Por Bea Bosio

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El día en que me enteré que Cateura estaba en llamas lo primero que hice fue pensar en Héc­tor y su equipo de Jóvenes Voluntarios del Bañado Sur (JVBS) a quienes había conocido en su organización impecable de Ollas Popula­res en plena pandemia.

–¿Estás bien? –pregunté por mensaje, y enseguida me respondió completamente inmerso en acción solidaria, tratando de aliviar el infierno que azotaba a su zona.

No podía ser de otra manera. Porque estos jóvenes son así: Luz en medio de la oscuridad.

En el Bañado Sur existen varios grupos juveniles que trabajan activamente por el bienestar de la comunidad y desafían todos los días el estigma de adicción y crimi­nalidad como único producto de la carencia. Ellos son los que siempre están ahí en los grandes problemas y en los pequeños desafíos que se pre­sentan: Son quienes acompa­ñan al médico a los ancianos de la comunidad que no tie­nen familia. Los que en las inundaciones ayudan a eva­cuar a la gente, y en las pan­demias –cuando la economía se paraliza– se aseguran de que haya un plato de comida en cada hogar.

Son ellos los que salen todos los días a trabajar apostando a un futuro.

Esa patria silenciosa que todavía batalla por un mejor Paraguay.

Por eso cuando empezó el incendio en Cateura fueron los primeros en unirse y mar­car presencia como comuni­dad. Un contingente de sol­dados anónimos de la JVBS, el Movimiento Eucarís­tico Juvenil, el Movimiento Cristo Solidario, Fútbol+ y Juvensur que se encargaron al principio de proveer agua, máscaras y bebidas isotóni­cas a los bomberos que esta­ban asfixiándose en humo, y luego de aunar esfuerzos para encontrar posibles albergues para la gente que tuvo que evacuar.

En un trabajo de coordi­nación impecable, una vez más lograron vencer a la adversidad.

Converso sobre eso con Luis, uno de los jóvenes de la zona, que aparte de ser bombero voluntario, trabaja también con su grupo veci­nal. Luis estudia filosofía, se está por graduar y conversar con él es un viaje profundo de reflexión aguda sobre su rea­lidad. Recuerda los momen­tos del incendio. Su sueño de siempre de ayudar. Y el oficio de bombero como un servi­cio de compromiso, porque no concibe la idea de tener salud y no dar una mano para construir un mejor Paraguay.

Me cuenta que hubo ocasio­nes en el incendio donde la humareda era tan espesa, que era nula la visibilidad. Entonces eran los jóvenes quienes iban de puerta en puerta peleando a la oscu­ridad para llevar agua a los habitantes encerrados que no tenían agua potable y no podían en semejantes cir­cunstancias salir a buscar.

Cuando hacemos el balance de lo que dejó el incendio Luis –reflexivo y profundo– me dice que hay tres cosas fun­damentales que rescatar: Pri­mero, la rápida reacción de las organizaciones sociales y juveniles en torno de la situa­ción de emergencia, que real­mente es digna de admirar. Segundo, la solidaridad de la gente que apoyó desde los diversos puntos de la capital, y tercero la gran asignatura pendiente: El desafío Cateura del 2020 al 2030, para tratar la basura, para que no sea un mero depositario estancado de los residuos de la ciudad.

Luis, como bombero, tuvo que pararse sobre el monte de residuos al aire libre y a cielo abierto, y como buen filósofo no pudo evitar cuestionar:

¿Qué futuro tiene esto?

¿Y que futuro soñamos como medio ambiente en el Paraguay?

(Cuando me lo dice, pienso que un buen indicio son estos jóvenes, que además de apa­gar incendios encienden esperanza, y desde un com­promiso profundo nos invi­tan a reflexionar.).

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