Por Óscar Lovera Vera, periodista

Una confesión cambió el panorama para los investigadores luego de tantas semanas de confusiones y equívocas tesis sobre el trasfondo del crimen. La experiencia de un jefe de policía conduciría al desenlace sobre quién representaba al diablo en la historia.

Tres días habían transcurrido de la muerte de César Julián Gauto, cuando una pista llevó a los investigadores hasta una casa de reparación de celulares; el centro comercial estaba ubicado en el centro de la misma ciudad. Los asesinos necesitaban deshacerse de todo lo que robaron, y lo mejor era venderlo por algo de dinero.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Como algo habitual en casos de robo, la policía utilizó la primera pista disponible que pudiera rastrearse: el teléfono de César. La primera orden fue direccionada a la telefónica que utilizaba el chico. Un policía experimentado en casos como este recibió la orden de encargarse de todo el seguimiento, en el menor tiempo posible.

El policía Antonio Gamarra llevaba sus años como jefe del Departamento Central. Su oficina está instalada en el mismo corazón comercial de la ciudad sanlorenzana. El reporte de la operadora de teléfonos no le sorprendió, la casa a donde fueron a vender el artefacto solo estaba a unas pocas cuadras de su cuartel. Su intuición le generó una anticipada visita a varias casas comerciales, volvió con la convicción de una prueba.

El primer cabo suelto lo encontraron aquí. Gamarra tenía un tupido bigote que ocultaba muchas expresiones, su mirada era intimidante y nunca uno podía decodificar qué pensaba. A todo respondía con un raro sonido: “mmm”, un sonido que lo hacía para asentir lo que escuchaba. Quizás con eso se ganaba la confianza de los sospechosos, pero luego entraban a su juego. Uno del que nadie quería participar en una segunda ronda. El mensaje fue claro para las dos personas que estaban en el comercio, los detuvieron con el teléfono de César. Estaba colocado para la venta, en un mostrador. Como si nada. Con eso los tenían más que comprometidos. Lo siguiente que supieron es que el celular fue robado, y detrás de él un adolescente fue asesinado. Una segunda ronda involucraría una presión mayor. Sobre Gamarra existían muchas anécdotas, algunas le favorecían y otras lo pintaban como un policía… un policía temible.

Lo siguiente, a esa ronda improvisada de interrogación, fue la detención de los dos muchachos que estaban detrás del mostrador.

La policía sospechó que compraron objetos que fueron robados, lo que conocen judicialmente como reducción. Un mercado fuerte que sostiene el delito del asalto, sin oferta no hay demanda y eso los delincuentes lo sabían muy bien.

LA PRIMERA CONFESIÓN

16 de diciembre del 2009. La policía tenía muy claro lo que ocurrió; sin embargo, no sabían dónde estaban los asesinos.

Faltando muy poco para cumplirse el primer mes, la investigación volvió a dar un paso. La primera semana del mes de enero del 2010, el jefe Gamarra detuvo a otro adolescente de 17 años, Milciades. Con él la primera venta de luz se abriría, la pesquisa volvió de las sombras y pudieron terminar el rompecabezas. La primera pieza del dominó confesó. Él participó con otros dos chicos en el asalto, también los entregó.

Gamarra lo miraba fijamente a los ojos, las manos y la manera en que ponía a galopar sus pies durante su relato. A cada pausa que hacía el chico, el policía agregaba su tormentoso “mmm”. Algo le llamó la atención a Gamarra, justamente en ese tic nervioso que tenía Milciades, el movimiento de la pierna lo hacía poniendo de puntas su pie, pero no era eso. Fue el calzado. No quiero ser prejuicioso, pero dada la condición en la que vivía ese joven lo que llevaba puesto no encajaba.

Ese zapato era blanco, con una marca roja, que iniciaba al borde la suela de goma y llegaba hasta la boca misma. Caviloso, pensó y luego pidió el relato que hizo el padre y la novia horas después del asesinato.

“César llevaba puesto un champión blanco con una marca roja, era casi nuevo…”.

¡Exacto! Milciades traía puesto el calzado que robaron a César, al que mataron para quedarse con él.

Por la mirada que tenía Gamarra, el sospechoso se percató que estaba más que comprometido. No le quedó otra alternativa que confesar también que ocurrió después de matar a su víctima.

Aquella noche se repartieron el botín, a Milciades le tocó el calzado, Édgar Rodrigo Brítez tomó el teléfono celular y la joya de oro fue para Víctor Damián Velozo Díaz.

EL OJO DEL INVESTIGADOR

El móvil del crimen se convirtió en un verdadero misterio para los investigadores. Hasta el día de hoy la familia continúa preguntándose por qué mataron a César. Faltaba una pista.

Para Gamarra existía un cabo suelto, uno más. Para el policía existió cierta saña en la muerte, un mensaje. Su instinto lo querellaba a cada instante y no podía cerrar el caso hasta que eso no quede expuesto. En el archivo civil de cada uno comparó los datos consignados por sus padres. Lo llamativo es que todos vivían en un radio de 600 metros. Édgar, Milciades y Víctor residían en la misma villa. Ese lugar es donde vive Romina, la novia de César. El mismo barrio visitado por César con frecuencia.

Gamarra entendió que los asesinos conocían muy bien a su víctima, el asentamiento no era extenso. Se tuvo que cruzar en más de una oportunidad con ellos.

Pero César no pertenecía a ninguna pandilla, no puedo ser una pelea por territorio. Pensó. Quizás los celos, el odio, la envidia. Nada que pueda probar, pero mucho sentido le da. Aquí es donde los puntos suspensivos hicieron su mella, el comisario nunca pudo demostrarlo.

EL FANTASMA

Enero del 2010. Durante su confesión, Milciades dijo que el autor de la estocada fue Édgar Rodrigo Brítez. Sin embargo, el joven de entonces 19 años nunca pudo ser capturado. Hasta la fecha es el único que no ha sido procesado por el crimen.

Por muchos años, la querella impulsada por la familia de César Julián intentó seguirle el rastro, pero sigue siendo estéril.

Las sospechas siguen teniendo un eco sordo, apuntando a Ciudad del Este como punto donde pudo ocultarse, otros creen que viajó a Buenos Aires.

De acuerdo a los registros del Departamento de Identificaciones de la Policía Nacional, la última vez que el joven renovó su cédula de identidad fue el 29 de mayo del año 2009, siete meses antes de cometer el crimen, y nadie lo detuvo.

El 10 de marzo del 2010, el Ministerio Público libró orden de captura en su contra. En el mismo mes del mismo año fue detenido Víctor Damián, quien sí fue procesado y condenado por el crimen.

LAS CONDENAS

Dos años más tarde, finalmente se celebró un juicio en dos partes en el que se logró la condena de dos de los tres acusados por el asesinato a sangre fría de César Julián Gauto.

El primero en ser condenado fue hallado culpable: Víctor Damián Velozo Díaz. El Tribunal de Sentencia le impuso la pena de ocho años de prisión. El 9 de febrero del año 2018, el muchacho compurgó su pena. No obstante, los consiguientes años sumó a su foja criminal una nueva causa por la que estuvo preso en el año 2017, por robo agravado.

El segundo condenado fue Milciades, quien pese a ser menor de edad recibió la dura condena de pasar seis años en la correccional de Itauguá. Ambos actualmente se encuentran en libertad. En el caso de Édgar Rodrigo Brítez Martínez, la causa continúa abierta.

El diablo siempre está en la esquina, para estos jóvenes la oportunidad de delinquir siempre fue una cuestión de fortuna…

FIN



Dejanos tu comentario