Por Bea Bosio, beabosio@aol.com

Alexandra alguna vez había soñado con ser médica, pero aquel anhelo se le hizo imposible con tantas obligaciones a cuestas. Ser mujer y miembro de una comunidad jasídica de judíos ortodoxos la mantenía fuertemente unida a sus tradiciones religiosas. Así que criaba hijos en un suburbio neoyorquino y atendía las cuestiones hogareñas, aunque la pasión por la medicina a veces la visitaba en forma de una curiosidad innata.

Alexandra no era jasídica de origen sino por opción. Había crecido en una familia secular judía y pasó su infancia recorriendo el país a través de la profesión de su padre. Al terminar el colegio estudió biología con la idea de luego pasarse a la facultad de medicina, pero en el camino empezó a apasionarse con el judaísmo ortodoxo y a seguir estrictamente sus reglas. Estudió Yiddish, comenzó a vestirse más cubierta y adhirió una peluca a su vestimenta. Un tiempo más tarde dejaría de conducir, y diría adiós a todo tipo de tecnología que usara la internet como herramienta. Convencida de este nuevo camino, se mudó a una sección jasídica de Brooklyn donde conoció a Yosef, un viudo con dos hijas. Pronto se casaron y empezaron una vida bajo esas creencias.

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Al poco tiempo empezaron a llegar los niños y Alexandra olvidó aquel sueño de ser médica, hasta que ya más acostumbrada a los malabares de la crianza, fue a consultar un día con su rabino sobre la posibilidad de volver a la universidad. Ambos sabían que estudiar una carrera tan demandante sería un desafío difícil bajo reglas tan estrictas.

Para ser doctora, Alexandra tendría que usar internet e interactuar con los hombres: compañeros profesores y doctores, cosas prohibidas en sus creencias. Pero el rabino le alentó a que lo hiciera, ya que una médica que los entendiera sería muy útil para la comunidad. Con esa luz verde, Alexandra se presentó a la entrevista de admisión, cuatro días después de haber tenido a su séptimo hijo.

La gente de su círculo se sorprendió al saber la noticia.

–¿Por qué estudiar medicina? - preguntó una amiga mirándola extraño - Si tanto quieres trabajar, ¿por qué no ser cajera en una tienda?

Y nadie dimensionaba el tamaño de voluntad que estaba gestándose en ella.

Mientras sus compañeros estudiaban largas horas en la biblioteca, Alex volvía a su casa, y lo hacía entre los juguetes de sus hijos, y el ruido de un hogar lleno de niños. Su marido la ayudaba como podía: por un lado, ajustando los gastos de un salario mínimo, y tomando turnos nocturnos para poder cuidar a los chicos durante el día. Poco a poco, con la ayuda de préstamos estudiantiles y becas, se iba cristalizando más cada día.

–La manera en que íbamos sorteando cada obstáculo me hace pensar que esto estaba destinado a que sucediera –dice su marido– jasídico como ella –que fue premiado por la universidad por todo el apoyo que le brindó a su mujer en la carrera–.

El esfuerzo fue titánico. Alexandra recuerda que cuando estaba en trabajo de parto con sus gemelas, estudió para el examen de microbiología, y que los libros le ayudaban a distraerse de las contracciones. A pesar de que en su mundo no se permite la internet como regla, con el apoyo de su rabino Alexandra pudo comprar una laptop para poder acceder a información médica. También compró un teléfono inteligente para bajar los programas que usan los alumnos para ciertos procedimientos quirúrgicos. De nuevo volvió a manejar, aunque era su marido quien la sacaba del barrio para evitar las reacciones de su comunidad.

Alex siguió usando su peluca durante las cirugías, pero utilizó el equipamiento quirúrgico exigido por las reglas seculares. También fue negociado el contacto con los hombres durante los procedimientos, para poder mirarlos a los ojos mientras discutían cuestiones médicas. Las mujeres de la comunidad que al principio la miraban extraño, pronto empezaron a acercarse a ella. Al no tener acceso a la internet querían saber cómo iban los números de la pandemia, Alexandra les iba informando. De hecho, fue ella quien las convenció del beneficio de las vacunas.

Lamentablemente, su rabino y gran propulsor de sus sueños perdió la vida a consecuencia del covid-19. Pero Alexandra recordó siempre sus últimas palabras:

–¡No te rindas!

Haciendo honor a esa promesa, el mes pasado Alexandra se graduó como mejor egresada de la facultad de Medicina. Su logro la convierte en una de las únicas doctoras jasídicas en los Estados Unidos, abriendo una brecha histórica para las mujeres de su creencia.

*Su décimo hijo nacido en setiembre se llama Aharon, en honor al gran Rabino que desde el día uno creyó en ella.

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