Por Arturo Peña, arturo.pena@gruponacion.com.py

El centro hospitalario más importante en la lucha contra el covid-19 lleva su nombre: Juan Max Boettner. Y no es un detalle menor, ya que este destacado médico, considerado el “padre de la tisiología” en Paraguay, puso su vida entera en favor de la ciencia médica y la cultura. Su aporte en la lucha contra la tuberculosis fue fundamental y sentó las bases del tratamiento de las enfermedades respiratorias.

En estos dos últimos años, miles de personas han pisado los pasillos y salas del Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias y del Ambiente Juan Max Boettner, más conocido por sus siglas, el Ineram. Hoy la lucha sigue en esta trinchera de la salud, donde los “soldados de blanco” siguen resistiendo y se preparan para una nueva batalla que podría volver de la mano de las nuevas variantes del covid-19. Mientras esta contienda sigue, entre conversaciones, en medio de entrevistas y reportes, el apellido Boettner sigue también apareciendo, como casi imperceptible recordatorio del legado de un gran médico paraguayo que sentó las bases para el estudio y tratamiento de las enfermedades respiratorias en el país.

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Hijo de padre alemán y madre francesa, Juan Max Boettner fue un médico de gran proyección científica y, además, un renombrado músico y musicólogo. Tiene la excepcional virtud de haberse formado simultáneamente en la ciencia médica y en la ciencia musical.

Nació en Asunción en 1899, en un periodo de reconstrucción nacional tras la Guerra contra la Triple Alianza. En ese ambiente pasó los primeros años de su vida, pero su estadía en estas tierras no duraría mucho. El destino lo llevaría a estudiar a la patria natal de su padre: Alemania, para donde partió a la edad de 10 años. Allí completó la secundaria e inició los pasos en el mundo de la ciencia médica. Impulsado quizás por un gran deseo de servir a los demás, el joven Juan decidió iniciar la carrera de medicina. Su introducción se produjo en la Universidad de Jena y más tarde se trasladó a Hamburgo.

Boettner (centro, sentado) fue una figura muy respetada en el país.

DESTINO: BUENOS AIRES

La candente situación política en Europa, sin embargo, truncaría sus deseos de convertirse en médico, al menos en esa época. La escalada armamentista dio lugar a la Primera Guerra Mundial, que se inició en 1914. El destino empujó al joven nuevamente, esta vez de vuelta a América. En 1915, a inicios de la guerra, se embarcó rumbo a Buenos Aires, Argentina, donde prosiguió su carrera de medicina. La capital porteña se erigía ya como una gran metrópoli que, bajo influjo de las urbes europeas y norteamericanas, recibía lo más avanzado en el campo de las ciencias. En 1926, Juan pudo concretar su sueño: graduarse como médico en la Universidad de Buenos Aires. Se recibió con los más altos honores, lo que le permitió ser nombrado en poco tiempo ayudante de la cátedra de enfermedades infecciosas. A la par de su actividad académica, un concurso de méritos le permitió acceder al puesto de medico interno en el hospital Muniz, uno de los más renombrados de Buenos Aires.

Memorias lo recuerdan como un profesional brillante, dedicado íntegramente a la atención de los pacientes al igual que a la investigación. Le interesaba particularmente el estudio de las enfermedades infecto-contagiosas.

GALANTE

Boettner era un hombre corpulento y vigoroso. Los que lo conocieron afirman que era dueño de una mirada profunda. Durante su juventud y su etapa adulta fue reconocido en todos los ámbitos por ser un hombre fino, galante y bien parecido. En los primeros años de su adolescencia, sobre la parte derecha de su rostro se empezó a desarrollar una mancha de color rojo oscuro. Los analistas médicos constataron que se trataba de una lesión tumoral, que más tarde se supo era benigna. Dicen que, un poco por vergüenza y otro poco por galantería, raras veces el doctor Boettner permitía que se lo fotografiara de frente.

Con una vasta trayectoria y una reputación bien ganada en el campo de la medicina, en 1929 el doctor Juan Max Boettner se dispuso a regresar al Paraguay, donde gracias a su experiencia en el estudio de enfermedades infecto-contagiosas fue nombrado director del Dispensario de Tuberculosis. Durante este tiempo se enfatizó en el estudio de la estos males que por entonces tenían una fuerte incidencia en el país. A instancias de su gestión, el Dispensario pasó a transformarse en el Departamento de Tuberculosis, del cual fue director hasta 1942. En ese periodo, Boettner llegó a ser reconocido como “el padre de la tisiología en el Paraguay”.

LA TUBERCULOSIS

En 1936, durante el gobierno de Rafael Franco, al doctor Boettner le tocó la delicada misión de establecer las bases para la lucha contra la tuberculosis. En estos años, las drogas específicas para el tratamiento de esta afección pulmonar eran casi desconocidas. Los pacientes eran sometidos a estricto reposo y requerían de una buena alimentación. Sin embargo, estas condiciones a nivel nacional no estaban dadas debido a la carencia de las instituciones sanitarias al igual que de la población en general. La labor del doctor Boettner se orientó hacia la detección de la enfermedad en pacientes ambulatorios, concepto que se aplicó también durante la pandemia del covid-19.

Junto con un equipo médico elaboró un programa de control masivo cuasi obligatorio sobre gran parte de la población. El programa estuvo basado en estudios radiológicos y en la prueba de la tuberculina. En 1932 se incorporó la cátedra de tisiología dentro del programa de la Facultad de Medicina. Boettner publicaría tiempo después el libro “Manual para tisiología”, que se constituyó en un material de referencia en este campo.

A lo largo de los años escribió otros importantes libros como “Etimología griega y latina para el uso médico”, “Malformaciones congénitas bronco-pulmonares”, “Patología respiratoria”, entre otros.

EL HOSPITAL

En 1945, cuando el mundo presenció el fin de la Segunda Guerra Mundial, el Paraguay asistía a la inauguración de una de las obras más importantes del doctor Boettner: un hospital para el tratamiento de la tuberculosis. Gracias a la ayuda del gobierno norteamericano y a través del Ministerio de Salud Pública, el médico consiguió con mucho esfuerzo los fondos necesarios para la construcción y equipamiento de un moderno nosocomio. El nombre original del mismo fue Sanatorio Bella Vista, por su ubicación en el barrio de mismo nombre, sobre la avenida Venezuela. Boettner tuvo a su cargo la dirección.

Originalmente con capacidad para 400 camas, el sanatorio fue considerado uno de los mejores centros asistenciales a nivel de Sudamérica. Debido a su gestión al frente del hospital, Boettner amplió su reputación a nivel internacional y pese a su tarea administrativa, jamás abandonó sus trabajos de investigación.

A lo largo de su carrera como médico, el doctor Boettner fue distinguido con designaciones honoríficas otorgadas por diversas organizaciones en Argentina, Uruguay, Perú, Bolivia, Brasil y Cuba. Fue miembro honorario de numerosas sociedades científicas como la Asociación Médica Argentina, la Sociedad Brasileña de Radiología, el American College of Chest-Physicians, la Sección de Tuberculosis o Fisiología del Uruguay, entre otras. Fue también miembro fundador del Círculo Paraguayo de Médicos y el primer presidente de esa organización, y fue impulsor de la Sociedad Científica de Tisiología.

MUERTE DRAMÁTICA

La muerte del doctor Juan Max Boettner fue dramática y causó gran conmoción en la sociedad asuncena. Se produjo el 3 de julio de 1958, en el entreacto de una obra musical en el Teatro Municipal, en horas de la noche.

Luego de transcurrido el primer acto, como era costumbre, el público salió al hall frontal para tomar aire. Boettner se encontraba con su esposa, Gilda Vierci. Poco antes de reingreso a la sala, el doctor se desvaneció en medio de la gente. Algunas personas trataron de reanimarlo, pero los esfuerzos no alcanzaron. El diagnóstico señaló una rotura de un tumor intracraneal. Boettner falleció a los 59 años. Poco después de su muerte, el Sanatorio Bella Vista pasó a denominarse Juan Max Boettner, en honor a su creador y su más ferviente servidor.

SU OTRA PASIÓN, LA MÚSICA

Desde su llegada al Paraguay, Boettner se involucró en el ámbito cultural.

Su apego por la expresión musical se manifestó desde pequeño con clases de piano, armonía y composición. Ya de adolescente, aún en Alemania, reforzó este conocimiento con otros cursos de perfeccionamiento. A su vuelta al Paraguay, en 1929 se involucró activamente en la vida artística. Fue el creador de la Orquesta de Asociación Médica del Paraguay y también del Ateneo Paraguayo. También llegó a ser presidente de Autores Paraguayos Asociados (APA). Boettner fue autor de importantes estudios musicológicos y es uno de los pioneros en enfocarse en el rescate de la música indígena. Se dedicó además a la enseñanza de la música en varias instituciones.

Como escritor, uno de sus más importantes aportes en esta área fue “Música y músicos del Paraguay”, editado en 1956, donde se sumerge incluso en los tiempos prehispánicos, la época colonial y sigue los procesos hasta llegar al siglo XX. Su deceso se dio en momentos en que estaba preparando una versión aumentada de esta obra.

También desarrolló un notable trabajo como compositor, con obras para piano y de corte sinfónico. Se pueden citar, entre otras: “Suite Guaraní”, para orquesta sinfónica; ballet “El sueño de René”, en dos actos; las canciones “Azul luna”, “Indiferencia”, “Nostalgia guaraní”, “Tres villancicos de Navidad”, entra otras.

Una de las obras de Boettner en el campo de la música.


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