Ganadora del Premio Hippolyte Bayard 2020, la obra “Polaroid”, del artista plástico y psicólogo Bernardo Puente, bajo la curaduría de la historiadora Ana Barreto Valinotti, se nos presenta como una oportunidad de acercarnos a través de la fotografía al estronismo como el culto a la personalidad. Publicamos el texto de la historiadora sobre el premiado trabajo de Puente.

  • Por Ana Barreto Valinotti
  • Historiadora

Acostumbrada a estudiar el estro­nismo como dis­curso histórico desde las palabras, pensar y escribir sobre la obra secuencial de Bernardo Puente ha resul­tado un desafío interesante. “Polaroid” plantea un análi­sis no solo del pasado en tanto historia o del culto a la perso­nalidad desde el poder sim­bólico, sino que también pre­tende ser un ejercicio político y social de tiempo presente e incluso, con cierto temor debo admitirlo, sombría­mente sobre el futuro.

“Mentiroso y complejo”, Puente además toma no solo los recursos fotográficos de la inmediatez –tan identifica­dos con el siglo XX–, sino que además nos lleva a través de trampas relacionadas a la pro­pia narrativa fotográfica: la supuesta accesibilidad y sin­ceridad de la instantaneidad.

UNA APOLOGÍA DEL “RUBIO”

La dictadura del Gral. Alfredo Stroessner tuvo varios pila­res y bases, algunas más otras menos sólidas. Aunque el Partido Colorado y las Fuer­zas Armadas se disputen los primeros lugares, el culto a su personalidad definitiva­mente fue uno de ellos. Y es, en la actualidad, ante su desapa­rición física, uno de los mayo­res alegatos de su existencia.

Este es el punto de partida para Bernardo Puente. Dada su pro­pia historia familiar, no resulta sorpresivo que fuera sobre una dictadura cívico-militar del Río de la Plata. En algún mercado de pulgas asunceno, donde siempre sobran fetiches del estronismo, el artista se ha hecho con

un retrato coloreado y con relieve, estampado sobre plástico, de un primerísimo primer plano del dictador vestido con uniforme mili­tar de gala. El objeto, barato, impreso como para ser dis­tribuido masivamente, pudo bien o descontarse del sueldo de funcionarios públicos, maestros nacionales, poli­cías y militares, o entregado durante las campañas elec­torales, en las que más que demostradamente termi­naba ganando siempre por una mayoría abrumadora. Concebido para ser encua­drado, se esperaba que, más que un adorno, su presencia “santifique” y expulse toda sombra de duda sobre la leal­tad de una familia paraguaya hacia su “Único Líder”.

Puente toma el pasado y lo trae al presente forzán­dolo. Alejado del cotidiano, el Stroessner imaginado, solemne, firme y poderoso, para quien además el tiempo parece no pasar físicamente, es fotografiado un poco más de una docena de veces bajo un sinnúmero de filtros, rea­les y artificiales; verdaderos e ilusorios, con el fin de identi­ficar períodos fingidamente segmentados de su gobierno.

Solo algo tan absolutamente falso puede ser auténtico.

LA FOTOGRAFÍA COMO EVIDENCIA HISTÓRICA

Si la consigna más popular de la inmediatez es la natu­ralidad y la franqueza, ¿son cada uno de estos cuadros tomados del original verda­deros por exactos? En este segundo eje, sobre el que se apoya Bernardo Puente, se inicia el momento del dis­curso histórico y simbólico sobre el poder. Al Stroess­ner fetiche, retrato-ma­sivo-barato-idealizado y copiado, el artista cruza simbólicamente la repre­sentación con una de las frases que con más insis­tentemente se ha empleado con fines populistas a la hora de comparar la dicta­dura con la democracia en el Paraguay: la seguridad con que se dejaban en el hogar las ventanas abiertas.

El transcurso del día en una ventana que bien puede, ade­más, esconderse inconscien­temente tras una rejas –con­tradiciendo el fundamento central de la frase– es la representación del tiempo en todos los retratos copia­dos siguiendo el sentido de la manecilla de un tiempo-reloj histórico.

La luz es un elemento casi tan perturbador como las sombras. Aunque debiera otorgar más claridad en los detalles, la imagen parece en cada movimiento adquirir una fuerza sobredimensio­nada en las sombras, pertur­badoramente escrupulosa. Puntillosa con cada detalle del uniforme y las formas y líneas del rostro, el peso del poder se vuelve sofocante y asfixiante. De hecho, la luz (¿su tiempo de gobierno?) no hace sino reforzar la ima­gen latente que se termina construyendo paciente­mente entre sombras.

Stroessner ya no está en el Paraguay. No está siquiera vivo y en cada segmento de tiempo presente y futuro sigue latente.

La representación de su poder y el impacto de treinta y cinco años de gobierno autoritario dejaron construido un modelo de sociedad o es la sociedad quien sigue empeñada en construir un estado ideal de un pasado que ya no está.

¿Toda imagen cuenta una historia o es la Historia? ¿Es “Polaroid” un espejo o una forma simbólica?

¿Es quizás esta la metáfo­ra-trampa del artista?

1 Citado por Peter Burke en Eyewitnessing – The uses of Images as

Historical Evidence. Londres, Reaktion Books. 2001.

2 Striker, R.; Johnstone P. Documentary Photographs. En: Ware, C.

(Ed.) The Cultural Approach to History. New York, Columbia

University Press. 1940.

3 Período de tiempo con el que se identifica al gobierno dic­tatorial

del general Alfredo Stroessner 1954-1989.

EL ARTISTA:

BERNARDO PUENTE OLIVERA

Nació en 1969 en Argentina Vive y trabaja en Paraguay

Es psicólogo, artista visual autodidacta

bernardopuenteolivera@gmail.com

Ha realizado numerosas exposiciones tanto individuales como colectivas. Dice de él y su trabajo: “Vengo del mundo de la pintura. Exploro las formas simbólica y hierática de la iconografía bizantina, así como sus aspectos místicos y reli­giosos. Con mi obra intento recuperar espacios arrebatados, conectar con su identidad y la de los otros. Desde el 2013 he comenzado a incursionar en otros lenguajes como la fotografía, la inter­vención digital y el trabajo colabora­tivo con otros artistas que me permiten abrirme a nuevos lenguajes”.

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