La Reserva San Rafael es una de las últimas zonas boscosas que tiene Paraguay en la Región Oriental. Desde hace varios años atraviesa por constantes conflictos, lo que pone en peligro su conservación. Si bien las amenazas presentan diferentes matices, mantienen un denominador común: La ausencia e ineficiencia del Estado. A pesar de todo esto, hay un grupo de personas que sigue apostando por mantener con vida estos bosques.
- Por Aldo Benítez
- Fotos José María Riveros
A la entrada del sendero Chachi, que administra la organización Pro Cosara, en la Reserva San Rafael, un grupo reducido de hombres salió a nuestro paso. Estaban tensos. Al interior del sendero se escuchaban conversaciones diversas. Tras un intercambio de palabras con uno de los guardaparques de la reserva que era nuestro guía, estos hombres nos invitaron a ingresar al sendero para mostrar lo que habían “agarrado”. Pero antes nos pidieron borrar todo lo que teníamos grabado hasta entonces.
En el interior del bosque, al menos 30 campesinos rodeaban dos tractocamiones. Uno de ellos cargaba enormes rollos de madera nativa que fueron aserrados en pleno bosque. Estaban también tres peones de la familia Hostettler, propietaria de varias hectáreas que hacen a la reserva y en efecto, a esta parte del sendero Chachi.
“De acá nadie sale hasta que venga el fiscal” repetían los campesinos. Estaban decididos a que se tome en cuenta la acción que llevaron. “Nosotros habíamos prometido que íbamos a agarrar a los que realmente deforestan este bosque y estamos cumpliendo” decía otro de los campesinos, Francisco Sotelo.
Después de cuatro horas llegó el fiscal Édgar Ortiz, acompañado de un reducido contingente de policías. Manejando él mismo la patrullera ante la falta de personal, Ortiz atendió el reclamo de este grupo campesino. Lo que parecía que iba a terminar allí, tuvo un contratiempo tras la llegada al lugar de Pedro Hostettler, uno de los dueños de la finca. Pedro, filmando lo que estaba pasando con su celular, hacía un relato de los sucesos mientras iba pasando entre los campesinos. En un momento dado, lo acorralaron y lo intentaron llevar a la fuerza por uno de los senderos. En ese momento se armó un pequeño alboroto, entre gritos y empujones. Pero prevaleció la calma, que vino desde los propios líderes campesinos.
Cuando cayó la tarde, Ortiz labró el acta de intervención. Los tractocamiones con los rollos de petereby (cordia trichotoma) fueron enviados a la Fiscalía local. Según Pedro Hostettler, los peones de su finca estaban sacando esos rollos a pedido de la propia Fiscalía y el Instituto Forestal Nacional (Infona), instituciones que el 22 de mayo pasado habían llegado hasta el lugar por una denuncia que hizo Pro Cosara, una organización que trabaja en la reserva, por la tala indiscriminada que había en el lugar.
“Iban a dejar los rollos en el local de Infona, que está en la sede de Pro Cosara, en carácter de depositario. Eso hicimos porque ni la Fiscalía ni Infona tienen las herramientas necesarias para sacar estos rollos de madera. Nosotros le estábamos haciendo un favor”, sostuvo Pedro.
Para los campesinos, lo que encontraron en el sendero es la prueba irrefutable de que los verdaderos deforestadores son los grandes productores de la zona y que ellos, específicamente los del asentamiento Nueva Esperanza, recientemente creado en el corazón de la reserva, no tienen relación con los casos de tala que se han denunciado últimamente.
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Este episodio es apenas uno de los tantos que se suceden a diario en la Reserva San Rafael, que pinta, en cierta manera, todos los conflictos que se generan en torno a este bosque. Este remanente de bosque, ubicado entre los departamentos de Itapúa y Caazapá y que forma parte de lo que se conoce como Bosque Atlántico Alto Paraná (Baapa), es considerado una ecorregión de biodiversidad única que comparte territorio con Argentina y Brasil.
NUEVO ASENTAMIENTO
“Este lugar se llama Nueva Esperanza y estamos aquí hace dos meses. Tuvimos conocimiento de que esta fracción de la reserva le corresponde al Banco Nacional de Fomento (BNF), entonces lo que estamos haciendo ahora es tener un principio de conservaciones con el Instituto de Desarrollo Rural y de la Tierra (Indert) y el BNF para que estas tierras puedan ser para este asentamiento” dice en guaraní Ignacio Monges, uno de los líderes de esta nueva comunidad.
La zona donde está asentada Nueva Esperanza es una de las pocas que aún conserva un nutrido bosque dentro de la reserva. Pero los campesinos aseguran que la mayor parte del terreno que están pidiendo para instalar el asentamiento quedó incendiada a finales del año pasado, cuando esta área protegida perdió 33.000 hectáreas con el fuego, que significó casi la mitad de todo el superficie de la reserva, que tiene unas 73.000 hectáreas.
Según Monges, son 7.000 hectáreas las que le corresponden al BNF en la zona, pero que lo que ellos piden para el asentamiento 1.300 hectáreas, en las que trabajarán en un proyecto de producción de yerba mate orgánica. Con esto, buscan beneficiar a unas 70 familias que viven en el lugar.
Para llevar adelante esta iniciativa, Monges asegura que ya se han reunido con los directivos de la organización Guyrá Paraguay, que trabaja en este tipo de proyectos en la región con otros asentamientos.
“Nuestra vida es complicada porque a los campesinos no se les da prioridad. Como gente pobre que somos nos vemos obligados a buscar dónde instalarnos y de dar de comer a nuestros hijos”, dice Monges. Afirma que existe una ausencia total del Estado con respecto a programas o proyectos que beneficien al sector campesino en esta zona del país, situación que es diferente con empresarios agroindustriales de la región, asegura Monges.
De hecho, San Rafael, como otras áreas protegidas, soporta la presión constante de plantaciones de soja, cuyos encargados no respetan en lo absoluto la franja de seguridad o de amortiguamiento.
Con Nueva Esperanza ya instalada, suman al menos 10 asentamientos humanos en los alrededores de la reserva en los últimos años.
EL PELIGRO DE LOS CULTIVOS ILEGALES
Al grave problema social y ambiental que pueden significar los asentamientos humanos en áreas protegidas como San Rafael, otro actor muy fuerte se fue sumando al escenarios de conflictos: El narcotráfico.
Desde mediados del 2000, grupos de narcotraficantes han encontrado en las áreas protegidas de la Región Oriental de Paraguay el lugar perfecto para operar con sus plantaciones ilegales. En marzo de este año, agentes de la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad) y del Ministerio público destruyeron 42.000 kilos de marihuana. Según la organización WWF, dentro de su propiedad se han destruido unas 3.200 hectáreas para el cultivo de marihuana desde el 2004 hasta mediados del 2020.
Quienes conocen estos territorios aseguran que la situación se vuelve cada vez más difícil, ya que cuando los narcos toman un territorio para sus plantaciones de marihuana, los hechos de violencia pueden sucederse en cualquier momento.
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Entre finales de noviembre y principios de diciembre del 2020, varias zonas del núcleo de la reserva se incendiaron durante días. Fue el infierno puro. Si bien para quienes trabajan en la conservación y cuidado de esta área el alivio fue grande cuando paró el fuego, actualmente la preocupación para ver qué ocurren con estos territorios quemados. Todo apunta a que los narcos tomarán el control de estas parcelas, lo que no permitirá que el bosque vuelva a recuperarse naturalmente.
PROYECTOS DE ESPERANZA
En medio de toda esta situación hay experiencias que dan esperanzas. La organización Guyrá Paraguay trabaja hace diez años en la zona de la reserva con un proyecto denominado Iniciativa Yerba Mate que promueve la plantación de yerba mate bajo sombra, es decir, sin deforestar, y sin usar ningún producto químico, ya que es totalmente orgánico.
En este proyecto participan campesinos de las comunidades de Óga Itá y Jovere, además de la Comunidad Mbya Guarani de Arroyo Moroti, todos en la región del Baapa y San Rafael. En setiembre del 2020, han producido 14.000 kilos de hojas verdes de la yerba –ya cosechada bajo sombra– y el objetivo es llegar a los 30.000 kilos en un año.
Eger “Don Lalo” Báez es uno de los productores de Oga Itá que se sumó al trabajo. “Don Lalo” nos recibe en su casa y explica los pormenores de este proyecto, que se nota, lo entusiasma. “La gente de Guyra nos dio la asistencia técnica. Nos enseñaron cómo hacer las podas y también trabajó con nosotros en principio un voluntario del Cuerpo de Paz”, expone.
En Óga Itá son 67 familias que están trabajando con la yerba mate bajo sombra. Rodolfo Ruiz y Diana Riveros, de Guyrá Paraguay, explican que la intención de este proyecto es hacer que las comunidades que viven en esta zona no colaboren con la deforestación, una situación que ya es compleja. “La yerba es una planta endémica del Bosque Atlántico, es decir, es natural de aquí. Se ha comprobado que con una plantación orgánica, con tratamientos naturales, la misma puede tener un gran rendimiento”, explica Ruiz.
Para Florentina Armoa, de 65 años, de la comunidad Mbatovy, la experiencia de trabajar con la yerba mate bajo sombra fue enriquecedora porque sirvió, a su criterio, para demostrar que no es necesario echar todos los árboles para tener ganancias con productos que salen del suelo. “Si envenenamos nuestra tierra, es difícil que pueda generar algo bueno. Si echamos árboles sin control, entonces la naturaleza nos va a jugar en contra”, dice en un fluido guaraní, Florentina.
Agrega que toda su vida vivió en la zona y que el cambio en los últimos años es brutal. “Ya no hay madera, ya no hay árboles, hoy todo está vacío”, expone la mujer.
Gracias a un convenio con una empresa, toda la producción de la yerba orgánica que sale de estas comunidades se vende a esta compañía, que posteriormente exporta.
LA CONSERVACIÓN, A PESAR DE TODO
Son jóvenes profesionales y apasionados por el ambiente y la conservación. En silencio trabajan desde hace años en promover la conservación de la vida que habita en los últimos remanentes de bosques de la Reserva San Rafael.
Guyrá Paraguay tiene su estación biológica denominada Kanguery, que cuenta con unas 6.797 hectáreas en donde se trabaja en diferentes proyectos de conservación, con el uso de tecnología como la mayor aliada. Allí, biólogos, especialistas, guardaparques, monitores forestales, ingenieros forestales operan para ver la manera en que pueden hacer sus investigaciones.
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Pro Cosara también trabaja en la conservación de fauna y flora. Cuenta con cámaras trampa y sistemas de reconocimiento de huella para ir detectando animales que habitan San Rafael, donde un plantel de jóvenes profesionales opera para hacer un seguimiento de lo que van encontrando.
A pesar de los graves problemas mencionados de invasión y de incendios, hasta este año, los registros del 2020 y de este año de las cámaras trampa mostraron por ejemplo la presencia de dos pumas (puma concolor) en el área de la reserva. Una especie que se creía ya no existía.
Entre el 16 y 17 de junio últimos, el Ministerio del Ambiente y Desarrollo Sostenible (Mades) informó sobre una intervención en San Rafael. Una comitiva importante estuvo en el lugar para hablar con los miembros del asentamiento Nueva Esperanza, cuyos habitantes buscan un lugar donde vivir, justamente en un lugar que también lucha por sobrevivir.