• Por Doctor Hamurabi Noufouri, director del doctorado y la cátedra Unesco en Diversidad Cultural (Untref).

Un aporte muy oportuno en este tiempo de pandemia y de informaciones que muchas veces caen en la intolerancia o la xenofobia. El autor es un estudioso del tema y se ha doctorado en Salamanca, además de ser director de la cátedra Unesco en Diversidad Cultural de la Universidad 3 de Febrero de Buenos Aires. (RA)

El aumento de las distancias físicas por la pandemia torna aconsejable intentar recuperar proximidades culturales escamoteadas por las narrativas de confrontación con que nos educaron, quienes percibían y aún perciben la propia diversidad como amenaza a la “cohesión social”.

Alimentan esos “cuentos” afirmaciones como las que hace un investigador español a un diario de su país, quien, buscando establecer paralelismos con la actualidad, asevera que el médico leridano Jacme d’Agramont, al publicar el 24 de abril de 1348 su epístola “Regiment de preservació de la pestilencia” “fue el primero que compuso un tratado de prevención de la peste”, mediante confinamiento, desinfección, limpieza y ventilación de calles y casas. Sin mencionar claro que para ello está calcando en catalán las recomendaciones del Canon de medicina traducido al latín, escritas en él por Avicena al fijar la cuarentena como forma de evitar la propagación de enfermedades infecto-contagiosas en el 1020. (Fig. 1.) (La Vanguardia 29/03/20).

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Por el contrario, la mayoría de los especialistas españoles no escamotean mencionar el opúsculo de d’Agramont, al estudiar las tres obras que antes y después de él fueron escritas en árabe, sobre la peste y la profilaxis e higiene para evitar su contagio, 700 km al sur de Lérida. Algo que días atrás, me señalaba mi sabio amigo y colega José Miguel Puerta Vilchez, traductor de todos los poemas inscriptos en los muros de la Alhambra de Granada, al comentarle el contraste local entre las múltiples menciones a la peste medieval y el silencio sobre “Los 3 inventos árabes que los chinos usaron contra el coronavirus”. (Clarín 27/3/20 p. 37).

Y es que uno de los autores que con sus versos murales convierte al edificio granadino en el único palacio del mundo que le habla como mujer a su habitante (Fig. 2), el poeta, médico y visir Ibn al Jatib, también lo fue de uno de esos tres tratados sobre la peste, en el que además hace uso didáctico de la poesía para transmitir su contenido (Fig. 3).

Publicó su preventivo opúsculo “Para convencer a quien pregunta sobre la terrible enfermedad” en el invierno boreal de 1348, después de “El buen Consejo” del murciano Muhammad Al Shaquri y un año antes que la “Descripción de la Peste y los medios para evitarla en lo sucesivo” que su amigo y también médico y poeta almeriense Ibn Játima terminó de escribir en Almería, puerto de entrada de la Peste a la Península Ibérica.

Mientras que Al Shaquri reconoce el carácter pulmonar de la peste y da útiles indicaciones sobre purificación del aire y señala el peligro de los retretes públicos, Ibn al Jatib advirtió que aquellos individuos que sobrevivían a la enfermedad parecían haber desarrollado una suerte de resistencia o inmunidad a ella, e Ibn Ja tima llega a la conclusión de que, tal como el resto de enfermedades infecciosas, la peste era causada por “cuerpos diminutos” que al entrar en el organismo humano desarrollaban la enfermedad, en un momento de la historia en la que se desconoce por completo la existencia de virus. Por lo que merece el título de “padre” de la epidemiología.

Dado que la teoría del contagio no se aceptó hasta el siglo XIX, cabe calificar de pionero el trabajo de los dos últimos, en el que su condición poética no fue obstáculo sino acicate racionalista, para que coincidieran en que el contagio se producía por contacto personal o con las pertenencias del contagiado, que aquellos que se mantenían aislados no se apestaban y que debía rechazarse la superstición de atribuir la peste a la voluntad divina y no al contagio o a causas que no surgieran de la observación y experimentación, y que si los textos sagrados las contradecían, estos deberían interpretarse de forma alegórica.

Este principio propició que la población adoptara en alguna medida las normas profilácticas que proponían, pero sobre todo evitó que se buscara un chivo expiatorio humano causante del castigo divino, como sí sucedió en el caso de Cataluña en donde se culpó de la peste a la población judía, lo que acabó desatando en mayo de 1348, días después de aparecida en Barcelona, la quema de su barrio judío y el asesinato en masa de sus habitantes, masacre que se extendió a Gerona, Lérida, Perpiñan, Huesca, Monzón, Cervera y Tárrega.

Pensar el nuevo mundo pospandemia requiere retratos y relatos en los que entremos todos, útil para eso es recordar, como nos decía Juan Vernet, que “la Edad Media, no es que fuese una Dark Ages, una Edad Oscura, es que estaba escrita en árabe”. Lo cual, agregó, no la hace menos nuestra, pero sí nos plantea el desafío de aceptar de una vez para siempre que alguna vez también fuimos árabes, porque la arabidad como decía el profeta no depende del linaje sino del lenguaje.

Página del tratado sobre la peste de Ibn al Jatib (1313-75) “Para convencer a quien pregunta sobre la terrible enfermedad”.


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