Por Bea Bosio, beabosio@aol.com
La conversación se dio entre padre e hijo a la hora de la cena. Ni siquiera era una comida formal, sino más bien algo rápido en la cocina. Pero el diálogo era crucial: la pandemia arreciaba en el mundo de afuera y ambos son, respectivamente, fundador y presidente de la compañía productora de vacunas más grande del planeta.
-Voy a tomar el riesgo – le dijo Adar a su padre. Quiero empezar la producción de vacunas, aunque todavía no estén listos los estudios preliminares.
Cyrus miró a su hijo por un instante. Era una apuesta arriesgada: si las vacunas resultaban efectivas, estarían –al momento de ser aprobadas– listas para ser distribuidas, pero si no funcionaban incurrirían en cientos de millones en pérdidas.
Había sido un largo camino desde los establos de las caballerizas a lo que hoy representa el Instituto de Suero de la India: un emporio que se encarga de inocular a dos tercios de los niños del mundo contra viruela, tétano, hepatitis y difteria con un alcance a 170 países.
La familia de Cyrus en su origen era criadora de caballos de carrera y solía donar los animales retirados a un laboratorio público que desarrollaba sueros y vacunas. Hasta que un día, una serpiente mordió a uno de los campeones y en la carrera por salvarlo contactaron al mismo laboratorio para conseguir el suero equino, que funcionaba como antiofídico. El laboratorio tenía el producto disponible, pero no podía suministrarlo sin la aprobación del gobierno, y el caballo terminó muriendo en medio de los trámites burocráticos.
Entonces Cyrus –que entonces tenía 22 años– tuvo una idea: ¿por qué no fabricar privadamente los sueros que el gobierno producía? Ese mismo año nacía el Instituto de Suero de la India, con la sangre de sus propios caballos. Además del suero equino, producían la antitoxina contra el tétano que se genera cuando inyectan a los caballos pequeñas cantidades de veneno o bacterias para que desarrollen anticuerpos que luego se refinan para adaptar a los humanos.
Cincuenta y cinco años más tarde, la compañía se había extendido al rubro de prevención de enfermedades infantiles y fabricaba más de 1.5 billones de vacunas anualmente.
Fueron muchos los altos y bajos en el camino, pero esta apuesta en medio de la incertidumbre era algo sin precedentes.
-Adelante –dijo Cyrus después de meditarlo un poco con el mismo arrojo que había tenido siempre.
Un mes más tarde, llegaba al instituto un pequeño paquete desde la Universidad de Oxford. Contenía una ampolla de un milímetro con los componentes de la vacuna de vector viral para ganar la batalla al covid: un adenovirus debilitado que causa resfrío a los chimpancés, al que le insertaron una proteína extraída del coronavirus. También le dieron un sustrato celular para hacer crecer la nueva vacuna. Las instrucciones de cómo hacerlo vinieron de los socios de Oxford, los gigantes farmacéuticos de Astra Zeneca.
Con los elementos en mano, le pusieron manos a la obra. El Instituto del Suero contrató a 500 nuevos empleados y puso a trabajar a sus científicos a tiempo completo. Un aire de entusiasmo se apoderó del equipo: sin duda el riesgo era inmenso, pero valía la pena el esfuerzo. La humanidad entera aguardaba ansiosa que de una vez se diera luz verde a algo que nos sacara de este infierno pandémico.
En diciembre, cuando por fin los gobiernos del mundo empezaron a dar autorización de emergencia a la vacuna Oxford-Astra Zeneca, el Instituto del Suero ya tenía cientos de millones de dosis listas para a ser distribuidas. El riesgo había valido la pena. La mitad de la producción disponible sería para la India, que ha donado y vendido a más de 70 países bajo la marca Covishield.
Todavía quedan algunos desafíos: la vacuna ha sido sometida a estudios más rigurosos a partir de ciertos casos de trombos. El tiempo dirá si se mantiene en carrera o si surge alguna nueva esperanza. Pero hasta el momento, la apuesta de padre e hijo fue victoriosa y la producción masiva continúa en aumento: actualmente el Instituto del Suero produce entre 60 y 70 millones de vacunas para el covid y planea aumentar la producción a 100 millones este mes, aspirando a fin de año poder llegar a más de un billón de dosis.
Una luz importante al final del camino.