Por Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas

Con Andrés “Cacho” Salvia (más de 80), periodista, camarógrafo, somos amigos desde muchos años e innumerables aventuras. Periodísticas y de las otras. De aquellas de las que si el periodismo supiera de ellas debiera contarlas. Pero no. Nosotros no debemos ser la historia. Andrés también es uno de mis maestros en este oficio de contar historias porque, como muchos y muchas lo aseguran, es “el dueño de casi todas las historias”. “Incluso de aquellas que nunca ocurrieron pero que –inevitable, como leyendas o historias urbanas, quizás– continúan contándose”, como afirmaba con profunda convicción y picardía otro veterano del oficio que aún por estos tiempos, mucho después de su muerte, su nombre preservaré. Nadie debiera espantarse, por cierto. En esta zona donde habito los relatos crecen exponencialmente en las noches invernales que se hacen largas. Interminables. Así es el ecosistema en las riberas marítimas que bañan las aguas del Atlántico Sur.

EN BUSCA DE UNA HISTORIA

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Aquel día, largos años atrás, viajábamos, desde temprano, en el coche de “Cacho” en profundo silencio. Dejamos atrás Mar del Plata –uno de mis lugares en el mundo 1.670 km al Sur de mi querida Asunción– cuando el sol todavía no superaba el horizonte. El amanecer fue un estallido de claridad. Íbamos hacia el Sur. La rompiente, a nuestra izquierda, no era más que monotonía. Pequeñas olas llegaban hasta la arena. Lamían la playa y se retiraban sin energía. Habíamos recorrido unos 45 kilómetros cuando pasamos por debajo del portal de acceso a la ciudad de Miramar. Por una larga calle de aquella ciudad continuamos en busca de esta historia. Después de algunas curvas mis ojos fueron llamados por la emergencia de algunas rocas negras que sobresalían por sobre el agua. El viento, hasta ese momento demasiado calmo, comenzó a resoplar en ráfagas deseosas de más. Pese a ellas, el mar parecía ignorarlas. La sombra alargada hacia el Oeste de una Virgen encandilada por el primero de los rayos solares que consiguió elevarse por sobre las aguas del Atlántico, permitió a la Adorada extenderse más allá del precario y pequeño techo de chapas a dos aguas con el que algunos devotos y devotas la cubrieron años atrás. Nos detuvimos, a un lado del improvisado mirador para que mi amigo capturara esas bellas imágenes con su vieja cámara de Super VHS. Con la mirada giré en el sentido de las agujas de un reloj. Alguien, chacarero lugareño, tiempo atrás, me aseguró que Juan Carrizo, descendiente del pueblo originario tehuelche, “el tambero de la zona”, cuando promediaban los años ‘40, “llegaba hasta esa playa con su rebaño de vacas lecheras”. Cerca, muy cerca, estaba la estancia El Porvenir que, desde 1943, era propiedad de Karl Gustav Einckenberg, ciudadano alemán y espía al servicio de Adolfo Hitler. Centenares de ofrendas rodeaban a aquella Madonna solitaria a la que el anónimo escultor cubrió con un manto celeste. Algunos rosarios, agitados por el viento, chocaban entre sí. La dejamos atrás.

EL HOTEL BOULEVARD ATLÁNTICO

Por un camino rural nos acercamos a la playa. En los fondos de una hectárea en cuyo frente todavía se mantiene en pie –en el límite de la destrucción total– el que fuera un proyecto de hotel que nunca fue, nos esperaba don Eduardo Gamba, que nació en el 1931. Aunque amable, apenas levantó la vista cuando llegamos. Observé el entorno. Las ruinas de todo lo que lo rodea se origina en 1890. Sí, en el siglo 19 que fue cuando comenzó la construcción del que –desde el vamos- se dio en llamar Hotel Boulevard Atlántico, 487 km al Sudeste de la capital argentina. Pero su historia comienza en el verano de 1948. En febrero. 31 meses después que el derrotado mariscal de campo alemán Wilhelm Keitel firmara la rendición incondicional de Alemania, en Berlín, frente a las fuerzas de ocupación rusas y norteamericanas y, 16 meses más tarde de que en Nüremberg, un tribunal militar, condenara a los más crueles criminales de guerra nazis y que Keitel, entre otros, fuera ejecutado en la horca. Aquel verano, para el joven Eduardo (17), fue inolvidable. Único. Estuvo solo 10 días en Mar del Sur pero aquella chica, María Elizabeth Fenoglio (16), se instaló en su corazón. “No pude hacer nada, cuando la conocí. Siempre estaba con su familia y acercarme era muy difícil”. Con “Cacho” lo escuchábamos atentamente. No era necesario preguntarle mucho. En todo momento hablaba de Mabel Dupont, el nombre artístico de aquella niña que lo deslumbró, cuando cantaba en francés el repertorio completo de Edith Piaf, “El gorrión de París”, uno de los íconos de la resistencia cuando la ocupación de Francia.

ESPIONAJES Y TESORO NAZI ESCONDIDO

Mar del Sur en general y el Hotel Boulevard del Atlántico están cruzados por historias de espionaje alemán y nazis prófugos. Incluso, una leyenda urbana y rural asegura que poco antes de que finalizara la guerra un submarino alemán, que luego se rindió en el cercano puerto de Mar del Plata –el U530– el 10 de julio del ‘45, emergió en la costa marsureña para descargar allí un cuantioso tesoro que hasta los sótanos del viejo hotel acompañó el mismísimo Hitler. Tan incomprobable como muy poco probable pese a las múltiples leyendas que niegan su muerte por suicidio en el Führerbunker, menos de 300 metros de la Puerta de Brandemburgo, rodeado de tropas rusas a horas de la caída de Berlín, en la noche del 1 de mayo de 1945, y lo dan con residencia en la patagónica Bariloche, en la zona selvática argentina en la provincia de Misiones o, aquí, en Mar del Sur, para esconder sus lingotes de oro y otras riquezas cruelmente habidas. Pero Gamba, aunque en la senectute ni siquiera lo comente, pasó largas horas en aquel sótano –hoy residencia de alimañas de todo tipo– cavando y cavando para encontrar aquella riqueza atesorada.

Los viejos pobladores no se cansan de repetir aquella historia. ¿Estúpida fantasía? Tal vez, aunque en solo en parte. De hecho, el investigador Laureano Clavero, argentino que vive en Barcelona, sostiene en el libro “Segunda Guerra Mundial 10 historias apasionantes”, que escribió en coautoría con Pere Cardona, que Juan Carrizo, el ya mencionado lechero de aquel paraje, escondido entre los pastizales, en un médano enorme, vio el desembarco de soldados alemanes uniformados, armados, que portaban pesados bolsos con los que llegaron hasta la playa en la zona de Rocas Negras a bordo de botes negros de goma. La historia popular agrega que el dueño de la estancia El Porvenir, Einckenberg, junto con otros patrones de establecimientos rurales cercanos reunieron a los peones y les prohibieron hablar de lo que presenciaron aquella madrugada. Los amenazaron de muerte, a ellos y a sus familias, para silenciarlos.

Ruinas del Boulevard Atlántico, el hotel que no fue, mausoleo de sueños y tragedias.

EL TÚNEL MISTERIOSO Y EL AMOR

Misterios que aún se comentan en voz baja y que los diarios, cada tanto, revelan y no dejan de revelar. Sin embargo, no todo debe ser imaginación. De hecho, Einckenberg estuvo preso por espionaje aunque nunca fue condenado. Para agregar sospechas, todavía llama la atención, por estos días, el inexplicable túnel de 42 metros de largo que pasa por debajo de la ruta 11 y finaliza, con muy buen mantenimiento, debajo del actual Cardón Miramar Links Hotel que, por aquellos años de nazis en fuga, era el Golf Club Hotel y por un tiempo, desde 1945, perteneció al sindicato de trabajadores ferroviarios La Fraternidad. Los vecinos del lugar, en la actualidad, aun se refieren al golf como “el hotel de los nazis” o “el de los alemanes”. Pocos meses atrás, el diario zonal 26, agregó un dato clave. Una máquina alemana Enigma, para encriptar mensajes militares, “fue encontrada en el hotel”, según el relato de Pedro Filipuzzi, trabajador en el lugar. ¿Con tanta historia circulante, todavía hoy, por qué el joven Gamba no habría de creer que un tesoro nazi estaba enterrado oculto en el viejo hotel de Mar del Sur? Si lo encontraba, las diferencias económicas que lo separaban de María Elizabeth –que también era Mabel Dupont o la Piaf argentina– desaparecerían. Sin embargo, evita hablar de nazis o de tesoros. Solo admite la existencia de “muchas leyendas que nunca fueron comprobadas”.

Hotel Boulevard Atlántico, con vista a ninguna parte.

LA JOVEN QUE CANTABA EN FRANCÉS

Prefiere hablar de aquel amor que vive en su corazón y en su memoria que murió trágicamente, por suicidio, cuando se ahorcó en la habitación 32 del Hotel Boulevard Atlántico. De esa tragedia, no habla. Sus labios están sellados. ¿Qué hace cada día, don Eduardo?, pregunté. “Lo mismo de siempre cuando vivía Elizabeth. Salgo a caminar cada mañana por la costa. Descalzo. Con los pies sobre la arena en el punto mismo de la rompiente. Hasta Miramar, son poco más de 15 kilómetros. Hoy, solo escucho el viento. Cuando lo hacíamos los dos, tomados de la mano, Mabel (que también era Elizabeth y la Piaf argentina) cantaba ‘La vie en rose’, ‘Mon Légionnaire’ o ‘No me arrepiento de nada’. Después del 54, también cantaba ‘La foule’ que la Piaf se llevo de Buenos Aires a París después de escuchar la música de aquella canción que cantaba Alberto Castillo con su título y letra originales, ‘Que nadie sepa mi sufrir’”. Le gustó la música pero le cambió la letra”. Repentinamente, hizo silencio. Bajo la vista. Lo entendimos como una despedida. Sin embargo, no fue así. “Estas playas, este mar y nosotros”, lo escuchamos decir con sus ojos hacia alguna parte que no veíamos. “No nos cruzábamos con nadie. Las gaviotas nos sobrevolaban. Cuando el sol apretaba, Elizabeth y yo, desnudos nos bañábamos en el mar”.

Sus recuerdos, como un médano, parecían taparlo lentamente. Tal vez, como quienes proyectaron el Hotel Boulevard Atlántico y, un poco antes, el Hotel Mar del Sur, desde muchas décadas tapado por la arena, él también se ilusionó en aquel febrero del ‘48 cuando sus ojos se iluminaron al ver a Elizabeth con un bikini correr sobre la arena. Creyó que si encontraba el impúdico tesoro oculto de los nazis su vida, junto a ella, cambiaría para siempre. De todo aquello, parece quedar poco. Siento que Eduardo Gamba, desde algún tiempo es arqueólogo de su propio corazón en el que aún habita María Elizabeth Fenoglio, La Piaf Argentina, que cantaba, en francés, con el seudónimo de Mabel Dupont. Hotel Boulevard Atlántico, donde me animo a afirmar que habita la tristeza, es también un museo de trágicos sucesos de los que Gamba es curador y lenguaraz. “Des yeux qui font baisser les miens/Un rire qui se perd sur sa bouche/Voilà le portrait sans retouche/De l’homme auquel j’appartiens/Quand il me prend dans ses bras/Qu’il me parle tout bas/Je vois la vie en rose/Il me dit des mots d’amour/Des mots de tous les jours/Et ça me fait quelque chose/Il est entré dans mon coeur/Une part de bonheur/Donc je connais la cause”.

El misterioso túnel desde el mar hasta el ex Golf Club Hotel de Miramar, vecino a Mar del Sur. “El hotel de los nazis” lo llaman los viejos pobladores. ¿Leyendas o historias ocultas?.

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