POR OLGA DIOS, olgadios@ gmail.com
“Dos años antes de irse de casa, mi padre le dijo a mi madre que yo era muy fea”.
“La vida mentirosa de los adultos”, de Elena Ferrante Quizás, en una autora más banal, esta frase sería el inicio de una larga confesión sobre sus problemas de autoestima, casi un libro de autoayuda. Pero en Elena Ferrante no hay lugar para lo obvio. Esta frase, la escucha Giovanna, la protagonista, más o menos a los 12 años, en el límite de la pubertad. Y cuando le pregunta a su madre, ella le da una explicación que será abrir una Caja de Pandora familiar: “escuchaste mal, lo que dijo tu padre es que se te está poniendo la cara de Vittoria, es una broma que tenemos entre nosotros, cuando uno se pone de mal humor o malo, nos lo decimos, porque Vittoria es la hermana de tu padre, y es una mujer muy mala y ordinaria”.
¿Quién es esta Tía Vittoria, a quien sus padres obviamente desprecian? La reacción de Giovanna es de curiosidad intensa: quiere ver si se parecen; o quizás, a qué lado de su familia realmente pertenece. Al de sus padres con aspiraciones intelectuales, ambos profesores, en el barrio alto de San Giacommo del Capri, o al de Vittoria, en la zona industrial de Nápoles, un lugar cuyas calles evocan sensaciones: Vía del Pianto (Llanto), Il Maccello (el Carnicero). Esa zona cercana al Vomero, el barrio bajo donde se mueve otro mundo. Un mundo donde se habla en dialecto napolitano, en frases que intentará aprender y retener. Buscando ese espejo en el cual mirarse, reconocerse, Giovanna encontrará a una tía que le prohíbe que la llame así, y de entrada le cambia el nombre por un apodo más común. Allí abajo, ella será para todos “Giannina”. Buscando su reflejo en dos ciudades paralelas que se temen y se odian, la de las alturas, con su máscara de refinamiento, y la de los bajos, de los excesos y las vulgaridades. Se mueve de una a la otra buscando la verdad; sin encontrarla en ninguna. En el ínterin se descubrirá el romance de años entre su padre y la esposa de su mejor amigo, Constanza, y éste abandonará a su familia para ir a vivir con ella y sus dos hijas, Ángela e Ida, amigas de la infancia de Giovanna.
El motivo de la pelea entre Andrea, su padre y Vittoria fue Enzo, el gran amor de su vida, un hombre casado, a quien Andrea expulsa de la vida de su hermana, revelándole la verdad a su mujer. Enzo muere poco después, y en un desenlace bien “napolitano”; su viuda y Vittoria terminan siendo amigas y criando a los tres hijos entre las dos. La personalidad avasallante y vulgar de Vittoria deja poco lugar para la suavidad, y se crea una relación rarísima entre ella y los chicos: Giuliana, Corrado y Tonino. Y allí es donde la adolescencia de Vittoria irá descubriendo los avatares del amor y del deseo. El novio de la suave y bella Giuliana, de 20 años, es el genial Roberto, el chico humilde del Vomero que logró convertirse en académico e ir a enseñar a Milán. Con 16, Giovanna se enamora perdidamente de Roberto, y, haciendo uso de su intelecto, de sus lecturas, despertará su interés y se hará amiga de la pareja con la excusa de estar cerca de Roberto, sabiendo que es inalcanzable. En su mente aún de niña, estar tan solo en su órbita la hará feliz. Al crecer, involuntariamente, va adoptando las mismas mentiras de los adultos que la rodean. Estas mentiras están simbolizadas perfectamente en una joya, una pulsera de plata que pertenecía a su abuela, que Vittoria le dio a su padre como regalo para Giovanna cuando esta nació, y éste le dio a su amante en un arrebato. La pulsera recorrerá muñecas, pasará fugazmente por la de Giovanna; pero nunca será suya, como esa capacidad de amar y ser amada que solo tuvo su tía:
“Lo que de verdad importaba era la capacidad de despertar amor, aunque fuéramos feos, aunque fuéramos malvados, aunque fuéramos estúpidos. Sentí que ahí había grandeza y esperé que, fuera cual fuese la cara que se me estuviese poniendo, a mí me tocara en suerte esa capacidad, como seguramente les había tocado a Enzo, a Vittoria”.