Su muerte en el hospital parisino de la Pitié-Salpêtrière en la madrugada del 31 de agosto de 1997 dejó a todo el mundo en estado de shock. Pero también el terrible accidente puso en marcha miles de especulaciones e incógnitas que aún continúan abiertas, veinticuatro años después del brutal accidente en el túnel del Alma, junto al millonario Dodi Al-Fayed, quien era su novio por esos días aunque realmente no fue su gran amor, como luego el mundo se enteró a través de diferentes publicaciones y hasta testimonios de su entorno.

Las teorías conspira­ticias se sucedieron inmediatamente des­pués del suceso, inspiradas en el propio padre de Al Fayed, el entonces dueño de las gran­des tiendas Harrod’s , quien afirmó que la pareja había sido víctima de los propios servicios secretos o la corona británica que no permitirían que la madre del futuro rey de Inglaterra (el hijo de Car­los y Diana, Guillermo) fuera musulmán. Sin embargo, a pesar de las distintas histo­rias tejidas en torno a ello, se fueron aclarando situacio­nes e investigando hechos concretos, que echaron luz sobre las verdaderas razones de ese terrible accidente que pudo haberse evitado, según expertos, con prudencia.

NO DEBIÓ ESTAR

Hace un año, su guardaes­paldas oficial, Colin Tebbut, reveló que la princesa no debía estar en París en la fecha del accidente. Sus planes eran vol­ver a Londres, tres días antes, el 28 de agosto, para estar con sus hijos. Diana decidió pro­longar su estancia en el yate de Dodi Al-Fayed y después viajar a París. Fue la propia princesa la que se puso en contacto con su personal para revelarles que prefería mantenerse en el yate unos días más.

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LA HERIDA MORTAL

El coche en el que viajaba con Dodi Al Fayed, el chofer Henri Paul y el guardaespaldas Tre­vor Rees-Jones, a gran veloci­dad tratando de esquivar a los paparazzis que los perseguían en motocicletas y automóviles, se estrelló contra una columna de hormigón. Ella, que iba con Dodi en el asiento trasero, sólo sufrió unas pocas fracturas y una “pequeña herida en el pecho” a decir de los médi­cos que la atendieron, que no hubiera sido tan grave si Diana hubiera llevado puesto el cin­turón de seguridad. Esa es la conclusión a la que arribó el equipo médico encabezado por el doctor Richard Shepered en su exhaustiva investigación luego de 7 años del accidente y que publicó en un libro en el 2019. En ese libro explica que Diana no murió inmediata­mente como sí lo hicieron Dodi Al Fayed y el chofer Henri Paul, que luego en un análisis se des­cubrió que había consumido alcohol y antidepresivos esa misma noche. El chofer rea­lizó varias maniobras temera­rias y el guardaespaldas, Tre­vor Rees-Jones, que iba en el asiento de acompañante, tenía el cinturón de seguridad puesto y fue el único sobrevi­viente. Diana quedó atrapada en el coche y cuando llegó la ambulancia estaba aún cons­ciente y les pareció a los para­médicos bastante estable.

Lo que no se percibió en ese momento sino en el hospi­tal y en medio de la cirugía es que esa pequeña herida había causado una hemorra­gia interna. Ella se desmayó y quedó inconsciente camino al hospital donde la esperaba un equipo médico.

EL MEJOR CIRUJANO

El médico que atendió a Diana esa madrugada reveló hace unos meses cómo fueron sus últimas horas, cuando inten­taba salvarle la vida. El doctor se llamaba Mosef Dahman y estaba de guardia en el hospital de la Pitié-Salpêtrière. El acci­dente fue a las 00:23 y Diana llegó al hospital a las 2:06. El médico fue informado que lle­gaba una joven mujer descom­pensada y que había sufrido un grave accidente. Llegó y vie­ron que era la princesa Diana. Mientras, llamaron al enton­ces considerado mejor ciru­jano cardíaco de París, Alain Pavie, que ingresó al quiró­fano. La trasladaron a quiró­fano y finalmente localizaron la herida en la vena pulmonar superior izquierda. La sutu­raron, pero el corazón dejó de latir. Probaron descargas eléc­tricas y masaje cardiaco, sin éxito. El fallecimiento se certi­ficó a las 4 de la mañana.

LA LLAMADA

Hasta hoy, 24 años después de esa tragedia que les arre­bató la vida de su madre joven siendo ellos unos adolescen­tes, aún lamentan recordar el poco caso que hicieron a la lla­mada telefónica de su mamá horas antes del accidente. Como cualquier chico de esa edad en tiempo de vacacio­nes, se apresuraron a termi­nar la charla con Diana por­que debían seguir jugando, “lo lamentaré el resto de mi vida”, dijo Harry.

Los hijos hablaron de todos esos grandes traumas que debieron atravesar con la ayuda de terapia y con muchos traspiés, sobre todo Harry que era el más pequeño y tal vez apegado emocionalmente a su madre. Lo hicieron en forma pública 20 años des­pués de ocurrida la muerte de su madre. Además del dolor profundo por lo ocurrido en forma repentina, tuvieron que lidiar con la exposición pública y las noticias que caye­ron sobre ellos como una tor­menta. Y luego de tantos años y de tantas críticas e historias de prensa, elogiaron el tem­peramento y la delicadeza de su padre, el príncipe Carlos, que fue el encargado de decir­les a ellos que su madre había fallecido y también el que viajó a Francia a hacerse cargo de todos los trámites y de trans­portar el cuerpo de Diana.

HIJOS VS PAPPARAZZIS

Los paparazzis que seguían a Diana esa madrugada y a todas horas de su vida, siguie­ron filmando y fotografiando muchas de las escenas de dolor y los cuerpos de los muertos y heridos. Las fotografías toma­das en esas circunstancias no se publicaron nunca pero cir­cularon en las redacciones de entonces “Eran una manada de perros”, dijo de ellos Guillermo en un documental. Los ciru­janos que atendieron a Diana en el hospital al que fue trasla­dada también han hablado de cómo los periodistas trataban de infiltrarse en el lugar para obtener información. Se dis­frazaron de personal médico o empujaban carritos. Hubo quien intentó incluso com­prar los zuecos del personal manchados con la sangre de la princesa. Y luego de su muerte, las publicaciones abundando sobre detalles más o menos escabrosos de la vida íntima de la princesa y todo tipo de relaciones posibles, hizo que sus hijos conserven (hasta hoy) una opinión negativa sobre el manejo de los medios.

UNA FOTO Y UN ROSARIO

El primero en ser informado de la noticia del fallecimiento de Diana fue el embajador de Gran Bretaña en Francia, Michael Jay, que se puso en contacto con el secretario pri­vado de la Reina, Robin Jan­vrin que, a su vez, informó a la soberana. Fue el príncipe Carlos quien viajó a París para recoger sus restos mortales y, en el hospital, antes de que diera comienzo la ceremo­nia de repatriación, se despi­dió, a solas, en la más estricta intimidad, de la que fuera su esposa.

Se encargó de que cubrieran el féretro con el estandarte real y ordenó que se la recibiera en Londres con honores, antes de insta­lar su ataúd en el palacio de St. James. Antes de llevar a Diana a la capilla real del Palacio de St James, se le realizó una autopsia en la funeraria de la familia real. Su mayordomo Paul Burrell vistió el cuerpo con un traje negro de Cathe­rine Walker, una de sus dise­ñadoras favoritas, y le pusie­ron entre las manos una foto de sus hijos, que llevaba en el bolso que recuperaron del auto en el que iba, y un rosa­rio que le había regalado la madre Teresa de Calcuta, que curiosamente murió cinco días después. Un día antes del funeral, el ataúd fue trasladado al Palacio de Ken­sington.

Cubierto por la ban­dera real y con tres ramos de flores, uno de su madre, otro de sus hermanos y otro de sus hijos, el cuerpo fue tras­ladado en procesión sobre un carruaje arrastrado por cuatro caballos y escoltado por la guardia real hasta la Abadía de Westminster. Sus hijos, de 12 y 15 años, siguie­ron el cortejo, algo que les dejó secuelas de dolor tam­bién junto a su padre y al hermano de Diana, Charles Spencer.

A pesar de lo que se dice de él, fue Carlos el principal defensor de que se realizara un gran funeral y entierro a Diana público mientras que el Palacio prefería una discreta ceremonia privada pues ella ya no era alteza real. Superado el dilema legal el funeral fue impresionante y seguido por la televisión por unos 2.500 millones de personas de todo el mundo y de todas las clases sociales y credos que se unie­ron en el dolor y sentimiento por la que hasta hoy no tiene rivales como la más grande “reina de corazones”.

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