Por Bea Bosio, beabosio@aol.com

Cuenta la leyenda que allá por el año 1700 un caboclo (mestizo de portugués y nativo) andando por la selva cercana al Amazonas, encontró una imagen de una Virgen de Nazaré tallada en madera a orillas de un río. Entonces la llevó a su casa para hacerle un altar. Para su sorpresa, al día siguiente cuando despertó, la imagen ya no estaba. La buscó por todos lados, pero había desaparecido. El caboclo volvió al monte, y en el mismo lugar donde la había encontrado la tarde anterior, ahí estaba de nuevo.

Confundido, repitió la rutina: Sólo para comprobar un día más tarde que a esta Señora le gustaba aquel lugar elegido y no quería ser domesticada de ninguna manera. Sin saber muy bien qué hacer con Ella, la llevó junto al cura del pueblo a elevar su denuncia: ¡Una Virgen fugitiva y en total rebeldía!

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Al oírlo, el cura le regañó la blasfemia y la metió en la capilla. Pero al día siguiente, la Virgen de nuevo se había marchado. Consternados –cura y mestizo– fueron al lugar donde sospechaban que estaría y, efectivamente, ahí la encontraron. Desafiante ante este par de hombres que no entendían qué estaba pasando. El sacerdote entonces decidió llevar al gobernador del Gran Pará directamente el problema, y el coronel –que no tenía la fe del cura, ni la inocencia del caboclo– se echó a reír a carcajadas:

–Déjenmela a mí, señores – dijo– que un coronel sabe cómo guardar a sus mujeres.

Y con esta sentencia, la dejó en su Palacio enrejada y custodiada por los guardias.

Al día siguiente se oyó el grito de indignación del Coronel retumbar en toda la cuadra: La Virgen inquieta había burlado el encierro. (A pesar de las rejas, y a pesar de los guardias.) Y no quedó otra que aceptarla como era: Libre y Soberana. Construyeron una capilla ahí al margen del río, donde a ella le gustaba y decidieron que ya que era tan andariega, pasearla sería la mejor manera de venerarla.

Desde 1793 en torno a esa leyenda se celebra el segundo domingo de octubre la Festividad del Cirio de Nazaré, que reproduce simbólicamente el trayecto de la Virgen fugitiva: De las márgenes del río hasta la ciudad y su retorno de nuevo al lugar donde hoy está la basílica. La Virgen tiene fama de ser tan milagrosa, que hoy en día dos millones de personas acuden a este festejo anualmente, convirtiéndolo en el más grande evento cristiano del Brasil y uno de los mayores del mundo. En 227 años de historia nunca ha sido suspendido salvo dos veces: En 1835 por una revuelta, y el domingo pasado por causa de la pandemia.

La festividad tiene varios momentos en homenaje a la Señora movediza: hay partes a pie. Otras por río. Momentos diurnos y nocturnos. Viviendo en Brasil hace unos años, quise embarcarme a la aventura de la procesión fluvial y viajé de San Pablo a Belem para unirme a las celebraciones. Apenas amanecía cuando monté a uno de los barcos amarrados en el majestuoso río, lleno de guirnaldas coloridas. Tres horas de viaje más tarde, y de pronto la magia se hizo luz en mis pupilas: La Virgen escoltada por unas quinientas embarcaciones floridas, en medio de música y algarabía. La transportaban en un barco de la Marina, custodiada por sus hombres uniformados de gala, mientras que los pueblos de la costa la saludaban en un despliegue de salves, pañuelos y pirotecnia.

En el puerto de Belén, unos 15 mil motociclistas la aguardaban para escoltarla a su siguiente parada. Fascinada ante esa demostración de fe multitudinaria, seguí la romería y por la noche aguardé que volvieran a trasladarla, esta vez emulando su escapada de la ciudad a la selva. Es difícil transmitir la energía que emanaban más de dos millones de personas congregadas al son de canciones, devoción y alegría. Lejos de ser la típica procesión circunspecta a la que yo estaba acostumbrada, aquello era como un carnaval de fe, entre rezos y batucadas.

Y de pronto el Auto do Cirio, superlativo de la magia: Homenaje que le rinden a la Virgen los artistas. Más de 500 actores disfrazados, bailando y actuando por y para ella, en plena dramaturgia callejera. La santa de repente aparecía navegando en un mar de gente que se extendía por cuadras. Y de esa enorme masa de fe sobresalía la simbología de los milagros y gracias: Una casa de cartón. Un libro. Un barco. (Vi desfilar un pulmón, un corazón. Unas placas de radiografía, un avión y un vientre grávido.)

En cierto lugar del largo recorrido, mientras el corazón latía entre emoción y lágrimas un grupo de artistas trasvestidos aguardaban ataviados con sus mejores galas el paso de la Santa. Respetuosos y solemnes elevaban la voz en alto: “El manto de Nossa Senhora nos cubre a todos. ¡Salve Reina de la esperanza!”.

La Virgen libre también pasó frente a ellos, y esa noche, en esa parte de la ciudad se armó una enorme fiesta hasta la madrugada. Cuando la Virgen volvió a pasar al despuntar el alba, la música se detuvo y todos acompañaron la procesión en su trayecto final a la basílica.

Como en un milagro de fe hermanada, nadie juzgaba. Se mezclaban disfraces, pelucas, purpurinas. Ancianos, niños, ricos, pobres, divas y beatas.

Todos bajo el manto de esta Santa libre y andariega… Reina y Señora de la selva en toda su exuberancia.

*Este año aunque el Cirio fue suspendido por el riesgo de contagio, no quisieron dejar a la Virgen sin paseo, y según cuentan las noticias, anduvo paseando en helicóptero, sobrevolando los hospitales donde tratan al coronavirus, que tan fuerte pegó en la zona.

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