Por Óscar Lovera Vera, periodista

Luego de la muerte del joven Barboza, confundidos entre un secuestro y un asesinato con causas comunes, la Policía queda atrapada en un mundo de especulaciones. Una llamada –tal vez– aclararía todo.

Esto tiene que ser un secuestro, dijo –muy seguro de su intuición– el subcomisario Richard Vera, un agente del Departamento de Homicidios. Su experiencia le hizo dibujar un esquema mental rápido y –bajo sospecha– se encontraba la tesis que Oscar fue víctima de una banda de plagiarios.

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El objetivo principal era el dinero, ya que el padre del chico –un policía ya retirado– habría conservado una buena cantidad de dinero, producto de muchos años de trabajo, aunque los rumores de aquel momento apuntaron a un dinero no tan limpio, y que rindió sus frutos en las finanzas de la familia.

No encontraban otra explicación para comprender un crimen de esta magnitud. Les pareció que la forma en que lo mataron era un mensaje de sicarios, de asesinos que fueron contratados para ejecutar una venganza.

Toda investigación necesita primero ser corroborada en el entorno cercano de la víctima, ya que la planificación de un secuestro necesitaba de un delator. Alguien tan cercano al objetivo que pudiera aportar detalles de Oscar Barboza, su rutina, las rutas que tomaba, los lugares donde acudía y a quiénes frecuentaba. Esas primeras pesquisas desencadenaron en varias detenciones.

El subjefe de Homicidios seguía tan seguro de su corazonada y trazó el siguiente plan con base en la descripción que dieron testigos. Una de ellas se destacó entre varios, la mujer se identificó ante los agentes como Regina, y convenció a la Policía sobre la participación de dos jóvenes hermanos: Mariela, de 16 años, en aquel entonces, y Juan Villalba. Regina aseguró que ellos eran parte de la banda responsable del secuestro y asesinato de Oscar. La mujer mencionó que estas personas eran distribuidoras de drogas y adictas. Parte de eso lo vendían a Oscar, que –según su testimonio– también consumía drogas y estando bajo los efectos de los narcóticos, lo mataron.

Esto, aunque débil, fue suficiente para una imputación, y un juez ordenó la prisión de los dos en forma preventiva. Juan a la cárcel de varones en el barrio Tacumbú y la joven a la cárcel Casa del Buen Pastor. Otra mujer que fue detenida, bajo sospecha de saber algo más, fue la novia de Oscar. Una mujer de 23 años de nombre Teresa Vázquez Irala.

En los allanamientos en las viviendas –de los que aseguraban eran los sospechosos– encontraron prendas de vestir con manchas de color rojo, parece sangre dijo un agente de bajo rango al subcomisario Richard Vera.

El procedimiento, en este caso, les obligaba a tomar la prenda con los guantes de látex y almacenarla en bolsas de evidencia. Era lo más comprometedor que tenían para vincular a los Villalba con el asesinato.

Días después. Los análisis de los forenses en criminología les demostraron lo contrario, la mancha no era sangre. Era algo común, lejos de ser fluido humano. Todo se vino abajo.

Con el tiempo la investigación tuvo otro golpe bajo, el testimonio de Regina se fue desvaneciendo. Los agentes no encontraban más elementos que conecten con el crimen más que la cercanía.

No era suficiente para comprender el motivo de una muerte con mucha violencia. Muy característica de organizaciones criminales que apelan a estos mecanismos de tortura. El uso de un destornillador.

Pero lo definitivo, y que llevó a concluir que todo lo que habían hecho hasta ese momento fue un error, es el descubrimiento que hicieron. Regina era un nombre falso, la mujer se llamaba Sergia Báez y, según las fuertes sospechas que despertó el dato inexistente, su testimonio fue puesto en duda.

Al juez no le quedó de otra que ponerlos en libertad, también a la pareja sentimental. La Policía se equivocó, enfrentaban el peor momento de la investigación, y ya habían pasado meses del hallazgo del cuerpo de Oscar Arturo. Perdieron el hilo de la investigación.

SIN UN NORTE…

El subcomisario se mostraba nervioso. Richard le dio vueltas al caso varias veces, no entendía cómo los asesinos dejaron sin pistas para continuar con el proceso. Confundido y muy nervioso insistía con un bolígrafo que pegaba firme y con fuerza contra su mesa de madera. Imaginaba que ese ruido monótono y perturbador le daría una idea de lo que pasó. Pero no había forma, las ideas se mostraban vacías. Miró fijamente la carpeta de la pesquisa y esperaba que algunas de esas hojas, atestadas de escritos, datos, fotos e informes forenses le pudieran dar luz. Algo que quizás pasó por alto y no se percató, un dato entre líneas.

En su lectura el policía llegó al informe médico. Repasaba cada línea escrita por el patólogo: cuarenta y ocho puñaladas y penetraciones. La mayor parte de las puñaladas, la víctima las recibió en las piernas, especialmente en el muslo derecho, propinadas con un arma punzante. El arma utilizada para generar las heridas fue un destornillador.

Las heridas que provocaron el mayor sangrado las recibió en la región cervical, la cara anterior del tórax, en el tórax, el abdomen, en los hipocondrios (región superior del abdomen) izquierdo y derecho. Recibió seis perforaciones en la región lumbar derecha. Durante la inspección forense se encontró también una fractura en la tercera condrocostal (zona del tórax).

El parte médico era extenso. Hundimiento en el pecho: pudo ser provocado por una violenta pisada, un golpe fuerte y seco, ya tendido en el suelo. Sufrió hemotórax, es decir, una acumulación de sangre en el espacio existente entre la pared torácica y el pulmón a causa de las estocadas recibidas.

Lesión a nivel del glóbulo ocular derecho, lo que le produjo un hematoma de 6 y 10 centímetros de diámetro en la región frontal derecha y un edema agudo cerebral.

La causa de muerte fue diagnosticada como shock hipovolémico por múltiples heridas de arma blanca, la más importante afectó el pulmón izquierdo que sufrió una lesión cortante y penetrante del lóbulo superior izquierdo.

Pero su desconcierto era tal que por más que lo revisaba una y otra vez no lograba encontrar un cabo suelto. No tenía pistas de los criminales, ni siquiera en el cuerpo de Oscar Arturo.

UNA LLAMADA INESPERADA

Un año y siete meses después, la Policía continuaba investigando la muerte de Oscar sin mucho éxito. Volvieron sobre sus pasos y, de paso, tomaron la aparición de una camioneta quemada intencionalmente como un hecho aleatorio, pero con presunciones de tener alguna conexión.

Los que incendiaron ese vehículo utilizaron un acelerante para que la combustión sea más rápida y logre borrar todo tipo de rastros. Esto provocó curiosidad en el policía Richard Vera, sabía, por su experiencia, que esas acciones no eran comunes y decidió finalmente apuntar a un asesinato por desquite. La prosecución de esa pista llevó a confirmar que el vehículo le pertenecía a Oscar, eso le hizo presumir que todo el desplazamiento fue en esa camioneta y la dejaron cerca del cuerpo para no ser vistos en ella. Eso llevó a una segunda deducción, si no querían ser detectados es porque los autores eran residentes de la zona y cualquiera podía identificarlos. Al fin una pista con lógica, dijo el subcomisario. Pero no era suficiente para determinar de quiénes se trataba y porqué lo habían hecho.

Pero algo revirtió la mala racha en la investigación, el teléfono del subcomisario repicaba con insistencia hasta que respondió: ¿Hola? Jefe, una llamada de la Argentina al 911. Me dicen que una mujer aseguró tener datos sobre el asesinato de Oscar Arturo, explicó un subalterno a Vera.

Esa extraña mujer fue la ex pareja sentimental de uno de los hermanos Sandoval Calderolli. Los días en que Rodrigo bebía amenazaba a la mujer con matarla, así como lo hizo con Oscar. En medio de su borrachera contó detalles sobre el rapto, la tortura con el destornillador y el asesinato brutal. Ella decidió ir a la Argentina por seguridad, pero la Policía la convenció de volver a cambio de protección y su declaración ante un juez.

Pero no se quedaron con eso, el subcomisario Vera ordenó al equipo el rastreo de los hermanos. Los allanamientos en la ciudad de Luque dieron con un dato clave: varias boletas de casas de empeño a donde en la misma fecha del crimen llevaron pertenencias de mucho valor que robaron a la víctima.

Esto se lo mostraron a los familiares de Oscar Arturo y el reconocimiento fue al instante. Finalmente dieron con los asesinos.

Con el paso de los días, los de Homicidio dieron con todos los integrantes de la banda. Oscar Armando y los hermanos Rodrigo y José. Con los tres bajo custodia develaron que durante varias semanas los tres estudiaron a la víctima observándolo día tras día en un puesto donde vendían comida rápida, en la rotonda de la ciudad de Luque.

El trasfondo fue la codicia que provocó Oscar Arturo en los tres, el dinero que llevaba, la camioneta, los calzados y ropas de lujo. Los teléfonos de última gama y sus tarjetas de crédito. Pensaron que sacarle dinero sería rápido y fácil.

En marzo del 2006 un tribunal resolvió darles una pena sin precedentes, para un crimen de este tipo. Todos fueron condenados a 30 años de cárcel, incluyendo las medidas de seguridad.

FIN

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