Hace 35 años que su trabajo es cuidar que el pasto esté a nivel antes de cada partido de fútbol, que los 80 portones del estadio estén cerrados cada noche y que la gradería que alberga a 30 mil personas esté limpia al día siguiente de un evento. Así es una parte de la vida de don Esteban García, capataz encargado del Estadio de los Defensores del Chaco.

Por Aldo Benítez

FOTOS: Nadia Monges

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Cuando termina un partido de fútbol, cuando el bullicio de las gradas acaba, des­pués de que los comenta­ristas deportivos terminan sus intervenciones, cuando los cronistas van dejando el Estadio después de la última conferencia, allí donde los vendedores van cerrando sus locales, haciendo sus cuentas, ese pequeño micro­mundo de cancha –al que estamos vedados los futbo­leros desde hace seis meses– encuentra en anónimos trabajadores a los protago­nistas de la cita futbolera. Sin embargo, la labor que tienen en realidad empieza muchas horas antes de que arranque el partido. Hay que tener todo listo: Desde que no falte agua en los vestuarios hasta pinturas extras por cualquier even­tualidad. Para eso tiene que estar el capataz.

Impecablemente vestido con su uniforme azul, su tapabocas y un manojo de llaves, don Esteban recibe a La Nación en una de las entradas laterales a la cancha misma del esta­dio Defensores del Chaco. Muy puntual. A sus 70 años, dice que una de las cosas que aprendió es evitar aquello de “la hora paraguaya”, es decir, llegar retrasado a una cita. Además, no le resulta extraño un encuentro a las nueve de la mañana, ya que su norma es despertarse cerca de las cinco, prepa­rarse un mate y luego salir a hacer su recorrido en su lugar de trabajo. Allí donde Jorge Campos hizo aquel inolvidable gol frente a la selección brasileña para darle a Paraguay su primera victoria por eliminatorias ante Brasil, allá por julio del 2001, hoy don Esteban García recorre mirando que todo esté en orden.

“Empecé a trabajar acá haciendo trabajos de solda­dor. Después fui camillero los domingos de fútbol. A mediados de los 80 el utilero Alarcón era conocido mío y trabaja acá. Cuando termi­naba los partidos iba a revi­sar los asientos de la parte de Preferencias, por si no se habían roto o algo. Entonces fue que me dijo que necesi­taba alguien para que le arregle esos asientos que eran de hierro. Así arran­qué”, comenta don Esteban.

Aquellos tiempos toda­vía era la “Liga Paraguaya de Fútbol” y el Estadio de los Defensores era el más grande e importante del fútbol paraguayo. Se juga­ban los partidos más impor­tantes y de seguido, ya sea por campeonato local o por torneos internacionales a nivel de clubes o de selec­ción. Don Esteban cada vez más era requerido para los trabajos, así que un día plan­teó directamente trabajar en el mantenimiento de los asientos y otras cosas que requieran una mano.

Don Esteban, hincha de Libertad de corazón, empezó como funciona­rio desde la última etapa de Nicolás Leoz como pre­sidente de la Liga. Desde entonces, mediados de 1985, arrancó a trabajar cuidando el pasto, haciendo el man­tenimiento de los asien­tos, arreglando canillas, tapando agujeros en pare­des, solucionando proble­mas de herrería, en fin, de todo un poco.

“Ese es el trabajo del capa­taz. Sos un poco de albañil, de plomero, de carpintero, de herrero, de podador y hasta de pintor. Porque lo que haga falta tenés que estar atento y arreglar”, dice don Esteban.

Bajo las graderías de Pre­ferencias, en uno de los habitáculos que tiene este estadio, don Esteban tiene organizado todo su sistema de control de llaves. Parece algo sencillo, pero las apa­riencias pueden engañar. Todo debe estar sistemati­zado y ordenado para tener todo disponible a la hora que se necesite. Son centenares de llaves, con sus copias. Hay algunas que práctica­mente no se usan y las que se usan constantemente. Don Esteban sabe a qué sector corresponde cada manojo. Y conoce cuál llave corres­ponde a cada puerta o por­tón. Los 35 años años no pasan en vano, claramente. Cuando hay eventos que no sean de fútbol, don Este­ban igual tiene que estar al tanto de todos los deta­lles. Su trabajo es vigilar que todo funcione y que, lo más importante, que todo esté en su lugar después, algo que puede resultar real­mente un dolor de cabezas en eventos multitudinarios.

Don Esteban tiene tres hijos que ya son adultos, que ya hicieron su vida. Vive con su esposa Julia Ayala en las cercanías del Estadio. “Antes vivía luego acá, bajo la gradería Norte, pero des­pués tuvimos que mudar­nos, nos fuimos a un lugar mejor”, dice.

Dice que guarda un gran recuerdo de todos los juga­dores y técnicos que pasaron por la Albirroja, pero hace mención especial a Gerardo “Tata” Martino, el ex DT que llevó a la selección al Mundial de Sudáfrica 2010. “Siempre fue muy cordial, muy atento, te hablaba y esas cosas”, dice don Esteban.

Recuerda que en los 90, cuando se hizo un trabajo de remodelación total del empastado, ellos mismos se encargaron de montar los panes de pastos. “Fue un trabajo durísimo, traía­mos los panes con camio­netas y el ingeniero nos indicaba cómo cargarlos”, rememora. Dice además que hubo un tiempo, también en esos años, que tuvieron un grave problema con los “grillos topos”, un insecto que devoraba las raíces del pasto y dejaba seco el gra­mado. “Fue un terrible dolor de cabeza eso. Le cargába­mos afrecho con azúcar a nuestro tanque y rociába­mos. Creo que funcionaba eso”, dice con un dejo de son­risa en el rostro.

Para Esteban García es una bendición poder trabajar todos los días en un lugar que siente como su hogar, y literalmente lo fue durante varios años. “Venir a traba­jar acá todos los días me hace sentir mucho más joven”, afirma. Mientras va cami­nando ajustando sus llaves, saludando a sus compañe­ros. “Tienen que entrevistar también a mis demás com­pañeros. Acá somos varios”, dice. En efecto, son 18 fun­cionarios que se dedican al mantenimiento del Estadio en diferentes aspectos. Tanto él como los demás trabajado­res del Defensores esperan que la Albirroja pueda ir al Mundial de Qatar 2022, por­que como don García y sus compañeros sienten que son parte del proceso, más allá que no se pongan los botines.

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