Por Romina Galeano, albaromigaleano@gmail.com

Fotos: gentileza de Rocío Gómez (LN Encarnación)

Descendientes de los pioneros ucranianos que llegaron a estas tierras huyendo de las guerras y se afincaron en la zona de Encarnación y otras localidades, así como en la provincia argentina de Misiones, nos hablan de su vida familiar, de cómo conservaron y siguen conservando sus costumbres y el amor por ese terruño que hoy está tan lejos en kilómetros, pero tan cerca en el corazón de tantas familias que sufren con cada noticia sobre la infame guerra.

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“En kilómetros capaz estemos lejos, pero en amor y corazón estamos de frente” son las palabras de Andrés Baranski, presidente de la Asociación de Ucranianos Prosvita Cultura del Paraguay, vive en la ciudad de Encarnación y es descendiente de los primeros inmigrantes en Paraguay, quien con mucho pesar resaltó su sentimiento latente hacia el país de sus raíces que atraviesa una terrible situación.

Hacia el año 1938, cuando estaba iniciando la Segunda Guerra Mundial, mis abuelos Clemente y María nacidos en Ucrania decidieron salir de su nación y subir a un barco en Polonia con dos niños en brazos, y llegaron hasta el continente americano tras 45 días de viaje, su primera parada fue en Argentina, de allí partieron a Paraguay, donde el Gobierno Nacional cedió a los inmigrantes unas hectáreas de tierra en distintos puntos de Itapúa, asentándose así en el distrito de Capitán Miranda.

Trabajo duro. Tener un caballo y un arado para lograr salir adelante era uno de los sueños más anhelados por los pioneros.

ANHELABAN LA PAZ

Estando en Ucrania, tuvieron tiempo de mirar fotografías (era la única manera de tener información de otros países) y elegir dónde migrar, vieron que Paraguay contaba con una gran riqueza natural, y el clima estable, confiando que podían emerger. “Cuando hay conflicto o guerra en tu país, lo primero que anhelas es la paz, y mis abuelos con tantas emociones encontradas al salir corriendo de su país que le vio nacer, crecer y surgir, tuvieron que dejar todo y buscar la paz, lo encontraron en el suelo guaraní donde ya echaron raíces”, señaló Baranski.

DEJAR TODO Y EMERGER CUESTE LO QUE CUESTE

Unas 25 hectáreas fueron dadas a la familia por parte del Gobierno, en ese entonces el distrito de Capitán Miranda, ubicado a unos 10 kilómetros de Encarnación, tenía pocos habitantes, y mucho monte. Para su autoconsumo debían hacer su propia huerta, de los árboles que se encontraban en los alrededores se proveían de la madera y construían para sus viviendas y todo lo que pueda ser útil. “No fue fácil para mi familia dejar todo en Ucrania y empezar de cero en un país totalmente distinto, allá se dedicaban a la agricultura y al llegar a Paraguay tuvieron que hacer diferentes labores para subsistir. Plantaban maíz, vendían madera, cultivaban trigo y, resultado de ese esfuerzo, lograron comprar un caballo que les ayudo muchísimo. Mi papá y su hermano se trasladaban casi siete kilómetros a caballo para llegar a la escuela en la compañía Itangu’a’i de Encarnación”. Tuvieron una escuela hecha por los ucranianos, donde uno de los inmigrantes enseñaba el idioma y la cultura europea. En los hogares mantuvieron siempre sus tradiciones gastronómicas, religiosas y culturales.

Según cuenta la historia, los ucranianos se destacan por ser los propulsores de la domesticación del caballo, la invención de la rueda y el trabajo con metales, y todo esto fue útil para que los primeros inmigrantes en tierra itapuense construyan su propio karumbé (medio de transporte, que tiene un pequeño carro con techo, tirado por un caballo) y se dediquen al rubro, su parada quedaba al costado de la estación del ferrocarril de Encarnación y trasladaban a muchos pasajeros por los lugares periféricos y por el centro de la ciudad. Pasados los años, compraron para su terreno por ocho mil guaraníes en la capital de Itapúa, hoy día situado en pleno centro, ubicado a media cuadra de la Plaza de Armas, donde con trabajo, esfuerzo y amor, criaron a sus hijos y nietos, que pese a no nacer en la tierra de sus ancestros, abrazan y mantienen en alto el patriotismo hacia su país.

Los barcos repletos de familias que escapaban de la dureza de las guerras en Europa y llegaban a América con ilusión.

COMENZAR SIN NADA

El historiador y profesor Julio Sotelo destaca que un 4 de mayo del 2007 falleció en Encarnación Nicolás Remezowski, nacido en Ucrania el 1 de mayo de 1923, hijo de José Remezowski y Paraskevia Zlupko. Los Remezowski, ucranianos, salieron de su país vía Polonia. Cruzaron el océano en un barco francés de nombre Zorra. Llegaron al puerto de Buenos Aires y de ahí a Cerro Azul, Misiones. Al encontrar que el lugar no era adecuado para quedarse, volvieron a Posadas. En la capital provincial estuvieron una semana y luego cruzaron a Encarnación con documento argentino. Sus padres llegaron al Paraguay en 1925, con dos hijos: Nicolás, de 2 años, y Ana, todavía una bebé. Con ellos vinieron otras siete familias, que las autoridades de Encarnación llevaron a Urú Sapucai. En este lugar comenzaron sin nada. Cuando llegaron a este lugar no tenían conocimiento en qué estación del año estaban, no entendían el idioma que hablaban los pobladores, con sus vecinos lugareños se comunicaban con señas. Con lo poco que tenían, comenzaron a trabajar construyendo precarias viviendas con techos de ramas para protegerse. Durante los primeros seis meses vivieron a la intemperie. Llegaron en verano, por eso no tuvieron problema con el clima, pero buscaron la forma de refugiarse de los mosquitos y todo tipo de alimañas. No tenían nada que comer y con elementos rudimentarios comenzaron a cultivar para poder tener de que alimentarse. Mientras esperaban que la tierra produjera alimentos, las familias se alimentaban de los peces que pescaban en los arroyos. Un vecino de apellido Castelnovo les cedió una lechera, para que los niños pequeños puedan alimentarse. Los hombres iban a Hohenau a tarefear yerba mate y al regresar traían maíz y otros productos, mientras que las mujeres cuidaban las chacras, veían que los vecinos consumían una raíz, que hervían como si fuera papa, era la mandioca, producto desconocido para ellos, la plantaron, con tan buena producción, que les sirvió como elemento de cambio, para conseguir en trueque animales domésticos para la crianza y consumo. Así vivieron durante siete años, luego las propiedades fueron parceladas y pudieron adquirir su chacra de 10 hectáreas pagándolas en cuotas.

En setiembre de 1926, cuando el ciclón destruyó Encarnación, el Sr. Remezowski y otros colonos vinieron desde Urú Sapukai para ayudar a los sobrevivientes de aquel luctuoso acontecimiento.

Las familias Baranski y Remezowski, al igual que muchos inmigrantes, fueron quienes ayudaron al desarrollo, crecimiento y población del territorio paraguayo sin dejar de lado sus costumbres y tradiciones, logrando que renazca el patriotismo hacia ambas naciones a pesar de los años y las circunstancias, dejando un enorme legado a sus descendientes, quienes ahora sufren a distancia por el nuevo conflicto disputado en la tierra de sus antepasados.

Fruto del trabajo duro, las familias ya asentadas comenzaron a progresar, y respetaron sus costumbres.

DE EUROPA A TIERRA GUARANÍ

Después de la Guerra contra la Triple Alianza, la principal condición para ingresar al Paraguay fue ser de oficio agricultor. Y según datos proveídos por el historiador Sotelo, respondiendo a ese criterio –para lo cual se habían dictado leyes especiales– llegaron al Paraguay colonos italianos, australianos, franceses, alemanes e ingleses a quienes se sumaron luego sirios, libaneses, yugoeslavos, checoeslovacos, polacos ucranianos, rusos blancos, japoneses y menonitas procedentes de la URSS, de Estados Unidos, Belice y México, y más recientemente comerciantes coreanos, chinos y árabes.

Desde la segunda década del siglo XX, el departamento de Itapúa recibió un flujo de inmigrantes europeos de enorme magnitud. Los europeos se establecieron en estas tierras con sus costumbres, sus sistemas políticos, su religión y su cultura. De estos inmigrantes que vinieron en la zona, numerosas familias se hicieron de tierras en los alrededores de Encarnación, levantaron sus rudimentarias viviendas y comenzaron a sembrar para poder subsistir.

A medida que fueron llegando se establecieron en varios lugares de Itapúa, tales como Coronel Bogado, Santo Domingo, Urú Sapucai, Alborada, Nueva Ucrania, Fram, Carmen del Paraná y Capitán Miranda. No sabían el idioma, vinieron de lugares con temperatura extremadamente fría y tenían que acostumbrarse a un clima de mucho calor, con mosquitos y todo tipo alimañas, cuyas picaduras les eran muy dañinas. Lo poco en vestimenta que pudieron traer era abrigo. Comenzaron a cultivar con elementos rudimentarios y se vieron obligados a producir alimentos que para ellos eran desconocidos.

La sobrevivencia y el trabajo agrícola durante los primeros años fueron extremadamente difíciles. Pasaron hambre y vivieron en la más absoluta precariedad respecto a la atención de la salud, educación y seguridad, además de la angustia del desarraigo. Durante los años de mayor flujo migratorio, el Paraguay enfrentaba la Guerra del Chaco, este hecho frenaba las inversiones y el desarrollo de la infraestructura vial, como también la construcción de escuela y centro de salud, destacan en su libro “Época de oro” el profesor e historiador encarnaceno, conjuntamente con el licenciado Benítez.

“Los inmigrantes centroeuropeos, descendientes de pueblos eslavos, llegaron con el propósito de trabajar y hacer la América. Gran parte de estos se establecieron en el sur del país, en el departamento de Itapúa, región cubierta por una milenaria selva a la que con fe, tesón y sacrificio la convirtieron en prósperas y productivas chacras de trigo, avena, maíz, girasol, arroz, soja, mandioca, plantas frutales, tung, yerba mate y otros cultivos. Con una visión de trabajo y la necesidad de habitar en un lugar alejado de la intolerancia, las persecuciones políticas del comunismo soviético, unos 20.000 eslavos (checos, eslovacos, ucranianos, rusos blancos y polacos) llegaron al país y crearon diversas colonias agrícolas donde pretendían encontrar un oasis de paz y un lugar donde podían establecerse para siempre…”, escribió el Dr. Roberto Zub en su libro “Ataque a Fram”.

Inmigrantes ucranianos listos para partir hacia América en busca de un futuro mejor.

CIMIENTO DE UN PATRIOTISMO VIGENTE

Gastronomía, religión y arte son los cimientos que mantienen intacta la pasión hacia la tierra europea en la sangre de los descendientes nacidos en Paraguay.

“Nos dejaron como legado las costumbres y celebraciones. Por citar algunas: la Navidad y Año Nuevo lo festejamos en otra fecha, utilizamos el calendario Juliano como en otros países ortodoxos, y la Navidad celebramos el 6 de enero en lugar del 25 de diciembre, en la mesa debe servirse 12 tipos de comida, pues, cada uno representa a los doce apóstoles. El año nuevo celebramos el 14 de enero. En Semana Santa nos reunimos las familias y pintamos los huevos de diferentes colores y formas. El casamiento lo celebramos por tres días, tradicionalmente el primer día se festeja en la casa de la novia, luego del novio y por último en lo del padrino”, comentó emocionado don Andrés.

Encarnación, la ciudad sureña, cuenta con un centro comunitario ucraniano donde enseñan su pintoresca y atractiva danza, tienen una iglesia ortodoxa y una católica. En el barrio Ka’agua Rory se ubica una de las avenidas principales que lleva el nombre de Ucrania en homenaje a los inmigrantes que ayudan al desarrollo de la comunidad. También en la Plaza de Armas de Encarnación se encuentra el busto de Tarás Shevchenko, instalado en 1976.

En el departamento funcionan filiales de la Asociación Cultural Ucraniana Prosvita (en las localidades de Encarnación, Carmen del Paraná, Santo Domingo, y Urú Sapukai), iglesias ortodoxas ucranianas (entre ellas, la Iglesia Autocéfala y la Iglesia Ortodoxa Ucrania del Patriarcado de Kiev). Iglesias griego-católicas, la Hermandad San Jorge (incorpora a las iglesias ortodoxas) y asimismo la Asociación Ucraniana Evangélica Bautista. Los ucranianos étnicos también están representados en la Asociación de los Inmigrantes y Descendientes Eslavos del Paraguay en la ciudad de Coronel Bogado, que además de la colectividad une a las colectividades eslavas. Desde la década de 1930 la Sociedad Ucraniana Prosvita ha organizado salas de lectura, bibliotecas, diferentes tipos de eventos en los centros comunitarios ucranianos por la zona.

Fotos familiares de quienes llegaron a estas tierras en busca de paz.
Las familias ucranianas llegadas a Encarnación y zonas aledañas comenzaron sin nada. No entendían el idioma ni sabían en qué estación del año estaban.
Comenzaron a construir precarias viviendas con techos de ramas, luego hicieron casas de madera.
La fe, en sus distintas expresiones, como las iglesias ucranianas ortodoxas o católicas y demás confesiones también forman parte de la rica historia de inmigración.

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