmundo, colocaba nuevamente al atractivo mes de Abril, así, con mayúscula, en lo más profundo de mí.

ABRIL Y JUVENTUD

Era práctica social construir sinonimia entre años y abril, cuando se mencionaba a jóvenes. Cierta vez, en Madrid – uno de mis lugares en el mundo y en donde me siento como en mi propio barrio– un académico explicó, en una larga sobremesa en Sobrino de Botín, en el 17 de la Calle de los Cuchilleros, que “con la palabra abriles, en reemplazo de años, se hacía referencia a los jóvenes porque, justamente, ese mes es primavera, cuando todo es fuerza y juventud”. ¡Vale! Desde entonces, nunca pude dejar de agradecer aquella explicación y, mucho menos, a ese mes paradigmático que comencé a sublimar.

El viejo profesor –cuyo nombre no puedo recordar– fue la llave que me faltaba para comprender a Joaquín, cuando se pregunta y nos pregunta “¿Quién me ha robado el mes de abril?”. Refiere a un drama. Sabina, con aquella creación –uno de sus clásicos– musicalizó los años mayores de “Sinatra”, el personaje principal de una película que da cuenta de la declinación etaria y actoral de un cantante popular que se ganaba la vida con la imitación de “La voz”, del mítico Frank. “En la posada del fracaso / Donde no hay consuelo ni ascensor / El desamparo y la humedad / Comparten colchón / Y cuando por la calle pasa / La vida como un huracán / El hombre del traje gris / Saca un sucio calendario del bolsillo / Y grita / Quién me ha robado el mes de abril / Cómo pudo sucederme a mí / Quién me ha robado el mes de abril / Lo guardaba en el cajón / Donde guardo el corazón”. Tristeza y soledad. Soledad y tristeza que no solo afecta al viejo cantante terminal sino que también revela que –descubrir de hoy para dentro de un rato la senectute que lo abruma– le paso a su propia madre y, pese a ello, él no pudo, no quiso o no supo verlo. Sinatra, abrumado, lo recuerda –o descubre– en su letanía, con la voz de Joaquín. “El marido de mi madre / En el último tren se marchó / Con una peluquera / Veinte años menor / Y cuando exhiben esas risas / De instamatic en París / Derrotada en el sillón / Se marchita viendo Falcon Crest / Mi vieja, y piensa, / Quién me ha robado el mes de abril / Cómo pudo sucederme a mí / Quién me ha robado el mes de abril / Lo guardaba en el cajón / Donde guardo el corazón”. Resisto, pese a todo. Abril, no es envejecer.

UN FADO Y UNA MENTIRA

Doña Juanita, nuestra abuela, cuando con Miguel Ángel, mi querido hermano, éramos niños, canturreaba lo que siempre supe era un fado. Llamaba mi atención porque, en general, solía cantar algún fragmento de “O sole mío” o “Tiempos viejos”, tangazo enorme, mientras preparaba aquel arroz con leche, cientos de veces soñado. Con el tiempo supe que, lo que la abu cantaba era “Abril en Portugal”. ¡Nuevamente ese mes atravesado en mi camino de vida! ¿Cuáles serán los misterios que se atesoran en ese mes y en ese país lejano?, me preguntaba cuando escuchaba a la abuela cantar. La imaginación volaba. Alto. Muy alto. Pero, como lo enseñaba Vox Dei, allá por el ‘72, en el siglo pasado “Todo concluye al fin, nada puede escapar / Todo tiene un final, todo termina”. Algunas ilusiones –incluidas las de la niñez– aunque no todas, afortunadamente, también.

Y, ésta que me alcanza esta noche, cuando en minutos más comience a reinar el sábado, se desvaneció, allá por los ‘90, en Lisboa cuando supe que, lo que tarareaba doña Juanita –”Abril en Portugal”– eran los versos del poeta Jose Galhardo envueltos con la música de Raul Ferrão, enorme músico popular y, ambos lo titularon “Coimbra”. La compusieron a pedido, en 1947, para que en la película “Capas Negras”, la cantara Alberto Ribeiro. Pero la trascendencia mundial de aquella creación la alcanzó cuando comenzó a entonarla –como nadie nunca jamás– Amália Rodrigues, enormísima fadista. Al escucharla, supe que en ninguno de los tres versos de aquella pieza musical se menciona ni alude al mes de abril. Ni a Portugal. Difícil de asumir.

Tal vez pensé, por alguna razón incomprensible –seguramente comercial, alejada de todo sentimiento y con la letra modificada– se la menciona en inglés como “April in Portugal” y, en francés, “Avril au Portugal”. Curioso, por cierto, pero con ese título fue parte de los repertorios de Louis Armstrong, Caetano Veloso, Chico Buarque, Roberto Carlos, Julio Iglesias y una larga lista de artistas tan relevantes como los que ya mencioné. Pese a ello quise conocer Coimbra –donde nacieron seis reyes portugueses– aquella bella ciudad que conserva aún pulsos medievales en sus patios, en sus calles estrechas, en sus puentecitos por debajo de los cuales, en algunas oportunidades lentamente, corre el Mondego, en procura de Figueira da Foz donde desemboca en el Atlántico interminable. Pero Abril –insisto, así, con mayúscula– también apuesta al escapismo a partir de la diversidad cultural.

NISÁN Y PASCUA CRISTIANA

Lo llaman Nisán, en el calendario israelita que es lunar y no solar. De allí que la Pascua –el “paso” en hebreo, una gran festividad religiosa con la que se celebra cuando el pueblo judío salió de Egipto– en esa comunidad, se celebra el 14 del mes de Nisán –parcialmente abril– porque, en esa fecha, la Luna ocupa un lugar puntual, exacto y no otro en la esfera celeste. En el 2011, del conocimiento hecho palabra de un guía que nos acompañó a un grupo de becarios de la fundación TESA, en Israel, supe que porque el calendario luni-solar hebreo guarda diferencias con el solar que aplica una buena parte de la aldea global, las fechas en que se celebran las llamadas Pascua Judía y la Nueva Pascua Cristiana son cambiantes aunque siempre entre marzo y abril que son los meses en que se encuentra el 14 de Nisán en el calendario de los hebreos.

En los primeros años de nuestra era –según esas creencias– Jesucristo instauró con la Eucaristía, la “Nueva Pascua”, en esa fecha cuando luego de compartir el pan y el vino con sus apóstoles, les indicó “hagan esto en conmemoración mía”. La coincidencia epocal se da y mantiene a través de los siglos porque, según lo explica el académico Adán Pérez Treviño, magíster en Sistemas de Creencias de la Universidad de Monterrey, “Jesús [cuando instaurara la Nueva Pascua] sobrepone esta celebración a la celebración judía. En el mismo día”. El 14 de Nisán que, algunos años, coincide con abril. Pero no es todo.

EL RAMADÁN

El habibi Hamurabi Noufouri, un hermano en el Islam que la vida me regala desde poco más de tres décadas, me enseña que “el mes del Ramadán, el más sagrado de todo el calendario islámico, porque fue el elegido por la divinidad para dar a conocer la Torá a Moisés; los Salmos a David y las enseñanzas bíblicas a Jesús, este año coincide totalmente con el mes de abril”. Lo escuché con la atención de alumno que siempre quiere aprender de su maestro. Nuestras tertulias en Whatsapp suelen ser extensas. De allí que –sin imponernos límites de tiempo pese a que la madrugada del sábado avanza indetenible– destacó que “como herencia cultural, hay que registrar que, desde aproximadamente el siglo 13, a partir de las traducciones del árabe al castellano, nuestro idioma está enriquecido por una valiosa diversidad”. ¿Entonces, azizi?, pregunté.

“Esa riqueza que tiene nuestro idioma, con tesoros árabes incrustados en nuestra cotidianidad es la que nos permite participar de las celebraciones del Ramadán, más allá y más acá del islam, habibi”, respondió. El video finalizó unilateralmente. Me sorprendí. Pero, inmediatamente, supe que la enseñanza no finalizaba. Mi vocación por aprender, tampoco. Entro un mensaje de texto: “En este sagrado Ramadán, como regalo, comparto contigo algunas de las palabras que desde el árabe llegaron a nuestro idioma para quedarse: almuerzo, afanar, bofe, chapar, jeta, satén, arrabal, rambla, badén, adobe, café, fonda, caramba…”. La lista es demasiado extensa. Una vez más Abril –así, con mayúscula– me sorprende, me atrae y me pide saber más acerca de él. También se llama Nisán y Ramadán.

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