Las medidas que tomó el Gobierno para evitar un mayor contagio del COVID-19 cambiaron totalmente los hábitos de la mayoría de los paraguayos. Desde cómo convivir en la cuarentena hasta buscar entretenimiento para la casa. Pero hay un grupo de personas que se vio brutalmente afectado, principalmente en su economía del día a día. Un equipo de La Nación recorrió durante las horas “prohibidas” por las calles de Asunción para ver quiénes sobreviven, o al menos intentan hacerlo, en dicho horario.

“Buenas noches queridos compatriotas. Les recordamos que estamos en una situación difícil, por eso el pedido de que solamente en caso necesario salgan a las calles. Tenemos que estar en nuestras casas, estamos en pandemia” se escucha imperturbable una voz firme que sale desde un megáfono, y que invade toda la atmósfera.

Son cerca de las 21.30 de este miércoles 18 de marzo, cuando dos camionetas de las Fuerzas Armadas llegan hasta la terminal de Ómnibus, sobre la Avenida Fernando de la Mora, en Asunción. En uno de los vehículos va un oficial militar en la carrocería, con el megáfono en mano, dando las instrucciones. A tres días de una fecha histórica, esta parte de Asunción parece una ciudad fantasma. Es una escena de película. Es un escenario difícil de entender, y más aún para la generación de paraguayos y paraguayos que nacieron después de los años 90, es decir, con la transición democrática. Es una muestra de cómo en tan pocos días puede cambiar invariablemente y hasta quién sabe por cuánto tiempo, el estilo de vida de los asuncenos.

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Las noches de la capital paraguaya parecen las de un pueblo detenido en el tiempo desde el pasado lunes 16 de marzo, cuando el gobierno decretó la restricción de circulación de personas desde las ocho de la noche hasta las cuatro de la mañana. Apenas un par de vehículos en las principales avenidas que conectan al centro asunceno con las ciudades aledañas le dan algo de vida a este espectro de ciudad. Antes de la emergencia sanitaria, estas vías servían de vía de comunicación a miles de personas. Pero ahora son apenas testigos del silencio nocturno.

Los únicos sobrevivientes de las horas restringidas son algunos trabajadores. Deliverys, empleados y empleadas de estaciones de servicios, guardias de seguridad, conserjes de edificios, empleados de farmacias y algunas que otras tiendas de comida rápida que siguen trabajando. En la mayoría de los casos, con tapabocas y algún alcohol en gel que se alcanza a ver cerca de ellos.

Pero la situación planteada parece ser inmisericorde para quienes encuentran el sustento diario en esta franja horaria. “No pasa nada hermano. Ya veníamos luego mal y ahora con esto estamos muertos” dice en guaraní un taxista de Terminal de Ómnibus de Asunción. El hombre, recostado por la puerta de su vehículo amarillo, parece no encontrar algo lógico a lo que está pasando. Se cuestiona cómo pudo ser que hayamos llegado a algo así. Algo que él, con tanta experiencia trabajando en las calles, nunca vio.

“Si tenés suerte hacés dos viajes en el día. Antes, lo mínimo eran diez viajes. Nosotros somos 75 taxistas aquí pero solamente trabajamos 15. Esto es un desastre para nosotros”, indica el trabajador. La terminal de Asunción, a pesar de las medidas restrictivas, tiene movimiento de gente, pero es mínimo. Los vendedores de los locales se quejan “Imposible es vender algo así” lamentan.

Por otro lado, la mayoría de la gente que está aquí tiene que hacer viajes internos obligados por cuestiones laborales o para visitar a parientes enfermos. La espera aparenta pesada. En silencio, hay una decena de personas sentadas aguardando para poder partir hacia el interior del país. Parece, sin embargo, una típica escena de hospital paraguayo; media luz, el asiento con respaldo de hierro y toda la gente con tapabocas y miradas perdidas.

“Nosotros dependemos mucho de la gente que viene, principalmente, de Argentina, y ahora está todo bloqueado” expone uno de los trabajadores de este lugar, mientras saca el último pabilo de su cigarrillo para fumar. “Este el último de la noche, qué le vamos a hacer” dice y deja ver una pequeña mueca. En promedio, la Terminal recibe unas 500 mil personas en época de semana santa o fin de año. Con este nuevo panorama, la cuestión no se muestra muy favorable. La gente, pese a las proyecciones y estudios, tiene fe de que el movimiento de antes se va a recuperar.

En otra zona de la ciudad, sobre la avenida Mariscal López, en la parada ubicada cerca al cruce con República Argentina, un grupo de jóvenes espera colectivo. “Trabajamos en un call center y no tenemos flexibilidad de horario, pero al menos nos separaron más” dice uno de ellos. Ya están siendo las 22.00 y el bus no llega. “Ayer no vino, pero nos fuimos con el camión de las Fuerzas Armadas” indica una señorita del mismo grupo. Al menos le ponen buena onda y ganas. “Si no había de otra, qué le vamos a hacer” dice una más, mientras acomoda su mochila y busca para su pasaje. Esta camada juvenil nunca pensó que estaría ante una Asunción restringida.

El ruido de las motos invade la zona de Villa Morra. Lo que se puede apreciar aquí es que al menos cada cuatro cuadras, un agente policial con radio en mano hace guardia. Los camiones que las Fuerzas Armadas sacaron a las calles como apoyo para que los trabajadores puedan llegar a sus casas, también salvan la situación, pero no es lo ideal. Las carrocerías no son cómodas y las personas, después de una larga jornada, tienen que ir nuevamente paradas hasta sus hogares, o al menos, cerca de ellos.

En el centro de Asunción, uno de los históricos sitios, el Lido Bar, está cerrado y todavía no son ni las diez de la noche. Sobre la calle Palma, quizás, la más icónica del microcentro capitalino, el movimiento de gente es nulo. Se puede ver a dos personas que juntan latitas, recorrer, esperando encontrar algo. Locales de venta y negocios a oscuras. Apenas las luces de los faroles acompañan a los policías que son los únicos que están por el lugar. “Ni siquiera en Semana Santa vi algo así y conste que hace mucho estoy por acá” comenta uno de los agentes policiales que resguarda la zona.

Los deliverys son los que no paran a pesar de todo este tema. Al contrario, tienen más trabajo, atendiendo que la gente que ya no puede salir a comprar, hace el pedido desde sus casas. En pleno corazón capitalino, cerca de las once de la noche, dos jóvenes toman la moto y salen disparados para hacer sus entregas. Es probable que las actividades para ellos hoy se extiendan hasta las 2 o 3 de la mañana. Hay mucho todavía que entregar. Es, finalmente, un momento para hacer algo más de dinero.

Cuando el gobierno anunció el horario restringido para salir a las calles en horas de la noche, como una medida de mitigación para evitar la expansión del coronavirus COVID-19, los primeros que se preguntaron qué pasaría con ellos fueron los trabajadores informales, las Pequeñas y Medianas Empresas y o los cuentapropistas, es decir, la gente que trabaja por cuenta propia. Este conglomerado de personas constituye prácticamente la base de la mano de obra ocupada en Paraguay.

Quienes están en el día a día son los que más sufren. Los pequeños puestos de comida del microcentro, los que se dedican a cuidar coches, los lustradores de zapatos, la gente que vende remedios yuyos. Los vendedores de hamburguesas y lomitos con sus puestos pequeños. Para ellos esta situación es simplemente catastrófica, debido a que la venta depende de que haya gente. Y Asunción, de noche, hoy es una ciudad casi sin vida.

El piscólogo portugués Boaventura Dos Santos, en un un reciente artículo publicado en el periódico argentino Página 12, relacionado justamente sobre la pandemia y de cómo lo estamos enfrentando como sociedad, menciona que es imposible no hacer un análisis desde el punto de vista de clases. Habla, entre otras cosas, que estas medidas como la cuarentena, los horarios restringidos, etc, termina perjudicando de una manera directa a las clases sociales más bajas.

Dos Santos explica que esto se da por una cuestión casi de lógica, ya que son las clases bajas las que están siempre con carencias o, en este caso, ausencias del Estado. Por ejemplo, cobertura de salud, de educación integral, de oportunidades para acceder a créditos en el sistema financiero, es decir, están prácticamente fuera de todo esquema que pueda respaldarlos para aguantar una situación así.

Según la Organización Internacional de Trabajo (OIT) - que basa sus estudios en investigaciones de entidades como el Centro de Análisis y Estudio de la Economía Paraguaya (CADEP) - el 98,7% de las empresas paraguayas están dentro del rango considerado Medias, Pequeñas y Medianas Empresas (Mipymes), generando empleo para el 72% de las personas con edad para trabajar.

Pero un problema que afecta al sector desde hace años es la falta de formalidad. Según datos del Ministerio de Industria y Comercio (MIC), se calculan que hay 760.000 unidades económicas denominadas Mipymes, pero de esta cantidad, apenas 230.000 poseen Registro Único del Contribuyente (RUC), por dar un ejemplo.

Como para paliar el efecto negativo, las autoridades nacionales anunciaron paquetes de ayuda para los sectores más vulnerables. En principio, 300 mil kits de alimentos para asistir a las familias más afectadas por las medidas implementadas, a fin de que puedan tener al menos comida.

La compra de estos productos alimenticios supondrá una inversión de 10 millones de dólares, según anunció el viernes último Hugo Cáceres, jefe de Unidad de Gestión de la Presidencia de la República. La cuestión es que estos kits estarán para ser entregados recién en una semana, debido a los procesos burocráticos que se deben hacer para la licitación de las mercaderías a ser compradas. La situación, sin embargo, es apremiante para aquel que depende de los ingresos diarios y que no puede salir a ofrecer sus productos.

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Sobre Eusebio Ayala, a su vez, poca gente está esperando bus. Lo que resalta con las calles vacías son los baches y el desnivel que tiene el asfalto. Se ve, a lo lejos, a dos perros callejeros buscando en los cestos de basura, probablemente, algo que comer para saciar el hambre. Un hombre barbudo, con las ropas sucias, bolsa al hombro y una especie de muleta, recorre la avenida a sus anchas, buscando cosas en las bolsas de basura que están en las veredas esperando por el camión recolector. Porta un kepis gris y una botellita de caña en la mano. Quizás ignora que haya una medida para evitar salir a las calles, salvo un caso de urgencia. Y es probable que su urgencia, ahora, sea encontrar algo de comida.

Más adelante, un guardia de seguridad se sienta, en una esquina, buscando protegerse de una inminente lluvia. Parece todo demasiado calmado en este momento. A unos metros se ve a otro señor, de unos 50 años, arreglando un montículo de arena que cubrió toda la vereda. Los bomberos que hacen guardia y tienen su unidad bajo el viaducto de República Argentina conversan animadamente y también parecen sorprendidos ante tanta pasividad. El acatamiento esta noche de miércoles, es de un altísimo porcentaje de la sociedad.

Desde la Policía señalan que al menos hasta la noche del jueves, no se reportaron grandes incidentes con respecto a la medida de los nuevos horarios para circular por la ciudad. Desde el lunes hasta la mañana del viernes, se reportaron un total de 47 detenidos que no respetaron la emergencia sanitaria.

Asunción vio sus noches silenciadas por algo totalmente lejano y ajeno. Una pandemia. Un virus. Se viene otra semana con medidas más severas probablemente y que afectarán a la gente. Queda esperar que los números de infectados no se disparen.

“Hay que trabajar codo a codo” ironiza el trabajador de la Terminal. Los abrazos ya vendrán después.


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