Toni Roberto (tonirobertogodoy@gmail.com)

Este domingo, Toni Roberto nos lleva hacia el este de Asunción hasta la zona de la antigua aristocrática avenida Venezuela en su trayecto entre las avenidas España y Mariscal López, límite oeste del barrio Recoleta.

Era una mañana cualquiera de la semana cuando recibo el llamado de mi amiga Natalia Oviedo que me dice: “Hola Toni, quiero pedirte un favor, que dibujes la casa de los Ferrario Peña como recuerdo, antes que desaparezca”, a partir de ahí me vino a la mente una película repetida, cuando en 1980 dejé para siempre en mi infancia la casa de la calle Alberdi, una hermosa fachada que hoy solo me queda en los recuerdos, en una vieja foto en blanco y negro tomada por mi padre y en un dibujo.

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Esa misma tarde enfilo hacia la hoy transitada avenida Venezuela y paro frente a la casa 258. Toco el timbre, pero ya nadie atiende, solo me recibe un elegante farol y un cartel oxidado que reza: “Toque timbre, perro bravo”, en el frente la sencilla, pero imponente fachada de dos pisos con techo a dos aguas, enclavada en el centro de un gran terreno, amplios ventanales con persianas que suenan a alguna vieja música, un gran patio vacío que me lleva a imaginar niños que pasaron por ahí a través de varias generaciones, cumpleaños, bodas, mudanzas, pareciera que desde el interior alguien me hablara, pero no, era solo el fuerte viento que templaba sus sonidos. En el entorno, lo que fuera una tranquila y aristocrática avenida hace varias décadas, en el límite oeste del barrio Recoleta, con sus antiguos vecinos como los Sapena Pastor, los Ramírez Boettner, los Sosa Gautier o los Duarte Pallarés.

LA CASA, LA SEÑORA Y EL ARQUITECTO

La casa fue diseñada a principios de 1950 por José Luis Escobar –un arquitecto paraguayo que estudiara en la gloriosa facultad de Arquitectura de Montevideo allá por los años 40– para el matrimonio Ferrario Peña, pero bajo la estricta dirección de su propietaria Silvia Peña. Era la casa de ensueños, donde fue pensado hasta el más mínimo detalle. Una amplia recepción con una gran chimenea y en el fondo una clásica cochera cerrada para guardar el auto, en una época en donde hasta las más importantes familias poseían casi siempre un solo automóvil.

Atendiendo el pedido me siento en una butaca “Mercado 4” con mi vieja tabla de dibujo a hacer unos pequeños primeros bosquejos y cada línea me llevaba a los recuerdos de las historias que me contaran sobre esta “residencia”, como los de la nieta de Silvia, Leticia De Gásperi: “en esta casa, allá a fina les de los años 50, se realizó uno de los 15 años más importantes de la época, el de Beatriz Battilana, hija de Manuel Battilana, pariente y socio comercial de mi abuelo”. Unos cuántos años después Battilana construiría la legendaria casa de la esquina de Mariscal López y Kubitschek a la que se la conoce popularmente como la mansión “de lo que el viento se llevó”, diseñada por Arturo Herreros. También me cuenta que toda la familia era olimpista, pero por insistencia de su cuidadora Juana Agüero se convirtió en la única cerrista de la casa. Otra hermosa historia la de Mirta Ferrario Vargas, sobrina de Silvio Ferrario: “allá a principios de los años 60 los fondos de esas casas tenían murallas muy bajas, por donde se pasaba de casa en casa llegando hasta el Club Centenario, en una época donde la seguridad barrial no era tema mayormente importante”.

SILVIA Y SILVIO

Silvia Peña se casó con Silvio “Pistola” Ferrario, un próspero empresario de la época, quien tenía con su padre y sus dos hermanos, Alfredo y Pancho, la proveeduría de frutos del país, cuya casa central quedaba en las calles Mariscal Estigarribia y Antequera. Fue un matrimonio que tuvo seis hijos, pero la felicidad no duró mucho tiempo como todo lo bueno en esta tierra, Silvia, la que diseñara hasta el último detalle del interior de la casa, moriría a los 38 años en la primavera de 1960, con una extraña coincidencia, el arquitecto que realizara la casa también fallecería unos meses antes a la misma edad a finales de 1959, siendo profesor de la facultad de Arquitectura de Asunción, creada unos años antes. Pareciera que todo estaba calculado para dejar el hogar listo, la casa estaba ahí para darle un poco de alegría en medio de tanta tristeza a los seis huérfanos.

EL ADIÓS A UNA HISTORIA DE 70 AÑOS

Desde 1974 la apacible residencia pasó a ocupar una de las hijas del matrimonio Cristina Ferrario y su esposo Alberto De Gásperi y sus cinco hijos, Paola, Leticia, Nicolás, Victoria y Alberto, quienes la mantuvieron intacta siguiendo todas las tradiciones dejadas por Silvia.

Hoy, setenta años después de su diseño, le llegó el turno de partida, no todo es eterno y la casa pasará a “mejor vida” por aquello de los emprendimientos en altura, pero quedarán para siempre los recuerdos de las historias contadas por los descendientes de esta dama de la sociedad asuncena de los años 40, que partiera de la tierra a muy temprana edad. Tal vez el título de este domingo no sea muy creativo “Cuando una casa se va”, pero siempre pienso que es importante dejarse llevar por el corazón, más que por la razón y es por ello que me vino a la mente parte de una famosa canción de Alberto Cortez “Cuando un amigo se va queda un espacio vacío que no lo puede llenar la llegada de otro amigo” parafraseando yo digo “Cuando una casa se va queda un espacio vacío que solo se puede llenar con los recuerdos de quienes la habitaron”.

La casa Ferrario Peña. Diseño: José Luis Escobar, Asunción c. 1950.
Los seis hijos del matrimonio Ferrario Peña. Asunción c. 1959.
Silvia Peña. Foto: Asunción c. 1944
“Boda Ferrario - De Gásperi” de izquierda a derecha: Silvio Ferrario, Cristina Ferrario, Alberto De Gásperi, Arsenia Zavala, el Dr. Luis De Gásperi y Josefa Villamil. Asunción 1966.
“Casa Ferrario Peña” (detalle farol y cartel).
El matrimonio De Gásperi Ferrario y sus hijas Paola y Leticia en el patio frontal de la casa. Asunción 1978.


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