- Por Ricardo Rivas
- Periodista Twitter: @RtrivasRivas
“When I’m sixty-four…”, cantaba sir Paul MacCartney, allá por 1967, cuando la expectativa de vida, para los que todo lo mensuran, era de casi 66 años. Fue y es, ese tema, uno de los tantos éxitos de The Beatles, editado en el lado B del álbum “Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band”. Paul tenía 25 años. Su preocupación, según su poesía, era para cuando fuera más viejo y se le cayera el pelo, a los 64 años. MacCartney pensaba también en quien pudiera ser su compañera y le decía que, cuando alcanzara esa edad –en el 2006– “you’ll be older too and if you say the word I could stay with you”. ¿Para hacer qué, juntos, viejos los dos? Cosas muy simples, suponía MacCartney. Reparar un fusible “when your lights have gone (cuando tus luces se hayan ido)” o, que “you can knit a sweater by the fireside (puedas tejer un jersey junto a la chimenea)”. ¿Qué idea tenía Paul de la vejez a los 25 (When he was 25)? ¿Cómo se caracterizaba a los adultos mayores en aquellos años? Cuando promediaban los años 80, casi dos décadas más tarde, también en el siglo pasado, un 31 de octubre, recuerdo haber leído un texto que me acercó un colega periodista ecuatoriano cuyo nombre no recuerdo. Entrado en años, aquel colega, dialogábamos sobre la vejez, mientras compartíamos generosas copas de ron ámbar. Tal vez aquel encuentro se haya dado en el Mirador Ram Luna. La tranquilísima ciudad de San José, desde allí, es una postal inolvidable. El encuentro, quizás, haya sido en esas horas tan particulares en que el sol se derrumba sin fatiga en el Pacífico y un buen trecho antes de que arribaran al lugar nutridos grupos de turistas para conocer allí algunos bailes tradicionales de ese país fantástico.
“LA DURACIÓN DE LA VIDA”
El diálogo lo disparó el título de un libro que ese compañero ocasional devoraba. “La duración de la vida”. En el texto, sus autores –Dubíin, Lotka y Spiegelman– sostienen que “la vida humana es algo muy personal” porque “es su vida y la mía y la de nuestro vecino”, pero, pese a ello, destacan que “todas llevan un sello común” y, desde ese lugar, hacen foco en “la vejez” y la inevitabilidad de la muerte. No duró mucho el diálogo con aquel hombre de prensa nacido en Ecuador. Marchamos del lugar cuando se inició la Mascarada. Dejamos de lado a los enormes bailarines cabezudos de múltiples colores sin que hoy pueda precisar por qué razón. El espectáculo es magnífico. El compañero, tal vez un poco chispeado, comenzó a leer en alta voz. “¿Cuánto dura la vida, hermano?”, preguntó con angustia en la voz. Lo necesario, respondí. Quedó mirándome fijamente. Sin embargo, creo que sus ojos dejaron de verme. No volví a encontrarlo nunca. Pero su interrogante, que es el de muchos y muchas, como así también su voz angustiada, quedaron conmigo. La extensión de la vida. Todo un tema que, además, se vincula con las incertidumbres que, basales o no, acompañan a la humanidad desde siempre.
En esas reflexiones y recuerdos estaba esta noche de viernes y con ellas quiero recibir el sábado. La vieja mecedora acuna pensamientos impensados. Una fina copa de tubo me propuso saborear un champagne Louis Roederer Brut Vintage Rosé 2011 que creo haber conseguido en el 2014. Sobre el envejecimiento mucho se dice. Mucho se estudia. Sobre la población añosa, también y, por si fuera poco, sobre ese segmento social se suelen construir mitos y estigmas. Algunas de esas construcciones, por cierto, son miserables. Según el Banco Mundial, casi el 10% de la población global tiene 65 años o más. En 1960, alcanzaba al 5%.
INDICADORES
En algunos países, ciudades o poblados, ese indicador se incrementa sustancialmente. En Japón, el 28% de la población tiene 65 años o más. En Mar del Plata, una ciudad costera argentina localizada a 404 km de distancia hacia el sudeste desde Buenos Aires, bañada por el Atlántico Sur, los adultos mayores son el 28,5% de una población que está cerca de los 700 mil habitantes. La población global envejece. A muchas y a muchos les preocupa. La Organización de las Naciones Unidas (ONU), en el 2019, prevé que en el 2050 las personas añosas –de 80 años o más, aproximadamente 145 millones– tripliquen en número y alcancen a casi 430 millones. Cinco años después que sir Paul, Charly García también pensó en envejecer y en el fin de la vida. En 1972, los calculadores indicaban que el promedio de vida alcanzaría hasta poco más de 67 años. “Hubo un tiempo que fui hermoso/Y fui libre de verdad/Guardaba todos mis sueños/En castillos de cristal/Poco a poco fui creciendo/Y mis fábulas de amor/Se fueron desvaneciendo/Como pompas de jabón/Te encontrare una mañana/Dentro de mi habitación/Y prepararás la cama para dos/Tchu ru ru tchururu ru ruru, ru ru aaaaa”. No deben ser pocos ni pocas los que alguna vez lo tararearon y hasta cantaron junto con él. Con los brazos en alto, balanceándonos con las llamas de los encendedores de un lado a otro, acompasadamente. Como a Charly y millones, envejecer es solo compatible con morir.
“ES LARGA LA CARRETERA”
La juventud se suele pensar asociada a la inmortalidad. “Es larga la carretera/Cuando uno mira atrás/Vas cruzando las fronteras/Sin darte cuenta quizás/Tómate del pasamanos/Porque antes de llegar/Se aferraron mil ancianos/Pero se fueron igual”. Y, desde esa perspectiva, habla con la parca. La muerte, siempre, aparece como un misterio a revelar. “Quisiera saber tu nombre/Tu lugar, tu dirección/Y si te han puesto teléfono/También tu numeración/Te suplico qué me avises/Si me vienes a buscar/No es porque te tenga miedo/Solo me quiero arreglar”. Algunas y algunos, con pensamientos abarcativos, piensan la vejez en la otredad. Solo con el paso del tiempo se piensa en la propia muerte. El poeta José Tcherkaski, en 1969, pensó en el envejecimiento de su padre. “Es un buen tipo mi viejo/Que anda solo y esperando/Tiene la tristeza larga/De tanto venir andando/Yo lo miro desde lejos/Pero somos tan distintos/Es que creció con el siglo/Con tranvía y vino tinto/Viejo mi querido viejo”. Piero aportó su música para esos versos. ¿Es triste envejecer? “Él tiene los ojos buenos/Y una figura pesada/La edad se le vino encima/Sin carnaval, ni comparsa”. Envejecer y morir
–quién lo duda– es, también, una construcción social. Como casi todo. Existen quienes, aunque parezca increíble, apuntan al antagonismo entre jóvenes y adultos mayores. En “Diario de la guerra del cerdo”, en 1969, Adolfo Bioy Casares, novela la azarosa vejez de Isidoro Vidal, que una mañana, al despertar, advierte que corre peligro porque algunos jóvenes han comenzado a asesinar añosos como práctica social perversa. Es tan duro Bioy con la vejez que no trepida en presentar esa instancia vital como un ecosistema en el que cohabitan –como elementos constitutivos– el asco, los deterioros, los padecimientos y la muerte. Vidal, el viejo protagonista rechaza su condición de adulto mayor. También el autor describe con dureza a ese grupo de asesinos que apuntan a exterminarlos porque los consideran egoístas, cobardes y porque, en algunos casos, hasta intentan seducir a mujeres de mucho menor edad que ellos. Chiquilinas. En algunas pinceladas literarias, creí encontrar una suerte de autorretrato del autor. No puedo asegurarlo, aunque lo conocí y lo traté. Senectute. María Getino, antropóloga y académica de la Universidad de Barcelona, autora del libro “La espera”, explica que “la muerte forma parte de la vida desde el mismo momento del nacimiento” y advierte que porque la sociedad trata de “escamotearla u ocultarla (…) el hecho de morir es cada vez más individual y aislado”. Probablemente, en los casi dos años que llevamos de pandemia transitar la muerte en soledad se ha extendido y, lo que es peor, a pesar de valiosos ejercicios de resistencia civil, no son pocas ni pocos los que naturalizan esa forma de morir. Para reflexionar.
DÍA DE LAS PERSONAS MAYORES
El viernes que viene –como cada 1 de octubre desde el 14 de diciembre de 1990, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas instituyó la efemérides– será el Día Internacional de las Personas Mayores. La pandemia que transitamos será el eje de los debates para determinar su impacto en el abordaje del envejecimiento. Tiene sentido. Sin dudas se trata de un segmento social altamente vulnerable. Pero, más allá y más acá de ello, es preciso tener claro que no hay vejez. Hay vejeces. No a todos ni a todas nos llega ni la transitamos de la misma forma. Hasta en el Planeta Rock es posible verificar la observación. Ringo Star (81), Paul McCartney (79), Mick Jagger (78), Phil Collins (70), Charly García (70), Elton John (74), por mencionar solo algunos. En el mundo de la música popular estadounidense, Tony Bennet (95); en el cine, Clint Eastwood (91). Sin olvidar a Joaquín Sabina (72) ni a Joan Manuel Serrat (77). Jane Fonda (83), escritora, editora de libros, activista, bloguera, realizadora de vídeos sobre gym. La lista podría seguir ad infinitum. Pero también hay millones de adultas y adultos mayores anónimos que cada día viven sus vejeces como aquellos y aquellas famosas, aunque nadie pague cientos de dólares, euros, yenes, yuanes, guaraníes, pesos o criptomonedas para ver sus obras o sus trabajos. Tampoco se escuchan ovaciones ni aplausos cuando, al fin de cada jornada regresan a sus hogares o, sin salir de ellos, concluyen con actividades remotas. Naciones Unidas (ONU) reporta que, desde el año pasado, el número de personas de 60 años, en nuestra Aldea Global, supera a la de los niños y niñas menores de 5 años. Para 2050, se proyecta que las y los adultos mayores serán más de 1.500 millones. El panorama es claro y concreto. La prolongación de la vida es y será uno de los temas que demandará mayor atención en la centuria que corre por los efectos no deseados ni previstos. La ONU, para que pensemos las vejeces en orden a los contenidos de la Agenda 2030 con sus 17 Objetivos para el Desarrollo Sostenible (ODS), recolectó datos en 57 países. El análisis exhaustivo de la información recolectada permite informar que “una de cada dos personas [entrevistadas] tiene actitudes moderada o altamente edaístas”. Terminar con estereotipos y prejuicios –en tanto prácticas sociales preocupantes, repudiables y antiéticas– respecto de la población añosa es una meta social prioritaria y posible.