La idea que tocaría tan­tos corazones surgió un caluroso noviem­bre del año 1919 entre los médicos y directivos de la Liga Paraguaya Antituber­culosa. Barbero a la cabeza y un acta firmada por los doctores Álvarez, Brugez, Gubetich, Migone, Riera, Lofruscio, Zanotti Cavaz­zoni, Silva, Semidei y otros tantos ilustres hombres de la ciencia.

El propósito: Crear una sec­ción local de la Cruz Roja. El proyecto inicial sur­gido en 1859 en los cam­pos de batalla de Solferino se andaba propagando por todo el mundo, y Paraguay también quiso ser parte. Sociedades nacionales de asistencia, que se hacían eco bajo el lema “In pace et in bello caritas” (Caridad tanto en la paz como en la guerra). En 1921, Gondra le otorgaría personería jurí­dica aprobando los estatu­tos como presidente de la República.

En grandes momentos de nuestra historia ondearía la bandera de la Cruz Roja como símbolo de ayuda y asistencia. Y en particu­lar en la Guerra del Chaco donde la actuación de tan­tos hombres y mujeres fue heroica. Ante la primera movilización de 1928, la Cruz Roja comenzó a for­mar a enfermeros y cami­lleros para estar a la altura de las exigencias de la con­tienda, y ni bien ocurrió lo inevitable, ahí estuvo bajo la dirección inmediata de la Sanidad Militar, coordinán­dolo todo desde una posi­ción humanista y neutral, con la consigna de asistir a paraguayos y a bolivianos por igual.

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Todo el tiempo y a través del servicio de sanidad de las Fuerzas Armadas ondeó la bandera con la cruz humani­taria, no solo en la asistencia y fundación de hospitales, sino también en el esfuerzo de equiparlos y enviar mate­riales sanitarios y medica­mentos.

Valerosas mujeres se suma­ron desde distintas posicio­nes, y fue particularmente aclamada la brigada de enfermeras bajo el mando de la inolvidable María Victoria Candia, que con el contingente de aguerridas voluntarias se lanzó al cora­zón chaqueño en un vapor llamado Pingo, con bandera de la Cruz Roja Paraguaya. El río supo ser escenario de esperanza a través de los barcos hospitales donde eran transportados los heri­dos del combate.

Cuando el Ministerio de Gue­rra pidió a la Cruz Roja com­partir la responsabilidad en la asistencia de heridos y pri­sioneros paraguayos y boli­vianos, la sociedad no solo se hizo cargo de las atenciones médicas, sino también faci­litó la correspondencia y la distribución de encomien­das. Una red de comunica­ción formada por voluntarios se encargaba de enviar infor­maciones a los familiares, sin importar el bando.

En el anecdotario de aquel tiempo difícil, es imposi­ble no mencionar al selec­cionado de la Cruz Roja, que en conjunto con la Liga Paraguaya de Futbol, buscó recaudar fondos para el con­tingente de heridos. En sus filas estaba el legendario Arsenio Arico, que en prin­cipio se había alistado para combatir en el campo de batalla, pero al ser recono­cido por un superior por su talento con la pelota mudó su destino, siendo enviado a pelear en la cancha. La glo­riosa selección de la Cruz Roja recorrió el país y par­tes de la Argentina con el propósito de juntar fondos y en esos partidos fue fichado Erico que más tarde se con­vertiría en el mítico Salta­rín Rojo.

Varias veces, en varias cró­nicas, he detallado momen­tos inolvidables que tienen que ver con esta noble obra humanitaria, con el espí­ritu de Andrés Barbero, con el talento de Arsenio Erico y la valentía de María Victoria Candia. Pero en este mes de junio en que conmemoramos la Paz del Chaco, la crónica se cuenta en fotos, en colabo­ración con el Departamento de Comunicación de la Cruz Roja Paraguaya y el valioso archivo del Comité Interna­cional de la Cruz Roja.

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