“Tenían un efecto tan profundo -tanto en quienes los cantaban como en quienes los escuchaban- que aquellos viejos cantos fueron conocidos como ‘el bello misterio’…no solo cantamos: SOMOS el canto”.

Confieso que ya extrañaba a Armand Gamache. Así que el superintendente de Homicidios de la Sureté de Quebec decidió volver a esta columna. Pasaron ya varios libros de la serie, pero me detengo en este, porque se aleja del habitual paisaje del pueblito de Three Pines y sus adorables personajes, para instalarse en un escenario cercano, pero muy diferente. El Monasterio de clausura de “Saint Gilbert entre les loups”, resulta aún más pacífico que el poblado vecino, que sería totalmente desconocido si no fuese por su maravilloso coro de cantos gregorianos, con varios discos grabados que han hecho el nombre de la Orden famosa muy lejos de sus muros de piedra.

Un claustro antiguo en el medio de un bosque rodeado literalmente de lobos. Pero a veces los lobos no están solo afuera, sino que toman forma humana y cometen crímenes. Cuando el director del Coro, el hermano Mathieu, aparece asesinado, es hora de que el inspector Gamache, junto con su segundo, el agente Jean-Guy Beauvoir, se vean ellos mismos encerrados en este remoto monasterio. Mientras el melómano Gamache se ve fascinado por los cantos gregorianos en los que los hermanos gilbertinos son maestros, el pobre Beauvoir libra un batalla durísima, por dentro con su cinismo y su falta de fe en todo, incluso en su propio jefe y mentor, y por fuera, con su adicción secreta a los analgésicos, luego de una experiencia que los ha dejado a todos muy golpeados.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

De todos modos deben resolver el asesinato de Mathieu, el significado de su última palabra y el de un viejo rollo de cuero que contiene una partitura de canto gregoriano que no responde a los esquemas tradicionales del género, algo que para muchos podría ser una revolución musical. ¿Una genialidad o una aberración? Todos los sospechosos están dentro de esos muros, porque no existe otro ser humano en kilómetros. Veinte monjes, veinte hermanos, fieles al voto de silencio, pero sobre todo a las lealtades que se forjaron entre ellos a lo largo de años, y de una tradición de leyes no escritas pero transmitidas y heredadas por siglos. Las descripciones maravillosas de la autora ya no sorprenden, pero en esta novela se exacerba ese talento: casi se puede oír de música de fondo ese canto gregoriano, como envolviéndonos y confundiéndonos aún más. De todo lo que leí de esta serie, me atrevería a decir que esta es la novela más sutil de Penny, nos obliga a prestar atención a lo que apenas se puede percibir, a cada detalle sin importancia aparente, a esas minucias que revelan lo extraordinario. Cómo la última palabra de un hombre moribundo puede ser interpretada de diferentes formas, una sola palabra, donde quizás se encuentre escondida la clave del crimen.

“Uno de los hermanos más antiguos de la Orden le contó a Gamache el origen del nombre de la Orden: cuando era pequeño, San Gilbert había oído un relato de su abuelo: que cada hombre tenía dentro dos lobos que peleaban entre sí. Uno gris y uno negro. El gris quería que sea valiente, paciente y bueno. El negro, que tenga miedo y sea cruel. El niño preguntó: ¿Cuál de los lobos va a ganar?”. El Abate miró a Gamache y le preguntó si sabía la respuesta, a lo que el inspector contestó que no. Entonces, Dom Philippe le contestó: “Ganará el lobo que yo mismo alimente”.


Déjanos tus comentarios en Voiz