La Independencia paraguaya fue un proceso que obedeció a causas múltiples y fue gestándose progresivamente desde antes de la revolución de mayo de 1811, siguió con esta, se afianzó con la consagración de la República en 1813, se declaró formalmente en 1842 y su reconocimiento definitivo se dio en 1852. Entonces, ¿cuál es la “verdadera” independencia?

Este 14 y 15 de mayo el Paraguay conme­moró 210 años de vida independiente. Ya ha trans­currido una década de los fes­tejos del bicentenario, en el marco del cual se realizaron numerosas publicaciones, simposios y otras activida­des de tinte histórico.

Además de la pompa de los festejos, por esas fechas tam­bién tuvo especial destaque una corriente revisionista que problematizaba el relato oficial y que postulaba que la Independencia paraguaya en realidad se produjo el 12 de octubre de 1813.

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De especial relevancia en este sentido fue la aclamada visita en el 2011 del histo­riador norteamericano Richard Alan White, autor de “La primera revolución popular en América, Para­guay 1810-1840”, publicado originalmente en 1978 bajo el menos apologético título de “Paraguay’s autonomous revolution, 1810-1840”.

White sostuvo entonces en declaraciones a la prensa que en el Paraguay se ha falsifi­cado la historia con la insta­lación del 14 y 15 de mayo de 1811 como fecha de la Inde­pendencia. En efecto, consta en documentos de la época de Carlos Antonio López que la Independencia era cele­brada por aquel tiempo el 12 de octubre, lo que según el autor sería cambiado por los legionarios que tras la Gue­rra del 70 gobernaron el Para­guay, conocidos sobre todo por ser fanáticos antifrancis­tas y antilopistas.

El autor norteamericano califica a la asamblea que ini­ció sus deliberaciones el 30 de setiembre de 1813 como “el primer congreso popular de América Latina”. Este contó con la participación de más de 1.100 delegados “que fue­ron elegidos por elecciones populares y libres, por todos, o la mayoría de sus respec­tivos habitantes”, según las instrucciones de la Junta al Cabildo de Pilar del 26 de agosto de 1813.

“En una sesión general en su día final, 12 de octubre, el con­greso ratificó oficialmente ‘el plan de gobierno propuesto por el Dr. Francia’. (…) Como se publicó en el bando del 21 de octubre de 1813, la primera asamblea auténticamente popular en América Latina, facultada a establecer su pro­pia forma de gobierno, anun­ció orgullosa la creación de la primera nación autónoma en América Latina: la República del Paraguay”, escribe White. Se nombró como cónsules a Francia y a Yegros, aunque el primero ejercería el liderazgo de hecho ocupando el cargo durante dos de los tres cua­trimestres anuales.

"La intimación a Velasco", de Jaime Bestard.

LA DECADENCIA DEL IMPERIO ESPAÑOL

Ahora bien, es necesario con­textualizar en primer lugar en qué situación se encontraba la monarquía española en el momento en que las colonias americanas declararan suce­sivamente la independencia política de la metrópoli. El imperio español se hallaba en aquellos primeros años del siglo XIX en una profunda cri­sis. El 6 de mayo de 1808, el rey Fernando VII y su padre Carlos IV abdicaron al trono español a favor de Napoleón, quien había invadido la penín­sula ibérica el año anterior e impuso en el cargo a su her­mano José Bonaparte.

Ante estos hechos, el Para­guay, al igual que las demás provincias del Río de la Plata, manifestó su lealtad al rey depuesto. En cambio, se reivindicó que en tanto el monarca permaneciera imposibilitado de ejercer su soberanía, los pueblos his­panoamericanos tenían el derecho de autogobernarse y no depender del Consejo de Regencia que se había con­formado para gobernar en ausencia del rey.

En mayo de 1810, los vecinos de Buenos Aires desplazaron al virrey Baltasar Hidalgo de Cisneros y pretendie­ron investirse del derecho a gobernar los territorios del Virreinato del Río de la Plata. Con vistas a ello convocaron a un congreso a fin de decidir la forma de gobierno de las pro­vincias que lo constituían.

Por su parte, en julio de 1810, luego de las deliberaciones de un cabildo abierto, la enton­ces Provincia del Paraguay desconoció la autoridad de la junta bonaerense. En repre­salia, esta dispuso el blo­queo del Paraguay y envió una expedición al mando de Manuel Belgrano, que fue derrotada en las batallas de Tacuary y Paraguarí. Sin embargo, al principio corrió la voz sobre la derrota de los paraguayos, lo que sumado a la rauda huida del campo de batalla del entonces goberna­dor intendente Bernardo de Velasco Huidobro despertó la alarma en la élite espa­ñola residente en Asunción, que se embarcó a la ciudad de Montevideo, que permane­cía como un bastión realista.

La decadencia del poder espa­ñol, la conducta pusilánime de sus funcionarios y la vic­toria militar sobre las tropas porteñistas fueron determi­nantes en el afianzamiento de una conciencia de autodeter­minación en la élite criolla.

A más de ello, a pesar de haber sido derrotado militarmente, el mensaje de Belgrano sobre la conveniencia de una unión con Buenos Aires tuvo recep­tividad en cierto sector de la oficialidad paraguaya. A raíz de ello, el gobernador Velasco avanzó en tratativas con Por­tugal con el objetivo de trabar una alianza para combatir las aspiraciones porteñistas. Los criollos temieron, con jus­tificados motivos, que el pacto terminaría en la prác­tica en una subordinación al vecino imperial.

Patio de la Casa de la Independencia.FOTO:SNC

LOS HECHOS SE PRECIPITAN

La chispa que terminó de hacer estallar el movimiento fue el acercamiento entre Velasco y Portugal para pre­cautelar los intereses españo­listas ante el acecho de Bue­nos Aires. Esta aproximación con Portugal vendría a pre­cipitar un movimiento que ya venía gestándose, pero que debió adelantarse ante el inminente acuerdo entre el gobernador intendente y la potencia lusa como eviden­ciaba la misión que cumplía por esos días en nuestra capi­tal el teniente José de Abreu.

En efecto, en la intima­ción que Pedro Juan Caba­llero envió a Velasco el 15 de mayo se expresa que “en atención a que la provincia está cerca de que habién­dola defendido a costa de su sangre, de su vida y de sus haberes del enemigo que le atacó, ahora se va a entre­gar a una potencia extran­jera, que no la defendió con el más pequeño auxilio, que es la potencia portuguesa, este cuartel, de acuerdo con los oficiales patricios, y demás soldados, no puede menos que defenderla con los mayores esfuerzos”.

El 16 de mayo se conformó un triunvirato que estuvo inte­grado por el mismo goberna­dor Velasco (quien fue desti­tuido el 9 de junio de 1811), además del español Juan Valeriano Zeballos y el doc­tor José Gaspar Rodríguez de Francia. En un bando emitido al día siguiente se comunicó la instalación del gobierno provisorio hasta el establecimiento del “régimen y forma de gobierno que debe permanecer y observarse en lo sucesivo”.

Se rechazó además que los sublevados tengan el propó­sito de “entregar o dejar esta provincia al mando, autori­dad o disposición de la de Bue­nos Aires, ni de otra alguna y mucho menos sujetarla a nin­guna potencia extraña”.

Y aquí viene un dato impor­tante que abona un punto a favor de la tesis del 12 de octu­bre. El documento declara que el objetivo es “sostener y conservar los fueros, liber­tad y dignidad (de la provin­cia) reconociendo siempre al desgraciado soberano bajo cuyos auspicios vivi­mos, uniendo y confede­rándose con la misma ciu­dad de Buenos Aires para la defensa común y para pro­curar la felicidad de ambas provincias y las demás del continente bajo un sistema de mutua unión, amistad y conformidad, cuya base sea la igualdad de derechos”.

Así, al principio el movi­miento se declaró leal al rey y no reivindicó propia­mente la Independencia. Sin embargo, los historiadores Ricardo Scavone Yegros y Liliana Brezzo sostienen en su obra “Historia de las rela­ciones internacionales del Paraguay” que esta “fideli­dad era invocada de manera puramente formularia” y que el “Paraguay fue indepen­diente de hecho desde 1811 y de pleno derecho desde 1813, pero solo gestionó o buscó el reconocimiento internacio­nal de su independencia a partir de 1842 (Declaración de la Independencia del 25 de noviembre), desplegando para obtenerlo una acción diplomática que alcanzó su objetivo en 1852 (reconoci­miento por parte de la Con­federación Argentina el 15 de julio tras la derrota de Juan Manuel de Rosas ante Justo José de Urquiza)”.

EL REGLAMENTO DE GOBIERNO

En un ambiente poco pro­picio para cualquier enten­dimiento por las trabas comerciales y promesas de ayuda no prestadas de una y otra parte, en el segundo semestre de 1812 el gobierno de Buenos Aires convocó a la Asamblea General Cons­tituyente de las Provincias Unidas del Río de la Plata instando a la entonces Pro­vincia del Paraguay a enviar diputados. La Junta Supe­rior Gubernativa decidió no designar representan­tes. Por ello, a principios de 1813, la ex cabeza virreinal envió una misión encabe­zada por Nicolás de Herrera para convencer al Paraguay de que participe de la asam­blea y acepte la anexión a Buenos Aires bajo promesas de trato igualitario.

A fin de deliberar sobre esta propuesta, se convocó a un congreso para el 30 de setiembre, que tuvo una par­ticipación de mil diputados y que se realizó en el templo de Nuestra Señora de la Merced, actual plaza de la Democra­cia. De esto resultó la elabo­ración de un Reglamento de Gobierno que constaba de 17 artículos y que fue aprobado el 12 de octubre de 1813.

En su primer artículo se rechaza el envío de dipu­tados a la asamblea convo­cada por Buenos Aires y se nombra como “cónsules de la República del Paraguay” a Gaspar Rodríguez de Fran­cia y a Fulgencio Yegros. De esta manera, el Paraguay se convierte en la primera República de América del Sur. Este es el primer docu­mento de carácter consti­tucional del Paraguay, aun­que el jurista Luis Lezcano Claude advierte que no es propiamente una constitu­ción por carecer de parte dogmática y de una declara­ción de derechos de los ciu­dadanos.

Yegros y Brezzo recalcan que en esta fecha “surgió, de pleno derecho, el Estado paraguayo y se rompió todo lazo con España y con Bue­nos Aires”.

Esta independencia de dere­cho vendría a complementar, pues, la independencia de hecho lograda desde la revo­lución del 14 y 15 de mayo.

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