Ella tenía una manera de observarlo todo sin perder la compos­tura, ni creerse el cuento de la vanidad. En sus 16 años al frente de Alemania, supo lide­rar a su país –y al mundo– con un pragmatismo sereno que transmitía seguridad. Por eso más de una vez en acaloradas discusiones fue llamada “La única adulta en la habitación”, “La voz de la razón” y la “líder indiscutible del mundo occi­dental”.

Angela Merkel finalmente deja su mandato y con ella culmina una era. Y aún así tan poco se sabe de ella en cuanto a su vida personal. En un mundo tan expuesto, la discreción ha sido parte de ese súper poder.

Se sabe que nació en Ham­burgo en 1954 bajo el nombre de Angela Kasner y su familia se mudó ese mismo año a Ale­mania del Este. Que su padre era pastor, su madre maes­tra y que se graduó de física con una tesis sobre química cuántica, para doctorarse magna cum laude unos años después.

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Que el apellido Merkel es de su primer marido, que con­servó a pesar de su divorcio, y ni siquiera lo cambió cuando volvió a casare con Joachim Sauer, un profesor de quí­mica en Berlín.

Que en su casa ella es la que cocina y hace la lista de com­pras, pero él es quien va al supermercado. Que de la lim­pieza se encargan ambos –por turno– cuando no va la asis­tente, y que no le interesan los lujos, ni los privilegios que suele traer aparejado el poder.

No suele prestar mucho oído a los halagos, e incluso se sor­prende cuando alguien le hace algún comentario que sale del marco estricto de sus funciones de canciller. Como la vez que un perio­dista le preguntó por qué tenía puesto el mismo traje que había usado ya tantas veces, a lo que Angela res­pondió asombrada como si le tocara aclarar algo básico a un niño del preescolar:

–Mi misión es servir a los ale­manes, no modelar.

Y es que Merkel ha estado muy ocupada liderando el mundo en sus más de tres lus­tros de permanencia y le han tocado grandes crisis mun­diales. Fue una figura deter­minante de la Unión Euro­pea, ayudando a que el bloque subsistiera en sus momen­tos más difíciles: la crisis financiera del 2008, la crisis migratoria del 2015. Incluso el Brexit de cierta forma, y el covid, ya en el final.

Dicen que sus años de bri­llante científica le deja­ron el hábito de observar y estar abierta a otras postu­ras –incluso distintas a las propias– y a partir de los extremos, conciliar. Eso le ha ayudado a dirimir conflictos entre los distintos miembros de la UE, marcando un norte, a pesar de las divergencias en el modo de pensar.

Hubo momentos de su gobierno, en donde se apartó de las tendencias generales con valentía y determinación absoluta. Como en el 2015, cuando tomó la decisión corajuda de romper los para­digmas y abrir las fronteras para los refugiados que esca­paban de conflictos armados en Siria, Irak y Afganistán.

–”Lo Lograremos”– dijo convencida en su momento, y aquello se volvió en eslo­gan para ayudar a acomodar a millares de refugiados en Alemania. Y “si tenemos que empezar a pedir disculpas por mostrar una cara amigable en una situación de emergencia, entonces este no es mi país”.

Aquella polémica decisión no estuvo exenta de críticas y de hecho polarizó las cosas, pero Merkel supo navegar la crisis en su momento, y se retira de la escena en el 2021 con la abrumadora aproba­ción del 70% de su país –que llegó incluso a 90– el año pasado en abril.

Para los hijos, se le escapó el tren. Pero en distintas esqui­nas de Alemania, niños de 5 y 6 años (hijos de refugiados) llevan su nombre –o varia­ciones de su nombre– en tri­buto a la mujer que les abrió las puertas, brindándoles una segunda oportunidad.

Ahora es tiempo de mar­charse, como lo dijo siem­pre. Nunca quiso dejar la política siendo una “piltrafa, ya casi muerta”, vieja y can­sada de gobernar. Apenas tendrá 67 cuando termine la transición de su mandato y le quedan muchos años por delante para pensar en un nuevo rumbo. Por lo pronto, cuando le preguntan de sus planes futuros, bien a su estilo enigmático, solo dice que desea tomarse una siesta.

Bien merecida, Jefa, luego de tantos años al frente del mundo occidental.

Angela Merkel se retira haciendo historia como la primera canciller de la postguerra en dejar el cargo por voluntad propia, y en el momento elegido por ella. Su gran predecesor Kon­rad Adenauer fue forzado por su propio partido y Hel­mut Kohl, el que se encargó de reunificar Alemania, fue votado para dejar el cargo luego de 16 años.

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