• Por Ricardo Rivas, periodista, Twitter: @RtrivasRivas

“Las historias de la humanidad, construidas sólo por humanos y adversidades, suelen repetirse. Especialmente en tiempos de crisis repentinas como las que generan las pandemias”, dijo el amigo sentado frente a su ordenador. Dialogamos por SKYPE. El aislamiento obligatorio lo exige. La responsabilidad social lo impone. COVID 19. En el momento mismo de esta charla (viernes 27/03/2020 cerca del mediodía) Argentina reporta cerca de 600 contaminados y 13 fallecidos. Conocedor amplio de la historia mi interlocutor virtual quien me pidió que no lo mencione, recordó que en 1871, “cuando la fiebre amarilla, las primeras medidas de prevención fueron muy parecidas a las de hoy”. La memoria prodigiosa con la que nutre nuestras charlas le permitió sostener, como Cicerón, que la “la historia es la maestra de la vida” y agregar que “la muerte, aún en grado de posibilidad, es uno de los avatares de los que estamos vivos”.

En el año de la fiebre amarilla Buenos Aires tenía cerca de 198.000 habitantes. El 8% de aquella población, unos 14.000, murieron en un semestre. Doce médicos dejaron este mundo cuando asistían a los contaminados. También 2 estudiantes de medicina, 4 de los integrantes de una comisión popular que se constituyó para enfrentar la emergencia, 22 consejeros de higiene y 67 curas de los 292 que había en esta ciudad que comenzaba a extenderse y poblarse.

La peste llegó con los primeros días de aquel año trágico en el que se prolongó la tragedia de una absurda y cruel guerra fratricida que el general Bartolomé Mitre comandó contra el Paraguay. “Se aseguraba que los combatientes que regresaban y los inmigrantes europeos traían la fiebre amarilla a la que también se la conocía como vomito negro”, agregó el memorioso. La semana santa de aquel año devino en luctuosa. El 10 de abril, 560 vecinas y vecinos cayeron para siempre. Los templos cerraron. Como por estos días con el coronavirus.

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El Ferrocarril del Oeste amplió su traza a lo largo de la Avenida Corrientes que era angosta. Por esas vías comenzó a circular dos veces cada noche el que se dio en llamar “Tren de la muerte”. El trayecto tenía sólo dos paradas para recoger cadáveres y llevarlos hasta el nuevo cementerio de la Chacarita que contaba con dos galpones en los que los cuerpos se amontonaban.

El trabajo público nacional y provincial se suspendió por decreto hasta el 15 de mayo cuando los casos de contaminación comenzaron a decrecer. Se prohibió el ingreso de personas que llegaban a la Buenos Aires pueblerina después de las primeras muertes el 27 de enero del ’71, en el siglo XIX. Un italiano, Ángel Bignolo (68) y su nuera Colomba (18) fallecieron en el conventillo de la calle Bolívar 392, en el barrio de San Telmo. El médico Juan Antonio Argerich, quien arriesgó su vida por aquellos días certificó sus decesos por “gastroenteritis” e “inflamación en los pulmones” apremiado por el jefe de policía de entonces, Enrique O’Gorman que pretendía evitar el pánico social. La ciudad agonizaba. Se ordena no salir de las casas. Aislamiento. Domingo Faustino Sarmiento, presidente de la República y, Valentín Alsina, vicepresidente, aconsejados por sus funcionarios más cercanos huyen en ferrocarril hacia la localidad bonaerense de Mercedes –unos 100 Km al Oeste de aquí- aterrorizados ante el desconocimiento, el desconcierto y la muerte. Los diarios La Nación y La Prensa mantienen sus coberturas.

El fundador y director de La Nación, Bartolomé Mitre, con una relación de amor-odio con el acobardado Jefe de Estado, denuncia desde aquel periódico “la presencia de una lujosa comitiva integrada por setenta zánganos”que causan gastos enormes a la Nación” en la huida ferroviaria hacia tierras mercedinas. Lo recrimina, además, por no disponer “siquiera mil pesos de su sueldo y lo mande a alguna de esas listas de suscripción que en tantas partes levanta el pueblo”, para contener la epidemia. Sarmiento, regresa a la ciudad pero se encierra y no recorre la ciudad. Mitre ostensiblemente, en procura del contraste, recorre las calles de San Telmo con su hijo que contrae el mal. La cuarentena parece ser lo más efectivo para salvar vidas. Como ahora, con el coronavirus. El pánico atenta contra la ética social contra la conjuntividad.

Anónimos dedos acusadores señalan por aquellos años y por estos a los inmigrantes sin razón. Se les impedía ingresar a Buenos Aires. Hoy se cierran las fronteras. Se deja lejos de casa, de los afectos a millones. Se los guetifica y se les impide ejercer el derecho a la regresividad. En 1871, varios conventillos en los que se hacinaban miles de europeos pauperizados son blancos de ataques criminales. Algunas de esas viviendas colectivas y populares son incendiadas. Violencia contra “el virus de los italianos”. En 1881, en Cuba, se supo que el vector de la fiebre amarilla es el mosquito Aedes aegypti. El mismo del dengue y otras enfermedades. Nada tuvieron que ver los migrantes italianos estigmatizados. La ignorancia no tiene límites. Donald Trump se empecina, por estos días, en llamar al coronavirus, al COVID 19, “virus chino” o “virus Kung Fu”. Un estúpido (aquel que tiene una torpeza notable para entender las cosas) cuya palabra repiten millones de idiotas al igual que no pocos medios que, como aquellos, padecen de idiocia lo que pone en evidencia que tienen poca inteligencia.

La epidemia de fiebre amarilla pasó 149 años atrás. Está en la historia trágica de la humanidad que poco y nada aprende en y de cada crisis. Repaso los efectos de la pandemia de nuestros días en la Aldea Global. Hasta el momento en que escribo esta historia: 550 mil contaminados y 25 mil muertos. ¿Será posible que líderes y liderados podamos comprender, más allá del miedo, con el miedo y por el miedo que todas y todos somos nada más que personas comunes en una situación excepcional? El doctor Hamurabi Noufouri, un amigo sabio y entrañable desde muchos años, pocas horas atrás escribió en Clarín: “Hoy más que nunca, necesitamos una conciencia de pertenencia recíproca a una misma especie y Casa común, que nos permita enfrentar a la especie que ahora amenaza la existencia de la nuestra y que encuentra en el racismo (la xenofobia y la discriminación) a un aliado natural, porque destruye la cohesión social y solidaridad intercultural”. ¿Qué es lo que no se entiende?

“Un episodio de la fiebre amarilla en Buenos Aires”, obra del artista plástico uruguayo Juan Manuel Blanes. Madre muerta y su bebé que busca la teta para alimentarse.
Domingo Faustino Sarmiento, el presidente que se escapó.

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