Con el cuerpo de Lorenzo en la morgue aguardando una identidad precisa, y las causas de la muerte, la Policía se paraba frente a la encrucijada de una muerte con cabos sueltos. Los problemas entre la víctima y su esposa daban algunas señales de lo que podrían ser las primeras pistas de los investigadores.

Por Óscar Lovera Vera

Periodista

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Resultaba muy extraño para la Poli­cía de Homicidios esa profunda desavenencia de los padres de Lorenzo y su esposa. Problemas sue­len existir, pero acusar de homicidio era realmente un punto a investigar. Ese ins­tinto natural de investiga­dor los condujo a poner una atención mayor sobre Jor­gelina. Ella pasó a ocupar el primer lugar en las dudas conducentes al asesino, en el segundo se sostenía la parti­cipación de otra mujer, la que mantuvo una relación extra marital con la víctima. Esta duda se sostenía porque ella podría sentirse traicionada tras el retorno de la esposa de Lorenzo, provocando el fin de aquellos escapes furtivos.

Necesariamente encontra­rían en el informe forense el peso extra en la investiga­ción, y con ello lograrían disi­par sus dudas sobre la identi­dad del asesino.

EL PICAHIELO

–Doctora, llegó el reporte del forense, se lo dejo en la oficina –mencionó el asistente de la fiscala Heinroth, mientras ella consentía con la cabeza.

Ella caminó hasta su escri­torio, tomó asiento y exten­dió el brazo hasta sujetarlo. El encabezado fue lo primero que le arrebató el aliento, fue solo la punta del iceberg lo que habían notado en la revi­sión primaria del cadáver.

Sus pupilas se dilataron a medida que barría con ellas cada línea escrita por el forense. Lorenzo fue asesi­nado con brutalidad.

“Siete profundas heridas de un arma blanca en pecho y abdomen, se establece como causales de la muerte de Lorenzo Ramón Reyes. Podemos establecer como instantánea. Un golpe fulmi­nante con un picahielos per­forándole la arteria carótida externa, muy próxima con la bifurcación de la interna. Herida profunda.

El corte provocó la perforación de los grandes vasos sanguíneos, atravesando desde el lado derecho hacia el izquierdo. El diagnóstico de la muerte se establece en shock hipovolémico por múltiples heridas de arma blanca”.

¿Quién pudo causarle una muerte tan violenta? Se pre­guntó la fiscala mientras exa­minaba en sus pensamien­tos, sus recuerdos próximos, quiénes del entorno coinci­dían con el perfil de vengati­vos. El caso de Lorenzo fue complicado porque en su entorno era muy apreciado por su carácter tranquilo y esto no arrojaba enemi­gos con intenciones crue­les que desemboquen en un asesinato de este tipo. Ene­migos en lo comercial, no tenía amenazas que lo pon­gan como objetivo de algún grupo criminal.

Era algo misterioso en su vida privada, eso sí, y le res­taba bastante panorama a los investigadores para enten­der si la sombra que busca­ban estaba en ese ámbito de su vida. Esto hacía que pier­dan muchos detalles sobre cuál de las dos relaciones arrojaba probabilidad de ser la detonante de un cri­men pasional. Una vida sen­timental desordenada, por de pronto la investigadora Heinroth –al igual que la Policía– reforzó su tesis inci­piente sobre Jorgelina, su esposa y Victoria, su amante.

UN CABO SUELTO

–Hay datos que no concuer­dan en lo que dijo esta mujer, doctora. No me cierra su ver­sión, lo tarde que denunció la desaparición de su marido y lo que hizo durante esos días –con convicción y mirándola intimidante, el subcomisa­rio Richard Vera presentó una orden de inspección a Heinroth. Vera era el inves­tigador policial asignado a la cuasa, para él Jorgelina men­tía y debía convencer a la fis­cala de ordenar la interven­ción de su teléfono móvil, y el que utilizaba Lorenzo, su celular no fue encontrado y como el crimen no tenía una connotación de robo, espe­raban encontrarlo. Tenía un presentimiento y ello se saciaría de monitorear estos aparatos.

La fiscala accedió, firmó la orden y con ella Vera fue hasta la telefonía para entre­gar el documento, esto le per­mitiría cruzar las líneas con las antenas y de estar activas podían localizar las zonas donde estuvo Jorgelina, una menor coincidencia con las sospechas era motivo para ordenar su detención.

–Este teléfono, propiedad de Ramón Reyes Florentín, sigue activo oficial –dijo la operadora de la sala técnica.

–Dame la triangulación, ¿a qué celda nos lleva? Consultó Richard alertado por el dato, aunque no sorprendido. Su intuición ya lo había prepa­rado para ese instante.

–El teléfono sigue activo, pero con otra línea. La ubicación es en la Villa Marangatú, ciudad de Villa Elisa, departamento Central –respondió la mujer y al mismo tiempo le indicaba en la pantalla el mapa sate­lital.

–¿A nombre de quién está esa línea, señorita? –Richard tuvo otra intuición, una aún más perturbadora. Lo que escucharía a continuación le daría toda la razón.

–Bartola Prieto Ferreira es la titular, señor…

Bartola es hermana de Jor­gelina, en su poder estaba el teléfono de Lorenzo ¿qué hacía con el celular de la víc­tima? Esa pregunta retum­baba en el pensamiento del subcomisario, comenzó a imaginar un plan que se gestó en el propio entorno familiar, pero aún faltaba el motivo.

–Señor, de esta otra línea a nombre de Jorgelina Prieto Ferreira, este es el reporte que me solicitó sobre la ubica­ción –la operadora le entregó las copias y luego se retiró a su escritorio. Richard la miró fijamente sin comprender aún lo que tenía en sus manos, ese dato no lo anticipó y ter­minó por dejarlo asombrado.

El teléfono móvil de Jorgelina fue utilizado en varias ocasio­nes en la zona donde encon­traron el cuerpo. El lapso de tiempo en que ejecutaron esas comunicaciones coin­cide con la data de muerte de Lorenzo, unos seis días antes. Ella estuvo presente cuando lo mataron, siguiendo esta lógica, pensó Vera. Para él el crimen comenzaba a tener algo de luz.

EL CAMARADA

El caso para el subjefe de Homicidios estuvo aun más confuso cuando un dato llegó a la estación. Un infor­mante de los barrios bajos de la capital les aseguró a un par de agentes que en los últimos tiempos se buscó a un par de asesinos, a alguien que tuviera ganas de hacer “un trabajo”. Pero quizás eso no fue lo que más retuvo su interés, sino el hecho que el contratista era uno de ellos, un policía.

–Jefe, hoy por la mañana, uno de nuestros informantes en la Chaca nos comentó sobre un contrato que andaba cir­culando, un pedido siendo más claro. Un hombre fue a preguntar quién quería “un trabajito…” –mencionó uno de los oficiales al mando de Richard Vera.

–¿Y eso cómo fue? ¿Abier­tamente preguntó? –Res­pondió Richard acomodán­dose en la silla de la oficina de Homicidios.

–Al parecer es conocido del barrio Ricardo Brugada, lo cierto es que buscó a un par que pudieran matar. Pero eso no es lo más importante, este tipo hizo esto unas sema­nas antes de la aparición del cuerpo en la ribera de Lim­pio. A lo mejor están conec­tados los dos casos, nadie va y pide un pistolero y a los pocos días aparece uno muerto así –sentenció con buen tino el agente ante la mirada com­placiente de Vera.

–Y puede ser, tiene sentido. ¿Ya saben quién es ese que buscaba a los sicarios? –inte­rrogó nuevamente Richard.

–Esta es la parte que nos resulta aún más llamativa, jefe. El contratista –al pare­cer– es uno de nosotros. No sabemos aún quién es, no queremos avivarlo si el dato es real. Según nuestro contacto, el policía estuvo un tiempo trabajando en la comisaría de la zona, luego lo trasladaron.

Este dato dividiría el depar­tamento de Homicidios en dos equipos de investiga­ción. Uno de ellos seguiría los rastros de Jorgelina, la vigilaría, en sigilosa espera de un error que les permi­tiera aprovechar el momento y detenerla. El otro equipo seguiría el dato del contra­tista en el ribereño barrio Ricardo Brugada.

Quizás pudieran conectarse en un punto, la línea del tiempo cargaba con mucha coincidencia.

Continuará…

Dejanos tu comentario