Por Bea Bosio (beabosio@aol.com)

Cuando Jessi, un domingo cualquiera, empezó a percatarse que su hijo no hablaba como el resto de sus primos agudizó todos los sentidos. Como madre primeriza, al principio creía que era normal que su niño balbuceara solo algunas palabras básicas y al resto le pusiera sus propios sonidos. Sus horarios no le permitían pasar mucho tiempo con Jonathan. Lo veía por las noches, cuando después de estar trabajando afuera todo el día lo buscaba de la casa de la abuela y lo traía – muchas veces ya dormido– al final de la jornada. Su marido, Walter, también trabajaba al mismo ritmo y se veían tarde por las noches y los fines de semana. Cuando jugaban con Jonny, intentaban que repitiera algunas palabras, pero el niño insistía siempre con sus propios sonidos.

Finalmente, y por las dudas, decidieron llevarlo al pediatra.

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El doctor lo examinó con detenimiento, pero no encontró ningún problema aparente. Entonces los refirió a un especialista que ayudara a dilucidar por qué Jonathan estaba usando esos extraños vocablos para referirse a los objetos que iba señalando. Tampoco el especialista pudo dilucidar el misterio y aconsejó a los padres esperar un poco más de tiempo. Pero a medida que pasaban las semanas, Jessi estaba cada vez más angustiada y era tal su desconcierto que Walter le sugirió una noche que pidiera permiso para regalarse un día solo para ella. Le haría bien distraerse un poco. ¿Por qué no iba al Mercado 4 de paseo? Podría hacer algunas compras y de paso visitar a sus viejas amigas, que había conocido cuando trabajaba en la zona.

A Jessi le pareció una buena idea para despejar la mente, pero prefirió no dejar a Jonathan con la abuela porque sabía que le pondría a ver videos como siempre, mientras hacía las cosas de la casa y pasaría gran parte del día encerrado frente a la tele. Así que prefirió llevarlo consigo de paseo. Ya en el recorrido, se alegró al ver algunas caras conocidas y se abrió camino entre la gente hasta llegar al negocio de su amiga Mary, a quien no veía hace años. Mary era hija de inmigrantes coreanos y trabajaba en una de las tiendas del Mercado.

-¿Tuviste un bebé? ¡Qué lindo! -le dijo Mari al ver a Jessi con Jonathan en brazos.

Las amigas se abrazaron y Jessi no tardó en ponerla al día de lo que había sucedido en los últimos años. Mientras las chicas conversaban, Jonathan vio de pronto en una de las pantallas de la tienda a unos niños jugando. Señaló la televisión entusiasmado y de pronto dijo algo. Mary sorprendida volteó a mirarlo.

-¡Pelota, sí! - respondió Mary al pequeño y le preguntó a Jessi extrañada:

-¿¡Por qué tu hijo habla coreano!?

Jessi, completamente anonadada, vio cómo Mary comenzaba a comunicarse perfectamente con el niño y como todas las palabras que decía Jonathan para Mary tenían sentido. Confundida y sin dar crédito a lo que estaba pasando, salió del Mercado a las corridas y se dirigió directo a la casa de la abuela, donde el niño pasaba la mayor parte de la semana.

-¡Mamá! -dijo irrumpiendo en la casa con un grito- ¡Jonathan había sido que está hablando en coreano!

-¡¿Qué?! Ña Nelly miró a su hija en total desconcierto y de pronto se le iluminó la mente como un rayo.

-¡Su video! -dijo en medio de una exclamación reveladora.

Inmediatamente madre e hija corrieron a donde estaba la tele y Jessi descubrió que la abuela nunca había cambiado el idioma del DVD que Jessi había comprado, y en los últimos 6 meses Jonathan había estado viendo el dibujito DRAGON BALL en coreano.

Con eso quedó resuelto el misterio, y el niño bilingüe pronto empezó a hablar castellano.

*Esta insólita historia que hoy recreo es verídica. Y está basada en lo que me contó la mismísima Jessi hace unos años. Los nombres han sido cambiados.

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