Olga Dios/olgadios@gmail.com
“Si tratas a los extraños como amigos, conocerás gente más interesante”.
¿Un error en el correo puede cambiar una vida? No sé; pero la idea es seductora. Ellie recibe, semana tras semana, postales desde diferentes lugares de Grecia. Todas están dirigidas a “S”, probablemente alguien que no se molestó en notificar su cambio de domicilio, y las firma simplemente “A”. Ellie va colocando las postales con una chincheta en la pared, hasta que un día le llega el cuaderno completo: el diario de “A” durante ese viaje por Grecia. Solo con las primeras páginas comprende que el remitente se llama Anthony, y todo ese viaje por Grecia lo realiza solo porque, el día que fue a esperar a “S” al aeropuerto griego, en la fecha que habían acordado encontrarse, ella no apareció. Tampoco contestó sus llamadas, simplemente desapareció.
Ante el plantón, Anthony, con el corazón destrozado, decide realizar el viaje de todos modos, solo. Así empieza a enviar las postales a la única dirección conocida que tiene de S, como mensajes en una botella, hasta que, eventualmente, y cuando toma una decisión definitiva, le manda el diario de viaje. Lo que no espera es que una perfecta desconocida sea la que lea su correspondencia, sus reflexiones y sus historias desde un lugar que termina por fascinarla. Al punto que Ellie, sin mucho que perder, se toma unas vacaciones y decide ir a conocer al menos algunos de los lugares descritos por el viajero. Y allí es donde realmente está la joya y el cuerpo de este libro: en el diario de viaje de Anthony. Salvo Atenas, Delfos o Tesalonika, casi ni había oído hablar de las ciudades y pequeños pueblos griegos donde transcurre cada una de las historias locales que él va recogiendo, como un trovador.
Desde la belleza fascinante de Nauplia y Tolo, nos habla de los vengativos habitantes de la península de Mani, donde una reyerta familiar puede perdurar generaciones. La palabra Arcadia siempre nos hace pensar en utopía, nunca en un lugar físico; así como la palabra Kalamata solo me hacía pensar en aceitunas, nunca antes en un seductor violinista callejero. Tampoco sabía de la superstición griega de nunca empezar nada un día martes, porque fue el día que cayó Constantinopla. La extraña y terrenal fascinación que atrae a los hombres de la isla de Patras a misa diaria en la Iglesia de Agios Andreas. El culto griego a la figura de Lord Byron, defensor de la independencia griega de Turquía, que resulta en que muchas plazas y calles se llamen “Vyronas”, sobre todo en Mesolongi.
En Préveza, la tradición de la teofanía, por la cual un sacerdote tira una cruz al mar y los mejores nadadores del pueblo compiten por recuperarla sin usar equipo de buceo. Un anciano que se enamora de una estatua enterrada de Afrodita. Dos hermanos que se encuentran en la aislada belleza del Monasterio de Meteora, mientras en Tesalonika el día de la Independencia se viste de banderas. Un encuentro con Atenea, una de carne y hueso, en el Oráculo de Delfos y la necesidad de seguir el precepto “Conócete a ti mismo”. Hay más lugares, más historias recogidas, y cada una vale la pena, sobre todo porque no solamente te dan unas ganas tremendas de meter el libro en una valija y largarte a recorrer Grecia, sino porque al terminar de leerlo, sentís que, en parte, ese viaje, ya lo viviste. Pero igual deberías hacerlo, porque como nos dice la autora: “La vida debería estar llena de posibilidades, no solo de promesas”.