Por Rocío Gómez, corresponsal de Nación Media

Olexander, Valeria, Boris y Miguel llegaron a nuestra tierra en busca de paz, huyendo de la guerra en Ucrania. Son los primeros refugiados ucranianos en llegar a tierras guaraníes, ubicándose en el centro de Encarnación.

Cuando una historia es tan dura, es difícil saber por dónde empezar. La familia Postoliuk tenía una vida normal en un departamento de Kiev, la capital de Ucrania, y los fines de semana viajaban a una casa de campo que tienen cerca de la localidad de Bucha, a algunos kilómetros de la ciudad. Él es programador, ella y el hijo mayor son odontólogos y los dos hijos menores asistían felizmente a una escuela en Kiev.

Olexander, el padre, acostumbraba viajar. En febrero se encontraba en Paraguay porque estaba en sus planes cambiar de vida y mudarse de continente, pero no sabía que eso pasaría tan rápidamente. Visitaba Paraguay por segunda vez y Sudamérica por cuarta vez, organizando el papeleo para poder convertirse en ciudadano paraguayo. Llegó justo un día antes de que Rusia decida atacar Ucrania.

LA INVASIÓN RUSA

Al iniciar las hostilidades, Valeria y los niños se encontraban en la casa de campo, sin saber que su vida cambiaría para siempre. Con los primeros ataques militares, se refugiaron por tres días en el sótano de la casa que funcionó como búnker.

El tercer día, viendo el desarrollo de la guerra, el hermano de Valeria la llamó y advirtió que si no huía a Kiev, la capital, ya no podría salir de la zona de Bucha. La madre de Valeria también vive en Kiev y tiene 65 años. Tanto ella como la madre de Olexander, de 71 años, no quieren dejar su país. Para los Postoliok fue un momento crítico, ella y los niños encerrados en el sótano, tratando de calcular cuál sería la mejor decisión.

“Vivimos en el sótano, pero las veces que subí a agarrar comida, ropa o lo que necesitábamos de la casa, sentía cómo temblaban las paredes, cómo saltaban los vasos en la mesa y escuchaba las bombas cada 3 minutos”, me explica la valiente mujer en un inglés crudo mezclado con ucraniano. Ella se encargó de la sobrevivencia física de su familia, pero en comunicación con su esposo tomó la decisión de huir a la capital por una ruta llena de tanques destrozados y cenizas.

Todo era cuestión de minutos. “Cuando los helicópteros rusos sobrevolaban y los escuchábamos, en minutos podrían llegar hasta nuestras casas y ocupar la zona”, señala, todavía con preocupación en sus azules ojos, acotando que los soldados rusos, además de asustar y matar civiles, violaron a un montón de mujeres y niñas.

Como si se tratara de una película, nos comenta que hay dos puentes para cruzar desde la casa de campo en Bocha a Kiev, y que cuando terminaron de cruzar uno de ellos, el otro quedó destruido en cierta parte, sin poder ser utilizado para circular.

Tan pronto como se fueron, las bombas empezaron a caer cerca de la casa. Las ventanas y puertas se destruyeron. La gente aprovechó y saqueó la casa, robando desde electrodomésticos hasta platos y cubiertos. “Lo perdimos todo, pero no nos importa porque estamos a salvo”.

Todo este informe de la casa lo recibían diariamente gracias a un vecino que quedó muy conmocionado, pero que siguió viviendo allí porque no tenía a dónde ir. Este amable sujeto adoptó al perro de los Postoliuk para alimentarlo y cuidarlo. “Nuestro perro es un mestizo que llegó de la nada a casa, lo adoptamos y le pusimos de nombre Paraguay. Mucha gente dejó a sus mascotas con este vecino porque ama a los animales”, señala Olexander.

Valeria, entonces, nos menciona que también estaban muy preocupados por su gatita Masha, que quedó encerrada con mucha comida. Sin embargo, al romperse las ventanas con el bombardeo, Masha huyó y buscó refugio en donde sintió que sería bienvenida, con el vecino amante de los animales.

“Ahora todo ese territorio está sin ocupación militar rusa, pero algunos lugares están con minas ocultas para matar a quienes pisen en falso. Las personas empezaron a regresar a sus hogares pero no hay electricidad ni internet”, comenta Olexander, mirando a lo lejos, alcanzando con el pensamiento a sus vecinos y su amada tierra. Sin embargo, él le pone humor a la situación y ríe porque no pudieron robarle el auto a raíz de que tenía problemas mecánicos que dejó sin solucionar.

Por un mes, la mamá y los niños vivieron en una zona segura, tiempo en el que Andrés Baranski, presidente de la Asociación de Ucranianos en Paraguay, los ayudaba con el papeleo. Hasta que, finalmente, inició el viaje que reuniría a una conmocionada familia.

LA TRAVESÍA HASTA ENCARNACIÓN

La travesía migratoria se inició con un viaje en auto. El hermano de Valeria la llevó hasta la frontera con Moldavia. Allí, con ayuda de los voluntarios de distintas ONG, lograron llegar a Rumania. Luego, llegaron por tren a Italia, cada vez más ansiosos por llegar a destino.

Lamentablemente, en Italia tuvo lugar una gran tormenta que atrasó el vuelo por dos días, costando bastante caro el hospedaje de dos noches en un hotel en el aeropuerto de Milán para la madre y los dos niños. Cuando pudieron partir, llegaron a Madrid, España, y desde allí en un vuelo de 12 horas hasta Asunción.

Tras 7 días de viaje, arribaron finalmente a los brazos de Olexander en la hermosa Encarnación, donde tuvo lugar el anhelado reencuentro familiar.

En la capital de Itapúa alquilan un piso entero de un departamento en el centro porque cuesta lo mismo que cuesta alquilar de solo una habitación en Kiev. “Paraguay nos resulta un país accesible, yo tengo trabajo porque no necesito estar físicamente para trabajar”, señala el padre, que es programador.

EL HIJO QUEDÓ EN LA GUERRA

El único integrante de la familia que no pudo venir a Sudamérica fue el hijo mayor, Anton, que tiene 22 años. Esto se debe a la ley marcial, que obliga a todos los hombres de 18 a 60 años a defender su país y a quedarse.

“Mi hijo se quedó con mi hermano en Kiev. Es muy duro para mi como madre, pero tengo muchísima esperanza de que esto termine pronto. Sueño con que esto termine…”. Valeria se quiebra, su esposo la abraza, las lágrimas superan las palabras. El dolor de haber visto asesinatos, de conocer sobre violaciones a niñas desde 2 años, la carga emocional rompe la entrevista con un silencio que no nos atrevimos a romper.

Olexander aprovecha el silencio y nos comenta lo difícil que fue para su esposa dormir tranquilamente los primeros días. Cuando pasó una moto sin silenciador, saltó de la cama y gritó que tenían que huir, con los latidos del corazón latiendo fuertemente, sin percatarse de que ya estaban a salvo. Solo la contención del marido logró calmarla y de a poco conciliar el sueño nuevamente.

Respecto a los niños más pequeños, Boris tiene 10 años y Miguel, 12. Refieren que están felices y disfrutan del nuevo país en el que están. La dificultad mayor actualmente es la escuela. “Tenemos muchas horas de diferencia horaria y mis hijos todavía no se acostumbran a este horario. Se tienen que despertar a las 2 AM para ir a la escuela de forma online. A ellos les gusta mucho la ciudad, pero ayer nuestro hijito más chico se enfermó y levantó fiebre. Creemos que es por el estrés del viaje. Llamé a Baranski y fuimos al hospital, en dos horas volvimos y ya conseguimos medicamentos.

¿POR QUÉ PARAGUAY?

“Elegimos Paraguay por la gente, porque las mejores personas del mundo están en Paraguay. Todos te van a ayudar. Es la principal razón por la que estoy en Paraguay”, indica el padre.

Por el momento, solo necesitan asistencia para apurar la documentación y vivir de manera legal en el país. A eso se suma la necesidad de traducción, ya que hablan en inglés y ucraniano, pero están siendo acompañados de cerca por los ucranianos y descendientes de ucranianos que viven en Encarnación y alrededores.

ABIERTOS A RECIBIRLOS

Desde la Asociación de Ucranianos de Paraguay indican que están completamente disponibles para ayudar a los refugiados en todo lo que respecta a trámites dentro del país. No así a lo que corresponde a la documentación internacional, ya que esto recae directamente en las diligencias del consulado ucraniano en Paraguay.

Andrés Baranski, presidente de la asociación, indica las dificultades a las que se enfrentan los ucranianos para llegar a Sudamérica. “El tema es el costo del pasaje de Europa a Sudamérica. No es así nomas que las aerolíneas los aceptan porque la mayoría sale sin pasaporte, sin esquema de vacunación completo, incluso hay países que les colocan la vacuna al llegar y les hacen guardar cuarentena”.

Ellos tienen certificado que solicitaron estatus de refugiado, que implica las diligencias de vida y residencia, un certificado del hospital firmado por un psiquiatra, entre otros trámites. Para este fin, solicitan mayor acompañamiento de la Gobernación de Itapúa.

El gobierno de Ucrania sabe que Paraguay está abierto a recibirlos a través de esta asociación, según asegura Baranski.

UN PAÍS BUSCANDO REFUGIO

Al menos 4,3 millones de personas salieron de Ucrania buscando refugiarse en distintos países del mundo, según los últimos datos difundidos por el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). Gran parte de esta cantidad impresionante de migración forzada se da en los países europeos.

A su vez, la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) estima que los desplazados internos, es decir, gente que abandonó sus hogares y ahora vive en otros puntos dentro de Ucrania, llegan a los 7,1 millones de personas. La situación es dramática y considerada por varios expertos como la mayor migración que se haya tenido en Europa del Este en los últimos tiempos.

RED DE ORFANATOS, UN CASO SIN PRECEDENTES EN EUROPA

Según reporta la agencia de noticias AFP, Ucrania, con un gran número de niños en orfanatos, internados o instituciones para personas con discapacidades, es un caso único en Europa. El ACNUR calcula el número de estos niños en al menos 100.000. Algunas oenegés lo estiman en hasta 200.000.

Varias organizaciones no gubernamentales describieron a la AFP una vasta red de instituciones -heredada de la época soviética y que evolucionó poco desde entonces-, cuya gestión está dividida entre varios ministerios sin visión común y a veces se ve salpicada por la corrupción.

Según los expertos, es un sistema cerrado que se autoalimenta para preservar los fondos, en particular de los donantes extranjeros. Y esto va en detrimento del interés de los niños, que están expuestos a problemas de salud y retrasos en el desarrollo, señalan las oenegés.

Otra particularidad de Ucrania es que la mayoría de los niños internados en este tipo de institución no son huérfanos en el sentido literal del término, y tienen al menos un progenitor, según las oenegés.

Debido a la pobreza, el desempleo o a problemas sociales de los padres, a una discapacidad mental o física del niño, o bien a problemas de salud o del lenguaje, la tendencia -debido a la falta de servicios sociales que permiten apoyar al padre o a los padres- es enviarlos a estos orfanatos.

Muchos ucranianos que trabajan en Rusia o en otros países europeos confían a sus hijos a los abuelos, tíos o tías. Pero a veces esto no es posible “y estos niños se convierten en ‘huérfanos sociales’ vulnerables” que son colocados en instituciones, observa Geneviève Colas, coordinadora del colectivo Juntos contra la Trata de Seres Humanos para Cáritas Francia.

Este universo, que incluye a bebés (de 0 a 4 años) es, desde hace años, objeto de preocupación y ha sido escenario de abusos en algunos orfanatos.

Hope and Homes for Children publicó un informe sobre el sistema titulado “La ilusión de la protección”, que estima en cerca de 700 el número de instituciones en el territorio ucraniano.

A principios del 2020, cerca de 2.800 bebés y niños pequeños estaban distribuidos en unos 40 centros de este tipo.

Una reforma con alternativas al orfanato fue iniciada en el 2017 por el Gobierno, pero no permitió mejoras significativas e incluso se detuvo a finales del 2021.

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