Por Bea Bosio, beabosio@aol.com 

Cuando en el año 1943 le dijeron a mi tía Marta que el Bachillerato Comercial de su Colegio María Auxiliadora iba a cerrarse, sintió una angustia muy grande: Desde niña su gran pasión fueron los números y a dos años de recibirse de contadora, de pronto aquel sueño se le cortaba abruptamente. Las monjas habían decidido que Magisterio era un título más acorde –y más común– para las mujeres, y aquello desconcertó a mi tía infinitamente. 

Pero quiso la suerte que al lado de su casa de la calle Ayolas viviera la gran Maestra y precursora del feminismo, María Felicidad González. 

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Felicidad se había instalado no hacía mucho en la pequeña casita que la familia de Marta compró para dar albergue a la hermana de mi abuela, la viuda del gran Ignacio A. Pane. A su muerte, alquiló la casa la emblemática educadora. Marta solía pasar a saludarla, pero el día que cerraron el Bachillerato llegó con todo el peso del mundo dibujado en el semblante. 

–¿Qué te pasa? -Preguntó perspicaz la docente. 

Marta le contó su angustia y le pidió que intercediera por ella con su padre. 

–Yo quiero ser contadora –le dijo– en el María Auxiliadora ya no puedo quedarme. 

La idea era ir al Colegio Carlos Antonio López que ofrecía el bachillerato comercial, pero el problema radicaba en que a su padre no le gustaba que su hija dejara el colegio de monjas para asistir a un sitio lleno de hombres. 

Felicidad conocía los prejuicios de aquellos días más que nadie. Le tocó abrirse camino sola y con una carrera brillante en la docencia y formación de educadores, se había ganado el respeto y el cariño de la gente. Era miembro del Consejo Nacional de Educación para ese entonces, y había viajado representando al país en congresos internacionales. Una eminencia, sin duda. Pero a pesar de su copiosa hoja de vida y de su agenda llena de actividades, el alma de maestra no desoyó los ruegos de su angustiada vecina y se presentó con ella frente al padre de la joven, para pedirle que la dejara abrazar esos números que tanto quería. 

Esa tarde hablaron de vocación y de la importancia de amar lo que uno abraza en esta vida y a los pocos días, Marta subió al tranvía que la dejaría frente al Colegio Carlos Antonio López. Eran solo seis mujeres en ese universo masculino y entre ellas forjarían un vínculo que duraría por siempre. Dos años más tarde – en 1945– Marta se recibió de contadora pública con todos los honores. Al día siguiente pasó a darle un abrazo emocionado a su vecina y a mostrarle orgullosa su medalla de mejor alumna. Felicidad la abrazó y lloró con ella de la alegría. Y con su humildad de siempre, minimizó la gratitud de la chica, diciendo que eran de mi tía todos los títulos y honores que tanto merecía. 

“Así era ella. Magnánima. Querida”, dice mi tía que cumple 93 agostos en unos días y que 75 años más tarde, aún sonríe cuando la recuerda, habilísima en las cuentas y eternamente agradecida. 

*María Felicidad González (1884-1980) fue una figura emblemática dentro de la educación paraguaya por su valiosa entrega a la causa, a través de diversos roles que desempeñó a lo largo de su vida. Estuvo a la cabeza de la Escuela Normal de Profesores durante muchos años y fue miembro del Consejo Nacional de Educación, entre otros cargos. Durante la Epopeya del Chaco, supo hacer patria desde su trabajo en la Cruz Roja Paraguaya y en los hospitales de sangre. Fue galardonada con la Medalla del Honor al Mérito Educacional y Miembro Honorario Vitalicio del Instituto de Historia y Museo Militar. También fue distinguida como Mujer Destacada del Paraguay en mayo de 1949. 

Etiquetas: #Maestra

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