Por Bea Bosio, beabosio@aol.com

“Una vez hayas probado el vuelo siempre caminarás por la Tierra con la vista mirando al cielo, porque ya has estado allí y allí siempre desearás volver”.

(Atribuido a Da Vinci, allá por el 1506)

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Cuentan que la pasión de Mary Wallace por el cielo viene de larga data, como esas cosas que a veces traen los seres consigo al nacer. Tal vez por eso la niña –que sería conocida posteriormente como Wally Funk– comenzó a fabricar aviones de madera sin que nadie le dijera cuando tenía siete años en 1946.

A los 9, tomó su primera lección de vuelo y supo inmediatamente que aquello era todo lo que quería hacer. No le importaba ser pionera en lo que fuera, si aquel arrojo lograba acercarla al cielo una y otra vez. Por eso a los 20 se convirtió en aviadora profesional y al poco tiempo fue la primera mujer instructora de vuelo en una base americana militar.

Jamás tuvo miedo ni se amilanó ante las dificultades de la profesión. Lo suyo era osadía pura y por eso no dudó en ofrecerse como voluntaria para el programa de la NASA que se llamaba Mujeres en el Espacio cuando en 1961 lo establecieron de manera experimental. (Si no le temía al cielo imaginaba que sería una gloria el espacio sideral.) El grupo – conocido como el Mercury 13– estaba conformado por ese número de aviadoras que se sometió a los entrenamientos físicos y psicológicos durante meses para poder embarcarse en aquel sueño espacial.

A Wally no le importaron las 18 agujas en la cabeza para lograr el registro de sus ondas cerebrales. Tampoco se amilanó ante el desafío de tragar un metro de manguera para pruebas estomacales. Por un minuto hasta logró olvidar que en esta galaxia todavía a las mujeres le estaban vedadas ciertas cosas, hasta que de pronto le cayó encima el peso de la realidad en toda su fuerza gravitacional: El programa fue suspendido abruptamente y viajó una misión masculina, aunque el desempeño de las mujeres hubiera sido incluso superior.

A pesar de tamaño desencanto, una década más tarde cuando la Agencia por fin se abrió a la posibilidad de admitir mujeres, lo volvió a intentar. De hecho cuatro veces lo intentó, pero la NASA alegó que le faltaba el título de ingeniera para poder volar. De igual manera ella siguió rompiendo las barreras de su género y al menos a nivel atmosférico, pocas la pudieron superar: Se convirtió en la primera inspectora de la Administración Federal de Aviación y la primera investigadora de Seguridad aérea a nivel nacional y tuvo una buena cuota de reconocimientos, como el sello de oro de las Fuerzas Aéreas y el honor de formar parte de las primeras 100 mujeres aviadoras de vuelos comerciales.

Ha pasado la vida y Wally lleva en su cuenta casi 20.000 horas de vuelo y 3.000 alumnos que aprendieron con ella a volar.

A los 82 años el sueño conquistar la galaxia ya se veía vidrioso, hasta que un buen día la anciana recibió la llamada del magnate de Amazon, Jeff Bezos, preguntándole si quería ir con él como invitada de honor a un vuelo de Blue Origin, su compañía enfocada en la actividad espacial.

–¿Me estas hablando en serio? –Preguntó Wally emocionada al oír la propuesta, y aceptó sin chistar.

Habían pasado 60 años de aquel sueño fallido con la NASA y ahora, ya cerca del umbral de los tiempos, por fin le llegaba la oportunidad que este martes 20 de julio se hizo realidad. Desde el desierto texano el cohete New Shepard partió con Wally y otros miembros de la tripulación rumbo al espacio, rompiendo tres veces la velocidad del sonido para elevarse a 100 kilómetros de altura y experimentar el grado cero de gravedad.

Desde allá arriba Wally emocionada observó nuestro planeta y 82 años de vida le parecieron poco en este maravilloso viaje existencial, que le probaba –incluso a semejante edad– que nunca es tarde para alcanzar los sueños aunque se vean tan altos como el cielo e imposibles de lograr. El vuelo espacial convirtió a Wally Funk, en ese día, en la persona más grande en viajar al espacio en toda la historia de la humanidad.

Etiquetas: #Alto vuelo

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