Por Ricardo Rivas, periodista Twitter: @RtrivasRivas

Recuerdo que el 11 de diciembre de 1982 vibré de alegría, emocionado, cuando en la tele en blanco y negro vi que Gabriel García Márquez, Gabo, el gran maestro, recibía el Premio Nobel de Literatura. No pude evitar algunas lágrimas cuando expresó aquel discurso formidable, potente, fantástico, con el que agradeció el galardón. Lo tituló “La soledad de América Latina”. Una pieza increíble en cuyas líneas convergían el realismo mágico y el oficio de periodista, unidos para denunciar. De tanto en tanto vuelvo a ver aquellas imágenes. Con taxativa claridad, el galardón recayó en él “por sus novelas cortas, en las que lo fantástico y lo real se combinan en un mundo ricamente”. Aquel periodista fue premiado por escritor.

SVETLANA Y LAS GUERRAS

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En el 2015, el 8 de octubre, me pasó algo bastante parecido cuando el Nobel lo recibió Svetlana Aleksiévich, periodista bielorrusa. Para entonces, había devorado solo fragmentos de su obra “La guerra no tiene rostro de mujer (1985)”, que un amigo periodista me regaló en un viaje, aunque –debo decirlo y por esa razón no comparto su identidad– se trataba de una muy mala traducción al español del texto magnífico de aquella autora que solo escribía en ruso. Luego de la premiación, sus libros llegaron a las librerías en Argentina y Uruguay. Fue el momento de leer “Voces de Chernobil” (2015); “Los chicos de latón” (2016); y, más tarde, “Cautivados por la muerte” (2017). La relectura de “La guerra no…”, no se hizo esperar. Definitivamente se trata de obras indudablemente, escritas por una periodista como pocas y con indubitable ritmo periodístico en cada una de sus frases. Es más, para los que, como ella, trabajamos más de un par de décadas con las viejas máquinas de escribir, era posible imaginar al leer, que la Olivetti había vuelto de la muerte que, indefensa, le produjo el ordenador. Los dadores del Nobel categorizaron su obra como “un monumento al valor y al sufrimiento de nuestro tiempo”. Pero, como Gabo, Svetlana, recibió el Nobel de Literatura. Pero los tiempos cambian. Hay otras necesidades y urgencias en la Aldea Global.

NOBEL DE LA PAZ 2021

Pocas horas atrás se informó que María Ressa y Dmitry Andreyevich Muratov, ambos colegas periodistas, fueron quienes ganaron el Premio Nobel de la Paz de este año. Ressa, el 3 de mayo pasado –Día Mundial de la Libertad de Prensa– recibió también el premio Unesco Guillermo Cano, por la valentía y el coraje con el que realiza su trabajo. ¿Pero, qué tiene de relevante esta premiación recaída sobre dos periodistas? Veamos. Las historias de María y Dmitry son bien diferentes. Él nació el 30 de octubre de 1961. Ella, el 2 de octubre de 1963. Solo un par de décadas habían pasado desde la finalización de la Segunda Guerra Mundial, el 2 de setiembre de 1945. Sin embargo, el mundo al que ambos llegaron no estaba en paz. Entre el nacimiento de María y el de Dmitry, durante 13 días, en octubre de 1962, Estados Unidos y la Unión de las Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) estuvieron al borde de la guerra nuclear. No abrieron fuego, pero quedaron profundos rencores y temores entre rusos y norteamericanos. Entre Corea del Norte y Corea del Sur –desde el 27 de julio de 1943– un armisticio evita hasta hoy que esa nación dividida vuelva a las armas. Vietnam, ardía. La llamada Guerra Fría calentaba cada día. Definitivamente, no habían llegado al mundo en el mejor momento. Sin embargo, Louis Armstrong, desde millones de “discos de pasta”, interpelaba en sentido opuesto. “I see trees of green,/red roses too/I see them bloom for me and you/ And I think to myself: What a wonderful world”. Sonreía al hacerlo. Buen intento Satchmo. Dmitry Andreyevich Muratov y María Ressa – que de ellos se trata– quizás, hasta podrían ser parte de aquellas vidas paralelas que describió Plutarco si lo hubiera escrito por estos tiempos.

UNA PERIODISTA EN LA MIRA

Ella, nacida en Manila –en el que se conoce como “Círculo de Fuego del Pacífico”– residía en la isleña Ciudad Quezon hasta que tuvo diez años y, con su familia se vieron obligados a huir, partir al exilio, para instalarse en Nueva Jersey, Estados Unidos. Su primera experiencia traumática, por cierto, fue el desarraigo. Él, soviético, nacido en Samara, siempre estuvo allí. Su desarrollo juvenil lo realizó en el Komsomol, la organización de los jóvenes del Partido Comunista. Luego, la Facultad de Filología en la universidad estatal. Más tarde, fue soldado en el Ejército Rojo. María cursó estudios en la Universidad de Princeton, donde se graduó y, luego de ganar una beca de la Fundación Fulbrigth, alcanzó una maestría en la Universidad de Filipinas, su tierra natal. Fue el momento del retorno. De volver a casa. Desde 1986, se entrega en plenitud al periodismo, profesión que no abandonaría jamás, para especializarse en investigación. Con sus búsquedas exhaustivas cuenta historias sobre la influencia del terrorismo en el Sudeste Asiático. No dejó ni deja de investigar en todo aquello que huele a corrupción, violaciones de los derechos humanos, cuestiones de género. Ninguna de esas acciones contra la humanidad está fuera de su interés. En el 2012 funda Rappler, uno de los sitios informativos multimedial y convergente que más escarba en las entrañas del poder filipino. Rodrigo Duterte, presidente de Filipinas, un autócrata que somete al pueblo de su país señala a María como un blanco, un objetivo, como un enemigo. Va contra ella porque el periodismo que hace lo expone. Poca diferencia de aquellos años en los que con su familia debió dejar Manila, cuando otro dictador, Ferdinand Marcos y su esposa, Imelda, sojuzgaban y aplastaban al pueblo filipino. Cruel destino el de ese país insular.

DMITRY Y LA FURIA DE LOS PODEROSOS

Dmitry exhibe una historia parecida. Cuando aún existía la URSS, en 1987, se inicia en el periodismo profesional en el diario Volzhsky Komsomolets. Carrera exitosa. Alcanza la dirección de temas de juventud en Pravda, el más importante medio del comunismo soviético. Pero eran tiempos de cambios. “Perestroika” (reestructuración) y “Glasnost” (transparencia). El 25 de diciembre de 1991, Mijaíl Gorbachev renuncia a gobernar la Unión Soviética. Ya no lideraba. El comunismo institucional se desintegra. Dos años más tarde, Dmitry encara un proyecto periodístico colectivo, Novaya Gazeta. Con la vara bien alta define al nuevo medio como “una fuente honesta, independiente y rica” para la ciudadanía de Rusia. Periodismo de investigación. Derechos humanos, corrupción, abusos de poder. Gorbachev, premio Nobel de la Paz desde 1990, donó el equipamiento de Navaya Gazeta y los salarios de los periodistas. Una nueva etapa pero, los autócratas, se repiten. Las publicaciones desataron la furia de los poderosos. Alguna vez recibió por correo arreglos florales funerarios y, hasta la cabeza de un carnero degollado. Definitivamente, investigar y publicar sobre las purgas contra homosexuales en Chechenia que costo la vida de 27 personas, aunque esa cuenta podría elevarse hasta 60 que previamente fueron apresadas ilegalmente por los servicios de seguridad chechenos, alarman a quienes se sienten y creen impunes. Seis periodistas compañeros de Dmitry fueron asesinados por ejercer el oficio de informar. María, desde el 2016, es perseguida sin que sus perseguidores se permitan el descanso. Se intentó cancelar la licencia de Rappler, su sitio web. En no menos de una docena de oportunidades se iniciaron acciones penales en su contra. Es víctima constante de abuso, amenazas y acoso en línea con agresiones de género. El año pasado, un tribunal de Manila la condenó luego de acusarla por “difamación cibernética”.

VIDAS PARALELAS

Un total de 7.435 kilómetros hay entre Samara, Rusia, una ciudad bañada por el Volga y Manila, en la oceánica Filipinas. Hay que volar no menos de 19 horas para unir las dos ciudades en aeronaves comerciales y pagar, por lo menos, 1.500 euros solo para hacer ese tramo. Sin embargo, los intentos o, más aún, las políticas activas y sistemáticas de autócratas y dictadores -en ejercicio y/o en ciernes- y de las organizaciones transnacionales que se dedican a delitos de alta complejidad como el narco, la trata y el tráfico de armas, por mencionar solo tres, para impedir el libre ejercicio de la libertad de expresión, de la libertad de prensa, del acceso universal a la información para que los pueblos no puedan ejercer el derecho a estar informados, desafortunadamente se encuentran en todas partes. Los derechos humanos peligran. Cada día más. De allí que, cuando desde Oslo, Noruega, los integrantes del Comité que analizan los cientos de propuestas que cada año llegan a manos de quienes tienen la responsabilidad de discernir quién o quiénes serán galardonados con el Premio Nobel, ponen sus ojos sobre dos periodistas a los que reconocen por la forma en que ejercen el oficio, claramente dan un mensaje que no debería caer en el vacío. La libertad de expresión es la platea más relevante a la hora de construir y constituir ciudadanía. Pero, esta distinción, va más allá, es concreta y produce sentido: La Paz -así, con mayúscula- como Shalom, como Salam, como Eirene, en el idioma que fuere, es preciso asumirla, siempre, como un valor a alcanzar. Al igual que la democracia y la libertad. Porque en todo momento, en cada instante, desde el primero y hasta el último suspiro, es posible ser más libres y vivir más democráticamente. Y es allí donde reside la relevancia del Premio Nobel otorgado a María y a Dmitry que, con sus vidas paralelas, con el compromiso que ejercen el oficio, añaden valor al concepto de libertad de expresión que, desde el instante mismo de la premiación, deberá ser reconocido también como constructivo y constitutivo de la Paz. Alguna vez, no hace mucho, tal vez en el 2015, junto con cientos de compañeras y compañeros, en la Plaza de Cibeles, en Madrid, allí donde la calle de Alcalá también se cruza con la Plaza del Prado, acompañé en el reclamo para que se bajara una ley restrictiva para la prensa y la ciudadanía en aquel reino. “¡Abajo la ley mordaza!”, voceábamos. Luego vino el tiempo de las pancartas y los afiches. Como entonces y en honor de la colega y compañera María Ressa; y, del colega y compañero Dmitry Andreyevich Muratov, con profundo deseo de paz y para quien quiera oírlo: “¡Solo con besos nos taparán la boca!”.

María Ressa, periodista, Premio Nobel de la Paz 2021.
Svetlana Aleksiévich, periodista Premio Nobel de Literatura 2015.
Gabriel García Márquez, periodista, Premio Nobel de Literatura 1982.
Etiquetas: #María y Dmitry

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