Ricardo Rivas, periodista Twitter: @RtrivasRivas 

Otro viernes confinados y van… Soledad, aislamiento, frío invernal y melancolía de afectos en cada imperceptible fin de semana. La ilusión de que los reencuentros están cerca se desvanece cuando la información da cuenta de rebrotes. SARS-CoV-2 resiste.

El agotamiento social se hace sentir. Las plataformas digitales –que dejaron de ser novedosas– ya no contienen como hasta hace poco. El fútbol europeo –sin público y solo acompañadas las imágenes con el recuerdo de la pasión futbolera– también aparece como insuficiente. El gol 700 de Lio Messi, más que a festejo, se pareció mucho a un discreto día de acción de gracias que podría haber culminado con una silenciosa procesión virtual.

En eso estaba cuando mi querido amigo, hermano periodista, Óscar Flores, desde la bellísima provincia de San Luis, vía Whatsapp, escuetamente, me dijo: “¿Por qué será que la humanidad siempre se repite en lo peor?”. Su siguiente envío, con indignado dolor, puso ante mis ojos un titular del diario La Vanguardia: “Aumenta la tensión en el sur de Italia por un brote de covid- 19 entre jornaleros inmigrantes”. La bajada no tranquiliza: “El ejército se desplaza a Mondragone para contener los enfrentamientos con la población local”. Dejé por unos minutos la mecedora, me alejé de los leños ardientes. La paciencia social –aquí y en todas partes– se agota. La inconducente búsqueda de responsables de lo que se incomprende, lamentablemente, no. Tiende a explicaciones irracionales. 

COMPRENDER LO INCOMPRENSIBLE 

Un Marchese Antinori Chianti Classico Riserva se propuso con delicadeza. El copón, en mi mano derecha, se asoció deseoso a la posibilidad de una fiesta de sabores y colores. Adecuado. Quizás, desde la viña de Tignanello, llegara con ese néctar de uvas Cabernet y Sangiovese, alguna reflexión para comprender lo incomprensible. Lo injustificable. Florencia –430 Km al Norte de Mondragone–, otrora ciudad-Estado escenario de sangrientas luchas, es también la cuna, desde 1385, de los zumos de las vides que comenzó a fermentar Don Giovanni di Piero Antinori. En la pantalla del celu retomé la lectura. Algunas nocivas prácticas sociales no dejan de sorprender por su milenaria persistencia y querido 

sus aciagos resultados. 

La Vanguardia relata que, en aquella población, intervino “el ejército por los incidentes entre sus habitantes y jornaleros inmigrantes de origen búlgaro, víctimas estos últimos días de un rebrote de coronavirus que les obliga a permanecer en cuarentena durante dos semanas” en las que no podrán “trabajar” y verán afectados “su sustento”. Unos 700 italianos, al grito de “Mondragone es nuestro”, les exige “que permanezcan en los pisos (edificios) ocupados ilegalmente y controlados por la Camorra (un desprendimiento de la mafia) o se marchen para no expandir el virus”. Gritos. Insultos. Alguna “botella incendiaria” que destruyó “una furgoneta propiedad de un búlgaro”. Xenofobia en carne viva en tiempos de pandemia. Ese desconocido ilegal y sin papeles –como Manuchao– hacinado y explotado, es el peligro. 

TRAGEDIAS SANITARIAS 

Separan 10.410 Km hacia el Nordeste a Mondragone, en el Sur de Italia, de mi querida Asunción, en Paraguay. Poco menos de 30 mil habitantes residen en ese pueblo sobre las costas del bello Tirreno, en la provincia de Caserta. Según el relato de Heródoto de Halicarnaso, historiador y geógrafo que dejó su Grecia natal para morir en la itálica Turios, en el 425 aNE- ese bello mar unido al Jónico en el estrecho de Messina, comenzó a llamarse así, después que un príncipe, con aquel apellido, desafiando sus aguas, condujo con éxito al pueblo lidio –los etruscos– que se asentaron en esas playas en procura de una nueva patria. Migrantes. Curioso desconocimiento –voluntario o no– del Mondragone originario. Tristeza.

La población de la Aldea Global parece irremediablemente caminar, incansable, por la acotada Banda de (August Ferdinand) Möbius. Atizar el fuego con la mirada puesta en los maderos crepitantes operó como una llave maestra para la memoria histórica. El inicio del sábado dejó atrás la medianoche. Comencé a revisar un listado –seguramente incompleto– de penosas tragedias sanitarias. “La viruela azotó Europa entre 1870 y 1875. El tifus y la escarlatina arrasaron con poco más de 50 mil vidas en Londres, en 1870. El cólera, por aquellos años, sacudió a la Rusia zarista. Fiebre amarilla en Barcelona. Fiebre recurrente en Nueva York. En 1871, la difteria alcanza un grado de mortalidad superior al 30% de los afectados. La viruela ataca con fuerza a Filadelfia, en 1872”, leí. En los territorios cercanos a fin del mundo también golpearon. Con un trago profundo creí encontrar una respuesta posible para mi amigo en San Luis. Casi 1.100 Km nos separaban en la realidad real.

Desde la virtualidad de la plataforma Whatsapp, respondí. “No es la pandemia Óscar”. Sin esperar respuesta continué. “Las pestes son una gran amenaza esporádica. Siempre están allí. Pero xenofobia, racismo y discriminación son flagelos constantes”. La madrugada avanzó. Con Óscar, seguramente, el diálogo ingresó en el terreno de la pausa. Me eché hacia atrás. La vieja mecedora respondió con lenta cadencia. Coronavirus, sin vacuna. Como el dengue, como el HIV, como el zika, como la chikungunya y algunas otras. El pensamiento no estaba en la pandemia. La reflexión sobre el incomprensible, repudiable y reprochable discurso del odio ocupó su lugar. 

EL “TATA DIOS” 

Tandil es una pujante ciudad bonaerense. En 1823, solo habitaban allí 400 personas. Fue tierra de puelches, un pueblo originario, al parecer, emparentado con tehuelches. Con el tiempo, atrajo la atención de inmigrantes italianos, españoles, daneses y vascos. El danés Juan Fugl, el español Ramón Santamarina, los vascos Manuel Letamendi, Juan Bautista Inciburo y Francisco Juldain; y, los italianos Pubilo Massino, Luis María Mancini, Domenico Scaviani y Giusseppe Fuschini fueron pioneros. Unas 1.500 personas, muchas extranjeras, habitaban el pueblo en 1870. Por aquellos años, en las cercanías del pujante poblado, comenzó a merodear un viajero al parecer llegado desde el Norte. Dijo llamarse Gerónimo de Solanet. Misterioso, histriónico, hablador, en poco tiempo fue una voz escuchada entre los gauchos. Se hacía llamar “Tata Dios”.

Le adjudicaban poseer poderes sobrenaturales. “Es un milagrero”, aseguraban muchos. “Sana a los amigos y fulmina a los enemigos”, decían otros. El odio no tardó en emerger en cada una de sus arengas populares. “¡Soy el salvador de la humanidad. Soy el enviado de Dios. Es hora de matar a los gringos francmasones y de terminar con las autoridades!”, aseguran que dijo a voz en cuello. Una multitud lo vivó alborozada. Aquella consigna, trocó en grito de guerra y promesa de vida eterna. En la medianoche del 31 de diciembre de 1871, una banda de fanáticos del odio, exaltados, con sus cuerpos untados en oleos que creían sagrados, marcharon sobre Tandil armados. Desde las 3:30 horas del primero de los días de 1872 irrumpieron en la ciudad al grito de “¡Viva la religión!”, “¡Mueran los gringos y masones!”.

Arrasaron del brazo con la muerte. Asesinaron a 36 inmigrantes franceses, españoles, vascos, daneses, ingleses e italianos. También 5 argentinos. Aquella banda criminal y xenófoba fue capturada y sometida a la justicia. Martín Aguirre, defensor de los criminales, justificó la barbarie y pidió absoluciones para aquellos “indigentes siempre vejados” a los que “no les es posible tener hogar (…) Al gaucho de Buenos Aires nadie lo protege (…) en la injusticia de la provincia dividida en dos clases: una privilegiada, compuesta de los habitantes de la ciudad, de los grandes propietarios rurales y de los extranjeros; la otra, vejada y oprimida, compuesta de los trabajadores de la campaña”.

Los reos Cruz Gutiérrez, Juan Villalba y Esteban Lasarte fueron condenados a muerte. Este último falleció encarcelado antes de la ejecución por causas naturales. Agónico pidió “no ser tocado, vivo ni muerto, por ningún gringo”. Los otros fueron fusilados el 13 de setiembre de 1872. Solanet no llegó a juicio. Alguien lo mató en la celda después de su captura. La leyenda sostiene que “lo silenciaron los terratenientes que odian a los extranjeros”.

La obra dedicada a relatar la tragedia del “Tata Dios”.



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