Por Juan Carlos dos Santos, juancarlos.dossantos@gruponacion.com.py

El Día del Recuerdo del Holocausto y el Heroísmo (Yom haShoá en idioma hebreo) es una conmemoración nacional en Israel que recuerda a los seis millones de judíos asesinados durante la Segunda Guerra Mundial. Se trata de una jornada solemne que este año 2021 se inició con la puesta del sol del pasado miércoles 7 de abril y concluyó al atardecer del día siguiente, de acuerdo a la forma tradicional judía de determinar el día.

UNA NACIÓN PARALIZADA

La importante conmemoración arranca todos los años con una ceremonia de Estado en el Museo Yad Vashem en la ciudad de Jerusalén, donde están presentes el presidente del Estado de Israel y el primer ministro, además de otros altos funcionarios, y especialmente invitados, los sobrevivientes del Holocausto o sus familiares cercanos.

El primer día, en el museo, visitado por cientos de personas diariamente y donde se reposan pertenencias de las personas asesinadas en los campos de concentración nazis, se encienden seis antorchas en representación de los seis millones de judíos asesinados.

A la mañana siguiente, suena una sirena durante dos minutos en todo el país, que hace que instantáneamente todas las actividades queden paralizadas, al punto que los peatones se detienen en el mismo lugar en que se encuentran, y sucede lo mismo con todo medio de transporte, que deja de circular mientras los conductores y acompañantes salen del interior y se paran al costado de sus vehículos durante el tiempo que dura ese homenaje a las víctimas del Holocausto.

YAD VASHEM, EL LUGAR DEL RECUERDO

El centro de la conmemoración se mantiene en el museo del Holocausto Yad Vashem, un lugar en el que no es necesario visitar un día como el que se conmemoró esta semana, pues recorrerlo una y otra vez, siempre será como la primera vez.

Este complejo cultural, conmemorativo y de investigación, tiene variados espacios, no solo al interior del edificio de visitas, sino a su alrededor, donde es posible recorrer la Avenida de los Justos de las Naciones, donde está plantado un árbol en memoria de cada una de las personas que de alguna forma ayudaron a salvar vidas de judíos durante la persecución nazi.

OSKAR SCHINDLER Y JANUSZ KORCZAK

Uno de esos árboles allí plantados representa la vida y las acciones del célebre industrial Oskar Schindler, el único miembro del Partido Nazi, sepultado en el Monte de Sión, en Jerusalén y cuya defensa a la vida de cientos de judíos en plena guerra fuera llevada con éxito al cine.

En la plaza de Janusz Korczak se recuerda la increíble historia de un maestro polaco, no judío, quien decidió no abandonar a sus alumnos judíos, a pesar de la oposición de los soldados alemanes y decidió acompañar a su grupo de alumnos de una escuela primaria judía en Polonia, hasta la cámara de gas del campo de concentración de Treblinka para compartir y consolar a sus pequeños en sus últimos momentos de vida, el 7 de agosto de 1942.

HOMENAJE A LOS NIÑOS, PARA INICIAR EL RECORRIDO

Junto a un pequeño grupo de periodistas nos tocó en suerte conocer ese lugar en setiembre del 2016, por primera vez. Para ingresar al museo, se pasa por una sala totalmente oscura, siguiendo una pasarela y observando en las paredes digitales, como van apareciendo nombres y rostros de manera aleatoria, como si fueran estrellas que titilan repentinamente en cualquier lugar del enorme salón, y la suave voz de una mujer lo va leyendo.

Mientras aún resonaba en nuestras mentes la historia del maestro polaco, inmolado por su propia voluntad, con tal de no dejar solos a sus pequeños alumnos, saber que hemos escuchado los nombres de algunos de los casi un millón de niños, quienes fueron asesinados en los diferentes campos de concentración nazis en Europa, hace muy difícil contener la tristeza y la emoción se convierte en lágrimas.

Ni siquiera el guía, que realiza el mismo recorrido varias veces al día con diferentes grupos de visitantes, puede evitar derramar sus lágrimas al salir de la oscura sala, mientras que quienes lo acompañamos, tras recobrarnos de la impresión inicial, nos disponemos a iniciar el largo recorrido por las diferentes salas temáticas que tiene dispuesto el museo.

TRISTEZA Y DOLOR EN CADA RINCÓN

Desde ese momento ya no se permiten tomar fotografías ni filmar en el interior de Yad Vashem, tampoco levantar la voz, para lo cual los guías acreditados por el museo cuentan con un dispositivo de transmisión exclusivamente para su grupo y que es escuchado por los visitantes a través de unos auriculares, algo muy frecuente en otros museos, pero que normalmente funciona como traductor.

No existe un solo rincón del recorrido por las salas temáticas que no genere una inmensa tristeza, al ver las crudas imágenes que van apareciendo una tras otras y es imposible comprender cómo tanto odio pudo llevar a ese nivel a la especie humana, a medida que se leen o escuchan las historias de antes y durante el Holocausto.

EL VAGÓN DE AUSCHWITZ Y LOS ZAPATITOS

Quienes idearon el museo, planificaron para que las emociones fueran de menor a mayor a medida que se avanzaba por las salas, todas enlazadas para ir siguiendo el desarrollo y comprender mejor la línea de tiempo de los hechos sucedidos.

Cuando ya el ambiente se percibe muy cargado por tanta tristeza y rodeado por el dolor que transmiten las imágenes que rodean al visitante, la última curva antes del final obliga a todos los visitantes, sin importar la cantidad de veces que haya hecho el recorrido por el museo, a dejarse llevar por ese sentimiento de dolor para algunos, rabia e impotencia para otros, pero todos con la misma tristeza en común.

Uno de los vagones del tren que llevaba a los prisioneros hasta el campo de exterminio de Auswitch Birkenau prepara al visitante para lo que está por venir.

Palpar con la mano, parte del vagón, mezcla de madera y hierro, donde muchos seres humanos perdieron la vida y viajaron en él para ir a perderla de la manera más cruel, dolorosa e injusta posible, es una mezcla de emociones que simplemente desaparecen al ver un piso de vidrio que guarda, cientos, quizás miles de todo tipo de pequeños calzados de niños.

LOS JUGUETES, ESOS ÚLTIMOS COMPAÑEROS

A un costado de este piso, por el que hay que avanzar antes de encontrarse con la última sala, están colocadas las muñecas y algunos juguetes y peluches que les fueron arrebatados a los niños antes de asesinarlos. Quizás en algunos casos, estos juguetes han sido la última compañía que disfrutaron en vida, puesto que los niños eran separados de sus padres y millones de ellos, ya nunca los volvieron a ver.

Tanto en el recorrido realizado en el 2016 con un guía israelí de origen argentino, Iuval Rossemberg como el realizado en noviembre del 2017 con la guía israelí de origen brasileño, Hilda Fainsilber, los sentimientos de todos en este punto casi final del recorrido, era el mismo.

Tanto dolor contenido observando, escuchando y comentando estos sucesos que el Yad Vashem exponía al visitante no fueron nada comparado con lo que pasaron las millones de víctimas de los campos de concentración, entre ellas 6 millones de judíos, asesinados por el simple hecho de nacer judíos.

ALGO DE PAZ AL FINAL DEL RECORRIDO

Pero quienes proyectaron el museo no permiten que el visitante salga con esa amargura, aunque el recuerdo persista. Antes de culminar el recorrido se accede a la Sala de los Nombres, un proyecto del museo del Holocausto Yad Vashem, que busca identificar con la mayor cantidad de información posible a las víctimas del Holocausto.

Parados debajo de cientos de retratos de las víctimas identificadas, el guía anuncia que desde ese momento era posible utilizar las cámaras para retratar a las víctimas que iban siendo identificadas por el proyecto.

CIUDAD BLANCA, CIUDAD DE PAZ

El final del recorrido es un camino que va elevándose como una rampa que conduce a una gran abertura, desde donde es posible observar todo el esplendor de la ciudad de Jerusalén, que se muestra blanca y acogedora desde esa altura, como queriendo calmar el dolor que siente todo visitante del museo del Holocausto Yad Vashem.

Jacobo Drachman, sobreviviente de tres campos de concentración, uno de ellos Auschwitz, había dicho durante una exposición sobre el Holocausto: “Vean, entiendan, sientan. No debemos olvidar ni perdonar, pero tampoco debemos odiar”.

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