Por Óscar Lovera Vera, periodista

La misteriosa desaparición de una pareja de alemanes en el año 2010 llevó a la policía de Ypacaraí a una búsqueda que no duró mucho. El crimen denotaba una ejecución sin razón aparente y una investigación desorientada en sus primeros pasos.

Caminaba lento y disfrutando de la brisa fresca que soplaba su rostro, el ventarrón de julio hacía a un lado su cabellera, repensándola en uno de sus hombros. Liz Carolina tenía 24 años y su obligación era acudir a diario a la casa de una pareja de alemanes para asearla, cocinar y realizar mandados que pudieran pedirle sus patrones. Viajaba cada día hasta el barrio San Blas, en la ciudad de Ypacaraí. En ese mismo sitio, la casa de campo con aire europeo, de mucha madera y un amplio jardín, se convertía en su destino cada semana.

La semana arrancaba algo lenta para esa joven, era un lunes del quinto día del mes de julio, el calendario nos situaba en el año 2010. En su cabeza, no tan perturbada por el ritmo de la ciudad, sonaba una música pop que la sintonizó el domingo al mediodía mientras almorzaba en familia. Esa nostalgia de pocas horas le daba cierta calma para afrontar otro día de trabajo, no es no lo quería hacer.

El motivo, más bien, era la monotonía del silencio de la pareja de europeos para la que trabajaba. Poco diálogo, menos contacto visual, eran misteriosos. Cosas que chocaban con su raza guaraní, acostumbraba a conversar mucho. Así disfrutaba más de su tiempo. Pero de lunes a viernes esto no ocurría.

Eckhard Kuri Otto Aparofsky tenía 69 años y su pareja le sacaba alguna ventaja en la edad, Mieke Wanzel. Solo llevaba unos meses de haber cumplido los cuarenta años.

Se casaron al principio del segundo milenio y en el 2005 decidieron viajar a Paraguay, atraídos por su exótico paisaje, principalmente en las ciudades alejadas de la urbe.

Eckhard invirtió su dinero en comprar propiedades y viviría de la pensión de su país y la venta de inmuebles. Un negocio lucrativo en la ciudad y le permitiría disfrutar su retiro con comodidad.

EN LA SEGUNDA PLANTA

Liz sabía que a su llegada a la residencia el reloj marcaría las 8 de la mañana. Lo tenía bien aprendido. Pero algo le llamó la atención, el portón estaba sin el seguro. Algo no habitual, porque los dueños de la casa eran quisquillosos con la seguridad. No se sentían tan protegidos al estar solos en la casa.

Se sacudió una primera impresión de la cabeza y cruzó el portón de hierro macizo.

El tiempo le descontaba efectividad, Liz tomó una escoba y comenzó a abanicarla contra el suelo, comenzó por el primer piso. En la segunda planta estaba la habitación del matrimonio y no quería despertarlos. Ya llevaba unos minutos, tocaba sacudir con un plumero los muebles, uno a uno. Si el hombre era quisquilloso con la seguridad, con la limpieza lo era aún más.

Mientras tarareaba esa música del domingo, oyó que alguien llamó a la puerta. Era Peter, un amigo de la familia. El silencio le produjo intriga: –¿Y los patrones? –interpeló curioso.

-No han despertado, señor. Están todavía en su pieza.

Pero eso no le convenció al visitante; quedó en reunirse temprano con Eckhard y el reloj daba cuenta que transcurrió la primera mitad de la mañana.

Subiré a buscarlos, permiso.

Peter abrió cada puerta, todas estaban sin seguro. Nadie las habitaba. La pareja no se encontraba en la residencia.

Peter le pidió a Liz que lo acompañe a la comisaría de la ciudad. Para ese entonces transcurrió una hora. La Comisaría Quinta no quedaba muy lejos de la casa y con la prisa en la que fueron, se hicieron la idea que acortaban los tiempos para saber qué pasó.

-Oficial, quiero conversar con el comisario. La pareja de alemanes Eckhard y Mieke desapareció. La joven, aquí a mi lado, encontró el portón principal sin seguro y temo que algo les haya sucedido.

Peter se mostraba preocupado, nunca antes la pareja había abandonado la casa sin –al menos– dejar encargada a la joven que realizaba los quehaceres.

La denuncia llegó rápido hasta el comisario, que sin mucho protocolo de aguardar un día desaparecido para reaccionar, ordenó sin demora a sus comandados que inspeccionen cada rincón de la propiedad.

Busquen algún rastro de violencia o algún objeto que la doméstica pueda identificar como extraviado o robado. Cada pista nos puede servir para entender lo que sucedió. El comisario Carlos Martínez llevaba unos años en la comisaría de esa ciudad, acostumbrada a la residencia de extranjeros con mucho dinero y que ello se convierta en carnada para asesinos y ladrones.

Examinar la casona llevó su tiempo, hasta que en el área a registrar se reducía un fétido aroma que invadía todos sus sentidos. Era la particular pestilencia de la muerte, singular. No podían fallar. Faltaba determinar qué lo provocaba y exactamente de dónde provenía.

Estaban en el extenso jardín. Para ese entonces los bomberos voluntarios se sumaron al trabajo de búsqueda. Los llamaron para ayudar a ubicar el origen de la peste. Los condujo hasta un pozo, estaba sellado con una tapa de chapa metálica y un candado.

-¿Usted es el jefe de bomberos? –preguntó el comisario Martínez.

-Sí, señor, estoy a cargo de la unidad. ¿Abrimos la puerta de chapa? Al parecer esto es lo que oculta ese olor insoportable, contestó el oficial de bomberos Alan Cáceres.

En unos minutos un cortahierro atenazó el metal curvo del candado y lo hizo pedazos. El sonido que retumbó al caer sobre la tapa del pozo puso más tensión a ese momento de duda.

El bombero tomó una linterna de su bolsillo y rompió la oscuridad con haz de luz que tocaba la profundidad de los quince metros. Era un pozo artesiano que usaban para alimentar con agua la casa las veces que la aguatera fallaba en la provisión.

La luminaria correteaba en los muros agrietados de la construcción, la pericia era puntillosa. El manto de penumbra les restaba campo visual. En cierto momento algo se cruzó en la luminiscencia de su recorrido. El bombero identificó algo humano, le parecía piel y cabello. Retomó la misma línea de recorrido, le fue muy fugaz el primer paso y al retornar lo volvió a ver, y esta vez hizo foco en ese punto. Abrió y cerró los ojos, como quitándose la sorpresa, no era solo una, eran dos personas. Un hombre y una mujer.

EJECUTADOS SIN SENTIDO

El oficial de bomberos instaló un trípode por encima de la estructura del pozo. A él sujetaron cuerdas y mosquetones. El descenso fue lento hasta el límite de la profundidad. Amarraron cada cuerpo, los sacaron y aguardaron la llegada del forense.

El comisario se acercó y arrugando los ojos, como aguzando la vista, identificó unas heridas profundas en la cabeza de ambos. Su experiencia le decía que eran disparos de un arma de calibre potente. Su primera impresión fue una ejecución con la finalidad de robarles. En ese instante hacían lugar a la tesis porque no tenían la certeza sobre el hurto de algún objeto de valor de la casa.

El policía ordenó a un suboficial que converse con los vecinos, alguien tuvo que haber escuchado o visto algo. La misión fue estéril, los residentes negaron tener conocimiento, explicando que las murallas muy altas de la casa aislaban a todos de lo que ocurría en ese lugar. La incertidumbre ahora se propagaba a los investigadores.

El médico forense confirmó lo que para el comisario era visible. Los disparos fueron a corta distancia, una ejecución sin resquemor. El hombre tenía dos impactos de ingreso y salida, la mujer una. Ambos en la parte posterior de la cabeza, de ahí se desprendía la teoría de un fusilamiento. El tiempo que transcurrió apuntaba a que la muerte ocurrió el sábado 3 de julio, llevaban dos días muertos.

El jefe de policía analizó por unos minutos por qué ejecutarían a la pareja si la intención real era el robo. Lo único que lo obstinaba a la idea era los sucesivos crímenes contra europeos que se instalaron en la ciudad. La finalidad de la mayoría fue el atraco. Martínez estaba confundido. Pero todo quedó más claro cuando escuchó a uno de sus ayudantes gritarle y eso provenía de la casa.

-¿Qué pasó, che ra’y (mi hijo)? –interrogó Martínez apenas llegó hasta una oficina.

-Mirá, jefe, esta caja fuerte la encontramos así, abierta. Según la señorita que trabaja aquí, el único que puede abrirla es el dueño de la casa.

Martínez despejó sus dudas, la hipótesis del robo tenía sustento.

Continuará…

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