Las consultas a los psicólogos en estos días se relacionan a la angustia, en un complejo escenario de emergencia sanitaria por la expansión del coronavirus COVID-19. El psicólogo José Britos ofrece algunas reflexiones sobre el impacto y posibles consecuencias, además de un análisis del discurso de las autoridades y las lecciones que debería dejar este momento crítico de la nuestra historia.

Angustia, temor, incertidumbre, desesperación. Son solo algunas de las emociones que se entremezclan en estos días, en el contexto de la atípica situación que atravesamos, solo comparable al guion de alguna película de suspenso.

La determinación del Gobierno de decretar una emergencia sanitaria para todo el territorio nacional para reducir el impacto del virus COVID-19, o coronavirus, abrió un complejo escenario que amerita un profundo análisis por la variedad de campos que afecta. Uno de estos campos, quizás algo solapado por el frenesí de las noticias de contagios y fallecimientos a causa del virus, es el de la salud mental. Recurrimos a José Gaspar Britos, psicólogo clínico, docente de la Universidad Católica de Asunción y director del Instituto de Ciencias del Comportamiento, para aproximarnos a una lectura sobre los efectos psicológicos de este momento.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

-¿Cuál es una primera reflexión que le viene a la mente al mirar el escenario de esta emergencia sanitaria?

-Yo creo que esta situación crítica, así tan globalizada, nos hace pensar muchas cosas y una de las primeras diría que es nuestra orfandad, nuestra carencia de información seria, sistemática, sobre el comportamiento humano y social, porque esta cuarentena, pensada así en términos genéricos, esconde muchas otras problemáticas; por ejemplo, el tener que pensar a la población en términos diferenciales. No es igual la población rural que la urbana, no es lo mismo una persona con vivienda a una que no tiene o vive de forma precaria; no es igual la gente que vive en departamentos, tampoco es lo mismo una familia numerosa que una persona sola, ni es lo mismo una persona con un salario seguro a la que depende de su actividad diaria.

Entonces, cuando se piensa en este tipo de variables, lo que tenemos que decir es que esto va a tener consecuencias, algunas que vamos a estar observando directamente, como el número de infectados, de fallecidos, sobre esos números vamos a estar seguramente muy atentos socialmente. Sin embargo, no hay que descuidar que a la vez esta clase de medidas hace que se incuben otro tipo de problemas vinculados al hacinamiento, a la falta de contacto social, unidos a segmentos de la población que tienen problemas comportamentales o de salud específicos, algunos bajo control y otros que van a emerger en esta situación. Por ejemplo, personas que nunca tuvieron trastornos de angustia o de estados de ánimo, de depresión, puede que esto gatille ese problema. Y en otro caso, personas que ya tenían bajo control su ansiedad o estado de ánimo, puede que haya recaída. Todo esto que menciono, así casi desordenadamente, está corriendo en paralelo a la infección del coronavirus.

-Se dieron datos llamativos, como el aumento de la violencia intrafamiliar en coincidencia con el aislamiento. ¿Hay una relación directa?

-Yo creo que sí hay relación, no sé si causal, pero evidentemente hay una relación. A eso me refería al decir que cuando los decisores, las personas que nos gobiernan, no están informados, debido a que se escatiman los recursos para la investigación, entonces no hay idea de algunos fenómenos sociales y del comportamiento que ocurren. Sin embargo, paradójicamente, las decisiones se dirigen al comportamiento y la sociedad.

Por darte un ejemplo, medidas ingenuas como en su tiempo fue el “edicto Riera”; eso hizo que disminuyera el número de accidentados en la capital, pero subió el de accidentes en la periferia de Asunción y aumentó la violencia intrafamiliar. Cuando uno toma medidas ingenuas no se tiene en cuenta el impacto que van a tener ni las consecuencias, y eso es por falta de información y de asesoría de expertos en el área del comportamiento social.

Si nosotros no comenzamos a pensar que el comportamiento es objeto de estudio y que en base a información científica podemos obrar de manera seria y responsable, vamos a tener que improvisar como ahora, con consecuencias en muchos casos irreparables.

-En sentido, ¿qué opina del discurso del Gobierno en todo este proceso?

-En algunos voceros del Gobierno se ve un discurso mesurado y en otros, a la par, discursos que son imprudentes o desubicados, porque no se están pensando en el impacto. Por ejemplo, en esta cuestión del control social por porte de la Policía y de los militares, parece muy simpático cuando un uniformado está maltratando o denigrando a un ciudadano o recurriendo a la restricción física. Evidentemente, cuando la cabeza habla de manera imprudente, los mandos inferiores, la gente que tiene que ejecutar la restricción y no tiene entrenamiento, ¿cómo actúa? Tenemos así un ciudadano que iba caminando por la calle y de repente está rodeado de cuatro o cinco policías que recurren a la restricción física, es decir, la acción policial es de mayor riesgo que lo que estaba haciendo el ciudadano. Son personas que no tienen la capacidad de diferenciar entre el espíritu de la norma y la norma. Y además, a partir de la filosofía de sus superiores, ellos creen que están haciendo bien.

Yo creo que los voceros en este tiempo nos muestran también cómo se organiza el Gobierno, con gente interesante pero a la vez con gente peligrosa, digamos; un gobierno variopinto, con estrategias que se están tomando sin tener información, no porque no se sepa gestionar, sino que es una información para la que no se invirtió desde hace demasiado tiempo. No invertir en investigación, no invertir en la universidad, no invertir en la organización social, evidentemente no es una cuestión que solamente sea responsabilidad del gobierno actual.

-Los especialistas dicen que este periodo en realidad es para prepararse ante lo que viene. ¿Nos espera un escenario mucho más sombrío?

-Esta medida tiene que ver con quitarle velocidad a la epidemia de manera a que la respuesta sanitaria pueda dar abasto mínimamente a lo que se va a necesitar, camas, profesionales de la salud, terapias, eso es lo que se espera que haga esta medida.

Yo creo que también, a la vez, esta es una especie de oportunidad, no sé si soy demasiado optimista, pero es una oportunidad para cambiar el pensamiento, las políticas, el modelo social que impera. Es una oportunidad para entender que, por ejemplo, necesitamos pensar en autoabastecimiento, porque ahora yo quiero hacer importación de respiradores y no hay, y es que cada país está protegiéndose y guardando sus reservas para sus respectivas poblaciones. Eso ocurre en la alimentación también.

Entonces, yo creo que es una oportunidad para pensar en una sociedad diferente y también una sociedad que no espere el problema para hacer algo. Todo el sistema de respuesta sanitaria está pensado para esperar a que la gente enferme y ahí actuar. Está huérfano de información, está carente de programas preventivos. El personal sanitario está preparado para cuando hay enfermedad, pero ahora, por ejemplo, queremos prevenir y ¿qué hacemos? Salimos y hablamos por la prensa, sacamos los militares a la calle... Evidentemente, si alguien pregunta a un experto si son medidas preventivas con alguna eficacia... y bueno, se va a echar a reír o a llorar.

-¿Se puede hablar de cambios conductuales profundos de una sociedad a partir de este tipo de situación?

-Es muy ingenuo pensar que eso pueda pasar. El comportamiento puede cambiar circunstancialmente, pero una cosa es el cambio de comportamiento y otra cosa es el cambio de hábitos. Los hábitos necesitan programas sostenidos, que duren, que sean eficientes, entonces se instalan. Pero lo que me imagino que va a pasar es como cuando las personas son asaltadas en la calle, luego toman precauciones de seguridad durante una semana y después vuelven a su rutina.

Lo que se esperaría es que, si no hay programas eficaces y probados para el cambio de hábito, esto vuelva a su línea de base, excepto en segmentos específicos donde posiblemente por educación familiar o un autoentrenamiento, las personas van cambiando algunos hábitos. Por ejemplo, a lo mejor uno de cada diez que ya no va a compartir su tereré, uno de cada diez va a preferir hacer una reverencia en vez de compartir la mano, pero siempre va a ser un segmento muy limitado de la población.

-Los casos que están asistiendo psicológicamente ahora, ¿tienen relación con la cuarentena?

-Sin duda que, y esto sin tener estadísticas en mano, los casos que no postergan la consulta o incluso que la inician, tienen que ver con el manejo de la ansiedad y del estado de ánimo.

La tristeza, la melancolía, la depresión, son fenómenos que van a aumentar en un segmento de la población, como así también todo lo que se vincula a la ansiedad, que tiene distintas formas de manifestación. Aquellas personas que tienen ansiedades vinculadas a la preocupación por la salud, por el propio cuerpo o que tienen un pensamiento de estilo meticuloso, van a estar mucho más aprehensivas en relación a sí mismas, en relación a su entorno. Eso seguramente va a exacerbar la ansiedad.

-¿Los adultos mayores es un segmento a ser observado en especial?

-No tiene que ver con la edad. Los trastornos de ansiedad, de depresión, no respetan el tema de la edad. Lo que sí creo que podría pasar es que esa parte de la población, si está expuesta a información alarmista, seguramente va a tener alguna mayor emoción de miedo, pero eso es diferente a los trastornos de ansiedad y a los trastornos del estado de ánimo.

Dejanos tu comentario