Un “Cuaderno” más que especial. El incendio del Edificio Victoria, que albergaba al legendario cine, es como un punto de inflexión para salvar un patrimonio de los asuncenos que evoca viejos tiempos. Toni Roberto convoca a acompañarlo a escribir en el Gran Diario del Domingo a sus amigos, los hermanos Martini y al arquitecto César “Yito” Morra, depositarios de recuerdos de aquella época.

Por Toni Roberto

tonirobertogodoy@gmail.com

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

El pasado 10 de abril recibí un llamado en plena pandemia. Era Cristina Gómez Sanjurjo, que me decía: “Hola Toni, acabo de encontrar dentro de un viejo libro de mi papá algo que a vos te va intere­sar y como hoy es tu cum­pleaños te regalo”. Confieso que pasé recién después de un mes a retirar el “incóg­nito regalo”. Era nada más y nada menos que un ama­rillento folleto de presenta­ción del programa y el anun­cio del próximo estreno del Gran Cine Victoria fechado en octubre de 1950, exac­tamente cuatro meses des­pués de su inauguración e impreso en la legendaria imprenta Prometeo.

Hay regalos que más allá del valor monetario te hacen soñar con el pasado y te lle­van a la infancia, en mi caso a mediados de los años 70, cuando el cine estaba en su máximo esplendor. En las múltiples ocasiones en que mis padres iban al Victoria con otros amigos del cen­tro, yo me quedaba a jugar en cualquiera de las cuatro plazas bajo la atenta mirada de las diversas arquitectu­ras que convivían en ese emblemático sitio.

Programa del Cine Victoria, interior.

Ahí estaba el Edificio y Cine Victoria inaugurado en 1950, al que muchos le rotulan de “neobarroco español” o “plateresco” o “neoclásico con aires de modernidad”, yo solo lo llamo “estilo Corbellani”, un arquitecto ítalo- argen­tino que se manejaba con cierto “clasicismo” para la época y que había diseñado el edificio del Banco del Paraguay –con los arqui­tectos Sánchez Lagos y De La Torre– y algunas residencias en Asunción cuando en el mundo la Bau­haus ya había dado cátedras de modernidad. Pero que hoy después de tantas déca­das la “contemporaneidad” nos hizo ver que se puede convivir al mismo tiempo en épocas distintas, en tri­bus de pensamiento, hecho que también se refleja en la arquitectura.

Las recuerdos sobre este mítico cine y edificio asun­ceno reviven más que nunca debido a este incendio, anécdotas y mitos urba­nos de aquellas décadas. Una de ellas, la del estreno de “El trueno entre las hojas” en 1958, que cuenta un exalumno de la pro­moción 1959 del colegio San José: “Un día hicimos una ‘raboneada’ general, por ese motivo el director pidió que la justificación sea personal por padres o encargados. Uno de noso­tros le llevó a su prima estu­diante de medicina, quien se impresionó por la pre­sencia imponente del padre Alonso de las Heras vestido de negro en su escritorio, que de pie nos recriminó.

La prima solo atinó a decir: ‘Castíguelos, padre Alonso, fueron al cine a verle a la escandalosa de Isabel Sarli’.

Cine Teatro Victoria.

EL VICTORIA Y “LOS PLATEROS”

Nos cuenta César Augusto Morra: “Uno de los momen­tos brillantes del Cine Vic­toria en el recuerdo, hacia fines de los 50 (1957, en la etapa final de su gira por Sudamérica) ocurre con la visita del prestigioso con­junto vocal de Los Plate­ros, en la cima de la fama en ese momento en los Esta­dos Unidos”.

“Lleno el Teatro con sus plataformas completas, en el escenario, vestidos con impecable smoking de sacos azules y solapas negras con Tony Williams a la cabeza y la sonrisa cau­tivante de Zola Taylor con un liviano vestido tur­quesa, luego de una primera parte repitiendo éxito tras éxito (‘Smoke gets in your eyes’- Hay humo en tus ojos) o (‘My prayer’ - Mi ora­ción) tras una leve pausa, al iniciar la etapa central del concierto, empiezan a vocalizar ‘Remember when’, (Recuerda cuando), poniendo la piel de gallina sobre todo a las chicas… acompañados solamente por la melodía de un soli­tario piano de cola”.

“Al promediar la fiesta, el público impaciente comienza a pedir con insis­tencia ‘Only You… Only you...’, la música emblema del quinteto. Como el lleno era total y la noche de un calor típico de verano afuera, los equipos de aire no daban abasto”.

“Williams que se secaba el sudor de la frente entre tema y tema… se despoja del saco y lo deja sobre el piano, diciendo… ‘Este muchou calour aquí…’”.

“Y el público sigue gritando ‘Only You, Only you…’ (Solo tú), que sería el glamoroso final.

Y Williams sonriendo dice: “Yes..., only me, only me… solo mí… pero mucho calour…‘”.

Programación del cine. Estreno, Asunción 1950

EL VICTORIA Y UNA REVUELTA ESTUDIANTIL

Otros recuerdos de Morra vinculados a la revuelta estudiantil que se dio en Asunción a finales de los 50 pone de nuevo en el centro de la historia al legendario Victoria y nos dice: “Termi­nando el año 1959 marcado por problemas políticos y revueltas estudiantiles, en diciembre el Colegio San José realizaba su ceremo­nia de colación de cursos en el Teatro Victoria”.

“Antes, en el mes de junio, plena etapa de clases, los estudiantes en general eran golpeados por la poli­cía y arrestados sin motivo alguno, detenciones que se hicieron continuadas y alargadas. Varios alum­nos del San José habían sido detenidos en oportu­nidad de una de esas tan­tas redadas sobre la avenida España, que los tenía como protagonistas igual que los del Goethe y la Facultad de Ingeniería, en una sola cuadra, menudo barrio y gran dolor de cabeza para el gobierno militar”.

“Con este vecindario estu­diantil, las caperucitas, camionetas rojas de la poli­cía, no cesaban de dar vuel­tas y vueltas para infundir miedo. Uno de los días, el colegio San José fue atrope­llado por la policía montada y solo la valentía del padre César Alonso de las Heras, su director que se plantó en la avenida de las Palmeras delante de uno de los ani­males, hizo que el cuerpo de caballería retroceda”.

Sigue relatando Morra: “En el acto de colación del Vic­toria, el discurso del mejor alumno como bachiller 1959, Marciano Rodríguez Báez, hoy abogado de pro­fesión, puso en vilo al país. Este alegato, recitado en la ocasión, vibrante, casi sin pausas y con la respira­ción contenida por todo el público, puso al gobierno de entonces en su lugar, a los estudiantes en el suyo a mucha honra y a modo de advertencia se dirigió a la sociedad toda ante la situa­ción de zozobra y atropellos que el país estaba viviendo. Al terminar el acto y empe­zar a salir a la calle los asis­tentes, grupos de policías armados, vehículos motori­zados y caperucitas rodea­ban el Cine Teatro Victoria y alrededores, tratando de vaciar rápidamente el lugar de las plazas”.

“Rodríguez fue escondido y protegido debidamente hasta que horas después consiguieron llevarlo hacia la frontera para pasar a la Argentina viviendo en Buenos Aires y La Plata durante muchos años”.

Queda para el recuerdo una etapa en que costaba tanto ser libres y, por lo que se ha visto, mucho más el ser decentes. Un joven de 18 años dando públicamente una lección de vida y ciuda­danía en el momento cen­tral de las décadas oscu­ras”, termina diciendo Morra.

RECUERDOS DE CARLOS MARTINI

“Para mí el Victoria será siempre una cálida y soleada tarde de algún sábado de comienzos de los setenta. Yo estaría en primer o segundo curso en Cristo Rey. Tenía entre 12 y 13 años, tomé la línea 12 en Monte­video y Jejuí, aquellos ómnibus con guardas. Ya no me acuerdo dónde me bajé.

Me llegué al Victoria. Recuerdo la fila para comprar la entrada sobre Oliva, luego subí al tercer nivel, y aquella emoción cuando se iban apagando las luces.

Fue la primera vez que vi “Drácula”, la protago­nizaba Christopher Lee. Jamás olvidé su mirada infernal. Pero lo curioso, y no me acuerdo por qué, acabé simpatizando con el vampiro.

El lunes siguiente, uno de mis compañeritos del colegio, Julián Gossling, me fusiló a preguntas sobre “Drácula”.

Y lo triste. El sábado 15 de agosto de 1998 fue la última vez que fui al Victoria, vi “Titanic”, salí llorando, paredes con rajaduras, sala des­cuidada, olores desagra­dables, el hall con luces mortecinas, poquísima gente, ese año cumplí 40 años. Sentí que se rompía una parte hondamente afectiva de mi adolescen­cia. El Titanic se hundía, el Victoria agonizaba”.

THE END

Así entre historias, pelícu­las de revueltas, de amo­res y desamores, el Victo­ria terminó toda una época que fue centro de atracción de generaciones junto al moderno Hotel Guaraní, la fuente de agua y lo verde de las plazas. Hoy después del incendio algunos lo llaman “cine derrota”, pero yo pienso que “luego de todo fracaso siempre habrá una gran Victoria”.

ESCUCHANDO “AMNESIA” DE CHICO NOVARRO

POR ANA MARTINI

Parafraseando al poeta Antonio Machado, nuestra infancia son recuerdos de películas y salas de cine. Mi hermano Car­los, mi hermana Fátima y yo concurríamos regularmente a ver las producciones que llegaban, siempre con retraso, a la Asunción bucólica de aquel tiempo. Lo hacíamos como un ritual más de nuestra vida. Nos llevaba la Tía Negra, siempre dispuesta a acompañar, aun fueran tres películas el programa, algo común entonces.

En los cines reconocíamos el olor particular que cada sala exhalaba, las golosinas en venta, las parejas que se senta­ban adelante para besarse, fumar o quien sabe qué harían. Apenas entrábamos, se percibía una atmósfera y una luz diferentes.

El ingreso al Cine Victoria era como llegar a un multies­pacio que, apenas subir las escaleras, desplegaba toda su esbeltez y tradición, invitando a entrar a la inmensa sala, donde disfrutábamos lo mejor del cine italiano, francés y español, antes que el cine americano copara la escena nacio­nal. Adentro en la sala todo era en tonos oscuros, una edi­ficación alta y sólida, un lugar infinitamente ceremonioso y profundo para nuestras miradas infantiles. Al entrar solo algunos susurros eran audibles. El Cine Victoria era también un destacado teatro. Era el Cine Teatro Victoria.

Al ver la foto de la sala del cine que se publicara en los medios recientemente, comprendí por qué mi recuerdo, antes que a las películas, encuentros musicales u obras de teatro, me lleva al espacio mismo gestado en el Cine Teatro Victoria. Un espacio pensado y sentido para instalarse y constituirse en un centro cultural en el centro histórico de Asunción, un espacio para privilegiar el arte y la cultura, para la feli­cidad ciudadana.

El Arq. Homero Duarte rescató un documento de hace varios siglos para convertirlo en el Juramento de los Arqui­tectos. El Arq. César Augusto Morra lo destaca en su libro “Espacios intermedios”:

“Respetaremos y obedeceremos las leyes de la ciudad y haremos cuanto esté a nuestro alcance para suscitar un respeto y una reverencia iguales en aquellos que están por arriba de nosotros y que podrán burlarla o reducir­las a la nada”.

Este documento es parte del Juramento de la Juventud Ateniense. En Atenas, la ciudad y su cuidado constituían una responsabilidad individual y colectiva, y no solo cues­tión de urbanistas, gobernantes o comerciantes. Los jóve­nes se comprometían con el espacio vital que recibían, se promovía el deber cívico.

Duele comprender que ni siquiera el centro de Asunción ha sido resguardado y valorado, y con ello la infancia y la memoria han perdido un territorio y la posibilidad de dejar esta posta identitaria a quienes vendrán, la posibilidad de decir esto fuimos, somos y seremos.

El Cine Teatro Victoria (¡qué mayor paradoja que su nom­bre!) fue devorado por la anomia hace muchísimo tiempo. Y nosotros ni recordamos cuándo.

Déjanos tus comentarios en Voiz