Los costos que acarrean los familiares de pacientes que sufren una internación por covid-19 son altísimos, ya sea en el sector público o privado. El día a día de las familias que pelean por sus pacientes es una lucha constante, en la que se viven momentos muy duros, pero también esperanzadores a partir de la solidaridad.

El virus no solamente afecta la salud de la persona infectada, sino que en muchos casos destruye la economía fami­liar. Los testimonios en los hospitales públicos hablan de un gasto que oscila entre los G. 4 y 5 millones por día. Una cifra que supera amplia­mente, por dar contexto, el sueldo mínimo mensual, que no llega a los G. 3 millones.

El Hospital Nacional de Itau­guá –que a estas alturas prác­ticamente ya se convirtió en el centro de referencia para tratar el covid a nivel país– se convirtió en una especie de refugio gigante. Decenas de familias esperan en los alrededores por noticias de pacientes internados.

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Este hospital tiene 200 camas destinadas exclusivamente a la atención de casos covid-19, de las cuales 100 son para inter­nación, 84 para terapia inten­siva y 16 para terapia interme­dia. Todas están ocupadas al máximo. Y en lista de espera hay una docena de pacientes.

LA LUCHA DIARIA

La Secretaría de Emergencia Nacional (SEN) en principio y luego las Fuerzas Armadas instalaron carpas que son habitadas por grupos de dife­rentes familiares de pacien­tes en la entrada al hospital, en el espacio verde que tiene este nosocomio. Todas estas car­pas están ocupadas por fami­lias. El día a día es una lucha constante de los familiares. Desde donde están las carpas hasta la zona de los interna­dos hay como mil metros para caminar, que deben recorrer todos los días para traer y lle­var información.

Sin embargo, como medida para evitar propagar más los contagios, las autoridades del hospital decidieron prohibir que la gente que está en las carpas ingrese hasta la zona de espera, dentro del edificio, donde queda en forma per­manente un solo familiar. Así, cada tanto, los familiares se van turnando por horas o días y quien está en la zona de internación avisa a los fami­liares que están en la carpa cómo avanza la situación de sus pacientes internados.

Quienes viven en estas carpas son generalmente familias que llegan desde el interior del país y deben quedarse en estos improvisados albergues por varios días. En algunos casos, hasta meses. Por lo menos, la alimentación no falta. Por las mañanas, un equipo de milita­res llega hasta la zona y ofrece como desayuno cocido con leche y galletas. Pero lo que no para, a pesar de toda esta situa­ción, es la solidaridad.

“Nosotros acá estamos muy bien, gracias a Dios no nos falta comida. Vienen todos los días a traernos, llegan donaciones. Lo que se demuestra con esta pan­demia es que el pueblo para­guayo está salvando al pueblo”, dice Éver Bordón, un familiar que está hace varios días espe­rando en el albergue por noti­cias de su paciente.

Bordón afirma que en su caso los gastos fueron mínimos y que el hospital se hizo res­ponsable del suministro de todos los insumos que necesi­taba su familiar. “Es la suerte que me tocó, por suerte. Lo que nos piden son cosas mínimas”, señala Bordón. Agrega que en comparación con lo que se puede pagar en un hospital pri­vado, la diferencia es abismal y resulta imposible de cubrir.

Al igual que Bordón, Romilio Báez tiene a familiares inter­nados por covid en el hospi­tal y espera desde hace una semana prácticamente en las afueras del Hospital Nacional. Báez dice que todavía se puede aguantar así porque los gastos son mínimos, pero que la situa­ción, por lo que saben, es muy complicada para las familias que ya no encuentran cama en el sector público.

Además de los miedos y el estrés propio que genera tener un familiar internado con coronavirus, ahora se suma el problema de desfalco finan­ciero que sufren las familias.

G. 13 MILLONES POR DÍA

Una medida que tomó el Gobierno para buscar paliar la demanda de personas interna­das por la pandemia fue esta­blecer un convenio con hospi­tales privados, de manera que el Estado se hace cargo de los gastos por las personas hos­pitalizadas en las unidades de terapia intensiva (UTI) y en internación normal por covid-19. Por cada paciente, el Estado se comprometió a pagar G. 13 millones por día en UTI y G. 9 millones en internación normal, en el marco de este acuerdo.

El doctor José Zarza, de la Asociación de Hospitales Pri­vados, dice que once hospita­les se sumaron al acuerdo y que se habilitaron en total 86 camas para UTI y misma can­tidad para internación común. Todas están ocupadas hoy en día. Con respecto a la política de costos, Zarza señala que cada hospital decide cuánto va a cobrar o cómo decide hacer los costos de las internaciones y otros fuera del convenio con el ministerio y asegura que la asociación no tiene la autori­dad de establecer un monto máximo o mínimo en estos casos. “Eso depende de cada cada hospital. Es una política institucional privada”, expone.

Sin embargo, los precios suben a cifras escandalosas cuando se trata de centros asistencia­les privados que no se enmar­can dentro del acuerdo. Hay denuncias donde se mencio­nan que los casos llegan hasta los G. 23 millones por día el costo de la internación en un hospital privado. La situación está totalmente desbordada, porque tampoco hay alguna institución que se encarga de controlar estos abusos.

Una internación de una semana en UTI por bajo cuesta entre G. 80 y G. 120 millones para las familias que necesitan utilizar este servicio. En un audio que se hizo público se escucha cómo desde el departamento de reclamos de un hospital pri­vado le informan a una mujer sobre el costo que tiene la internación de su esposo: G. 117 millones por cinco días.

Los elevados costos en el sec­tor privado derivaron en que varios pacientes y familia­res de internados recurran a la Justicia de tal forma a que se garantice la utilización de una cama en UTI y en otros casos para que el Estado se haga cargo de los gastos que implica la internación.

Omar Valdez, director de Asuntos Jurídicos del Minis­terio de Salud, refiere que actualmente existen 24 amparos en trámites. De esa cantidad, 21 acciones corres­ponden a personas que ya están internadas en el sector privado, pero alegan que no tienen más dinero y solicitan que el Ministerio de Salud se haga cargo de esos gastos.

“Lo que piden es que el Estado cubra los gastos de interna­ción, no retroactivamente, porque no se alega sino que ya no pueden solventar los gastos que están teniendo y que por eso piden que el Estado se haga cargo de estos gastos desde la determinada fecha que piden”, expone Valdez. Agrega que estas acciones judiciales beneficiarán directamente a los pacientes que están inter­nados en los hospitales priva­dos que tengan los convenios establecidos con el Ministerio de Salud. Dice que el ministe­rio va a evaluar caso por caso, ya que dependerá de cada sen­tencia judicial y sobre todo de la disponibilidad de dinero que pueda tener el Estado en estos casos. “Todo va a depender de la disponibilidad que exista en el fondo de emergencia sani­taria que está destinado para este rubro”, expone Valdez.

“Nosotros tenemos un presu­puesto, pero no es ilimitado. Por eso tenemos un proceso que hemos habilitado para que el paciente pueda entrar por un hospital público y si no existe en el sistema público, entonces ahí entra en el sector privado”, dice a su vez el viceministro de Salud, Hernán Martínez.

Según Martínez, no puede hacer una estimación de cuánto es lo que el Estado hasta ahora ha pagado por estas intervencio­nes dentro del convenio con los sanatorios privados, pero lo que asegura con convicción es que se trata de cifras millonarias.

CLÍNICAS, ENTRE LA DESESPERANZA Y LA SOLIDARIDAD

En Clínicas la situación es similar a lo que pasa en el Hos­pital Nacional respecto a las necesidades y los costos para los pacientes. Derlis Torres es funcionario del Hospital y tiene a su hermano internado por covid desde hace ocho días. Cuenta que el gasto que tiene por día, aproximadamente, llega a los G. 4 a 5 millones, dependiendo de lo que se vaya necesitando para el paciente.

Torres señala que el princi­pal problema es contar con los insumos, porque la aten­ción de doctores y enfermeros es de primera calidad, señala. “La atención es de primera. Nosotros vemos cómo traba­jan y hacen lo que humana­mente se puede hacer en una situación así”, dice.

Clínicas está fuera del pre­supuesto del Ministerio de Salud y tampoco fue benefi­ciada con los fondos de emer­gencia para hacer frente a la pandemia. Financieramente la institución depende de la Universidad Nacional de Asunción (UNA). Actual­mente Clínicas tiene 90 camas, 16 en UTI y 20 para internados. Todas están ocu­padas y hay 12 personas espe­rando en los pasillos la posi­bilidad de una internación.

Afuera del sector habilitado para recibir a la gente hay una carpa que se armó justamente para recibir las donaciones. Se estableció un sistema de tra­bajo para eso, a fin de que se pueda entregar a todas las familias que necesitan. Todos los días llegan cantidad de pro­ductos en calidad de donación.

“Y como ya ven acá lo que pasa, el secreto que tenemos los paraguayos para pasar estos momentos es la solidaridad”, dice Torres.

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El servicio de delivery de las farmacias que operan alrede­dor del Hospital Nacional es incesante y es toda una forma de vivencia o de sobreviven­cia. Cargada de bolsas, una mujer montada en una moto llega cada 15 minutos con los pedidos. En la improvisada parada que arman los fami­liares aguardan en fila por la farmacéutica frente a la entrada del hospital. Los medicamentos llegan en bol­sas separadas de acuerdo a la receta. Los familiares sacan el dinero de las bolsas, de sus billeteras, del último bolsi­llo que les queda.

El denominador común en este lugar que hoy se convir­tió en un refugio de gente son las lágrimas. Muchas veces de tristeza por las malas noti­cias que reciben. Otras de alegría, cuando un paciente tiene su alta. Entonces cuando eso ocurre, la atmós­fera cambia y todos piensan “el próximo que sale de alta tenemos que ser nosotros” y se aferran a esa idea.

Porque en un momento así pueden faltar muchas cosas, menos la esperanza.

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