El seis de marzo del 2019, un doble asesinato ocurrió en una mansión del Paraná Country Club, en Alto Paraná. Las víctimas eran hermanos, murieron a balazos y el autor de aquellos balazos fue su hijastro. La policía tenía horas para resolver el caso o el asesino huiría al Brasil.

Por Óscar Lovera Vera

Periodista

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Fue una larga noche fuera de casa, Dominga Dáva­los Núñez regresó al Paraná Country Club de Her­nandarias, en el departamento de Alto Paraná. Se secó las lágrimas, otra vez, y decidida fue a recoger sus pertenencias de la casa, su paciencia final­mente llegó al límite.

El reloj marcaba puntualmente las 12:42 de un miércoles seis de marzo, Dominga se armó del valor necesario pero su sostén fue su hijo, Rodrigo Fernando de 20 años. Él conocía de aque­llas discusiones y entendía que lo mejor era acompañar a su madre para darle un cierre a tantos epi­sodios de maltrato.

Ella estaba decidida a terminar su relación con Osvaldo Gonzá­lezDuarte, un hombre con quien compartía un hijo de 17 años y varios momentos de peleas, gol­pes y llantos en la madrugada.

El plan era aprovechar que Osvaldo no se encontraba en la casa, acostumbraba a pasar por su hijo al colegio y volver pasada las 13:00. Con esa ven­taja de la ausencia, el hombre no podía evitar que tomara sus cosas y huyera de aquella rela­ción tormentosa.

Pero eso no ocurrió, como parte de un complot del infortunio, Osvaldo decidió llegar tem­prano, apenas diez minutos des­pués del ingreso de Dominga.

Ella estaba en su habitación, en la planta alta de la casa. Colocó todossusvestidossobrelacama, desocupando el placar, vaciando su alma de tanto sufrimiento. Aquello le resultaba terapéu­tico. Por primera vez, en mucho tiempo, se hizo la idea de una vida tranquila. Sin violencia.

Esa profunda catarsis fue interrumpida por su concu­bino, apenas interpretó lo que estaba ocurriendo comenzó a reclamar con severidad. Los gritos eran potentes, con ame­nazas e insultos. Rodrigo no tardaría en responder.

PUNTO FINAL

Rodrigo entendió que su madre estaba en peligro. Abrió el compartimiento del tablero en el auto y sacó un arma de fuego. Salió corriendo y subió las escaleras apuntando al frente, siempre al horizonte. Estaba preparado a matar.

Antes de llegar al cuarto de su madre, de donde prove­nían los gritos, un hermano de Osvaldo intentó frenarlo, pero él disparó sin dudar. Nel­son Rafael González murió en ese mismo instante. Fue un disparo limpio y certero.

Después de eso, abatió la puerta de un golpe, Osvaldo estaba de espaldas a él, blandiendo la mano contra su madre.

Uno, dos, varios disparos per­cutió. El plomo le perforó los pulmones, el impacto lo tumbó sin poder reaccionar. Puertas, paredes y los paneles de vidrio templado hecho añicos luego de los disparos.

Rodrigo tomó dinero y joyas, todo lo que pudiera servirle más adelante en su huida. En ese instante solo pensó en sacar a su madre de la casa. Ella temblaba en el suelo, envuelta en fragmentos de vidrio que rasgaron su piel, la sangre se escurría al igual que las lágrimas. Su hijo había matado y se sentía culpable.

Un piso abajo, el medio her­mano de Rodrigo escuchó todo, subió y no pudo asimilar toda la escena. Owen González se compadeció de su madre y la ayudó a bajar las escaleras paso a paso, arrebatada en sollozos.

Al llegar al hall, la doméstica fue testigo atónita de lo que había ocurrido. Ella no lo encubrió, apenas traspasaron la entrada principal de la casa notificó a la policía. Rodrigo debía huir.

ARREBATO DE PLOMO

La tranquilidad en el Coun­try se cortó por el zumbido incesante de las sirenas. Eran patrulleros que ingresaban para el registro mediático de su oportuna llegada.

No era para menos. El reporte hablaba de un doble crimen en el opulento barrio privado y debían acudir de inmediato, era la tranquilidad de personas importantes la que sucumbie­ron por el asesinato.

El forense se abrió paso entre los agentes, debía certificar la causa de la muerte y esta­blecer una idea sobre lo que ocurrió. El primer relato de la doméstica dibujaba una dis­cusión familiar, que terminó con dos muertos.

Colocándose los guantes fue recreando en su mente lo que pudo haber ocurrido, fue como ver una película. Paso por paso.

–Tres balazos fueron los que recibió el masculino de cua­renta años en promedio, iden­tidad: Osvaldo González. El cuerpo se encuentra en posi­ción decúbito dorsal, es decir, boca arriba. El primer pro­yectil tuvo como orificio de entrada el abdomen, en la zona del costal izquierdo y de salida en la región del epigas­trio, por encima del estómago. El segundo proyectil lo recibió en el hombro, por encima de la clavícula izquierda, a la altura del tórax, el disparo tuvo ori­ficio de salida en la espalda, a nivel del omóplato izquierdo. Tenemos un tercer orificio, tuvo como entrada la cabeza, en la región temporal izquierda, en el costado, y se alojó en el lado izquierdo del cuello. Con eso tenemos, vamos por el otro… –dijo el forense a su ayudante, mientras se reincorporaba para continuar su procedimiento.

Salió de la habitación y sen­tándose sobre sus piernas, el médico verificó el otro cadáver. Ahí se percató que en ese sitio se registró el pri­mer enfrentamiento, por la posición del cuerpo.

–Es también de sexo masculino, promedia los 30 años, identi­dad Nelson González, sería her­mano del primero. Observó dos heridas. La primera ingresó a la altura del ojo izquierdo y salió en la región temporal del mismo lado, disparo frontal a media distancia, quizás. La segunda, recibió en el tórax, lado dere­cho; en el sexto espacio inter­costal y su orificio de salida en la región del omóplato. Pode­mos concluir, preliminar, que en ambos casos la lesión mor­tal fue la recibida a la altura de la cabeza, desencadenando en un severo trauma cráneo-en­cefálico y shock hipovolémico por herida de arma de fuego, ahora veamos a las dos perso­nas que están abajo… –concluyó el perito médico.

Owen y su madre quedaron en la casa. La mujer estaba trau­matizada por los disparos, recordaba cada detonación narrando en medio de ideas sueltas y los labios que le tem­blaban por el shock.

Difusa en su explicación, el médico trató de apaciguarla para examinar sus heridas en el cuello y brazos. Al con­cluir quedó en custodia poli­cial, nada estaba claro en ese momento. La policía no sabía aún quién fue el tirador.

LA PISTA, UN VIDEO

Treinta y cinco minutos des­pués del doble asesinato, los agentes tuvieron acceso a la filmación de las cámaras de seguridad y una claridad en los momentos previos al disparo.

–Bueno muchachos, ¿qué tenemos? –Interrumpió las murmuraciones del jefe de Homicidios. Sus subalternos seguían barriendo las imáge­nes, cuadro por cuadro, bus­cando el momento en que la familia ingresó a la casa.

–Aquí jefe, este es el momento en que llegan al Country, 12:42, a las 12:46 entran a la casa, saludan a la doméstica y solo la mujer sube hasta el primer piso, hasta su habitación. A las 12:55 llegó Osvaldo y su her­mano, con el otro muchacho, esto se ve en esta toma, jefe, en el automóvil de color gris. Des­pués, a las 13:00, Rodrigo baja del automóvil con el arma en la mano, entrando a la casa, y a las 13:17 sale nuevamente, sube al BMW y escapa. Esa es toda la escena, señor –concluyó el comisario. No había dudas en ese momento, para el depar­tamento de Homicidios solo el hijo mayor de Dominga era el responsable de los disparos.

Rodrigo pasó a ser el sos­pechoso principal, notaron que él ingresó con el arma a la casa y luego escapó en un automóvil sedan, un BMW. A los pocos minutos recibieron una llamada en la estación, se notificó que un vehículo bas­tante parecido quedó estacio­nado en una gasolinera, el con­ductor bajó de él y subió a otro coche. Eso fue sospechoso para un empleado y lo reportó. El sitio estaba a 17 kilómetros de la escena del crimen, por la carretera que conduce a la ciu­dad de Salto del Guairá, en el departamento de Canindeyú.

Esa pista del trasbordo ahora apuntaba al padre biológico de Rodrigo, el operador de la gasolinera describió otro sedan, de color oscuro, de la marca Mercedes Benz. Luego de indagar en el entorno del chico, los investigadores solo encontraron ese patrón en Óscar Florentín, el papá. Se separó de su madre hacía bastante tiempo, pero siem­pre mantuvo contacto con su muchacho, sabía de los proble­mas familiares que tenían. Lo deducible era estimar que ayu­daría a su propio hijo.

Pero, ¿a dónde irían? La policía los tenía en la mira y estaban seguros que si no se apresura­ban podían cruzar la frontera con el Brasil.

Continuará…

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