Por Ricardo Rivas, periodista Twitter: @RtrivasRivas 

Los que todo lo miden, en la noche de este viernes, reportan que –desde los últimos días de diciembre pasado– en la estremecida Aldea Global, cerca de 9,5 millones de personas se recuperaron, luego de padecer coronavirus, sobre 15,5 millones de afectados. Se podría pensar que –sin vacuna ni tratamiento conocido más que aislamiento, alcohol y jabón, las normas sanitarias que desde poco después del nomadismo se aplican ante cada emergencia como ésta que agobia el Planeta– se ha hecho mucho. Sin embargo, si se hace foco y reflexiona en que casi 650 mil han muerto y que 5,5 millones aún están afectados, no hay forma de pensar el avance que parece imparable de la muerte más que como tragedia.

Las lágrimas de millones saborizan de amargura la pandemia. En el pueblo donde vivo, Mar del Plata, 404 Km al Sudeste de Buenos Aires y poco más de 1.650 Km al Sur de mi querida Asunción, el colega periodista Mariano Suárez, claramente señaló que “desde el 4 de julio pasado, el crecimiento (de los afectados por la pandemia aquí) es del 4.500%”. Espanta. En eso pensaba cuando, como cada noche de viernes, desde que comenzó el aislamiento que en Argentina lleva poco más de cuatro meses, la vieja mecedora cerca de los leños crepitantes fue el lugar que busqué para recibir el sábado. Afuera, frío invernal, viento, tormenta y profundo silencio. El copón despedía destellos brillantes de color rojo rubí con algún tono violáceo.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

El Seña 2016 de Viñedos Chadwick, hecho en el Valle del Aconcagua, que alguna vez me regaló Mauricio Weibel Barahona, ese hermano transandino que la vida me concedió, enorme periodista, perfuma el ambiente con los aromas de frescos frutos del bosque que emergen del equilibrio alcanzado entre cinco uvas deliciosas: Cabernet Sauvignon, Malbec, Petit Verdot, Carmenere y Cabernet Franc. El relax provocó la lectura. No son pocas las noticias asombrosas que dan cuenta de las reacciones de los líderes de la nada frente a una pandemia que, en el caso de Donald – El Pato Rengo– Trump aparece como indomable a él, que imagina que todo lo puede. O sobre un Jair Bolsonaro que –negador serial de lo evidente, contaminado por tercera vez con SARS-COV-2– pone al “verde Brasil” –al que fraternalmente le cantaron Armando Tejada Gómez y César Isella– al tope en el tabla regional de la muerte, el sufrimiento, la pobreza y la indigencia.

Sin embargo, coincidentes reportes sobre la inminencia para disponer de una vacuna para detener la pandemia, sobresalen por sobre toda novedad. ¿Habrá vacuna? Tal vez sí. Tal vez no. No son pocas las graves enfermedades que para enfrentarlas no las hay. Dengue, Zika, chikunguña, Chagas, HIV. ¿Por qué habría de haberla en este caso y con tanta celeridad para su desarrollo, pruebas y aprobaciones con las que se garantizará si son seguras para aplicar a miles de millones de personas? Los medios no especializados, en muchos casos inadvertidos, son avasallados por operaciones publicitarias que se emiten desde el sector farmacéutico que, sin ser falsas, al menos son engañosas y, lo que es más grave, producen sentido y generan ilusión prematuramente. “Poner todas nuestras esperanzas en una vacuna que funcione de inmediato no es la estrategia correcta”, dijo el Dr. William Haseltine, ex profesor de las escuelas de medicina y salud pública de la Universidad de Harvard, a la cadena CNN y recomendó más acciones de salud pública. Con vacuna o sin ella. 

El portal digital informativo Wired, especializado en temas científicos, advierte que “el riesgo de efectos secundarios desagradables en los ensayos de Moderna y Oxford con la empresa AstraZeneca (con sus proyectos de vacunas) debería aclararse ahora, antes que (esa información) termine como pasto para los escépticos (los antivacunas)”. Agrega luego que “la evidencia hasta el momento, sugiere que estamos siendo deslumbrados por las relaciones públicas de estos grupos, y tan seducidos por las historias de su increíble velocidad que estamos perdiendo la noción de todo lo demás”. En esa línea editorial, advierte que “ni los principales medios ni la prensa médica han prestado mucha atención a los posibles inconvenientes de las dos vacunas, en particular, su riesgo de efectos adversos desagradables, incluso si no son potencialmente mortales” y opina que ese desequilibrio informativo “no solo ayuda a generar una falsa impresión” sobre los compuestos que se investigan sino que, de cara al futuro, podría carecer de efectividad como “vacuna contra el miedo”.

En mayo pasado, CNN –en el mismo sentido– destacó a la alianza Oxford-AstraZeneca como “el más agresivo al pintar el cuadro más rosado” del producto que investigan. Wired revela que –en las acciones de relaciones públicas y prensa– Oxford omitió reportar que, “en abril las personas (en las que se probó el compuesto en Fase 1) recibieron acetaminofeno cada seis horas, durante 24 horas” después de ser inoculados. “El grupo de Oxford también está administrando acetaminofén a los participantes en un ensayo avanzado de fase 3 que ahora está en marcha en Brasil”. Da cuenta, además, que “en otro estudio importante de la vacuna, que involucró a 10,000 personas en el Reino Unido, no pueden participar” quienes padecen alguna “alergia o afección que podría empeorar con el acetaminofén”.

Demasiadas opacidades en la información privada de interés público cuando es necesario saber. “Alrededor de un tercio de las personas” a las que se les suministró el compuesto que se investiga “sin acetaminofeno experimentaron escalofríos moderados o severos, fatiga, dolor de cabeza, malestar y / o fiebre”. Del total de los que experimentaron reacciones adversas, “cerca del 10 por ciento tenía fiebre de al menos 38.4° y poco más de un cuarto desarrolló dolores musculares moderados o severos” lo que se considera “mucho, en un grupo de personas jóvenes y saludables” a las que “el acetaminofeno no ayudó mucho para la mayoría de esos problemas”. Sin embargo, se reportó al producto como “aceptable” y “tolerado”. Marketing no es información pública para la salud. Nada nuevo.

En 1999, el cineasta Michael Mann en un film al que tituló “The Insider”, puso en evidencia, sobre un caso real, las multimillonarias sumas que las tabacaleras invierten en acciones de mercadeo para imponer sus productos adictivos en el mercado. Al tabaco le agregaban cumarina, una sustancia moderadamente tóxica para hígado y riñones que potencia la adicción. Al Pacino, como Lowell Bergman, productor del noticiero televisivo “60 minutos”, en la vida real; y, Christopher Plummer, como el casi mítico periodista Mike Wallace, con la espectacularidad del cine norteamericano expusieron el conflicto permanente entre publicidad y noticias.

Nada nuevo. En el 2012, en Buenos Aires, Bergman, después de advertir “no soy Al Pacino”, nos dijo a un grupo de periodistas de FOPEA (Foro de Periodismo Argentino) en la Universidad de Palermo (UP): “Los medios hicieron mucho dinero, pero no hicieron buen trabajo. El buen trabajo fue hecho por reporteros y trabajadores en el campo”, refiriéndose a aquella investigación que destapó una olla putrefacta y a muchas otras. Seamos claros, aun non habemus vaccinum. Para cuidar y cuidarnos, preguntemos sin límites. 

Dejanos tu comentario