Por Bea Bosio, beabosio@aol.com

Corría setiembre del año 1932, cuando los paraguayos y bolivianos se hicieron a la guerra. Diciembre llegó con toda la furia del verano entre cañadones, sed y trincheras, y de pronto se encontraron en la víspera de una Navidad sangrienta.

Del lado boliviano, un sargento apuntaba en su diario las nostalgias de la fecha.

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Que fuera boliviano o paraguayo poco importaba en esa víspera, si en ambos bandos se tejían tristezas. Con letra cursiva el soldado intentó anidar en papel la añoranza, pasó revista de su soledad infinita, y escribió bajo un manto de estrellas:

23 de diciembre de 1932:

“Tan solo se escuchan algunos disparos, ya no como hace pocos días, donde los pilas (paraguayos) intentaron sacarnos a toda costa. Es triste ver a los amigos morir”.

Hizo una pausa. Como digiriendo el peso de esas palabras.

“Desde Boquerón he visto a muchos amigos quedar allí con un tiro, por eso no hablo mucho con ninguno. No quiero que sean mis amigos porque después duele llorar por el amigo muerto. Sigo pensando en mi casa y en mis padres y hermanos. Dejo de escribir; tan solo quiero dormir, fueron noches en desvelo…”.

Y el sargento se acurrucó tratando de conciliar el sueño. Al día siguiente sería Noche Buena, aunque nada de bueno podría tener en medio de una guerra.

Al otro día empero, algo cambiaría en el humor de sus palabras:

24 de diciembre de 1932:

“Llegó una noticia. Se había firmado un alto el fuego por 24 horas por Navidad. ¡Qué alegría en mi alma! …” Pero de pronto le estremecería de nuevo la angustia. “¿Cómo podremos festejar la Navidad si estamos matándonos como animales…?” …Nos dieron el rancho con un pedazo de carne, más un paquete de cigarrillos y un puñado de coca como regalo. El comandante nos felicitó y nos dijo que descansemos porque terminadas las 24 horas comenzaríamos a realizar un ataque contra los Pilas. Todos nos miramos con profunda tristeza”.

Aquella Noche de Paz no duraría nada al fin de cuentas.

“Del hueco de mis ojos salieron lágrimas al recordar las navidades en mi casa. Todos siempre cumplimos con ayudar a mi madre en limpiar la casa, ayudar en la cena, que siempre era un lechón que mi padre metía al horno, justo a las 12. Todos en familia comíamos, y siempre mirábamos los regalos que mi padre con sus propias manos hacía con mucho cariño para sus hijos y mi madre siempre haciendo muñecas para las hijas”.

El soldado intentó contener el llanto y dio un puñetazo sobre la improvisada mesa.

“¡Cuando recuerdo eso, maldigo la guerra que me está quitando mi juventud!”.

Luego el consuelo pareció surgir desde el manantial profundo de su pertenencia.

“Pero qué puedo hacer. No puedo huir porque sería un deshonor a mi padre que peleó contra los brasileros en el Acre, y siempre me decía: hijo, la patria al igual que Dios es lo primero”.

Ya más tranquilo, terminó de escribir en su diario como si hablara con sus padres a la distancia.

“Bueno, mamá y papá, feliz Navidad, tan solo les puedo regalar una lágrima y que Dios les mande mis mensajes de que aún su hijo está con vida, y antes de dormir les daré mis felicitaciones al enemigo”.

Con esto cerró el cuaderno. Su nieto recordaría años más tarde, que su abuelo cumplió con lo último que había escrito: Antes de ir a dormir, elevó la voz al cielo y con toda la fuerza de sus pulmones lanzó un grito:

–¡Feliz Navidad Pilas! – Y el eco resonó en el silencio de la noche.

De pronto, como si aquel instante trascendiera toda beligerancia y reproche, desde la otra trinchera respondieron:

–¡Feliz Navidad bolís!

Y en ese saludo mutuo, la tradición compartida logró un milagro de paz en las voces.

*Esta versión libre de lo ocurrido, originalmente fue narrada en la prensa por el Ing. Rafael Mariotti, a partir de un testimonio que encontró en una página de internet conmemorativa a la Guerra del Chaco. El diario perteneció al sargento boliviano Juan Francisco Pedraza, y la historia fue compartida por su nieto. En esta Navidad que no tiene treguas ni bandos por causa del covid, bien vale esta anécdota de heroísmo y resiliencia.


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