Brasil confiscó recientemente un cargamento de respiradores que tenía como destino nuestro país. Esta es solo una pequeña escaramuza en el escenario de una nueva “guerra mundial” inesperada: la de los insumos para combatir la COVID-19. La batalla por obtener equipos sanitarios se ha declarado.

Buscando información sobre la provisión de insumos y equipos hospitalarios en el contexto de la pandemia de la COVID-19, me encontré con una palabra recurrente en varios materiales informativos: guerra.

Al contrario de lo que se esperaría leer en momentos como estos –más términos como cooperación, ayuda, diálogo– en que la incertidumbre se expande sobre el planeta, el discurso de varios líderes mundiales se ha tornado duro y antagónico.

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El trasfondo de esta particular “guerra” que se desarrolla en paralelo a la propagación del coronavirus a nivel mundial no es territorial ni por recursos naturales. Es por respiradores, mascarillas, guantes, equipos para unidades de terapia intensiva (UTI) y trajes de bioseguridad.

Según una estimación reciente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), los trabajadores de blanco necesitan cada mes 89 millones de mascarillas, 76 millones de guantes y 1,6 millones de lentes protectores. Pero el botín más preciado son los respiradores (o ventiladores), equipos electrónicos que asisten con oxígeno a los pacientes con problemas pulmonares graves y cuyo precio puede oscilar entre los 1.000 a 4.500 dólares americanos en el mercado internacional.

La OMS lanzó también una advertencia sobre la escasez mundial y el aumento de los precios de estos insumos para luchar contra la enfermedad, y recomendó incrementar la producción en un 40% sobre el promedio actual.

VALE TODO

“Estamos en guerra”. Así afirmaba con rostro severo el presidente francés Emmanuel Macron el pasado 16 de marzo al decretar la cuarentena total en el territorio francés. Lo mencionó ocho veces en su discurso. Y si bien se pronunciaba como un aliento a los franceses a “dar batalla” a la pandemia, quizás también era un anuncio para otras naciones. Para ese momento, Macron ya había firmado un decreto que autorizaba al gobierno a requisar productos sanitarios que estén en su territorio. A inicios de marzo, Francia había confiscado unas 4 millones de mascarillas de la empresa sueca Mölnlycke que iban a España e Italia (tras 15 días de tensión diplomática, la mitad del cargamento fue liberada). El “vale todo” estaba declarado y no solo por Francia. También por esos días, gobiernos regionales denunciaban que habían “perdido” cargas con insumos a manos de compradores estadounidenses. “Sobre la pista (del aeropuerto) en China, un pedido francés fue comprado por estadounidenses con efectivo y el avión, que debía venir a Francia, partió directamente a Estados Unidos”, declaraba a los medios Renaud Muselier, presidente de la región Provenza-Alpes-Costa Azul.

“Nosotros necesitamos las mascarillas. No queremos que otras personas las consigan”, afirmaba por su parte el presidente Donald Trump a inicios de abril, en alusión a la decisión de cortar la exportación de tapabocas desde su país a otras regiones. Entre sus últimas medidas, Trump llegó a activar leyes utilizadas en tiempos de guerra con el fin de dar soporte legal a embargos de material. También por esos días, la famosa fábrica de automóviles General Motors firmó un contrato de 489 millones de dólares con el gobierno norteamericano para la fabricación de 30.000 respiradores.

El pasado sábado, el ministro del Interior alemán, Andreas Geisel, lanzó también una denuncia contra el gobierno estadounidense por, supuestamente, “confiscar” en Tailandia un cargamento de 200.000 mascarillas que iban a Alemania. “Consideramos que esto es un acto de piratería moderna (…) Incluso en tiempos de crisis global no debería haber métodos del salvaje oeste. Insto al gobierno federal de Estados Unidos a cumplir con las normas internacionales”, criticó el ministro alemán. Por su parte, Washington rechazó que su gobierno haya confiscado material fuera de su territorio.

EL GRAN SÚPER

El gran supermercado donde todos están formando fila para comprar insumos, en especial los codiciados respiradores y equipos para UTI, es China Continental, paradójicamente el país donde empezó todo. Los analistas ven que en el tablero hegemónico es el gigante asiático el que puede salir ganancioso en esta guerra en la que es protagonista, pero sin estar directamente en el frente de batalla. Mientras, potencias europeas y Estados Unidos delinean estrategias para poner a China en el banquillo de los acusados por la expansión del virus.

En medio de todo, Evo Morales, el ex presidente boliviano asilado actualmente en Argentina, no perdió la oportunidad para “disparar” contra el “imperio”. “Ahora hemos visto que los Estados Unidos no son una potencia mundial como creíamos. Estados Unidos tiene que pedir ayuda a Rusia, a China. Siento que China ganó la tercera guerra mundial sin disparar ni un arma. Todos ahora rumbo a China a comprar accesorios, insumos, equipos de bioseguridad”, dijo en una entrevista radial días atrás.

En esa fila de compradores, Paraguay es uno de los interesados con menos recursos. La pulseada por los insumos es fuertemente económica y allí las potencias están haciendo sentir su fuerza.

En las últimas semanas, un cargamento de insumos de una firma privada, cuyo destino era en parte nuestro país, quedó retenido en territorio estadounidense. Por otro lado, seguían los esfuerzos diplomáticos por liberar otro embarque de 50 respiradores comprados por el Gobierno paraguayo, confiscados por el Brasil. “No es fácil. Hay en el mundo entero una verdadera guerra por los ventiladores mecánicos”, decía a su vez a los medios chilenos el presidente Sebastián Piñera, quien enfrenta un sostenido aumento de casos en el país trasandino.

En Brasil, en medio de discursos ambivalentes y confusos del presidente Jair Bolsonaro, el Senado aprobó el miércoles pasado lo que consideran un “presupuesto de guerra” para combatir la pandemia. El mismo día, la Corte Suprema ratificó que las decisiones de cuarentena sean tomadas por los gobiernos regionales y al día siguiente, el jueves, Bolsonaro destituyó a su ministro de Salud, Luiz Henrique Mandetta, defensor del distanciamiento social como herramienta.

INTERVENCIÓN

Varios gobiernos han lanzado serias acusaciones sobre maniobras de acaparamiento y de negociados solapados para obtener insumos y equipos, en especial por parte de las naciones con mayores recursos para adquirir estos elementos vitales. En este esquema, también los intermediarios de las compras están en el ojo de la polémica debido a la especulación en las ventas, incluso a minutos de que los embarques salgan a destino.

El presidente de México, Miguel López Obrador, en la reunión del Grupo de los 20, a fines de marzo, pidió la intervención directa de la Organización de las Naciones Unidas. “Primero que la ONU intervenga para que se garantice a todos los pueblos y los países por igual el acceso a medicamentos y a los equipos, que por la emergencia están siendo acaparados por los que tienen más posibilidad económica. La ONU debe intervenir también para que no haya especulación en compra de medicamentos, de equipos, ventiladores, todo lo que se requiere”, señaló en esa oportunidad.

No solo es una preocupación el abastecimiento en general, en especial para las naciones económicamente más débiles, sino que el problema termina afectando directa y especialmente a médicos, enfermeras y todo el personal de blanco, dejándolos sin armas en la primera línea de batalla.

La guerra contra el coronavirus no la ganarán los soldados ni los misiles. Será el personal de salud de cada país. Y es por ello que es urgente un consenso, un diálogo global, liderado por las instancias internacionales para lograr una provisión equitativa de insumos y equipos entre las naciones.

La vacuna contra el virus todavía es un anhelo, pero ¿nos enfrentaremos al mismo problema una vez que empiece la distribución de un posible medicamento para frenar la pandemia? La retórica y el actuar de algunos líderes en nada ayudan y el escenario no es muy alentador.

TAIWÁN VS OMS, LA GUERRA MENOS PENSADA

Uno de los conflictos más llamativos en este momento es el desatado entre Taiwán, uno de los pocos lugares del mundo que lograron enfrentar con éxito al coronavirus, y nada menos que la OMS.

El vínculo entre Taiwán y la OMS no goza de buena salud. Funcionarios sanitarios de Taipéi, la capital taiwanesa, habían informado días atrás que a fines de diciembre le alertaron a la OMS sobre el potencial riesgo del nuevo virus, pero nunca tuvieron una respuesta concreta. Tedros Adhanom Ghebreyesus, titular de la OMS, aseguró que existe una campaña en su contra orquestada por la cancillería taiwanesa. Taiwán decidió hacer público el intercambio de mensajes. “Este es el correo electrónico del pasado 31 de diciembre del 2019 que el gobierno de Taiwán envió a la OMS sobre la detección de una neumonía atípica en China conocida como SARS con pacientes tratados de forma aislada, es decir, transmisión de persona a persona”, detallaba uno de los mails reservados difundidos el martes. En ese mensaje, el gobierno taiwanés informaba la existencia de siete contagios en Wuhan, donde se originó la pandemia. Previamente, la OMS había negado enfáticamente la existencia de esos intercambios.

La presidenta taiwanesa, Tsai Ing-wen, dijo que “Taiwán siempre se ha opuesto a toda forma de discriminación. Durante años hemos estado excluidos de organizaciones internacionales y sabemos mejor que nadie qué se siente al estar discriminados y aislados”, apuntó la mandataria. Todo hace pensar que la guerra continuará.


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