Por Ricardo Rivas, periodista Twitter: @RtrivasRivas

El 15 de mayo de 1920, en la isla de Córcega, Francia, François [Chippe] lloró por primera vez. Su madre descansó con una sonrisa apenas perceptible para la comadrona que cooperó en el parto. No eran tiempos fáciles. París y la república toda estaban paralizadas por huelgas activas. Esos movimientos eran la emergencia visible de una grave crisis social. La intervención del ejército y la gendarmería no se hizo esperar. Las cárceles se colmaron de ciudadanos que sólo reclamaban mejoras salariales y en las condiciones de trabajo. “Liberté, égalité, fraternité”, finalmente. Como en 1789. En la isla las cosas no iban mejor. Los corsos –habitantes de un país con historia y con lengua propia– ansiaban la libertad que el colonialismo francés les quitó. Intelectuales, periodistas, religiosos, los que ejercían profesiones liberales encontraron en el Partido Corso Autonomista (PCA) ese espacio en el que debatían como alcanzar, al menos, la recuperación de la lengua.

“LABIOS GRUESOS”

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Es muy probable que en la adolescencia, François –al que en los muelles marselleses apodaban “Grosses lèvres (Labios Gruesos)”– se haya acercado al PCA que ya había infiltrado Benito Mussolini, el dictador fascista italiano, aliado del líder nazi austro-alemán, Adolfo Hitler. A partir de 1940, cuando Francia es ocupada por las tropas del Tercer Reich, el veinteañero joven François simpatizaba con los invasores. Desde el 10 de julio de aquel año, constituido el mariscal Phillippe Petain como gobernante plenipotenciario de la república pro nazi de Vichy, comenzó a colaborar codo a codo con los SS. Se cebó con la sangre de sus víctimas.

La caída de Berlín fue su primera derrota. Buscó alternativas seguras para canalizar su violencia. Ingresó en la Legión Extranjera. Fue su pasaje para llegar a la Argelia colonial y ser condecorado “por su valor”, me comentó alguna vez en un café parisino un anciano que peleó por la libertad junto a la Resistencia. También combatió en Indochina. No fue el único que escondió su colaboracionismo como legionario hasta que Charles De Gaulle lo desactivó de aquella fuerza armada en 1947. En 1948, junto con dos compatriotas corsos – Joseph Ricord y Lucien Sarti– se constituyeron en banda aunque sin dejar atrás la violencia política esta vez en las filas de la ultraderechista OAS (Organización Armada Secreta), cuyo blanco mayor para abatir era De Gaulle. Intentaron varias veces el magnicidio. “Piedra Dura”, la organización delictiva transnacional especializada en el tráfico de armas, mujeres y heroína, era temible. El llamado Triángulo de Oro, con vértices en Tailandia, Birmania y Laos, era la amplia comarca donde se proveían de opio. Amistades desde cuando –como mercenarios– combatían en Indochina, donde sufrió su segunda derrota bélica, en Điện Biên Phủ, eran sus proveedores.

SUDAMÉRICA COMO ESCONDITE

La justicia de Francia y policías de los Estados Unidos los perseguían sin descanso. Los acorralaron hasta obligarlos a huir. Lucien, Joseph y François decidieron separarse aunque sin que la organización dejara de operar. Vieron Sudamérica y en especial este país como un enorme y seguro escondite. A poco de arribar los tres fueron apresados por el asalto a un banco. Fueron liberados. Ninguna de sus víctimas pudo reconocerlos. Decidieron separarse. Ricord se instaló en Paraguay. Fuentes que no aceptaron ser identificadas, algunos años atrás, me aseguraron que “el propio presidente [Richard] Nixon tuvo que exigirle a [Alfredo] Stroessner que lo extraditara a Estados Unidos bajo amenaza de cancelar la ayuda que recibía Asunción por aquellos años”. El dictador no pudo rehusar. En 1972 fue arrestado, remitido y sentenciado en USA a 22 años de prisión. Solo estuvo encerrado 10. Inexplicable. Regresó a Paraguay en 1983, donde murió por una grave enfermedad en 1985.

Sartí, por su parte, alejado de sus cómplices y camaradas de armas, después de estar preso en el penal de Chimbas, en la provincia argentina de San Juan, fronteriza con Chile, huyó a México, donde aseguran que fue acribillado el 28 de abril de 1973, aunque su muerte no pudo ser verificada fehacientemente. Muchos misterios encapsulan su vida y su muerte. Numerosos reportes judiciales y hasta algunos informes confidenciales norteamericanos lo señalan, incluso, como uno de los tiradores que el 22 de noviembre de 1963, en Dallas, asesinó al presidente John Fitzgerald Kennedy.

BUENOS AIRES

Con François, todo es diferente. En 1965, desembarcó en Buenos Aires sin dinero y con un documento falso a nombre de Silvio Bianchi. Alquiló un apartamento en el elegante Barrio Norte. Almorzaba, cenaba –cuando lo hacía– y jugaba al bridge, en el restaurante de la “Union française des anciens combattants (Unión Francesa de los Viejos Combatientes)”, en la calle Santiago del Estero 1435, donde mayoritariamente la concurrencia coincidía en el odio a De Gaulle. Alguna vez, el refinado chef Alexandre, luego de negarse reiteradamente a hablar de los comensales, apremiado por mi insistencia, admitió que “M. François aimait manger de la soupe à l’oignon, du coq au vin et de la crème brûlée”. Declinó de ir más allá con las confidencias. El caso es que Chiappe, en pocas semanas organizó el asalto exitoso de una sucursal del Banco Nación. El botín superior a los 50 millones de dólares, le permitió recuperar la buena vida. Pero fue entregado por alguno de sus compinches locales.

TIEMPOS RECIOS

Fue detenido y encerrado en la cárcel de Villa Devoto. Coincidió con Jorge [Villarino], “El Rey de la Fuga”, a quien puso bajo su protección e introdujo en el narcotráfico. Avatares de la política, en la medianoche del 25 de mayo de 1973, cuando –después que la anteúltima dictadura cívico-militar iniciada el 28 de junio de 1966 se derrumbó– asumió la presidencia Héctor Cámpora. François y Jorge salieron caminando, sin apuro, de la cárcel confundiéndose entre cientos de presos políticos indultados por el flamante mandatario. El jefe de las cárceles argentinas era Roberto Pettinato, papá del rockero del mismo nombre, saxofonista, que lideró la banda Sumo. Por algún tiempo, casi tres meses, su rastro se pierde, aunque todo indica que se mantuvo activo. Especialmente durante las alegres noches de la porteñidad. La calle Arroyo, en Buenos Aires –unos 1260 Km al Sur de mi querida Asunción– es muy particular. Especialmente, cuando se cruza con Suipacha. Caminar por allí, desde siempre, es como ingresar en un misterioso sendero mágico que deja atrás su vecindad orillera rioplatense para imaginar que se camina por las cercanías del Sena. Aún por estos tiempos de degradación urbana y citadina, permite soñar. Muchas y muchos insisten con que esta ciudad y París tienen puntos de contacto. Puede ser. Querer creer, no es poca cosa. Eduardo Mallea, escritor con vuelo burgués, a la curva que allí se encuentra, la definió como “el codo aristocrático” bonaerense. Curioso, por cierto. En el 866 de esa calle increíble, 56 años atrás, abrió sus puertas Mau Mau. Una boite mítica que, en poco tiempo, se convirtió en templo de la nocturnidad copetuda. Los mellizos Alberto y José Lata Liste así la soñaron y así lo hicieron. Tenía todo lo que, por estos tiempos, es políticamente incorrecto. Trofeos de caza mayor en sus paredes tapizadas con pieles de cebras africanas, colmillos de elefantes, cornamentas. El punto de encuentro perfecto para ver y hacerse ver. No faltaron quienes la categorizaron también como “la catedral del ruido”. Whisky, champagne, el Tano Fabrizi, maitre de excelencia que acompañaba a las mesas a cada invitado y un insobornable en la puerta: Julio Fraga –“Fraguita”– que solo permitía el acceso de quienes tenían reservas o de aquellas y aquellos a los que nada ni nadie impedían el ingreso y conocía por sus nombres. Era el point del jet set en el Río de la Plata, cuando el mundo era mundial y no global. Era parte de ese exclusivo circuito al que se accedía con una tarjeta VIP que también abría las puertas de La Boite, en Madrid; Jimmy’s, en París, Annabelle’s, en Londres; Le Bateau, en Río; al igual que en las réplicas de Mau Mau, en Marbella y en la capital de España.

LA MÍTICA “MAU MAU”

Aquí, en la calle Arroyo, era posible esperar la madrugada junto con Margaux Hemingway, Fred Bongusto, Philippe Junot, Rudolf Nureyev, Linda Cristal, Alain Delon, Charles Aznavour acompañado de su amigo el periodista argentino Nicolás “Pipo” Mancera, Elis Regina, Graciela Borges, Sylvie Vartan, Iva Zannicchi, Ornella Vanoni, Geraldine Chaplin, Margaux Hemingway. No faltaba nadie. Incluso algunos personajes tan misteriosos como llamativos que hablaban español con marcado acento francés. La música la aportaba Exequiel Lanús pero, en alguna ocasión, en vivo, Harry Belafonte, por primera vez, cantó “Ma-til-da/Ma-til-da…”. Roberto Carlos, no se quedó atrás. Con su “gato en la oscuridad” o el recuerdo de su “Amada, amante”.

Pero, en aquella madrugada invernal –del ’73 aún dictatorial– una fresca joven, indisimuladamente francesa caminó como una nova –como una estrella naciente– desde la puerta hasta acomodarse en uno de los livings que rodeaban la pista de baile de siete metros de diámetro. Con pretendida discreción, dos hombres la acompañaban o seguían a unos pasos de distancia. ¿Guardaespaldas? ¿Detectives? Cerca de las 3 am –Mau Mau cerraba una hora más tarde– aquella jovencita abandonó la “catedral del ruido”. Los grandotes también. A punto de subir a un automóvil deportivo estacionado sobre Suipacha, donde un hombre mayor de labios gruesos y cabellos grises la aguardaba, varios policías la interceptaron. “Je suis JBR, un ami de mon père m’attend dans la voiture”, dijo sin perder la calma. Lucien, supe luego, tenía una hija de esa edad. ¿Coincidencia? El hombre mayor fue esposado sin que se resistiera. No fue golpeado ni le dirigieron palabra alguna. El capturado permaneció en silencio. “Tenemos que hablar”, le dijo uno de sus captores, en voz muy baja. En pocos minutos, nadie quedaba en el lugar. “Fraguita”, aquel portero mítico que todo lo veía, tampoco estaba. Misterio.

EN LAS SIERRAS

Todas las fuentes consultadas nunca admitieron que algo hubiera pasado en la puerta misma de Mau Mau. Sin embargo, François, el 7 de agosto de aquel año se presentó ante la justicia acompañado del abogado Horacio Longhi y el carcelero Pettinato. El juez Eduardo Valdovinos lo investigaba en un expediente por tráfico de heroína. Declaró vivir en la localidad serrana de La Falda, provincia de Córdoba, junto con su esposa, Margarita Naval. Desde el 13 de julio, Raúl Lastiri era presidente argentino. Cámpora renunció ese día. Tres meses más tarde asumiría, el 12 de octubre, por tercera vez, Juan Domingo Perón. Aquel magistrado dispuso la prisión preventiva de Chiappe. En esa condición estuvo 10 meses. Fue liberado después de depositar una fianza millonaria. Regresó a tierra cordobesa. Un mes más tarde falleció Perón. María Estela Martínez Cartas, “Isabelita”, su viuda, lo sucedió. La organización terrorista paragubernamental de ultraderecha Triple A, que comandaba el ministro de Bienestar Social, José López Rega, inició una cruel persecución de militantes políticos de izquierdas. No son pocos los que aseguran que el francés de labios gruesos, hasta el 24 de marzo del ’76, cooperó activamente con esa banda criminal. Una orden dictatorial lo regreso al cautiverio en un centro clandestino de detención, tortura y desaparición forzada de personas que comandaba el criminal Luciano Benjamín Menéndez. Fue extraditado a los Estados Unidos donde lo condenaron a 20 años de prisión porque no aceptó ser informante ni entregar a Joseph ni a Lucien. Sobre éste, además del tráfico de heroína, los fiscales estadounidenses también querían saber sobre su vinculación con el magnicidio de Jack Kennedy. Se mantuvo en silencio. Sin embargo, solo estuvo encarcelado 12 años.

EL FINAL

En 1988 viajó a Córcega, su tierra natal, y a París. Regresó a la Argentina en 1995 con la intención de radicarse definitivamente en La Falda. No pudo. Fue expulsado pero regresó a través de un paso fronterizo clandestino en un momento que no se pudo precisar. Nada se supo de él hasta abril del 2009 cuando los diarios locales reportaron que el 2 de febrero de ese año, a los 88 años, murió en el Hogar San Francisco de Asís. Padecía de Parkinson, diabetes y estaba dementizado por el mal de Alzheimer. Antes de que finalizara el siglo 20, el diario Clarín intentó entrevistarlo. “No quiero fotos. No quiero que me filmen. No quiero películas. Quiero que se olviden de mí”, respondió. Su patología hizo que él fuera quien olvidó. En 1971, la película se hizo. “Contacto en Francia”, excelente producción norteamericana que fue premiada con cinco premios Óscar y tres Globos de Oro. El español Fernando Rey fue Alain Charmier, a quien la industria cinematográfica significa como François. Naval, su viuda, lo niega enfáticamente. Precisa que, por su deterioro cognitivo, François Chiappe cuando murió creía que “estaba secuestrado”.

Chiappe en La Falda, Córdoba: “Quiero que se olviden de mí”.
Auguste Joseaph Ricord, camarada de armas y cómplice de Chiappe en la banda “Piedra Dura”. Corsos y mafiosos.
La mítica boite Mau Mau en Arroyo y Suipacha. “El codo aristocrático de Buenos Aires”, como lo definió el escritor Eduardo Mallea.
Roberto Pettinato, jefe penitenciario cuando François escapó de la cárcel de Villa Devoto con el pistolero Jorge Villarino y lo acompañó ante el juez Eduardo Valdovinos.
Lucien Sarti. Mafioso corso. ¿Fue uno de los asesinos del presidente John Fitzgerald Kennedy?

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