Fotos: Nadia Monges

Un encuentro con la historiadora Ana Barreto Valinotti, de Augusto dos Santos, para conversar en el programa “Expresso”, por el canal GEN, de un tema apasionante de la historia del Paraguay: el nacionalismo, ¿cómo y cuándo se instala con fuerza en el país? Un recorrido interesante por los hechos y nombres que tuvieron mucho que ver con lo que hoy somos como país.

–¿De qué hablamos cuando hablamos de nacionalismo, Ana?

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– Cuando hablamos de nacionalismo parecería que siempre vemos desde atrás un uniforme militar, o vemos acciones manifiestas, estatales, muchas de ellas fascistas. Vinculamos al nacionalismo siempre con una especie de dictadura. En algunos casos con el mismo Stroessner como la personificación de la cúspide del ejemplo de nacionalismo. Sin embargo, la palabra nacionalismo engloba un montón de acciones en un largo período de tiempo, no solamente de carácter meramente estatal o que tiene que ver con manifestaciones de las Fuerzas Armadas o con el Gobierno, sino también de pujas muy duras historiográficas, batallas por la memoria. Y, detrás, muchas veces, pequeños “coqueteos” o flirteos de partidos políticos. Pero cuando hablamos de política, también tenemos que entender que hay excombatientes, veteranos, que hay hijos de mujeres que fueron Residentas, destinadas, que también pujaron por un lugar dentro del imaginario que constituye el nacionalismo.

– Cuando hablamos de nacionalismo, hablamos de corrientes de pensamiento, ideologías. Podríamos también hablar del liberalismo o comunismo, pero nos interesa ahora el nacionalismo porque marca la cultura política paraguaya. Técnicamente, ¿desde cuándo se puede ver con nitidez el nacionalismo en nuestra historia?

– Hay una cuestión interesante, ya que mencionaste al liberalismo y al comunismo, y es que el nacionalismo o las pujas por construir la Nación son como una línea que transversaliza épocas políticas en el Paraguay. Y una de ellas son las discusiones que hay sobre la memoria. Quizás la mejor manera de comenzar a hablar del nacionalismo sería ponernos en la piel del excombatiente. Cuando la Guerra (contra la Triple Alianza) terminó, en el gobierno provisorio y los gobiernos sucesivos –en los tumultuosos y violentos años de la década del 1870, gran parte de ellos con ocupación brasileña– los excombatientes fueron completamente excluidos. El Paraguay, en varias décadas, desde 1870, 1880 y más, fue un país de mujeres. Un país de mujeres que habían resistido, que habían dado de comer y, sobre todo, un país de mujeres que habían repoblado. Estas mujeres, que fueron obviamente “santificadas” en su rol de madres sacrificadas, estaban muy fuera del plano político.

– Totalmente alejadas…

– Sí. En el plano político, casi podemos pensar que todo el imaginario de los hombres “excluidos” de ese pasado reciente estaba inserto dentro de esta “política sucia”, esta política de insertarse dentro de uno de los poderes, de crear grupos políticos dentro de la balanza brasileña o argentina. Las mujeres estaban totalmente fuera de eso. Las mujeres, o la simbología sobre ellas para decirlo más exactamente, eran ubicabas como las “madres de la nueva nación paraguaya”. Entonces, los hombres que habían terminado la guerra, no importa cuándo la terminaron –muchos de ellos fueron apresados en la campaña del Sur, en Ñeembucú, o en otros sitios, o desertaron en el Norte, en la marcha hacia Cerro Corá–, no fueron tenidos en cuenta en ese momento porque, además, la “figura central” de esa historia había sido derrotada. A partir de que Francisco S. López es desnaturalizado y sus bienes confiscados, cae esa “figura central” y los hombres que habían luchado en la Guerra fueron considerados algo parecido a “pobres brutos que habían sido engañados por el tirano”.

– Entonces, en la percepción de sentido del vencedor no “valía la pena tenerlos en cuenta”.

– Sí porque, además, eran “pobres hombres embrutecidos que habían sido tiranizados por un monstruo”. Estoy apenas usando las palabras con las que era mencionado Solano López entonces.

LOS EXCOMBATIENTES DE LA GUERRA GRANDE

– ¿Y cuándo comienzan a verse las cosas de otra manera. O, por lo menos, empieza a visibilizarse de otra manera la figura del excombatiente?

– Creo que el elemento principal es el ascenso de Bernardino Caballero al gobierno. Él se convierte en presidente durante la década del 80. Y si bien es cierto que después de su muerte fue visto como un soldado, como un combatiente valeroso, heroico, Caballero nunca se vio a sí mismo como un combatiente, como un hombre “de guerra”. Él se veía a sí mismo como un hombre de paz que iba a concertar la marcha del progreso del Paraguay. No se vio a sí mismo como un hombre de batallas.

– Luego hay un gran debate entre lopismo y antilopismo que atraviesa muchas épocas.

– El primer gran debate fue estimulado en la segunda década de los 90, alrededor de 1896 hasta 1900. El Gobierno comenzó una gran campaña para darles una asignación económica a los excombatientes que habían sobrevivido a la Guerra. Y en esta campaña, que no fue la primera, ya que la primera tuvo que ver con reconocimientos y ascensos militares, en esta segunda campaña de reconocimiento a los excombatientes, muchos de ellos se presentaron y debieron dar su testimonio sobre dónde estuvieron, qué hicieron, incluso si habían abandonado el Ejército. En ese momento, en todas las ciudades los excombatientes pasaron de ser los “silenciados” a tener voz, a llegar a la capital para dar su testimonio. Entonces comenzaron a aflorar las memorias. Aparecieron entonces, por ejemplo, las memorias de Juan Crisóstomo Centurión, que son utilizadas hasta hoy como fuente de consulta. Aparecieron las memorias póstumas de Resquín, quien había sido considerado como un “arma de ejecución” porque era acusando entonces, en 1890, de ser el “brazo ejecutor de los crímenes de López”. Aparecieron las memorias de Aveiro. Había un pasado válido, siempre que no se hablara de Francisco Solano López, había como una validez de volver a hablar del pasado.

– Un escenario propicio para ir en busca de la memoria y también de generar el debate más amplio…

– Es este escenario el que de alguna manera preparó el terreno para el gran debate que se dio entre Juan E. O’Leary –desde el diario La Patria– y Cecilio Báez –desde El Cívico. Hay un trabajo muy importante para entender esa etapa de la historiadora Bárbara Gómez, quien se refiere a la formación en historia que los jóvenes estudiantes del Colegio Nacional tenían en ese tiempo, equivalente a quienes estudiarían hoy en la universidad. Bárbara demuestra en su investigación que ellos, a los 16, 17 años, fueron formados con lo más moderno entonces de la investigación histórica, metodológicamente hablando. Entonces ya estaba en el Paraguay Enrique Solano López, uno de los hijos de Francisco Solano, quien era muy afín al Partido Colorado; colaboraba además y financiaba el periódico La Patria. En ese periódico escribían esos nuevos jóvenes intelectuales egresados del Colegio Nacional como Pane, Blas Garay, O’Leary. En cambio, desde El Cívico, Cecilio Báez representaba todo el peso de ese partido, el Liberal, que se había formado y que tenía peso, especialmente con personas que habían estado exiliadas en la época de los López.

– ¿Cómo podemos explicar hoy que, en esos tiempos sin medios de comunicación, sin internet, sin WhatsApp, la ciudad entera se paralizada por un debate?

– Se hacían convocatorias. Cuando Cecilio Báez escribió sobre cómo los tiempos de tiranía desde Francia y luego desde los López habían “cretinizado al paraguayo”, O’Leary se tomó de ese concepto de Báez y lo transformó en “el paraguayo es un cretino”. Según el historiador Luc Capdevila, Juan E. O’Leary hace como una “receta médica” de todo el concepto, lo resume en pocas palabras. Y aunque el propio Báez haya tratado de explicar el contexto en el que él había hablado, refiriéndose a democracia versus tiranía, O’Leary ya había logrado que esa frase corta “el paraguayo es un cretino” quedara grabada por siempre en la memoria colectiva.

– Y las noticias llegaban a pesar de la falta de medios…

– ¡Sí! Los periódicos se leían en todas partes: en las estaciones de tren, en los negocios, los cafés y lugares públicos, en las calles. Muchas veces se compartía la lectura en voz alta entre las personas. Llegaban. A finales de diciembre de ese año se hizo una gran manifestación en la plaza, convocada por el diario La Patria. Probablemente –recordemos que Solano López hijo estaba y era muy activo y pretendía realizar una carrera política– soñaba con ser presidente igual que su papá. Entonces, esos “muchachos inquietos”, que estaban en este país que había atravesado una tragedia enorme, la Guerra y estaba sumido en un trauma, un dolor muy grande, silenciado por la historia impuesta de alguna manera, por las manos que acunaron los vencedores, iniciaron el debate, La Patria llamó a una manifestación a la que asistieron cientos de personas. Los medios relataban que en ese encuentro habló un excombatiente y de él participaron cientos de personas. Ese debate se extendió e hizo que en algún momento firmen una nota de apoyo a Cecilio Báez 250 hombres notables de la sociedad, donde no solo estaban José Segundo Decoud poniéndose en la vereda de enfrente de su propio partido, sino también liberales como Gualberto Cardús Huerta, Eligio Ayala, y esta nota de apoyo al doctor Cecilio Báez tenía puntos interesantes que nos dejan entrever cómo las personas entendían y tomaban parte del debate.

– Un verdadero enfrentamiento de ideas y que inclusive es difícil de encontrar años después en otras épocas.

– La nota de apoyo a Báez es muy interesante porque los 250 notables que la firmaban decían entre otras cosas que no se podía entender hacer una reivindicación del pasado haciendo un “coqueteo” con la reivindicación de la figura de un tirano y que el Paraguay no volvería a acercarse nunca más a regímenes autoritarios. Usaban la palabra “tiránicos” (en sentido de dictadura) en realidad en ese tiempo. Dentro de este debate es donde empezaron las acusaciones; por ejemplo, que los colorados estaban más inclinados hacia la idea de la tiranía, del enfrentamiento de “lopistas y antilopistas”; además, el considerar al “antilopista” como sinónimo de “antiparaguayo”. Este es un concepto –así como trabaja Claudio Fuentes la palabra “legionario”– que va a ir mudando y va a ir acrecentándose después de la Primera Guerra Mundial, cuando se instale el régimen soviético, y entonces todo el mundo, “liberal y democrático”, empiece una campaña fuerte anticomunista.

– Igual, es un proceso más nítido para el liberalismo sostener las ideas, era más sencillo en ese entorno mundial. ¿Y qué pasó después, en los años 20, donde hubo fuertes debates también?

– Antes de llegar a los años 20, que fue como una segunda etapa de esto que se inició con la reivindicación de los excombatientes, el tema ya no estaba centrado solo en cuestiones partidarias. Cuando llegó la revolución de 1904 no pudiendo hablar de Francisco Solano López, los que tomaron partido por O’Leary comenzaron a manifestar que no querían reivindicar específicamente la tiranía, sino hacer una reivindicación al pasado, relacionados con el general José Eduvigis Díaz o con la Batalla de Curupayty. Por ejemplo, el conjunto monumental de Ytororó es posterior a este debate; sin embargo, cuando llegó el gobierno liberal tras la revolución de 1904 se continuaron los trabajos durante ese período, siendo que no solamente se recordaba en ese monumento la batalla, sino a Bernardino Caballero, y fueron los liberales los que inauguraron el monumento a pesar de ello. No entraron en el juego, tal vez porque además Caballero no se vio a sí mismo (ni lo vieron) como héroe de guerra durante el tiempo que estuvo en el poder.

– O’Leary fue un protagonista sin llegar a ocupar cargos políticos clásicos como en el Congreso…

– Sí, pero después hay una lectura interesante, no es una lectura silenciosa. Juan E. O ´Leary no solo era miembro del directorio del Partido Colorado, sino que consiguió puestos claves, no necesariamente políticos, porque en realidad no hizo una carrera política como para estar en el Congreso ni ministerios, pero sí puestos claves –y tal vez desde su base política– donde también buscaba una vinculación o un reconocimiento de quién “él” era o lo que había “logrado”. Fue director del Colegio Nacional entre 1910-1911, en plena guerra civil, en ese marco se creó el Servicio Militar Obligatorio, se reestructuró el Ejército y fue una de las tareas más importantes de instrucción dentro el Ejército la materia de historia, y de eso se encargaba directamente O’Leary.

CAMPAÑAS CON VETERANOS

– Fue un tiempo de abundantes crisis e inestabilidad, pero también de precontienda con Bolivia por el Chaco.

– Hasta 1920, eso va a coincidir con movimientos preocupantes que se podrían vislumbrar en una futura guerra con Bolivia. Había como una urgente reivindicación en un país dividido políticamente. Recordemos que entre 1908 y 1912 fue un período de guerra civil, una etapa muy inestable y violenta. Hay un período de estabilidad posterior que es el gobierno de Eduardo Schaerer, que toma por ejemplo en 1916 una nueva campaña de promoción a veteranos: un aumento de bonificaciones que recibían esos veteranos. Luc Capdevila dice, por ejemplo, que O’Leary pudo manejar esta masa de excombatientes como una clientela política del Partido Colorado; estos hombres eran movilizados y se mostraban afines a uno u otro candidato. Las promesas en tiempos electorales que les hacían a los veteranos eran más bonificaciones y beneficios de los que ya recibían.

– Al Partido Colorado le resultaba muy cómodo entonces ser propietario de ese discurso y situación…

– Lo que pasaba es que entonces el Partido Colorado era oposición y su discurso debía ser diferente, pero también los liberales manejaban cautelosamente esa figura. Sin embargo, los primeros años de gobiernos liberales fueron diferentes. Por ejemplo, en Buenos Aires falleció Mitre y en Paraguay se declaró “duelo nacional”. Eso fue sumamente rechazado por la sociedad. Entonces, después de las revueltas de la guerra civil del centenario, “Jarismo” de por medio, el Partido Liberal se planteó seriamente las vinculaciones de “antilopismo”, manejaban la figura de Francisco Solano López con un juego de cintura que el Partido Colorado no tenía, no lo necesitaba. El Partido Colorado tenía más libertad de apertura, hablar con mayor naturalidad.

– Siempre López está presente, aunque no esté en palabras.

– En 1926 sucedió la apoteosis de López, se festejó el centenario del nacimiento de López. Pero incluso no fue la primera vez, ya que uno de los mandatos de los gobiernos posteriores a la Guerra fue el “no festejo” del 24 de julio, pero algunas iglesias festejaban igual el día de “San Francisco Solano” y eso era visto –por muchos– como un homenaje a López. El historiador Luc Capdevila relata, por ejemplo, que había un cura que se negaba a hacer tedeum cada 25 de noviembre, que era la fecha cívica de los gobiernos liberales de posguerra. Entonces, no es que las aguas estaban tan quietas, sino que había siempre situaciones que manifestaban las distintas ideas sobre el pasado.

NACIONALISMO Y FFAA

– Como siempre es en la historia, no hay un límite estático, las transiciones no ocurren de manera brusca.

– Y lo que se puede ver, además del discurso político de las acciones de gobierno, está lo que pasaba en realidad en las comunidades, cómo la gente iba manejando eso.

– La Guerra fue una especie de reivindicador inevitable de López entonces…

– Reivindicador de cómo el paraguayo es una “raza de guerreros”, no necesariamente lopista. Esa imagen fue cultivada pacientemente por personas como Moisés Bertoni o como Manuel Domínguez, que era uno de los intelectuales “capitales” del siglo XX. Entonces, el paraguayo, que fue a pelear a la Guerra del Chaco, se “debía percibir” a sí mismo como un guerrero.

– Seguramente seguiremos hablando de este tema, incluyendo otras épocas posteriores como la de Stroessner. Pero no podemos dejar de puntualizar, tratando de entender el nacionalismo que nos precede, ¿qué pasó con el nacionalismo durante y después de la Guerra del Chaco?

– Si durante toda la vida del Ejército cada soldado, cada capitán, cada coronel, fue llenado, “pintado” con la idea de que los “padres de la patria” fueron estos hombres de la Guerra del 70, qué les iba a impedir –al terminar la Guerra (del Chaco)– saber que ellos eran los que ahora tendrían que fundar el nuevo Paraguay, y que no era el Paraguay del liberalismo. Por eso, al firmarse el armisticio de junio, esto se materializa inmediatamente en la revolución de febrero. Y, a los pocos meses, en octubre, no solo se reestructura un viejo edificio que había quedado en el medio de la ciudad como un recordatorio de lo que fue el Paraguay –el oratorio de la Virgen– y que se transformó inmediatamente, con trabajo de prisioneros bolivianos incluso, en el “templo del nacionalismo paraguayo”.

– El oratorio de la Virgen de la Asunción pasó a ser el Panteón de los Héroes…

– Y entonces había que hacerlo retornar a Francisco Solano López. Se armó toda una caravana por la picada del Chirigüelo. No importa lo que se trajo, se trajo un hueso, se trajo tierra; solo importa entender la carga simbólica de ese hecho. La Iglesia Católica se retiró de ese acto, no participó. El obispo Sinforiano Bogarín no estaba de acuerdo, incluso hizo pública una carta en la que decía que no había exactamente lo que se suponía ahí; en realidad es lo que decíamos, la “carga simbólica” era lo que importaba a los que emprendieron el acto. La Virgen de la Asunción fue desplazada de ese espacio. A partir de allí podemos decir que comienza, oficialmente, la vinculación entre el nacionalismo y las Fuerzas Armadas.


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