Por Juan Carlos Dos Santos G., periodista y analista de datos

La Universidad Hebrea de Jerusalén y el Centro Internacional Moriah han realizado en forma conjunta, una serie de materiales audiovisuales que incluyen recorridos y entrevistas a expertos mundiales, destinados exclusivamente a explicar y dar detalles de los Manuscritos del Mar Muerto, los famosos textos hallados hace 73 años en Qumrán, a orillas de Mar Muerto en el desierto de Judea (Israel), y cuya creación data de casi dos mil años atrás, en los tiempos del Segundo Templo, destruido por los romanos alrededor del año 70 de la era cristiana. 

En Qumrán se encuentra uno de los sitios arqueológicos más famosos de Israel y del mundo, donde, en una serie de once cuevas, fueron hallados los llamados Rollos del Mar Muerto entre 1947 y 1956, una serie de manuscritos conteniendo todos los libros de la biblia judía, salvo el de Esther y el de Nehemías, pero además la colección descubierta de manera casual, contiene textos que detallan la vida y las costumbres de hace más de dos milenios atrás y fueron escritos en varios idiomas antiguos, el 80% de ellos sobre cuero de animal y el 20% restante, sobre papiro.

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LAS CUEVAS GUARDABAN UN TESORO INVALUABLE

Qumrán era un poblado localizado a 40 kilómetros al este de Jerusalén y a poco menos de dos kilómetros de la costa norte del Mar Muerto en pleno desierto de Judea.

Recorrer los alrededores de la zona de las cuevas donde fueron hallados estos misteriosos como valiosos rollos genera tantas interrogantes tratando de comprender el motivo de la presencia de asentamientos de seres humanos en pleno desierto, árido pero fascinante, extraordinariamente cálido durante el día y muy frío por las noches, casi sin vegetación ni agua y con unas condiciones de vida durísimas que muy poco habrán cambiado a través de los siglos.

El doctor Adolfo Roitman, director del Museo de Israel, donde se encuentra el Santuario del Libro y que guarda los más de mil manuscritos hallados desde 1947, que fueron redactados sobre pieles de animales y papiros, cuenta que no existen referencias que puedan llevar a comprender el significado del nombre dado a esta zona.

Recién a mediados del siglo XVIII de nuestra era, el nombre de Qumrán fue mencionado por los primeros viajeros que llegaron a la zona y se cree que podría tratarse de la “Ciudad de la Sal”, mencionada en el libro de Josué o bien de la “Fortaleza de los Piadosos”, descrita en algunos textos del siglo II también de nuestra era.

Cualquiera sea el caso, hoy Qumrán es conocida como la zona donde, de manera totalmente casual, fueron descubiertos estos rollos que contienen quizás el más valioso y antiguo legado escrito de la humanidad y que datan del siglo VIII o VII aC.

Las ruinas que han sido excavadas a medida que se buscaban más rollos en las cuevas ubicadas en las elevaciones rocosas que rodean a la ciudadela, posiblemente formaban parte de una serie de fortificaciones defensivas para impedir la llegada a la ciudad de Jerusalén de invasores desde el este.

Sin embargo, tras la invasión de los babilonios a Jerusalén, alrededor del siglo VI aC, Qumrán quedó deshabitada por alrededor de 500 años, para luego volver a ser repoblada paulatinamente un siglo antes de la aparición del cristianismo.

Finalmente, Qumrán fue destruida por sus propios habitantes cuando llegaron las legiones de Vespasiano en los años 70 dC, dando persecución a los rebeldes judíos que se habían atrincherado por meses en la cercana Fortaleza de Masada, donde tomaron la trágica decisión de acabar con sus vidas antes de ser tomados prisioneros por los romanos.

En la década de 1950, la zona fue excavada y los arqueólogos llegaron a la conclusión que, en gran parte de su existencia, Qumrán fue habitada por una comunidad de carácter religioso opuesta al poder central de Jerusalén, lo que confirma lo escrito por Flavio Josefo, el gran historiador judío del siglo II dC, en su obra titulada “Las Guerras Judías”.

LOS AUTORES DE UN VALIOSO LEGADO

“En el desierto, preparad el camino de Yahveh”, dice una parte del libro del profeta Isaías y quienes poblaron Qumrán en los tiempos del Segundo Templo de Jerusalén, tomaron al pie de la letra el pedido del profeta, cuyas enseñanzas guiaban al grupo que sin duda alguna tenían vocación y esencia religiosa. 

Este grupo que se apartó de la sociedad para comprometerse con una vida de penurias y sacrificios, pero con disciplina, en la soledad del desierto de Judea, esperando el final de los tiempos, “renegaba de las autoridades y de la aristocracia de Jerusalén, también se podrían haberse cansado de la corrupción moral como ritual, buscaron una alternativa religiosa y la hallaron en el desierto”, explica Roitman en el primer video publicado conjuntamente por la Universidad Hebrea de Jerusalén y el Centro Internacional Moriah.

Entre estos hombres, quienes dejaron la ciudad sagrada y se marcharon a vivir una vida de pureza al desierto, se encontraba alguien quien se convertiría en un ícono del posterior cristianismo, una persona quien dejó marcas profundas con sus enseñanzas y que conduciría a Jesús de Nazaret a cimentar su propia fe. 

Era nada menos que Juan el Bautista, quien también predicaba su mensaje de salvación en el desierto de Judea, específicamente en Wadi Kharar, actual Jordania, no muy lejos de Qumrán, en la zona norte del Mar Muerto, pero a orillas del río Jordán, donde con un baño en las aguas del río nacido en el Monte Hermón, “El Ojo de Israel” bautizaba a sus seguidores mientras hacía un llamado a esperar al Mesías.

Durante las excavaciones en la década del 50 del siglo pasado, en el centro de la antigua construcción donde estas personas desarrollaron su propia sociedad, esencialmente religiosa, fueron hallados tres tinteros de cerámica y bronce, que sumados a dos más que fueron vendidos al mercado de Jerusalén y otro que supuestamente también fue hallado en el mismo lugar, confirman que allí se reunían los escribas a leer, a documentar, copiar y producir textos, ya sea en pieles o en papiro, pues en ningún otro lugar de Israel han sido hallados más de un tintero en un solo lugar de excavación. Lo mismo sucede con las más de 1.200 piezas de cerámicas que con seguridad formaban parte de la vajilla utilizada para ritos o simplemente para la comida de todos, lo que confirma el carácter comunitario de este grupo.

Una de las principales preguntas que se hacen los investigadores, historiadores y arqueólogos, es ¿Quiénes realmente fueron estas personas que vivían en Qumrán?

Las pruebas arqueológicas no han sido suficientes para tener una respuesta contundente, pero los historiadores apuntan a los esenios, una secta contraria al poder central de Jerusalén, aunque existen quienes afirman que pudo haber sido poblada por saduceos, fariseos o zelotes, los más radicales y violentos de todos los movimientos políticos y sociales judíos de los años del Segundo Templo, aunque hoy, la teoría más aceptada es que fue poblada por un grupo radical afín al movimiento de los esenios.

Una de las pruebas arqueológicas que indican su oposición al control de Jerusalén es que la gran sala de oración fue construida de manera que pudieran rezar de cara al sol y dar la espalda a la ciudad, distante a 40 kilómetros aproximadamente, como una manera de expresar su disconformidad y repudio por el incorrecto manejo moral y religioso de las autoridades de ese entonces.

“Estos hombres que vivieron en Qumrán hace dos mil años, deseaban compartir su vida con seres celestiales, viviendo en una atmósfera de pureza y espiritualidad, esperando la salvación y entender el verdadero sentido de la existencia”, concluye Roitman.

Es altamente probable por la coincidencia de espacio y tiempo, que ellos hayan sido quienes dieron vida a las copias de los manuscritos bíblicos hallados en las cuevas a pocos metros de las ruinas de Qumrán, sobre todo por hallarse la inscripción de Juan, hijo de Zacarías (Juan el Bautista), en un listado de nombres de las personas que vivían en Qumrán. 

LAS CABRAS, EL BEDUINO Y UN CASUAL HALLAZGO

En la segunda mitad de 1947, un grupo de beduinos pastores de cabras iba trasladando a sus animales por la zona y de pronto algunas de las cabras treparon a las alturas hacia unas cuevas que se hallaban en las empinadas y peligrosas rocas por lo que rápidamente uno de los pastores sube a buscarlas. 

Tratando de alejar a sus animales de los peligrosos huecos en la montaña, uno de los pastores arroja una piedra y esta cae dentro de una de las cuevas haciendo un sonido hueco, el pastor duda de lo que acababa de oír y lanza otra piedra y el sonido se repite. 

La curiosidad pudo más que el temor y el pastor beduino ingresa por la cavidad entre las piedras y se encuentra con un jarrón semienterrado e inmediatamente se pone a excavar con la mano y descubre tres jarrones más. Decide abrir uno de ellos y ve un rollo hecho de cuero, mete la mano y el rollo se deshace.

Decide entonces sacar los cuatro jarrones, pensando que a alguien podría interesarle unas vasijas antiguas de arcilla con algo de cuero y pergaminos dentro. Lo lleva a Belén donde vende por 24 dólares los cuatro jarrones con su contenido, algo de valor para la época, pero no tanto como debería ser para el verdadero tesoro que había descubierto en las cuevas. Quizás quien compró los cuatro jarrones que contenían un total de siete rollos, tampoco sabía con exactitud lo que tenía en su mano.

EL PROFESOR “MÁS OBSTINADO” DE LA UNIVERSIDAD HEBREA DE JERUSALÉN

Este segmento de la historia fue narrado por el guía Saúl Zadonaisky cuando, en noviembre del 2017, como parte de un curso para periodistas, nos dirigíamos a conocer la Fortaleza de Masada mientras el bus recorría en paralelo a los acantilados rocosos repletos de entradas a cuevas o cavernas en Qumrán. 

En 1947, el profesor Eleazar Lipa Sukenik era director del Instituto de Arqueología de la Universidad Hebrea de Jerusalén y tenía a un buen amigo, comerciante en Belén, una ciudad en su totalidad árabe.

Ni bien Sukenik se entera del hallazgo, decide ir a esa ciudad en búsqueda de lo que su experiencia e intuición como arqueólogo le hacían suponer era de superlativa importancia.

El 29 de noviembre de 1947, en la sede de las Naciones Unidas en Nueva York, estaba programada la sesión especial para tomar una decisión trascendental para la región del Oriente Medio y para el mundo en general, que aún no se recuperaba del estupor, el dolor y la tragedia causada por la II Guerra Mundial.

Los países miembros, con una gran mayoría, decidirían la creación de los estados de Israel y de Palestina, hecho que generó enorme alegría en la comunidad judía mundial pero no así en los países árabes y menos a los árabes quienes vivían en el territorio del Mandato Británico de Palestina, ya convulsionado desde tiempos atrás y ahora las cosas irían a ponerse mucho peor.

Para el profesor Sukenik eso no era lo importante, a él solo le importaba poder obtener lo descubierto en Qumrán, aún sin saber con certeza de qué podría tratarse, pero ya había oído algunos rumores, por lo que decide encontrarse con su amigo para ir a Belén, un día antes de la votación en la ONU, el 28 de noviembre de 1947.

Llegado el día fijado, el profesor se preparaba para salir de su casa bien temprano y mientras guardaba alrededor de seis mil dólares en el bolsillo, su esposa le preguntó a dónde iba.

Con total tranquilidad, Eleazar respondió que iba a Belén, ciudad árabe, a comprar algo valioso que habían hallado.

A su esposa casi le da un infarto y muy sorprendida reclama que sería imprudente por la situación de guerra que se estaba generando, más aún cuando la presencia de un ciudadano judío en una zona de residentes árabes era absolutamente impensable y por demás peligrosa.

La mujer cierra la puerta y llama al hijo a pedirle ayuda pues no había logrado convencer a su esposo de dejar de lado lo que ella consideraba una locura mientras él estaba decidido a ir a Belén con su amigo. Al rato llegó el hijo, militar del ejército hebreo en formación y posterior excavador de la Fortaleza de Masada, lo convence de lo peligroso que puede ser exponerse en una situación como la que estaban atravesado en toda la región por la posible decisión que se iría a tomar al día siguiente en las Naciones Unidas. 

Muy apesadumbrado y resignado, Sukenik aceptó el consejo de su hijo. 

–”Si tú me lo dices hijo, no voy a ir, lo entiendo. Mejor voy a mi oficina en la universidad y espero que esto se calme”, tras lo cual salió de la casa, tomó un taxi y se dirigió al encuentro de su amigo en la frontera de Jerusalén para luego ambos tomar un bus y dirigirse a Belén. 

Lograron comprar cuatro de los siete rollos a 1.500 dólares cada uno y los llevó a Jerusalén, dando por perdido a los tres restantes, quizás por no contar ya con el dinero para adquirirlos. Pero el obstinado profesor no contaba con que el destino prepararía el camino para que esos rollos vayan al lugar correcto. 

LA UNIVERSIDAD HEBREA DE JERUSALÉN Y UN VELOZ MONJE 

El doctor Oren Gutfeld, investigador y arqueólogo de la Universidad Hebrea de Jerusalén, enriquece con detalles increíbles el relato cómo los restantes rollos, por azar del destino, llegaron de manera indirecta a las manos del profesor Sukenik. 

Un monje de la Iglesia de la Natividad en Belén se enteró de la existencia de los rollos y compró los restantes a muy bajo precio, sabiendo que podría hacer el negocio de su vida, mientras en Nueva York aprobaban el plan de partición del Mandato Británico y nacían los estados de Israel y Palestina. 

Mientras el primero comenzaba a organizar el país para declarar su independencia lo antes posible, en el otro lado, la decisión no fue aceptada y las cosas se complicaron para Sukenik y la posibilidad de llegar a los rollos restantes sin saber que el monje ya los había comprado y extraído ilegalmente del país vía Beirut y de allí, directo a Nueva York, en los Estados Unidos. 

Para suerte de Sukenik, esos rollos no pudieron ser vendidos, al menos no al precio que se cree pedía por ellos “Athanasius”, el alias que utilizaba el monje de Belén para publicar sus anuncios ofreciendo no tres, sino cuatro Rollos del Mar Muerto, como el regalo perfecto para una institución religiosa o educativa o bien simplemente para coleccionistas. 

UN GENERAL QUE SE ENCUENTRA CON LOS MANUSCRITOS 

En 1954, el general Yigael Yadin, el hijo del profesor Sukenik, quien había aconsejado a su padre que no fuera a Belén aquella mañana del 28 de noviembre de 1947, viajó a Nueva York y se sorprendió al encontrar un anuncio en el Wall Street Jornal donde ofrecían los restantes manuscritos. 

De inmediato se comunicó con el director de la Universidad Hebrea de Jerusalén para informar del hallazgo y así evitar cualquier posibilidad de especulación o caída del negocio. Tras obtener el permiso de la Universidad Hebrea de Jerusalén para negociar, Yadin ofrece un millón de dólares por los rollos al monje de Belén, que cumpliría así su sueño de obtener una suma sideral para la época, pero también se cumpliría el del profesor Sukenik, quien así pudo juntar todos los rollos hallados en la primera de las once cuevas de Qumrán. 

La Universidad Hebrea de Jerusalén se hizo cargo de una parte importante del monto y la otra parte lo puso el Gobierno de Israel. El general Yigael Yadin posteriormente fue nombrado director de Arqueología de la Universidad Hebrea de Jerusalén y trabajó en la curación del Rollo del Templo, el más extenso y mejor conservado de todos, uno de los cuatro que su padre había comprado aquel 28 de noviembre de 1947. 

El Departamento de Arqueología de la Universidad Hebrea de Jerusalén continuó con las excavaciones en la zona de Qumrán descubriendo más y más textos, prendas y otros enseres que fueron guardados por aquella antigua comunidad en las cuevas de los acantilados. 

Incluso los trabajos continúan hasta el día de hoy, tal es así que en el 2017 fueron hallados más restos en la cueva bautizada como “la número 12” aunque en realidad es la cueva número 53 pero lastimosamente para los arqueólogos no fueron encontrados más rollos. 

CONTENIDO DE LAS CUEVAS Y DE LOS ROLLOS 

Entre 1947 y 1956, en once cuevas cercanas a Qumrán fueron hallados documentos, que fueron procesados o curados y luego celosamente guardados y cuidados en el Santuario del Libro, dentro del Museo de Israel en Jerusalén a metros de la entrada a la Knesset, el edificio donde sesiona el Parlamento israelí. 

Allí bajo una cúpula que en forma permanente, de manera a recrear el ambiente en el que se guardaron por dos mil años antes de ser descubiertos por los pastores de cabras en las cuevas de Qumrán, se conservan y están expuestos algunos de ellos como el famoso rollo que contiene una copia completa del Libro de Isaías, el gran profeta del pueblo judío y que, con una longitud de 7,34 metros, escrito en cuero de varios animales, es el más extenso entre todos los hallados. Estas prolongadas extensiones de algunos manuscritos, explicaría la presencia de plataformas de yeso, donde según la conclusión a la que llegaron los investigadores de Qumrán, se colocaban las pieles o los papiros por partes y los escribas se dividían el trabajo para luego finalmente ser cocido y unido todo en un solo rollo. 

MÁS DE MIL MANUSCRITOS 

El hallazgo de los Rollos del Mar Muerto y su enorme variedad literaria han enriquecido el conocimiento que se tenía sobre las sociedades de Israel hace dos mil años y sobre el judaísmo más que nada, pues son los escritos bíblicos más antiguos que se hayan podido recuperar y un cuarto de los cerca de mil manuscritos son copias de textos bíblicos, entre ellas la de los Salmos, con 36 copias, el Deuteronomio con 30 copias y 25 copias del libro de Isaías, casualmente los tres libros más populares en la Biblia cristiana, precisa Roitman. 

La gran diversidad de las obras, así como de lenguajes –existen textos en arameo y griego, además el hebreo– hacen pensar que otros grupos diferentes aportaron textos con sus propias obras, quizás huyendo de Jerusalén. La presencia de textos solo en griego en una de las cuevas ha reforzado esta teoría. 

Pero no todos los textos hallados eran copias de pasajes bíblicos pues también fueron hallados textos donde se mencionaban las reglas de convivencia del grupo y cuáles eran los objetivos que esperaban cumplir como sociedad. 

Incluso hay quienes teorizan con la posibilidad que los qumranitas realizaban producciones para otras personas o para fines especiales. 

Tampoco todas las cuevas registradas contenían textos, de hecho, en solo tres de las once cuevas fueron hallados rollos y algunas otras eran utilizadas como depósito para materiales en desuso. 

EL PENSAMIENTO DEL DOCTOR ROITMAN 

“Para muchos investigadores, Qumrán no es sólo la llave para entender el pensamiento, la práctica, las creencias o la sociología de los hombres de Qumrán, sino que en las inmediaciones se hallaron también testimonios del pensamiento y de la interpretación de las escrituras de otros grupos judíos de la época del Segundo Templo y en ese sentido, Qumrán es también una llave para entender el judaísmo de la época de Jesús” (doctor Pedro Roitman, director del Santuario del Libro y del Museo de Israel). 

 


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