• Por David Velázquez Seiferheld, historiador

Es importante considerar que el Estado autoritario en el Paraguay tuvo una duración continua excepcional en la región, desde 1936 hasta 1989, con dos prolongadas dictaduras: la de Higinio Morínigo (1940 - 1947) y la de Alfredo Stroessner (1954 – 1989).

Durante este tiempo la educación paraguaya experimentó cambios (en 1957 y 1973), condicionados a su vez por los cambios en la política, de manera que procesos tales como la matriculación, la exclusión del sistema educativo, los cambios institucionales y programáticos, la formación docente y la adopción de textos escolares, las efemérides, festejos y conmemoraciones, respondieron a premisas esencialmente autoritarias solo matizadas por los sesgos ideológicos de uno y otro tipo de autoritarismo.

La herencia autoritaria puede sintetizarse en: Legalismo autoritario: Consiste en la obediencia incondicional a la ley por parte del ciudadano; y la aplicación de la norma por parte del Estado ante todo conflicto (político, social, económico) reduciendo problemas complejos a una dimensión solo jurídica (generalmente penal) y remplazando la discusión política (por naturaleza amplia, libre, de tribuna abierta) por la sentencia judicial.

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En el Paraguay autoritario, todos los gobiernos entre 1936 y 1989, que carecieron de la legitimidad básica democrática que proviene de elecciones libres, establecieron normas que omitían y desconocían derechos fundamentales, a las que exigieron obediencia y las que fueron aplicadas sin discutir sobre sus fundamentos. La educación se vio afectada por estas normas autoritarias. Así, podemos mencionar los decretos: el que establece las normas para la enseñanza nacionalista en los institutos educacionales de 1936; el que declara punibles las actividades comunistas, del mismo año; los que establecen la obligatoriedad de la enseñanza nacionalista y el canto del himno nacional, de 1937 y 1939; y el que reglamenta la enseñanza secundaria de 1942; y las leyes de defensa social de 1932 y 1939; de defensa de la democracia de 1955, de defensa de la paz pública y la libertad de las personas de1970. Además, la resolución que prohíbe las discusiones sobre política y religión en las escuelas primarias de 1945, y la cartilla anticomunista para escuelas de 1977. El uso de la prisión, el confinamiento y el exilio tanto para estudiantes como para docentes críticos también fueron parte de las estrategias de represión.

Nacionalismo, militarismo, anticomunismo y antiliberalismo. Desde que en 1936, el gobierno de Rafael Franco decretó la elevación del Mariscal Francisco Solano López al rango de “héroe máximo”, en torno a la figura del Mariscal, de Carlos Antonio López y el Dictador Rodríguez de Francia se estableció un conjunto de dispositivos de memoria: festejos, conmemoraciones, monumentos, la habilitación del Panteón Nacional de los Héroes y Oratorio de la Virgen de la Asunción, con presencia clave en las escuelas y respaldados por normas que impedían la crítica histórica y el disenso.

El nacionalismo militarista y autoritario identificó dos enemigos: el liberalismo y el comunismo. El liberalismo fue convertido en los programas educativos en una suerte de enemigo histórico de la nación: la contribución de educadores liberales como Ramón I. Cardozo y Manuel Riquelme fue invisibilizada o menoscabada.

El comunismo estuvo proscrito desde sus inicios, aunque pueden notarse dos fases en la forma externa de la represión: la primera, hasta la Segunda Guerra Mundial, era una represión basada en el nacionalismo, el liberalismo y la doctrina de la iglesia católica; la segunda, desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta 1989, con base en el nacionalismo y la doctrina de la seguridad nacional, promovida desde, y apoyada por los Estados Unidos.

Digamos, además, en este punto, que durante este tiempo el presupuesto militar fue el más alto del Estado paraguayo, en detrimento incluso del de educación y el de salud. El militarismo se basaba en la cierta legitimidad moral de la que, según José Carlos Rodríguez, se autoadjudicaba el ejército tras el triunfo militar ante Bolivia en la Guerra del Chaco (1932 – 1935). Las FFAA victoriosas se consideraran a sí mismas como paradigma de organización social.

UNA “HISTORIA OFICIAL”

El relato nacionalista desde 1936 se basó tanto en la exaltación de los héroes militares del pasado como en la degradación y hasta el olvido del periodo de gobiernos liberales (1904 – 1936). Morínigo proscribió el partido liberal por decreto, en 1942, con argumentos tales como que los liberales se habían opuesto a la independencia en 1811, de haber conspirado contra el Dictador Francia en 1820, de haber sido los legionarios 10 de la Guerra de la Triple Alianza y de haber entregado el Chaco paraguayo a Bolivia luego de haber triunfado militarmente en la Guerra. En fin: El partido liberal, fundado en 1887, era culpable de “traición a la patria” incluso desde siglos antes de su fundación. En educación se hablaba de “desratizar” la educación, “liberándola” de la ideología liberal.

Las efemérides escolares fueron remplazadas por otras asociadas a las guerras. Así, fue establecido en 1948, el 16 de agosto en remplazo del 13 de mayo como día del niño, en conmemoración a la batalla de Acosta Ñu, que había ocurrido el 16 de agosto de 1869, En 1975, se estableció el Día de la Mujer paraguaya el 24 de febrero, en recuerdo de la llamada Asamblea Americana de Mujeres, o Asamblea del Bello Sexo, de la misma fecha, pero de 1867, en la que se resolvió la donación de joyas, estimulada por las mujeres de la élite paraguaya, a favor de “la sagrada causa de la Patria” durante la Guerra de la Triple Alianza. Batallas como las de Curupayty y Boquerón también formaban parte del calendario conmemorativo escolar, el 22 y el 29 de setiembre respectivamente. También se conmemoraba la Masacre del 23 de octubre, en recuerdo de los estudiantes caídos durante la manifestación contra el gobierno de José P. Guggiari, en 1931, por la defensa del Chaco.

Todo ello, mediante desfiles estudiantiles militarizados, con ritualidad influida claramente por el fascismo, aunque los desfiles estudiantiles se remontan a las procesiones cívicas de inicios del siglo XX. El culto a la personalidad. En esta interpretación manipulada del pasado, Stroessner fue exaltado con el título de “el segundo reconstructor”, al que se agregó el de “único líder”: el dictador reencarnaba, daba continuidad y era la culminación del nacionalismo de Francia y los López, que había sido interrumpido por “el legionarismo” liberal al mismo tiempo que era amenazado por “el comunismo apátrida y ateo”. La prolongada dictadura que ejerció le permitió consolidar dicha imagen. El Estronismo adquirió dimensiones mesiánicas y providenciales, estimulando el servilismo, la obsecuencia y la adulación.

PARTIDIZACIÓN Y CLIENTELISMO

En 1947, luego de la sangrienta guerra civil de aquel año el gobierno de Morínigo realizó una verdadera purga de docentes, destituyendo a los sindicados como afines al franquismo, el comunismo y el liberalismo, y remplazándolos por docentes adeptos al Partido colorado. Desde ese momento y en los sucesivos gobiernos, pero especialmente bajo Stroessner, las supervisiones educativas fueron utilizadas como brazo político y de control de la educación, en conjunto con las seccionales coloradas. La educación estaba también estrechamente vinculada con la represión como han demostrado Elías y Soler, así como Almada sobre la intervención a la experiencia cooperativa de la Escuela Alberdi de San Lorenzo; y nuestra contribución al análisis de la intervención de los colegios Cristo Rey, San José e Internacional entre 1976 y 1977. Otros estudios como el de Duarte Sckell sobre la stronización del Colegio Nacional, analizan el elemento clientelar de la educación

Disciplinamiento y despolitización. Se apuntaba a un clima escolar alineado al modelo político autoritario. Al promulgar el Decreto 11089, en 1942, derogado en el año 2002, Morínigo señalaba que el reglamento “ha obedecido al propósito de convertir a los alumnos en verdaderos estudiantes, alejando de su seno a los elementos anárquicos”.

En 1945, desde el Departamento de Enseñanza Primaria y Normal, se estableció la prohibición de discutir o realizar comentarios sobre temas políticos y religiosos, ya que estos tenían lugar “en perjuicio de la armonía que debe reinar en toda casa de estudios”.

Precisamente, uno de los fines de la educación autoritaria fue, precisamente, la despolitización de la población. Así, Stroessner expresaba en 1978 ante el Congreso Nacional que “Las Escuelas y Colegios se han convertido así en santuarios donde los jóvenes adquieren los elementos de disciplina, conocimiento y sobre todo de amor a la Patria y a sus héroes con los cuales se ha de estructurar el porvenir venturoso de la Nación.

Lejos de las influencias nefastas de doctrinas disociantes, maestros y alumnos se han dedicado eficientemente a la tarea de la formación integral del hombre paraguayo”.

Los escasos intentos de crítica y resistencia fueron duramente reprimidos: tales fueron los ensayos de cooperativismo en la Escuela Juan Bautista Alberdi, de San Lorenzo; la experiencia de educación liberadora en las escuelas de las ligas agrarias cristianas; y el ideario educativo crítico puesto en práctica por el colegio Cristo Rey, intervenido en 1976. También fueron intervenidos, aunque con menor publicidad, los colegios San José e Internacional.

Raúl Sapena Brugada identifica las siguientes características de la educación autoritaria: falta de respeto a la inteligencia y racionalidad del niño; represión, castigo y descalificación al saber de los niños; uso frecuente de medios dramáticos y manipulativos para lograr la internalización de normas sociales; control social basado en el miedo, la vergüenza y la culpa; hábitos educativos tales como el abuso de respuestas colectivas recitadas, o el ponerse de pie para saludar automáticamente.

Chamorro Lezcano apuntaba a la legitimación e interiorización del autoritarismo y verticalismo en todas las instancias de la vida social; el estancamiento del desarrollo científico-técnico y cultural; una práctica profesional y social cerrada, autoritaria y antidemocrática por parte de los docentes; la pérdida de perspectiva social e histórica en la gran mayoría escolarizada que se expresa en el conformismo acendrado, cercano al fatalismo. El análisis que autores como Portillo y Paradeda realizan sobre la herencia en la educación campesina coincide con el mismo diagnóstico. Igualmente, los autores coinciden en señalar también la desconexión de los planes de estudio con la realidad del país.

El Consejo Nacional de Educación y Cultura en su Informe del año 2004 apuntó la priorización de los gastos de seguridad; la masificación clientelar, entendida como una apertura de nuevas oportunidades para amplios sectores de población, pero condicionada a las lealtades políticas y no como vigencia de un derecho; la desvalorización de los valores democráticos y participativos; y el centralismo autoritario y la cristalización de una cultura institucional acrítica en el MEC. La reforma de 1994 se propuso desterrar el legado autoritario, mediante la educación, como parte del proceso de construcción de ciudadanía. Los logros no fueron los deseados: el proceso de transformación educativa del que se habla hoy en día no puede ignorar este desafío histórico, vinculado al futuro deseado de una república y una ciudadanía democráticas, amplias e incluyentes.

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