Por Bea Bosi, beabosio@aol.com
Ceferino Zarza estaba ya cerrando su zapatería en Encarnación una tarde cualquiera, cuando de pronto y sin previo aviso, ocurrió uno de los acontecimientos más entrañables de su vida: En el umbral de la puerta de pronto apareció su sobrino –el músico Jorge Garbett– que llegaba de Asunción en ese instante y en muy buena compañía:
–¿Qué tal tío “Chepé”? –dijo el sobrino–. Mirá quién viene a saludarte.
“Chepé” levantó la vista y vio entrar a la zapatería al mismísimo Maneco Galeano, cuya fama de compositor popular trascendía los límites capitalinos y se expandía a todas las latitudes del territorio paraguayo. Tanto que esa misma noche Maneco estaba invitado a cerrar un festival en el Club Nacional encarnaceno, como broche de oro del espectáculo. Debió caerle muy bien la visita a Ceferino, porque se puso muy contento de poder saludarlo. En general “Chepé” era un hombre reservado. Había combatido en el Chaco, en el frente de batalla, ahí donde los soldados iban abriendo camino por las picadas y decían que aquello moldeó su carácter volviéndolo más bien parco. Sufrido. De vida muy honesta y hábitos estructurados. Había perfeccionado en Buenos Aires el oficio de zapatero y tenía gran talento, más allá de los remiendos. Diseñaba botas y otros calzados y su arte era reconocido tanto en la Villa Alta como en la Villa Baja de Encarnación.
–Vengan pues, vamos a ver qué puede prepararnos Hilda –Dijo “Chepé” refiriéndose a su esposa, eximia cocinera y modista de la zona.
–Podemos quedarnos un rato nomás tío –advirtió Garbett–, pero Hilda improvisó unas empanadas y Don “Chepé” abrió una caña Aristócrata para brindar con los viajeros.
Ceferino y Maneco pronto se montaron a una charla profunda discutiendo vida, criterios, valores, sueños, y en medio de esa tertulia existencial se esfumaron las horas, la memoria y el tiempo. A pedido de Maneco, Garbett se marchó al Club Nacional para ver cÓmo iba avanzando el Festival, con la promesa de regresar a buscarlo un poco más tarde. Pero cuando Garbett regresó por su amigo, eran dos ya las botellas de caña sobre la mesa, y la amistad y las risas cada vez más entrañables. Asombrada la familia con la verborragia inusitada de Ceferino, los había dejado solos. Maneco había abierto en el artesano un caudal de vivencias que brotaban de un ykua de mil recuerdos. Don “Chepé” conversaba y el músico registraba todo.
Cada sílaba y cada silencio.
–Yo voy a ir por mi cuenta, tranquilo –le dijo Maneco a Garbett cuando insistió en llevarlo al festival porque ya era tiempo.
Garbett le recordó que no conocía Encarnación como para ir solo, pero a Maneco aquello le pareció irrelevante: No era tan grande la ciudad como para perderse en el camino y prometió llegar solo un poquito más tarde. Ya casi al final del festival, Garbett volvió en un tercer intento a buscar a Maneco, y ahí ya encontró a ambos completamente ebrios, intercambiando encendedores como recuerdo de esa gran amistad que había surgido con el tabaco y la caña como testigos. De más está decir que Maneco no llegó esa noche al escenario, pero encontró todo un caudal de inspiración para perpetuar en una canción la vivencia que había tenido.
–Sabés “Chepé” que me voy, pero voy a escribir algo para vos –le dijo con la voz un poco derrapada por el alcohol y la gran emoción en el alma.
Un abrazo selló el adiós de los dos amigos. A los pocos días Maneco cumplió con su palabra y le pidió al mismísimo Jorge Garbett que le pusiera música a los versos que le había dedicado a su tío. Y así nació la famosa música “Ceferino Zarza, compañero”, que de manera poética relata no solo el recuento de aquella noche mágica, sino la gloria de encontrar a gente afín en este mundo.
“… Así, de frente, al frente está la caña, amable soldadora de amistades, hoy encontré la tuya y la reservo para dar alguna vez al sentimiento. De hombre a hombre y a través del tiempo, allí en Itapúa está tu ejemplo”.
Así como Maneco inmortalizó el encuentro en esas líneas, también en el corazón del zapatero quedó para siempre la memoria de aquel entrañable momento. Cuando el músico murió trágicamente joven, “Chepé” lo sintió desde lo más profundo de sus silencios y a su propia muerte –16 años más tarde– su familia, al volver del entierro entonó la música “Ceferino Zarza, compañero” en honor a ese padre, a esa anécdota de luz y a un millón de otros recuerdos.
*Esta crónica fue escrita gracias a la colaboración de Julio César Matiauda Zarza, nieto de Ceferino, que enriqueciendo las palabras del propio Jorge Garbett, relató el impacto que tuvo en don “Chepé” el encuentro con Maneco, y la historia de esa música famosa, desde la mirada de su abuelo. Ilustración Yuki Yshizuka.